miércoles, 4 de agosto de 2021

(1485) La vida indígena era brutal, con canibalismo y guerra entre las tribus. Muchos guaraníes se habían ya cristianizado, pero los temibles agaces eran sus enemigos. Vaca de Castro consiguió que hicieran la paz entre ellos.

 

     (1075) Parece ser que era habitual en todas las Indias que los pueblos nativos anduvieran en guerra continua unos con otros: "En la ribera del río Paraguay están unos indios que se llaman agaces, y son gente muy temida por todas las tribus de aquella tierra. Además de ser valientes hombres y muy acostumbrados a la guerra, son grandes traidores, que, bajo palabra de paz, han hecho grandes estragos y muertes en otras gentes, y aun en sus propios parientes para hacerse dueños de toda la tierra. Roban y apresan con frecuencia a los guaraníes, a los que tienen por principales enemigos. Cuando los hacen cautivos, los llevan luego a su propia tierra para que sus parientes los rescaten, y, delante de sus padres, mujeres e hijos, les dan crueles azotes y les dicen a sus familiares que matarán a los cautivos si ellos no les traen de comer. Luego  cargan sus canoas con las provisiones obtenidas, y se vuelven a sus casas. Pero son pocos los prisioneros que llevan a rescatar, porque, tras quedar hartos de traerlos en sus canoas y de azotarlos, les cortan las cabezas y las ponen por la ribera del río hincadas en unos palos altos".

     Antes de que llegara el gobernador Cabeza de Vaca a Asunción, los agaces ya habían sido un grave problema para los españoles: "Los cristianos les hicieron guerra en esta zona a los agaces, y habían matado a muchos de ellos. A pesar de que se  estableció una paz con ellos, la quebrantaron, como acostumbran, haciendo daños a los guaraníes, y  seguían viniendo a diario para desasosegar a la ciudad de la Asunción. Cuando los indios agaces supieron de la venida del gobernador, sus hombres más principales, que se llamaban Abacoten, Tabor y Alabos, acompañados de muchos indios, vinieron en sus canoas, desembarcaron en el puerto de la ciudad, se presentaron ante el gobernador, y dijeron que venían a dar la obediencia a Su Majestad y a ser amigos de los españoles. Hecho su mensaje, el gobernador los recibió con todo buen amor, y les respondió que le alegraba tenerlos por vasallos de Su Majestad y por amigos de los cristianos, advirtiéndoles también que, si rompiesen, como otras veces lo habían hecho, las condiciones de la paz, los tendrían por enemigos capitales y les harían la guerra. De esta manera, se asentó la paz,  y los agaces quedaron como amigos de los españoles y de los guaraníes".

     El gobernador tuvo cuidado de señalarles a los agaces algunas normas de comportamiento. Debían navegar por el río Paraguay solamente durante el día, y por la orilla contraria a la que solían usar los guaraníes, respetando su tierra y terminando definitivamente los ataques que les hacían. Les dejaba bien claro que habían de tener en cuenta que los guaraníes eran como españoles: "Les exigió que no les hiciesen ningún daño, porque eran vasallos de Su Majestad, que les restituyesen ciertos indios e indias que les habían cautivado durante el tiempo de la paz, porque eran cristianos. También les pidió que a algunas mujeres e hijas que ellos, los agaces, habían traído para ser adoctrinadas, las dejasen permanecer en esa santa obra. Y, siendo por ellos bien entendidas las condiciones, prometieron guardarlas, y de esta manera se asentó con ellos la paz y dieron la obediencia".

 

     (Imagen) Total que el gobernador ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA consiguió establecer una paz con los complicados indios agaces, y de estos con los guaraníes, quienes también tenían costumbres 'raras': "El gobernador mandó juntar a todos los indios vasallos de Su Majestad (los guaraníes de la Asunción), y, en presencia de los religiosos y clérigos, les habló diciéndoles que Su Majestad lo había enviado para  favorecerlos y hacerles entender que debían procurar el conocimiento de Dios y ser cristianos, por medio de la doctrina de los religiosos y clérigos, como ministros de Dios, y para que estuviesen debajo de la obediencia de Su Majestad, y fuesen sus vasallos, y que, de esta manera, serían mejor tratados y favorecidos que hasta entonces. Además, les exigió que se apartasen de comer carne humana, por el grave pecado y ofensa que en ello hacían a Dios, y los religiosos y clérigos se lo dijeron y amonestaron. Para que quedaran contentos, les repartió muchos rescates de camisas, ropas, bonetes y otras cosas, con lo que se alegraron. Estos indios guaraníes son una gente que come carne humana de otros nativos que tienen por enemigos, cuando tienen guerra unos con otros; y, si hacen cautivos en las guerras, los traen a sus pueblos, y con ellos hacen grandes regocijos, bailando y cantando. Lo cual dura hasta que el cautivo está gordo, porque, en cuanto lo apresan, lo ponen a engordar y le dan todo cuanto quiere comer, y a sus mismas mujeres e hijas, las más principales, para que tenga con ellas sus placeres, y se encargan ellas mismas de engordarlo. Las cuales lo acuestan consigo y lo adornan de muchas maneras, como es su costumbre, poniéndole mucha plumería y cuentas blancas. Cuando ya está gordo, les dan a tres niños unas hachitas de cobre, lo sacan a una plaza, y allí le hacen bailar una hora. Luego lo derriban, llegan los niños con sus hachitas, y le dan con ellas en la cabeza hasta que le hacen saltar la sangre, mientras los indios les dicen a voces que aprendan a matar sus enemigos y que se acuerden de que aquel ha matado de los suyos. Cuando queda muerto a golpe de los indios con macanas, y tras cocerlo las viejas, lo comen entre todos, y después tornan a sus bailes durante días, diciendo que ya ha muerto el enemigo que mató a sus parientes".




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