(1073) Los españoles consiguieron
atravesar el río, pero no sin incidentes: "Este río Paraná, por la parte
que lo pasaron, era de ancho un gran tiro de ballesta, es muy hondo, lleva mucha
corriente y hace muy grandes remolinos. Al pasarlo se dio vuelta una canoa con
ciertos cristianos, uno de los cuales se ahogó, porque la corriente lo llevó y
nunca más apareció. Habiendo pasado el gobernador y su gente el río Paraná,
estuvo muy confuso por no no haber llegado dos bergantines que había enviado a
pedir a los capitanes que estaban en la ciudad de la Asunción (curiosamente,
sigue llamándola Ascensión), para asegurar el paso por temor de los indios,
y recoger algunos enfermos y fatigados del largo camino. Los enfermos eran
muchos y no podían caminar, ni era cosa segura detenerse allí donde tantos
enemigos había. Por lo cual acordó enviar los enfermos por el río del Paraná
abajo en las balsas, encomendados a un indio principal que se llamaba Iguaron, y
se había ofrecido a ir con ellos hasta donde se encontraba el indio Francisco, criado de Gonzalo de Acosta (era
portugués), y había vivido entre
cristianos. Con el cacique Iguaron y los enfermos, el gobernador envió otros
cincuenta hombres arcabuceros y ballesteros para que les defendiesen, y luego
él partió con el resto de la gente por tierra hacia la ciudad de la Asunción,
hasta donde, según le dijeron los indios, habría nueve jornadas".
Por fin, habrá más noticias de Asunción,
pero nada halagüeñas: "El gobernador y su gente fueron caminando por entre
lugares de indios guaraníes, donde por todos ellos fue muy bien recibido. En el
camino pasaron unas ciénagas muy grandes y otros malos pasos y ríos, donde, en
hacer puentes para pasar la gente y caballos, se pasaron grandes trabajos. Y,
según caminaban, llegó un español que venía de la ciudad de la Asunción a comprobar
que era cierta la venida del gobernador, porque les costaba creer que fuesen a
hacerles tan gran beneficio, a pesar de haber recibido las cartas que el
gobernador les había escrito. Este cristiano informó al gobernador del gran
peligro en que estaba la gente de Asunción, y las muertes que les habían
sucedido, tanto a Juan de Ayolas y su gente, como a otros muchos que los indios
habían matado. Dijo que por ello se encontraban muy atribulados, mayormente por
haber despoblado el puerto de Buenos Aires, que era donde habrían podido llegar
navíos para socorrerlos, y que por esta causa habían perdido la esperanza de recibir
ayuda".
Tras el encuentro, siguieron todos su
marcha hacia Asunción. A su paso, siempre eran bien recibidos por los indios, y
el cronista no se cansa de repetir en su texto el afecto que mostraban por el gobernador
y la generosidad que este tenía con ellos. Está claro que, en el fondo, hay una
intención de ganarse la buena voluntad del emperador Carlos V, poco antes de su
abdicación (la edición se publicó en 1555), de cara a las
acusaciones que hicieron contra Álvar Núñez Cabeza de Vaca quienes, como
veremos, lo enviaron preso a España. Para entonces, ya había evitado la cárcel,
pero siguió en su empeño de limpiar su buen nombre, y sin cejar hasta su
muerte, ocurrida en Valladolid el año 1559.
(Imagen) El gobernador Cabeza de Vaca y
sus hombres llegan por fin a Asunción, lo que le sirve para darse a sí mismo
unas alabanzas bien merecidas: "Fue nuestro Señor servido de que el 11 de marzo
de 1542 (casi a un tiempo, el 21 de mayo, iba a morir en La Florida Hernando
de Soto), llegaron a la ciudad de la Asunción, donde hallaron a los
españoles que iban a socorrer, la cual está asentada en la ribera del río
Paraguay, en veinticinco grados de latitud sur (asombrosa precisión: un
grado equivale a 111 km, y da un total de 2.775 km; ver imagen); y, cuando
llegaron cerca de la ciudad, salieron a recibirlos los capitanes y gentes que
en la ciudad estaban, los cuales salieron con tanto placer y alegría, que era
cosa increíble, diciendo que jamás creyeron ni pensaron que pudieran ser
socorridos, por ser tan peligroso y tan dificultoso el camino, por no haberse aún
descubierto, y porque el puerto de Buenos Aires, por donde tenían alguna
esperanza de ser socorridos, lo habían despoblado, lo que hizo que los indios
tomaran gran atrevimiento de acometerlos para matarlos, mayormente habiendo
visto que había pasado tanto tiempo sin que acudiesen españoles para ayudarlos.
Por su parte, el gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca se alegró con ellos, y les
saludó con mucho amor, haciéndoles saber que iba a darles socorro por mandato
de Su Majestad. Luego presentó las provisiones y poderes que llevaba ante Domingo de Irala, teniente de gobernador
en la dicha provincia, ante los oficiales reales, los cuales eran Alonso de
Cabrera, veedor, natural de Loja, Felipe de Cáceres, contador, natural de
Madrid, Pedro Dorantes, factor, natural de Béjar, y ante los otros capitanes y
gente que en la provincia residían. Las cuales fueron leídas en su presencia y en
la de los otros clérigos y soldados que en ella estaban. Por virtud de las
cuales, lo recibieron como gobernador y le dieron la obediencia, como a tal
capitán general de la provincia en nombre de Su Majestad, y le fueron dadas y
entregadas las varas de la justicia, las cuales el gobernador dio y proveyó de
nuevo en personas que en nombre de Su Majestad administrasen la ejecución de la
justicia civil y criminal en la dicha provincia". Aunque la llegada fue
providencial y una gran alegría para todos los acorralados por los indios, él no conseguía saber
cuáles eran los verdaderos sentimientos de quienes, hasta entonces, habían
mantenido el poder. Lo cierto es que a Cabeza de Vaca le esperaba un calvario.
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