(1078) Resulta llamativo que era típico de
los conquistadores españoles echar una mano a los indios amigos. Es cierto que
lo hacían por interés, pero también que arriesgaban sus vidas por ellos. Ahora
vemos al gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca sacando de un malentendido a los
indios guaraníes para que se unan de nuevo al escuadrón español, con el fin de
darles juntos un castigo a sus rabiosos vecinos y enemigos, los guaicuríes,
quienes, desde siempre, les impedían vivir en paz: "Viendo los indios al
gobernador en persona entre ellos, y oyendo las cosas que les dijo, se
sosegaron, y salieron del monte con él. En aquel trance estuvo a punto de
perderse toda la buena relación, porque, si los guaraníes huían y se volvían a
sus casas, no volvería a fiarse de los españoles. Cuando salieron, llamó el
gobernador a todos los principales, los cuales estaban muy atemorizados, y les
dijo que viniesen sin ningún temor, pues, si los españoles los habían querido
matar, ellos habían sido la causa al ponerse en disposición de atacar, con
muestras de querer matarlos, cuando, en realidad, sabían que todo se originó al
pasar un tigre que había puesto el temor en todos. Y añadió que, puesto que eran amigos, se
tornasen a juntar, ya que sabían que la guerra que iban a hacer era para
ayudarles a ellos mismos, pues los indios guaicurúes no conocían a los
españoles ni les habían hecho ningún daño.
Persuadidos por las buenas palabras del gobernador, dijeron los
principales que creyeron que atacaban
sus enemigos, y por eso salieron huyendo
buscando el amparo de los españoles. Tras quedar sosegados los jefes guaraníes,
también se acercaron sus indios, y se vio que
ninguno había resultado muerto".
Para evitar otro percance semejante,
Cabeza de Vaca dio un cambio a la
distribución de la tropa conjunta: "El gobernador mandó que todos los
indios pasasen a la retaguardia, quedando los españoles en la vanguardia, y la
gente de a caballo tras los infantes. Luego dio orden de que todos se pusiesen
en marcha, con el fin de contentar a los indios
viendo la voluntad con que iban contra sus enemigos, y perdiesen el
temor de lo pasado". Luego el cronista deja claro que la amistad con los
guaraníes era vital: "El gobernador sabía que, si se rompiera definitivamente
la amistad con esos indios, todos los
españoles que estaban en la provincia no se podrían sustentar ni vivir en ella,
y la habrían de abandonar forzosamente".
No tardó en volver uno de los espías del
gobernador, con la buena noticia de que, a tres leguas de allí, había
localizado a los guaicuríes montando sus tiendas: "De lo cual se alegró mucho
el gobernador, porque tenía temor de que hubiesen oído los arcabuces durante el
alboroto de aquella noche. Mandó levantar el campo, y caminó con la gente
para dar en los enemigos al reír del alba (qué poético). Mandó
poner a los indios, en el pecho y en la
espalda, unas cruces de yeso, para que fuesen conocidos por los españoles, y no
los matasen pensando que eran enemigos, aunque no era remedio bastante, porque,
entrando de noche en las tiendas, no era suficiente para evitar golpes de espadas
que hieren y matan a enemigos y amigos. Caminaron
hasta que el alba comenzó a romper, y estuvieron esperando cerca del poblado
enemigo a que aclarase el día para poder darles batalla.
(Imagen) Se va a producir el
enfrentamiento de españoles y guaraníes contra los enemigos de estos, los
brutales guaicurúes. Era mucho lo que
arriesgaban generosamente los conquistadores, pero no estaban a su altura los
indios amigos: "Para que no fuesen oídos, mandó el gobernador Cabeza de
Vaca que se llenasen las bocas de los caballos de yerba sobre los frenos, de
manera que no pudiesen relinchar. Les ordenó a sus indios que tuviesen cercado
el pueblo de los enemigos, dejándoles una salida por donde pudiesen huir, para
no hacer mucha carnicería en ellos. Estando así esperando, los guaraníes del
gobernador se morían de miedo a los contrarios. Sin embargo, los guaicurúes
tañían sus tambores diciendo a sus enemigos que viniesen a su encuentro, porque
ellos eran más valientes que todas las otras tribus. Cuando ya amanecía, se
adelantaron los guaicurúes, vieron el bulto de la gente y las mechas de los
arcabuces, y gritaron diciendo: '¿Quiénes sois vosotros, que osáis venir a
nuestras casas?'. Y les respondió un cristiano que sabía su lengua: 'Yo me
llamo Héctor, y vengo con los míos a vengar la muerte de los batatos (quizá
se llamara así a los guaraníes por ser bajos y rechonchos) que vosotros
matasteis' Entonces replicaron los enemigos: 'Venid en mala hora, pues habrá
para vosotros lo que hubo para ellos'. Y, acabado de decir esto, atacaron con
gran ímpetu, pero los españoles y los guaraníes arremetieron contra ellos
invocando al Señor Santiago, y, como los guaicurúes no habían visto nunca caballos, huyeron por los
montes. Al pasar por su pueblo, pusieron fuego a una tienda, el cual se
extendió a todas las demás. Habría de esta gente unos cuatro mil hombres, los
cuales se retiraron detrás del humo de sus casas, y, estando así cubiertos con el humo, mataron
a dos cristianos y descabezaron a doce indios guaraníes que consigo tenían
presos. Los tomaron por los cabellos, y, con unos cuatro dientes que traen en
un palo, que son de un pescado que se llama palometa, dándoles tres o cuatro
refregones, corriendo la mano por el pescuezo y torciéndola un poco, se lo
cortan, y les quitan la cabeza, llevándola después en la mano asida por los
cabellos. Aunque van corriendo, muchas veces lo suelen hacer así tan fácilmente
como si fuese otra cosa más ligera". En la imagen, Asunción, con medio
millón de habitantes.
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