lunes, 23 de agosto de 2021

(1501) Casi siempre la amistad de los indios era quebradiza, y las salidas de exploración resultaban muy peligrosas. La crónica está redactada para informar, pero también para que Cabeza de Vaca pueda defenderse de sus enemigos políticos.

 

     (1091) Pero, como casi siempre, la amistad de los nativos era quebradiza: "Vuelto el gobernador al puerto de los Reyes, el capitán Juan Romero, que había permanecido en el lugar como su teniente, le dijo que, a poco de que partiera con sus hombres del puerto, los indios de allí y de la isla que está a una legua de distancia planeaban matar a todos los cristianos que no marcharon, y tomarles los bergantines. Para ello, hacían llamamientos a los indios por todas partes, y se unieron pronto  los guaxarapos, que son nuestros enemigos, y otras tribus, teniendo acordado dar contra los cristianos de noche, para lo cual venían a espiar, fingiendo que mercadeaban. Al saberlo el gobernador, llamó a los indios principales, y les pidió, de parte de Su Majestad, que no quebrantasen la paz que ellos habían aceptado, pues el gobernador y todos los cristianos los habían tratado como amigos, dándoles muchas cosas, y los defendería de sus enemigos, pero que, si otra cosa hiciesen, los tendría como enemigos y les haría guerra. Tras escucharle, los indios prometieron de nuevo tener por amigos a los cristianos, y echar de su tierra a los indios que habían venido contra ellos, que eran los guaxarapos y otras tribus". Le quedaba al gobernador otro problema por resolver, el de buscar comida para los que habían llegado con él al poblado. Solo contaba con las provisiones remanentes de los bergantines, que no durarían más de doce días, porque, entre españoles e indios amigos, dependían de él unas tres mil personas: "Ante tamaña necesidad, que ponía a la gente en riesgo de morir, les preguntó a los indios principales de la tierra dónde encontraría provisiones a cambio de regalos, y le dijeron que a nueve leguas de allí estaban, en la ribera de unas grandes lagunas, unos indios llamados arrianicosies, que se las darían en gran abundancia".

     Se presta a confusión la salida de dos capitanes que fueron encargados por el gobernador de descubrir nuevas tierras. El primero que salió fue Francisco de Ribera, y ahora nos habla el cronista del otro, que tenía el mismo apellido: "Envió al capitán Hernando de Ribera en un bergantín, con cincuenta y dos hombres, para que fuesen por el río arriba hasta los pueblos de los indios xarayes y hablase con su cacique para que le informase de lo de que había más adelante, y procurase  hacer tratos con los indios que encontrara siguiendo por el borde del río, y, acatada la orden,  se hizo a la vela el día 20 de diciembre del dicho año 1543".

     Y justo un mes más tarde regresó el otro del mismo apellido: "A 20 días del mes de enero del año 1544 años, vino el capitán Francisco de Ribera con los seis españoles que con él envió el gobernador (también a descubrir tierras),  con el guía y con tres indios que le quedaron de los once guaraníes que le acompañaron (enseguida explica que los otros ocho habían huido).  Llegado con los seis cristianos, los cuales venían heridos, toda la gente se alegró con ellos, y dieron gracias a Dios de verlos escapados de tan peligroso camino, porque, en verdad el gobernador los daba por perdidos, ya que, de los once indios que con ellos habían ido, se habían vuelto ocho, por lo cual el gobernador tuvo mucho enojo con ellos y los quiso castigar, e incluso los indios principales le habían rogado que los ahorcase por desamparar a los cristianos. El gobernador se limitó a lo reprenderlos, con aviso de que, si otra vez lo hiciesen, los castigaría".

    

     (Imagen) La crónica la escribe Pedro Hernández, el secretario de gobernador, y vemos cómo, una y otra vez, está mostrando que Cabeza de Vaca era muy cuidadoso haciendo, antes de tomar una decisión, consultas previas a los clérigos, los funcionarios del Rey y los capitanes del ejército, que, incluso, quedaban formalizadas por escrito y firmadas. Uno saca la impresión de que el gobernador quiso que el texto le sirviera de defensa contra la destitución a la que fue forzado (como pronto veremos) por varios capitanes rebeldes, y contra las acusaciones en que ellos se basaban. Lógicamente, le parecería más creíble que contara la historia su secretario y no él directamente; pero, además, tanta insistencia exagerada en su cumplimiento escrupuloso de la opinión de los asesores oficiales, tiene todo el aspecto de  hacerse para que sirva de escudo protector frente a los jueces. Habitualmente, en las Indias, los conquistadores, en caso de necesidad, cogían provisiones de los indios por la fuerza si se resistían, y, si respondían agresivamente, utilizaban las armas, todo ello de manera automática. Según Cabeza de Vaca, él siempre lo sometía previamente a consulta. En este caso, además de haber obtenido la conformidad, redactó un documento para que el capitán Gonzalo de Mendoza actuara en consecuencia: "Lo que vos habéis de hacer al buscar provisiones para que nuestra gente no se muera de hambre, es pagárselas debidamente a los indios que están por la comarca, diciéndoles que deseo verlos y tenerlos por amigos, y darles de mis cosas. Habéis de tener gran cuidado de que, por los lugares donde haya indios amigos nuestros, no consintáis que nadie de los que con vos lleváis les haga fuerza ni ningún mal tratamiento, sino que todo lo que ellos os dieren, lo pagaréis como deseen, para que no tengan causa de quejarse. Llegado a los pueblos, pediréis a los indios que os den provisiones, ofreciéndoles la paga y rogándoselo con amorosas palabras. Pero, si no os las quisiesen dar, habréis de tomárselas por la fuerza, y, si se opusieran con mano armada, tendréis que hacerles la guerra, porque el hambre que sufrimos  no permite otra cosa. En todo lo que sucediere cuando partáis, comportaos tan templadamente como conviene al servicio de Dios y de Su Majestad, lo cual espero de vos, como servidor suyo que sois". Sus enemigos le arrebatarán el cargo al gobernador, pero en la imagen vemos a alguien que lo defendió valientemente: Juan Muñoz de Carvajal. Es tan interesante su carta, que la transcribiré ponto íntegramente.




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