domingo, 29 de agosto de 2021

(1507) El apresamiento de Cabeza de Vaca produjo en Asunción un ambiente de anarquía, abusos y maltrato a los indios que asustó a los amotinados. Una india, con mucha habilidad, le llevó cartas a la cárcel durante once meses.

 

     (1097) Tampoco los amotinados vivieron con tranquilidad la situación. Quizá recordaran las terribles consecuencias que tuvieron las guerras civiles entre Diego de Almagro y Francisco Pizarro. Incluso pretendieron apoyarse en el gobernador para que la gente se calmara: "Como los alborotos y escándalos eran tantos cada día, y los oficiales y sus cómplices andaban por ello tan cansados y desvelados, fueron a rogar al gobernador firmase un escrito para la gente en que les mandase que estuviesen sosegados. y que para ello, si necesario fuese, se les pusiese pena. Los mismos oficiales lo escribieron, para que,  si quisiese, lo firmase. Pero, después de firmado, no se lo quisieron notificar a la gente, porque fueron aconsejados de que no lo hiciesen, pues en él  se decía que todos habían estado de acuerdo en apresarlo".

     El cronista Pedro Hernández, fiel amigo del gobernador y testigo de los hechos, va a insistir (incluso con ironía) en la barbarie de los rebeldes y la sensatez de Cabeza de Vaca: "En el tiempo que estas cosas pasaban, el gobernador estaba malo en la cama, y, para la cura de su salud, tenía unos muy buenos grillos en los pies, y a la cabecera una vela encendida, porque la prisión estaba tan oscura que no se veía el cielo, y era tan húmeda, que nacía la yerba debajo de la cama. Para acabar con él, buscaron el hombre que más mal lo odiase, y hallaron uno que se llamaba Hernando de Sosa, al cual el gobernador había castigado porque había dado un bofetón y palos a un indio principal, y le pusieron en la misma cámara para que lo vigilase.  Los funcionarios y todos sus aliados lo guardaban de día y de noche con todas sus armas, y eran más de ciento cincuenta, a los cuales pagaban con la hacienda del gobernador. A pesar de esta guardia, muchas noches le metía la india que le llevaba de cenar una carta que le escribían los de fuera, dándole relación de todo lo que pasaba. Le pedían que les avisara qué era lo que les mandaba hacer, porque gran parte de la gente estaban determinados a morir todos para sacarle, y lo habían dejado de hacer por el temor que les ponían diciendo que si lo intentaban, le habían de dar de puñaladas al gobernador y cortarle la cabeza. No obstante, más de setenta hombres de los que estaban guardando la prisión se habían confederado para defender al gobernador hasta que ellos entrasen, pero él se lo prohibió, porque no se podría hacer sin que se matase a muchos cristianos, y comenzada la cosa, también los indios atacarían a todos los que pudiesen, de forma que se acabarían de perder aquellas tierras y la vida de todos".

     A pesar de los abusos que, sin duda, se cometieron con las indias del Nuevo Mundo, siempre hubo nativas que apreciaron mucho a los españoles, como la que se arriesgaba por ayudar al gobernador: "La india le traía una carta cada tercer noche, y llevaba otra pasando por todas los guardias, que la desnudaban hasta dejarla en cueros, le revisaban la boca y los oídos,  trasquilándola para que no la llevase entre los cabellos, y catándola todo lo posible, que, por ser cosa vergonzosa, no lo señalo. Ella pasaba delante de todos en cueros, y llegada donde estaba el gobernador, se sentaba junto a su cama, y comenzaba a rascarse el pie, y así, se sacaba la carta y se la daba por detrás del otro. Ella traía esta carta, que era medio pliego de papel delgado, sutilmente enrollada y cubierta con un poco de cera negra, metida en lo hueco de los dedos del pie, y venía atada con dos hilos de algodón negro".

    

     (Imagen) Al hablar de la india que hacía de correo para el gobernador, el cronista, a mi entender, pone al descubierto las relaciones sexuales que debía de haber entre los españoles y las nativas: "Los oficiales y sus cómplices (en el derrocamiento y apresamiento de Cabeza de Vaca) sospecharon que el gobernador sabía lo que fuera pasaba y ellos hacían.  Para confirmarlo, buscaron cuatro mancebos que se envolviesen con la india (que le pasaba las cartas al gobernador), lo cual les resultó fácil, porque no suelen ser reacias, y tienen por gran desprecio negárselo a quien se lo pida, y dicen que para qué se lo dieron sino para aquello. Pero, envueltos con ella y dándole muchas cosas, no pudieron saber el secreto suyo, a pesar de que duraron el trato y la conversación once meses". Lo que dice después el cronista coincide con la dura acusación que, como vimos en la imagen anterior, hizo Juan Muñoz de Carvajal con respecto al maltrato generalizado que sufrieron los indios y muchos españoles tras haber sido destituido y apresado el gobernador: "Después de prender al gobernador, los funcionarios del Rey y Domingo de Irala dieron licencia abiertamente a todos sus cómplices para que fuesen a los pueblos de los indios y les tomasen por la fuerza las mujeres, las hijas, y también, sin pagárselas, las cosas que poseían. Iban por toda la tierra dándoles muchos palos, y trayéndoles a sus casas para que labrasen sus heredades sin pagarles nada por ello. Los indios se venían a quejar a Domingo de Irala y a los funcionarios, y ellos respondían que no era asunto suyo. De manera que, con estas respuestas y malos tratamientos, la tierra se comenzó a despoblar, porque se iban los naturales a vivir a las montañas. Muchos de los indios eran cristianos, y, apartándose, perdían la doctrina de los religiosos, en la cual el gobernador tuvo muy gran cuidado de que fuesen enseñados. Y muchos vecinos recibían tan grandes agravios, que más de cincuenta españoles se fueron a la costa del Brasil, buscando la manera de venir a avisar a Su Majestad de los grandes males que estaban ocurriendo. Otros muchos estaban decididos a irse tierra adentro, pero los prendieron y los tuvieron presos mucho tiempo, quitándoles las armas y sus posesiones, y luego se lo daban a sus amigos y cómplices para tenerlos contentos".




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