lunes, 2 de agosto de 2021

(1483) Tras el largo y duro camino, Cabeza de Vaca y sus hombres llegaron por fin a Asunción. Fue recibido como gobernador, y, en principio, los que allí estaban se alegraron mucho. Pero, en la sombra, tenía enemigos políticos.

 

     (1073) Los españoles consiguieron atravesar el río, pero no sin incidentes: "Este río Paraná, por la parte que lo pasaron, era de ancho un gran tiro de ballesta, es muy hondo, lleva mucha corriente y hace muy grandes remolinos. Al pasarlo se dio vuelta una canoa con ciertos cristianos, uno de los cuales se ahogó, porque la corriente lo llevó y nunca más apareció. Habiendo pasado el gobernador y su gente el río Paraná, estuvo muy confuso por no no haber llegado dos bergantines que había enviado a pedir a los capitanes que estaban en la ciudad de la Asunción (curiosamente, sigue llamándola Ascensión), para asegurar el paso por temor de los indios, y recoger algunos enfermos y fatigados del largo camino. Los enfermos eran muchos y no podían caminar, ni era cosa segura detenerse allí donde tantos enemigos había. Por lo cual acordó enviar los enfermos por el río del Paraná abajo en las balsas, encomendados a un indio principal que se llamaba Iguaron, y se había ofrecido a ir con ellos hasta donde se encontraba el indio  Francisco, criado de Gonzalo de Acosta (era portugués), y había vivido  entre cristianos. Con el cacique Iguaron y los enfermos, el gobernador envió otros cincuenta hombres arcabuceros y ballesteros para que les defendiesen, y luego él partió con el resto de la gente por tierra hacia la ciudad de la Asunción, hasta donde, según le dijeron los indios, habría nueve jornadas".

     Por fin, habrá más noticias de Asunción, pero nada halagüeñas: "El gobernador y su gente fueron caminando por entre lugares de indios guaraníes, donde por todos ellos fue muy bien recibido. En el camino pasaron unas ciénagas muy grandes y otros malos pasos y ríos, donde, en hacer puentes para pasar la gente y caballos, se pasaron grandes trabajos. Y, según caminaban, llegó un español que venía de la ciudad de la Asunción a comprobar que era cierta la venida del gobernador, porque les costaba creer que fuesen a hacerles tan gran beneficio, a pesar de haber recibido las cartas que el gobernador les había escrito. Este cristiano informó al gobernador del gran peligro en que estaba la gente de Asunción, y las muertes que les habían sucedido, tanto a Juan de Ayolas y su gente, como a otros muchos que los indios habían matado. Dijo que por ello se encontraban muy atribulados, mayormente por haber despoblado el puerto de Buenos Aires, que era donde habrían podido llegar navíos para socorrerlos, y que por esta causa habían perdido la esperanza de recibir ayuda".

     Tras el encuentro, siguieron todos su marcha hacia Asunción. A su paso, siempre eran bien recibidos por los indios, y el cronista no se cansa de repetir en su texto el afecto que mostraban por el gobernador y la generosidad que este tenía con ellos. Está claro que, en el fondo, hay una intención de ganarse la buena voluntad del emperador Carlos V, poco antes de su abdicación (la edición se publicó en 1555), de cara a las acusaciones que hicieron contra Álvar Núñez Cabeza de Vaca quienes, como veremos, lo enviaron preso a España. Para entonces, ya había evitado la cárcel, pero siguió en su empeño de limpiar su buen nombre, y sin cejar hasta su muerte, ocurrida en Valladolid el año 1559.

 

     (Imagen) El gobernador Cabeza de Vaca y sus hombres llegan por fin a Asunción, lo que le sirve para darse a sí mismo unas alabanzas bien merecidas: "Fue nuestro Señor servido de que el 11 de marzo de 1542 (casi a un tiempo, el 21 de mayo, iba a morir en La Florida Hernando de Soto), llegaron a la ciudad de la Asunción, donde hallaron a los españoles que iban a socorrer, la cual está asentada en la ribera del río Paraguay, en veinticinco grados de latitud sur (asombrosa precisión: un grado equivale a 111 km, y da un total de 2.775 km; ver imagen); y, cuando llegaron cerca de la ciudad, salieron a recibirlos los capitanes y gentes que en la ciudad estaban, los cuales salieron con tanto placer y alegría, que era cosa increíble, diciendo que jamás creyeron ni pensaron que pudieran ser socorridos, por ser tan peligroso y tan dificultoso el camino, por no haberse aún descubierto, y porque el puerto de Buenos Aires, por donde tenían alguna esperanza de ser socorridos, lo habían despoblado, lo que hizo que los indios tomaran gran atrevimiento de acometerlos para matarlos, mayormente habiendo visto que había pasado tanto tiempo sin que acudiesen españoles para ayudarlos. Por su parte, el gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca se alegró con ellos, y les saludó con mucho amor, haciéndoles saber que iba a darles socorro por mandato de Su Majestad. Luego presentó las provisiones y poderes que llevaba  ante Domingo de Irala, teniente de gobernador en la dicha provincia, ante los oficiales reales, los cuales eran Alonso de Cabrera, veedor, natural de Loja, Felipe de Cáceres, contador, natural de Madrid, Pedro Dorantes, factor, natural de Béjar, y ante los otros capitanes y gente que en la provincia residían. Las cuales fueron leídas en su presencia y en la de los otros clérigos y soldados que en ella estaban. Por virtud de las cuales, lo recibieron como gobernador y le dieron la obediencia, como a tal capitán general de la provincia en nombre de Su Majestad, y le fueron dadas y entregadas las varas de la justicia, las cuales el gobernador dio y proveyó de nuevo en personas que en nombre de Su Majestad administrasen la ejecución de la justicia civil y criminal en la dicha provincia". Aunque la llegada fue providencial y una gran alegría para todos los  acorralados por los indios, él no conseguía saber cuáles eran los verdaderos sentimientos de quienes, hasta entonces, habían mantenido el poder. Lo cierto es que a Cabeza de Vaca le esperaba un  calvario.




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