(1079) Después de señalar la derrota que
sufrieron frente a los españoles y los guaraníes los guaicurúes, sus enemigos,
el cronista incide en la singularidad de estos indios: "Tras haber sido desbaratados,
y yendo en su seguimiento el gobernador y su gente, uno de a caballo que iba
con el gobernador fue atacado por un indio enemigo, el cual se abrazó al
pescuezo de la yegua del español, y, con tres flechas que llevaba en la mano
dio por el pescuezo al animal, pasándolo por tres partes, sin que dejara de
pelear hasta que allí lo mataron, y, con tal coraje, que, si no se hallara
presente el gobernador, la victoria por nuestra parte habría estado dudosa. Estos
indios son muy grandes y ligeros, muy valientes y fuertes, viven como nómadas,
y nadie les había vencido hasta que lo hicieron los españoles. Tienen por
costumbre entregarse como esclavos cuando son vencidos. Cualquier hombre que
los suyos hubiesen cautivado, queriéndolo matar, si la primera mujer que lo
viera quiere liberarlo, deja de ser preso, y, si quiere vivir entre ellos, lo
tratan como si fuese uno de ellos mismos. Y es así porque estas indias tienen
más libertad que la que dio la reina doña Isabel, nuestra señora, a las mujeres
de España".
Ir tras los los guaicurúes para darles un mayor castigo
suponía ya demasiado esfuerzo, aunque no van a dejar de molestar: "Cansado
el gobernador y su gente de seguir al enemigo, se volvió hacia el campamento, donde
recogió a la gente con buen orden y comenzó a caminar, para llegar la ciudad de
Asunción (imparable errata que repite
el cronista, o algún copista, diciendo siempre 'Ascensión'). Yendo por el
camino, los indios guaicurúes los atacaron muchas veces, lo cual dio causa a
que el gobernador tuviese mucho trabajo en tener recogidos a los indios guarsaníes,
porque tienen la costumbre de que , en cuanto cogen cualquier cosa de sus enemigos,
se vuelven para su tierra solos. Y ya había ocurrido que veinte guaicurúes habían
matado a unos mil guaraníes, tomándolos solos y divididos. El gobernador y su
gente habían apresado en aquel enfrentamiento a unos cuatrocientos guaicurúes,
entre hombres, mujeres y muchachos. Por el camino, los de a caballo alancearon
y mataron muchos venados, de lo que los indios se maravillaban viendo que los
caballos eran tan ligeros que los podían alcanzar.
La tropa española y los guaraníes
continuaron avanzando: "Otro día siguiente, siendo de día claro, partieron
en buen orden, y hora y media antes de que anocheciese llegaron a la ribera del
río Paraguay, donde había dejado el gobernador los dos bergantines y las canoas,
comenzaron a pasar a la otra orilla, y,
tras terminar de hacerlo, continuaron su camino hasta que llegó el gobernador
con su gente a la ciudad de Asunción,
donde había dejado para su defensa doscientos cincuenta hombres. Allí estaba
como capitán al mando Gonzalo de Mendoza, el cual tenía presos seis indios de
los que tienen por nombre yapirúes, los cuales son una gente crecida, de gran
estatura, valientes hombres, guerreros y grandes corredores, que no labran ni
crían ganado, sino que se mantienen de la caza y pesquería. Estos son enemigos,
tanto de los indios guaraníes, como de
los guaicurúes".
(Imagen) Habrá cambios, para bien y para
mal, en la relación de los españoles con los indios (salvo con los fieles
guaraníes). Lo peor fue que los agaces, que eran amigos, rompieron su
compromiso de paz, y se lo contó Gonzalo de Mendoza al gobernador: "Le dijo
que el día que partió de la de Asunción para hacer la guerra a los guaicurúes,
habían venido los agaces a hacerles la guerra a ellos, y que, al ser descubiertos,
huyeron y atacaron las haciendas de los españoles, tomándoles muchas mujeres
guaraníes que les servían y eran cristianas nuevamente convertidas. También
contó que hicieron el ataque porque las indias agaces, que ellos había dejado
como rehenes cuando prometieron estar en paz, habían huido, y les habían dado
aviso de que en la ciudad quedaba poca gente, y que era buen tiempo para matar
a los cristianos. Y, oído esto por el gobernador, llamó a los religiosos, a los
oficiales de Su Majestad y a los capitanes, y les pidió que diesen su parecer sobre
lo que había ocurrido. Platicado el negocio entre todos ellos, le aconsejaron que
les hiciese la guerra a fuego y a sangre, y, siendo este su parecer, lo
firmaron con sus nombres. Y, para probar más sus delitos, el gobernador mandó
hacer un proceso contra ellos, y, hecho, lo juntó con otros cuatro que se habían
llevado a cabo contra ellos por los males que en la tierra continuamente
hacían. Tras ver el gobernador que eran culpables de muchas acusaciones, mostró
a sus consejeros todos los documentos que daban fe de los robos y muertes que
habían hecho, y, nuevamente con su conformidad, el gobernador condenó a muerte
a unos catorce indios agaces que tenía presos. Cuando entró en la cárcel su
alcalde para sacarlos, los indios dieron ciertas puñaladas a personas que
entraron con el alcalde, y los habrían matado si no fuera por otros españoles
que con ellos iban y los socorrieron. Para poder defenderse de los agaces, les
fue forzado echar mano a las espadas que llevaban, y los acorralaron de tal
manera, que mataron a dos de ellos y sacaron a los otros para ahorcarlos en
ejecución de la sentencia". Nos ha mostrado el cronista a un Álvar Núñez
Cabeza de Vaca muy meticuloso en el cumplimiento de la legalidad. Sin embargo
lloverían después sobre él muchas denuncias, al parecer, con poca base. Entre
otras cosas, se le reprochó que, en su escudo de armas familiar (el de la
imagen), hubiese puesto el águila
bicéfala imperial.
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