sábado, 7 de agosto de 2021

(1488) Los españoles van a arriesgar su vida por defender a los guaraníes de los guaicurúes, los cuales huyeron al ver por primera vez caballos. La detallada narración resulta muy verosímil.

 

     (1078) Resulta llamativo que era típico de los conquistadores españoles echar una mano a los indios amigos. Es cierto que lo hacían por interés, pero también que arriesgaban sus vidas por ellos. Ahora vemos al gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca sacando de un malentendido a los indios guaraníes para que se unan de nuevo al escuadrón español, con el fin de darles juntos un castigo a sus rabiosos vecinos y enemigos, los guaicuríes, quienes, desde siempre, les impedían vivir en paz: "Viendo los indios al gobernador en persona entre ellos, y oyendo las cosas que les dijo, se sosegaron, y salieron del monte con él. En aquel trance estuvo a punto de perderse toda la buena relación, porque, si los guaraníes huían y se volvían a sus casas, no volvería a fiarse de los españoles. Cuando salieron, llamó el gobernador a todos los principales, los cuales estaban muy atemorizados, y les dijo que viniesen sin ningún temor, pues, si los españoles los habían querido matar, ellos habían sido la causa al ponerse en disposición de atacar, con muestras de querer matarlos, cuando, en realidad, sabían que todo se originó al pasar un tigre que había puesto el temor en todos.  Y añadió que, puesto que eran amigos, se tornasen a juntar, ya que sabían que la guerra que iban a hacer era para ayudarles a ellos mismos, pues los indios guaicurúes no conocían a los españoles ni les habían  hecho ningún daño. Persuadidos por las buenas palabras del gobernador, dijeron los principales  que creyeron que atacaban sus enemigos,  y por eso salieron huyendo buscando el amparo de los españoles. Tras quedar sosegados los jefes guaraníes, también se acercaron sus indios, y se vio que  ninguno había resultado muerto".

     Para evitar otro percance semejante, Cabeza de Vaca dio un cambio a  la distribución de la tropa conjunta: "El gobernador mandó que todos los indios pasasen a la retaguardia, quedando los españoles en la vanguardia, y la gente de a caballo tras los infantes. Luego dio orden de que todos se pusiesen en marcha, con el fin de contentar a los indios  viendo la voluntad con que iban contra sus enemigos, y perdiesen el temor de lo pasado". Luego el cronista deja claro que la amistad con los guaraníes era vital: "El gobernador sabía que, si se rompiera definitivamente la amistad  con esos indios, todos los españoles que estaban en la provincia no se podrían sustentar ni vivir en ella, y la habrían de abandonar forzosamente".

     No tardó en volver uno de los espías del gobernador, con la buena noticia de que, a tres leguas de allí, había localizado a los guaicuríes montando sus tiendas: "De lo cual se alegró mucho el gobernador, porque tenía temor de que hubiesen oído los arcabuces durante el alboroto de aquella noche. Mandó levantar el campo, y caminó  con la gente  para dar en los enemigos al reír del alba (qué poético). Mandó poner a los indios, en el pecho y  en la espalda, unas cruces de yeso, para que fuesen conocidos por los españoles, y no los matasen pensando que eran enemigos, aunque no era remedio bastante, porque, entrando de noche en las tiendas, no era suficiente para evitar golpes de espadas que hieren y matan  a enemigos y amigos. Caminaron hasta que el alba comenzó a romper, y estuvieron esperando cerca del poblado enemigo a que aclarase el día para poder darles batalla.

 

     (Imagen) Se va a producir el enfrentamiento de españoles y guaraníes contra los enemigos de estos, los brutales  guaicurúes. Era mucho lo que arriesgaban generosamente los conquistadores, pero no estaban a su altura los indios amigos: "Para que no fuesen oídos, mandó el gobernador Cabeza de Vaca que se llenasen las bocas de los caballos de yerba sobre los frenos, de manera que no pudiesen relinchar. Les ordenó a sus indios que tuviesen cercado el pueblo de los enemigos, dejándoles una salida por donde pudiesen huir, para no hacer mucha carnicería en ellos. Estando así esperando, los guaraníes del gobernador se morían de miedo a los contrarios. Sin embargo, los guaicurúes tañían sus tambores diciendo a sus enemigos que viniesen a su encuentro, porque ellos eran más valientes que todas las otras tribus. Cuando ya amanecía, se adelantaron los guaicurúes, vieron el bulto de la gente y las mechas de los arcabuces, y gritaron diciendo: '¿Quiénes sois vosotros, que osáis venir a nuestras casas?'. Y les respondió un cristiano que sabía su lengua: 'Yo me llamo Héctor, y vengo con los míos a vengar la muerte de los batatos (quizá se llamara así a los guaraníes por ser bajos y rechonchos) que vosotros matasteis' Entonces replicaron los enemigos: 'Venid en mala hora, pues habrá para vosotros lo que hubo para ellos'. Y, acabado de decir esto, atacaron con gran ímpetu, pero los españoles y los guaraníes arremetieron contra ellos invocando al Señor Santiago, y, como los guaicurúes no  habían visto nunca caballos, huyeron por los montes. Al pasar por su pueblo, pusieron fuego a una tienda, el cual se extendió a todas las demás. Habría de esta gente unos cuatro mil hombres, los cuales se retiraron detrás del humo de sus casas,  y, estando así cubiertos con el humo, mataron a dos cristianos y descabezaron a doce indios guaraníes que consigo tenían presos. Los tomaron por los cabellos, y, con unos cuatro dientes que traen en un palo, que son de un pescado que se llama palometa, dándoles tres o cuatro refregones, corriendo la mano por el pescuezo y torciéndola un poco, se lo cortan, y les quitan la cabeza, llevándola después en la mano asida por los cabellos. Aunque van corriendo, muchas veces lo suelen hacer así tan fácilmente como si fuese otra cosa más ligera". En la imagen, Asunción, con medio millón de habitantes.




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