(1090) El gobernador tenía mucho interés
en saber las características de los indios xarayes, que estaban emplazados no
muy lejos de Puerto de los Reyes. Habían partido para recoger información Antón
Correa y Héctor de Acuña con algunos indios que les servían de guías. El
viaje fue provechoso, e incluso los
xarayes se mostraron amables y dispuestos a tener amistad con los españoles,
pero había algo que podía estropearla, ya que eran enemigos declarados de los
guaraníes: "Salieron más de quinientos indios de los xarayes a recibirlos
con mucho placer, y los llevaron adonde estaba su cacique, el cual los invitó a
sentarse, y luego mandó que viniera un indio guaraní que hacía mucho tiempo que
estaba entre ellos, se había casado con
una india xaraye y era muy querido, como si fuera de los suyos. El cacique
añadió que se alegraba mucho de ver a los españoles, que, desde el tiempo que Alejo
García andaba por aquellas tierras tenía noticia de ellos, y que los tenía por
sus parientes y amigos".
Sin embargo no les pudo informar acerca de
las características de los territorios próximos ni de sus habitantes porque
nunca iban a aquellos lugares, debido a que eran zonas que se llenaban de agua
y, cuando desaparecía, quedaba la tierra de manera que no se podía andar por
ella. No obstante, había una solución: "Les dijo que el mismo indio guaraní
que estaba haciendo de intérprete conocía las poblaciones de tierra adentro y
sabía el camino por donde habían de ir, y él se prestó a ayudarles con muy
buena voluntad. Los españoles le rogaron al cacique que también el indio los
llevara a tierra de guaraníes, porque querían hablar con ellos. Pero él se escandalizó
mucho, y, aunque que con buen semblante, respondió que los indios guaraníes
eran sus enemigos y se mataban unos a otros, por lo que les rogó que no fuesen
a buscar a sus enemigos para tenerlos por amigos. Sin embargo le dijo que al
día siguiente los llevarían sus indios para que hablasen con los guaraníes.
Luego mandó que les diesen de comer, y les dijo que, si quisiesen cada uno su
moza, se las darían, pero no las quisieron, diciendo que venían cansados".
Pero el cacique era un maniobrero, y les
preparó a los españoles un montaje que frustró sus deseos: "Al otro día,
una hora antes del alba, comenzó un ruido de tambores y bocinas tan grande, que
parecía que se hundía el pueblo, y en aquella plaza que estaba delante de la
casa principal se juntaron todos los indios, muy emplumados y preparados para
la guerra, con sus arcos y muchas flechas. Luego el cacique abrió la puerta de su casa
para verlos, y habría unos seiscientos indios de guerra. Entonces les dijo a
los españoles: 'Cristianos, mirad a mi gente. Id con ellos adonde los guaraníes,
porque si fueseis solos, os matarían sabiendo que habéis estado en mi tierra y
que sois mis amigos'. Y los españoles, visto que de aquella manera no podrían
hablar al principal de los guaraníes, y que sería ocasión de perder la amistad
de los dichos xarayes, les dijeron que tenían determinado volverse a dar cuenta
de todo al gobernador, y de esta manera se sosegaron los indios. Estuvieron
todo aquel día en el pueblo de los xarayes, el cual sería de hasta mil vecinos,
y en las cercanías había otros cuatro pueblos de la misma tribu, y todos
obedecían al dicho cacique, el cual se llamaba Camire".
(Imagen) El indio guaraní que estaba
utilizando como guía el gobernador Cabeza de Vaca había sobrevivido a muchos
ataques de otros indígenas, y, como vimos, fue acogido por los xarayes. Tenía
buena voluntad para tatar de orientar al gobernador en la ruta que quería
seguir, pero todo se ponía en contra. Incluso le resultaba imposible acertar
con el camino correcto porque, con el paso del tiempo, la vegetación había
cubierto y uniformado todos los lugares. La tropa empezó a temer que las
provisiones se acabasen, y el gobernador hizo una consulta: "Tras juntar
el gobernador a los oficiales de Su Majestad, los clérigos y capitanes, le
dijeron que ellos habían visto que a la mayor parte de los españoles les
faltaban alimentos desde hacía tres días, por lo que les parecía muy peligroso
seguir adelante sin provisiones, y que pensaban que era necesario volver al
puerto de los Reyes, donde habían dejado los navíos. Y visto su parecer, la
necesidad de la gente y la voluntad que todos tenían de dar la vuelta, el
gobernador les habló del gran daño que de ello resultaría, y les dijo que en el
puerto de los Reyes era imposible hallar provisiones suficientes para sustentar
a tanta gente, porque el maíz no estaba aún para recoger, ni los indios tenían
qué darles, y, además, vendría pronto la creciente de las aguas, las cuales crearían
muchas dificultades. Pero nada bastó para que cambiaran de opinión. Ante su terca
voluntad, lo tuvo que hacer para no dar lugar a que hubiese algún desacato y se
viera obligado a castigar a algunos. Los tuvo que complacer, y mandó a la gente
que se preparara para volver al día siguiente al puerto de los Reyes. No
obstante, quiso que alguien continuara descubriendo tierras, y envió desde allí
al capitán Francisco de Ribera, que se le ofreció voluntario, yendo con él seis cristianos y el
guía que sabía el camino, más once indios principales. Los enviados se encaminaron hacia Tapua, y el
gobernador se dirigió a Puerto de los Reyes con toda la gente. En ocho días se presentó en el puerto, pero bien
descontento por no haber podido seguir explorando tierras nuevas". A pesar
de que pronto tendrá Cabeza de Vaca graves problemas con sus enemigos políticos,
el Rey le echó una mano antes de que Álvar muriera el año 1557. Le concedió en
1554 una pensión de mil pesos de oro anuales, y vemos en la imagen que, en
1556, ordenó que le entregaran "12.000 maravedíes para ayudarle a curarse
de la enfermedad con que está (que sería, probablemente, la que lo llevó a
la tumba)".
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