(1094) Volvió el tercer capitán que había
sido enviado de expedición por el gobernador: "El día treinta de de enero de
1543 vino el capitán Hernando de Ribera con el navío y su gente, y, como lo halló enfermo, a él y
a otros, de calenturas, no le pudo hacer relación de su viaje. En este tiempo
las aguas de los ríos crecían tanto, que anegaban toda aquella tierra, por lo
cual no se podía ir de expedición durante cuatro meses, y los indios iban todo
el tiempo con sus canoas buscando qué comer. Tienen, además, la costumbre de
matarse y comerse los unos a los otros. Cuando las aguas bajan, montan sus
tiendas donde las tenían antes, y queda la tierra llena de pestilencia del mal
olor del pescado que está en seco sobre ella, y, con el gran calor que hace, resulta
muy trabajoso de sufrir. Tres meses estuvo el gobernador en el puerto de los
Reyes con toda la gente enferma de calenturas, y él también, esperando que Dios
fuese servido de darles salud y que las aguas bajasen para llevar a cabo el
descubrimiento de tierras, pero cada día crecía la enfermedad, y lo mismo
hacían las aguas".
Se impuso la realidad y hubo que abandonar
el plan: "De manera que nos fue forzado retirarnos del puerto de los Reyes
con harto trabajo, y, además, hubo tantos mosquitos, que ni de noche ni de día
nos dejaban reposar, con lo cual se pasaba un tormento intolerable, que era
peor que sufrir las calenturas. Por estos inconvenientes, y porque los
oficiales de Su Majestad le habían requerido al gobernador que se retirase a la
ciudad de Asunción, adonde la gente convaleciese, y siendo del mismo parecer
los clérigos, decidió hacerlo".
No sabe uno a qué atenerse. La crónica de
Pedro Hernández está claramente al servicio de la reputación de Cabeza de Vaca,
que se veía en apuros por las acusaciones que Domingo de Irala y sus aliados
presentaron ante el Rey para justificar su destitución como gobernador. Por
otra parte, Cabeza de Vaca debió de ser un hombre de talante religioso y
puritano (aunque tuvo como amante a una india que, al parecer, lo era del capitán
Hernando de Mendoza), y es de suponer que esa rigidez moral le crearía problemas
entre la gente que tenía bajo su mando. Veamos lo que lo que se dice a
continuación en la crónica: "El gobernador no consintió que los cristianos
volviesen a Asunción con unas cien muchachas indias del puerto de los Reyes, cuyos
padres se las habían ofrecido a capitanes y personas señaladas para quedar bien
con ellos, y para que hiciesen de ellas lo que solían de las otras que tenían. Por
evitar la ofensa que en esto a Dios se hacía, el gobernador mandó a sus padres
que las tuviesen consigo en sus casas hasta que ellos regresasen. Y, para dar
más firmeza a lo que mandaba, publicó una instrucción de Su Majestad en la que exigía
'que ninguno sea osado de sacar a ningún indio de su tierra, so graves penas'.
De esto, quedaron los indios muy contentos, y los españoles muy quejosos y
desesperados, y por esta causa le querían algunos mal, y desde entonces fue
aborrecido por la mayoría de ellos, por lo que diré más adelante. Embarcada la
gente, ansí cristianos como indios, se vino al puerto y ciudad de la Asunción
en doce días, habiendo tardado dos meses
cuando subió".
(Imagen) El gobernador Álvar Núñez Cabeza
de Vaca tuvo que regresar a Asunción porque todo se le había puesto en contra
en la salida de expedición que había hecho. Lo que no sabía era que le esperaba el desastre. Llegó el ocho de
abril de 1543, habiendo enfermado él y casi todos sus hombres, y vio que la
ciudad era acosada por los indios. Quince días después le ocurrió lo peor:
"Como los oficiales de Su Majestad le tenían odio porque no les consentía
que actuaran contra el servicio de Dios y de Su Majestad, viendo al gobernador
y a sus hombres tan enfermos, acordaron apresarlo. Para hacerlo más fácilmente,
les dijeron a cien hombres que el gobernador les iba a quitar sus haciendas, y
que ellos querían requerirle que no se las quitase, pero que, por temor a que
el gobernador los apresara, les pedían que los acompañasen armados para
impedirlo. Y así, el veedor Alonso Cabrera, el contador Felipe de Cáceres, el
teniente de tesorero Garci Venegas, Don Francisco de Mendoza, Jaime Rasquín
(quien luego le puso al gobernador a los pechos un arpón con yerba venenosa),
el intérprete y portugués Diego de Acosta y el canario Solórzano, después de
que les ayudara abriéndoles la puerta un criado del gobernador, llamado Pedro
de Oñate, entraron a prenderlo. Acto seguido, llegaron unos doce de ellos a la
cámara en la que estaba muy malo el gobernador, diciendo a voces: '¡Libertad,
libertad; viva el Rey!'. Luego sacaron al gobernador en camisa, y, al salir a
la calle, toparon con la otra gente que ellos habían traído engañada para
ayudarles. Los cuales, al ver que habían apresado al gobernador, les dijeron:
'Traidores. ¿Nos traéis para requerir al gobernador que no nos quite nuestras
haciendas, y no le requerís, sino que le apresáis?'. Y echaron mano a las
espadas, y hubo una gran revuelta entre ellos, pero los amotinados se metieron
con el gobernador en la casa de Garci Venegas, y le pusieron grillos. Después
les quitaron las varas al alcalde mayor, Juan Pavón, y al alguacil, Francisco
de Peralta, los llevaron a empujones a la cárcel, y los echaron de cabeza en el
cepo. Tras lo cual, tomaron un tambor e iban por las calles alborotando y
desasosegando al pueblo, dando gritos de libertad, libertad, y de vivas al
Rey". Qué diferente la aventura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca en La
Florida a la que está viviendo ahora en Paraguay… El título del libro de la
imagen es engañoso, pero nos servirá para aclarar las motivaciones de Cabeza de
Vaca y las de sus enemigos.
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