(1086) Habiendo llegado al puerto de
Ipananie, el gobernador Cabeza de Vaca tuvo especial interés en visitar a los
indios payaguaes, que eran los que habían matado a Juan de Ayolas y a sus
hombres, y lo primero que hizo fue pedirle un favor al cacique del puerto:
"Le dijo que tenía necesidad de un indio suyo que había sido cautivo de
los indios payaguaes, para llevarlo como intérprete, con el fin de pacificarlos
y negociar con ellos la devolución del oro y la plata que habían quitado a los
españoles que mataron. Tres días después, se hicieron a la vela por el río Paraguay
arriba, y llegaron pronto al puerto de Guayviaño, que es el último poblado de
los indios guaraníes, sus mejores amigos. Ellos le informaron al gobernador de
que ya habían pasado por allí los españoles que iban por tierra a
caballo".
Sin perder demasiado tiempo, el gobernador
se puso de nuevo en marcha y fue en el puerto de Itabitan donde alcanzó a los
que iban por delante, siendo informado de que no se había producido ningún
incidente durante su avance terrestre: "En este puerto de Itabitan estuvo
dos días, durante los cuales se embarcaron los caballos y se pusieron todas las
cosas de la armada en el orden que convenía. Como la tierra de los indios
payaguaes estaba muy cerca, partió del puerto con buen viento, y, para que los
indios payaguaes no hiciesen ningún daño a los indios guaraníes que llevaba en
su compañía, les mandó que sus canoas no se apartasen de los bergantines. Llegados
al puerto de los payaguaes, toda la gente de la armada estaba recogida para ver
si podían hablar con aquellos indios y saber dónde tenían sus poblados El día
siguiente, aparecieron en la ribera del río siete indios payaguaes, y mandó el
gobernador que solamente les fuesen a hablar otros tantos españoles y el
intérprete. Los indios preguntaron a los cristianos si eran de los mismos que
en el tiempo pasado solían andar por aquella tierra. Al contestarles que no,
uno de los payaguaes se atrevió a presentarse ante el gobernador, el cual le
preguntó quién le había enviado. Le contestó que su cacique había sabido de la
venida de los españoles, y les había enviado a él y a sus compañeros para decirle
que deseaba ser su amigo, y que todo lo que había tomado a Juan de Ayolas y los
cristianos, lo tenía guardado para dárselo al jefe de los cristianos con el fin
de hacer la paz, y de que le perdonase la muerte de Juan de Ayolas y de los
otros cristianos, porque había sido un asunto de guerra. También explicó que el
oro y la plata que les tomaron serían unas setenta y seis cargas que portaban
los indios. Luego el gobernador le dijo al indio que le dijese a su cacique que
Su Majestad le había mandado que fuese a aquella tierra a asentar la paz con
ellos y a que las guerras pasadas les fuesen perdonadas. Este cacique es muy temido por su gente y lo tienen en mucho. Si
alguno de los suyos le enoja, le da unos flechazos, y, muerto, llama a su mujer
(si la tiene) y le da un regalo. Cuando va
a escupir, el que más cerca se halla pone las manos juntas, y en ellas escupe.
Estas borracherías y otras parecidas tiene este principal, y en todo el río no
hay ningún indio que haga las mismas cosas. El indio mensajero dijo que él y su
cacique estarían allí con los españoles a la mañana siguiente".
(Imagen) Toca hablar del factor PEDRO
DORANTES. Al parecer actuaba como un funcionario responsable, pero, sin duda, estaba
resentido con Álvar Núñez Cabeza de Vaca y aliado con Domingo de Irala, el cual
era un hombre valioso, pero sin escrúpulos y muy ambicioso. Nunca sabremos si
esa inquina tenía justificación, puesto que la crónica es partidista y está
dedicada básicamente a mostrar una buena imagen del gobernador. A diferencia de
otros funcionarios de Río de la Plata, Pedro Dorantes, nacido en Béjar
(Salamanca) el año 1506, llegó más tarde, en el mismo viaje que hizo Cabeza de
Vaca. Dejó a su mujer e hijos en España,
pero le acompañaba uno, Pedro Dorantes Arias, a quien hemos visto sustituirlo
en el cargo de factor, mientras él se volvía a Asunción con la excusa de
habérsele muerto el caballo. En 1543, regresado de esta campaña el gobernador,
Dorantes y los demás funcionarios
volvieron a enfrentársele, exigiéndole que "consultara con ellos las cosas
referentes al Gobierno de Río de la Plata, pues así lo ordenaba el Rey". El propio Dorantes le
envió a Carlos V informes personales, e incluso le pedía que se protegiera más
a los indios (cosa extraña, pues se supone que Cabeza de Vaca, desde su
aventura en Florida, siempre se preocupó por el bienestar de los nativos). No
tardaron en unirse a Domingo de Irala para destituirlo, encarcelarlo y enviarlo
después preso a España el año 1544, viaje en el que estuvo presente Pedro, el
hijo del factor. A pesar de ello, parece ser que Pedro Dorantes era un hombre honrado y valiente, pues luego
se enfrentó también a Irala por considerar que era un despropósito organizar
una expedición para ir en busca de la
fantasiosa Sierra de la Plata. Hizo valer su opinión de que urgía más crear una
población que facilitara el acceso a la costa atlántica, para lo que se apoyó
en la valiosa opinión del gran jurista y sagaz economista Juan de Matienzo, oidor
de la Audiencia de Charcas. Quizá el problema de Cabeza de Vaca fuera tener un
carácter muy rígido en sus planteamientos, y de poca habilidad diplomática, lo
que, como ya vimos, le costó en Perú la vida a su primer virrey, Blasco Núñez
de Vela, por aplicar las leyes de manera implacable. PEDRO DORANTES falleció en
Asunción el año 1580, habiendo llegado a la ancianidad tras vivir muchas
situaciones tormentosas, en las que procuró mantener la paz con los indios y
entre los españoles, como expone en el escrito de la imagen (año 1556), en el
que le solicita al Rey alguna merced.
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