(1097) Tampoco los amotinados vivieron con
tranquilidad la situación. Quizá recordaran las terribles consecuencias que
tuvieron las guerras civiles entre Diego de Almagro y Francisco Pizarro. Incluso
pretendieron apoyarse en el gobernador para que la gente se calmara: "Como
los alborotos y escándalos eran tantos cada día, y los oficiales y sus cómplices
andaban por ello tan cansados y desvelados, fueron a rogar al gobernador firmase
un escrito para la gente en que les mandase que estuviesen sosegados. y que
para ello, si necesario fuese, se les pusiese pena. Los mismos oficiales lo
escribieron, para que, si quisiese, lo
firmase. Pero, después de firmado, no se lo quisieron notificar a la gente,
porque fueron aconsejados de que no lo hiciesen, pues en él se decía que todos habían estado de acuerdo en
apresarlo".
El cronista Pedro Hernández, fiel amigo
del gobernador y testigo de los hechos, va a insistir (incluso con ironía) en
la barbarie de los rebeldes y la sensatez de Cabeza de Vaca: "En el tiempo
que estas cosas pasaban, el gobernador estaba malo en la cama, y, para la cura
de su salud, tenía unos muy buenos grillos en los pies, y a la cabecera una
vela encendida, porque la prisión estaba tan oscura que no se veía el cielo, y
era tan húmeda, que nacía la yerba debajo de la cama. Para acabar con él,
buscaron el hombre que más mal lo odiase, y hallaron uno que se llamaba
Hernando de Sosa, al cual el gobernador había castigado porque había dado un
bofetón y palos a un indio principal, y le pusieron en la misma cámara para que
lo vigilase. Los funcionarios y todos
sus aliados lo guardaban de día y de noche con todas sus armas, y eran más de
ciento cincuenta, a los cuales pagaban con la hacienda del gobernador. A pesar
de esta guardia, muchas noches le metía la india que le llevaba de cenar una
carta que le escribían los de fuera, dándole relación de todo lo que pasaba. Le
pedían que les avisara qué era lo que les mandaba hacer, porque gran parte de
la gente estaban determinados a morir todos para sacarle, y lo habían dejado de
hacer por el temor que les ponían diciendo que si lo intentaban, le habían de
dar de puñaladas al gobernador y cortarle la cabeza. No obstante, más de
setenta hombres de los que estaban guardando la prisión se habían confederado para
defender al gobernador hasta que ellos entrasen, pero él se lo prohibió, porque
no se podría hacer sin que se matase a muchos cristianos, y comenzada la cosa, también
los indios atacarían a todos los que pudiesen, de forma que se acabarían de
perder aquellas tierras y la vida de todos".
A pesar de los abusos que, sin duda, se
cometieron con las indias del Nuevo Mundo, siempre hubo nativas que apreciaron
mucho a los españoles, como la que se arriesgaba por ayudar al gobernador:
"La india le traía una carta cada tercer noche, y llevaba otra pasando por
todas los guardias, que la desnudaban hasta dejarla en cueros, le revisaban la
boca y los oídos, trasquilándola para que
no la llevase entre los cabellos, y catándola todo lo posible, que, por ser
cosa vergonzosa, no lo señalo. Ella pasaba delante de todos en cueros, y
llegada donde estaba el gobernador, se sentaba junto a su cama, y comenzaba a
rascarse el pie, y así, se sacaba la carta y se la daba por detrás del otro. Ella
traía esta carta, que era medio pliego de papel delgado, sutilmente enrollada y
cubierta con un poco de cera negra, metida en lo hueco de los dedos del pie, y
venía atada con dos hilos de algodón negro".
(Imagen) Al hablar de la india que hacía
de correo para el gobernador, el cronista, a mi entender, pone al descubierto
las relaciones sexuales que debía de haber entre los españoles y las nativas: "Los
oficiales y sus cómplices (en el derrocamiento y apresamiento de Cabeza de
Vaca) sospecharon que el gobernador sabía lo que fuera pasaba y ellos
hacían. Para confirmarlo, buscaron
cuatro mancebos que se envolviesen con la india (que le pasaba las cartas al
gobernador), lo cual les resultó fácil, porque no suelen ser reacias, y
tienen por gran desprecio negárselo a quien se lo pida, y dicen que para qué se
lo dieron sino para aquello. Pero, envueltos con ella y dándole muchas cosas,
no pudieron saber el secreto suyo, a pesar de que duraron el trato y la conversación
once meses". Lo que dice después el cronista coincide con la dura
acusación que, como vimos en la imagen anterior, hizo Juan Muñoz de Carvajal
con respecto al maltrato generalizado que sufrieron los indios y muchos
españoles tras haber sido destituido y apresado el gobernador: "Después de
prender al gobernador, los funcionarios del Rey y Domingo de Irala dieron
licencia abiertamente a todos sus cómplices para que fuesen a los pueblos de
los indios y les tomasen por la fuerza las mujeres, las hijas, y también, sin
pagárselas, las cosas que poseían. Iban por toda la tierra dándoles muchos
palos, y trayéndoles a sus casas para que labrasen sus heredades sin pagarles
nada por ello. Los indios se venían a quejar a Domingo de Irala y a los funcionarios,
y ellos respondían que no era asunto suyo. De manera que, con estas respuestas
y malos tratamientos, la tierra se comenzó a despoblar, porque se iban los
naturales a vivir a las montañas. Muchos de los indios eran cristianos, y,
apartándose, perdían la doctrina de los religiosos, en la cual el gobernador
tuvo muy gran cuidado de que fuesen enseñados. Y muchos vecinos recibían tan
grandes agravios, que más de cincuenta españoles se fueron a la costa del
Brasil, buscando la manera de venir a avisar a Su Majestad de los grandes males
que estaban ocurriendo. Otros muchos estaban decididos a irse tierra adentro, pero
los prendieron y los tuvieron presos mucho tiempo, quitándoles las armas y sus
posesiones, y luego se lo daban a sus amigos y cómplices para tenerlos contentos".
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