(1084) Partió Gonzalo de Mendoza en busca de las
provisiones que el gobernador necesitaba para la nueva campaña de descubrimiento
y conquista. Los guaraníes le atendieron bien, pero mandó un mensaje diciendo
que surgió una complicación: "Los intérpretes habían vuelto huyendo porque
los habían querido matar los amigos de un indio que andaba alborotando la
tierra contra los cristianos y contra los indios que eran nuestros amigos".
Además, dos caciques importantes, Guazani y Tabere, se habían aliado con el
rebelde, por lo que Gonzalo trataba de solucionar el problema. La situación era
muy grave porque los guaraníes amigos estaban siendo salvajemente tratados por los
rebeldes, y, de no recibir ayuda de los españoles, se verían obligados a dejar
de enviarles provisiones.
En la crónica se indica, como siempre, que
Cabeza de Vaca llamó a consulta a frailes, oficiales del Rey y capitanes, y les
pareció a todos que aquellos hechos justificaban plenamente una respuesta
militar de los españoles. Visto su parecer, el gobernador envió a Domingo de
Irala con una tropa para atacar a los rebeldes si no se atenían a razones y
continuaban revolviendo: "Partido Domingo de Irala y llegado al lugar,
envió un mensajero a amonestar a Tabere y a Guazani, pero no les quisieron oír,
sino que siguieron molestando a los
indios amigos, y, en algunas escaramuzas, salieron heridos varios españoles, a los
cuales Domingo de Irala envió, para que fuesen curados, a la ciudad de Asunción,
de los cuales murieron unos cinco porque las flechas estaban envenenadas. Pero
fue por culpa suya, pues las heridas eran muy pequeñas, y uno de ellos murió de
sólo un rasguño que le hicieron en la nariz, debido a que eso ocurre cuando los
que son heridos con ese veneno no se guardan mucho de tener excesos con
mujeres, porque, por lo demás, es un
veneno débil".
Después de su cómica explicación médica,
el cronista sigue diciendo: "El gobernador tornó a escribir a Domingo de
Irala, mandándole que por todas las vías que él pudiese trabajase por hacer paz
y amistad con los indios enemigos, porque así convenía al servicio de Su
Majestad, pues, mientras la tierra estuviese en guerra, no podía dejar de haber
alborotos, escándalos, muertes, robos y desasosiegos en ella, de los cuales
Dios y Su Majestad serían deservidos. Domingo de Irala, recibida la misiva, procuró
llevarla a cabo, y, como los rebeldes estaban ya muy fatigados por la guerra que
los cristianos les hacían, fueron a asentar la paz, dieron de nuevo la
obediencia a Su Majestad, y respetaron a todos los demás indios. Luego
Guazani, Tabere y otros muchos indios se
presentaron ante el gobernador a confirmar las paces, y él les dijo que les
perdonaba el desacato pasado, y que, si otra vez lo hiciesen, serían castigados
con todo rigor, tras lo cual, les dio regalos y se fueron muy contentos. Y
viendo el gobernador que aquella tierra y sus naturales estaban en paz y concordia, mandó poner gran
diligencia en traer las provisiones y las otras cosas necesarias para cargar los navíos que habían de ir al
descubrimiento de la tierra por el puerto de los Reyes, que era donde se había
determinado hacerlo. En pocos días, le trajeron los indios más de tres mil
quintales de harina de mandioca y maíz, y con ellos acabó de cargar todos los
navíos con bastimentos, los cuales les pagó con mucha alegría de los nativos, y
proveyó de armas a los españoles que no las tenían y de las otras cosas que
eran menester".
(Imagen) Y saltó la sorpresa: el
gobernador tenía hipócritas enemigos a su alrededor: "Estando ya a punto los
bergantines para ir a conquistar tierras, los oficiales de Su Majestad y los clérigos,
aunque habían dado su conformidad, le dijeron, de forma encubierta, al
comisario fray Bernardo de Armenia y a fray Alonso Lebrón, su compañero, que escapasen
por el camino que el gobernador descubrió desde la costa de Brasil (el que
pasaba por las cataratas de Iguazú), y que se volviesen a aquella costa llevando
ciertas cartas para Su Majestad, dándole a entender que el gobernador usaba mal
de la gobernación que le había concedido. Lo hacían movidos por el odio que le
tenían, con el fin de impedir que descubriera más tierras, lo cual hacían para
que el gobernador no lograse éxitos para Su Majestad. El verdadero motivo de
esto había sido que, cuando el gobernador llegó al territorio de Río de la
Plata, lo halló pobre, a los españoles sin armas, y olvidados los que servían a
Su Majestad. Y ocurrió que los que allí residían se querellaron por los
agravios y malos tratamientos que los oficiales de Su Majestad les hacían, los
cuales, por su propio interés particular, habían creado un nuevo tributo muy
contra justicia y contra lo que se usa en España y en el resto de las Indias,
de lo cual se da cuenta en esta relación". Extrañamente, los frailes se
prestaron a colaborar con los oficiales del Rey (probablemente corruptos), e
hicieron todo lo posible para ocultar su huida, pero algunos indios estaban al
tanto y temieron por sus hijas: "Fueron adonde el gobernador y le pidieron
que mandase que se las devolviesen, las cuales ellos habían confiado a los
dichos frailes para que las adoctrinasen, pues habían oído decir que los
frailes se querían ir a la costa del Brasil y que les llevaban por fuerza a sus
hijas, teniéndolas muy sujetas y aprisionadas. Cuando el gobernador supo esto,
ya los frailes eran idos, por lo que envió tras ellos y los hizo volver a la
población. Todo esto causó gran alboroto y escándalo, tanto entre los españoles
como en toda la tierra de los indios, de manera que los caciques principales hicieron
grandes protestas. El gobernador, recibida la información contra los frailes y
oficiales, mandó apresar a los oficiales, y, por no detenerse con ellos,
sometió la causa a un juez para que conociese de sus culpas y cargos, y, bajo
fianzas, llevó dos de ellos consigo, dejando a los otros presos en la ciudad y
suspendidos de oficio hasta tanto que Su Majestad proveyese en ello lo que más
fuese servido".
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