lunes, 23 de agosto de 2021

(1502) Gonzalo de Mendoza y Francisco de Ribera, los dos capitanes que Cabeza de Vaca envió, por distintas rutas, desde Puerto de los Reyes a explorar tierras, tuvieron muchos enfrentamientos con los nativos.

 

     (1092) El gobernador había vuelto a Puerto de los Reyes, pero recordemos que no se resignaba a abandonar los descubrimientos y tenía varios capitanes en danza llevando a cabo esa labor y la de conseguir urgentemente provisiones. Uno de ellos era Gonzalo de Mendoza, el cual le remitió pronto un informe explicando cómo le iba: "A los pocos días de partir, el capitán Mendoza envió una carta diciendo que, cuando llegó donde los indios arrianicosies, les mandó un intérprete para rogarles que le vendiesen alimentos, con la promesa de pagarles muy bien, a base de cuentas (bisutería), cuchillos, cuñas de hierro y muchos anzuelos (todo lo cual ellos valoraban mucho). Pero que el intérprete había vuelto huyendo de los indios, porque lo querían matar, diciéndole a gritos que no fuesen los cristianos a su tierra, porque no querían darles ninguna cosa, sino matarlos a todos, y que, para ello, les habían venido a ayudar los indios guaxarapos, que eran muy valientes".

     Gonzalo de Mendoza quiso hacer un nuevo intento de ganarse a los indios, y se dirigió con sus hombres al poblado: "Pero, estando ya cerca, salieron contra ellos los indios con clara intención de matarlos, por lo cual, en su defensa, habían derribado a dos de ellos con arcabuces, y los demás, al verlos muertos, se fueron huyendo por los montes. Luego les envió a un indio que había tomado preso, para pedirles que volviesen a sus casas, asegurándoles que los tendría por amigos, y que les pagaría las provisiones que les había tomado. Pero no lo quisieron hacer, sino que se acercaban a su campamento para atacarlos, tratando de hacerles todo el daño posible. El gobernador le contestó que procurase que los indios volviesen a sus casas sin darles batalla, sino que les pagase todos los alimentos que les había tomado, les dejasen en paz, y fuesen a buscar más provisiones por otras partes. El capitán Mendoza le respondió a esto diciendo que hizo lo que el gobernador le mandó, pero sin éxito, porque los indios siguieron haciendo la guerra con otros indios a los que habían llamado, los guaxarapos y los guatos, que se habían juntado con ellos por ser enemigos nuestros".

     A la vuelta de su viaje, con solo seis españoles, un guía y tres guaraníes, también Francisco de Ribera le informó al gobernador de lo que vieron  en el territorio de los indios tarapecocies.  Habían caminado siempre hacia el oeste durante 21 días: "Comieron de seguido venados y puercos que los indios mataban, porque era muy abundante la caza que había, así como infinita miel en lo hueco de los árboles, y frutas salvajes suficientes para todos, y sacaron excelentes y abundantes pescados de un río que pasaba por Tapuaguazu. Luego pasaron el río, y, andando por donde el guía los llevaba, dieron con huellas frescas de indios, pues, como aquel día había llovido, estaba la tierra mojada, y parecía que habían andado de caza. Siguiendo el rastro de las huellas, dieron en unas grandes plantas de maíz que estaba a punto a coger, y entonces, sin poder ocultarse, les salió al paso un indio solo, cuyo lenguaje no entendieron, que traía un adorno grande en el labio bajo, de plata, y unos pendientes de oro".

 

     (Imagen) El indio tarapecocie que les salió al paso a FRANCISCO DE RIBERA, a los seis españoles y a los pocos guaraníes que les acompañaban los llevó a su casa, y vieron que tenía cosas de valor, como objetos de plata. Les dijo que se sentaran y les dio vino de maíz. Pero empezó a ocurrir algo alarmante: "Llegaban muchos indios pintados y emplumados, y con arcos y flechas a punto de guerra. El dueño de la casa habló con ellos muy acelerado, y enviaba indios que iban y venían con mensajes,  por lo que supieron que hacía llamamiento de gente para matarlos. Francisco de Ribera dijo a los cristianos que saliesen de la casa antes de que se juntasen más indios, haciéndoles creer que traerían a otros muchos cristianos que estaban cerca.  Cuando ya iban a salir, los indios se les ponían delante para impedírselo, pero lograron pasar, y, estando aún a un tiro de piedra de la casa, los indios los siguieron tirándoles muchas flechas hasta que se metieron por el monte y pudieron defenderse. Los indios, creyendo que allí había más cristianos, no osaron entrar tras de ellos, y los españoles, más el guía y los tres guaraníes que no los habían abandonado (fueron ocho los que huyeron) pudieron escapar, aunque todos heridos. Regresaron por el mismo camino que habían desbrozado, y lo que habían caminado en veintiún días, desde donde el gobernador los había enviado, el Puerto de los Reyes, hasta llegar al territorio de los tarapecocies, lo anduvieron de regreso en doce días, y calcularon que la distancia era de setenta leguas". Pero es probable que el ataque de los indios se debiera a un malentendido: "En este puerto de los Reyes estaban algunos indios tarapecocies, los cuales vinieron con Alejo García. El gobernador los llamó para que también le informasen, y les alegró ver unas flechas que Francisco de Ribera había traído, de las muchas que les tiraron los tarapecocies. El gobernador les preguntó por qué los de su tribu habían querido matar a los españoles que habían ido a hablarles. Y dijeron que ellos no eran enemigos de los cristianos, sino que los tenían por amigos desde que Alejo García estuvo en sus tierras y contrató con ellos, y que la causa de que quisieran matarlos sería por llevar en su compañía indios guaraníes, que los tienen por enemigos, porque, en  tiempos pasados, fueron hasta su tierra a destruirlos". También le dijeron que, si hubiesen llevado un intérprete que hablara la lengua de los tarapecocies, todo se habría solucionado.







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