(1096) Convertidos ya en amos y señores
tras haber apresado al gobernador Cabeza de Vaca (con un procedimiento
expeditivo y de muy dudosa legalidad, que a ellos mismos les preocupaba
seriamente por la gravedad del asunto), Domingo de Irala y los funcionarios reales
quisieron llevar a cabo nuevas campañas de conquista: "Comenzaron a
publicar que querían tornar a hacer una entrada por las mismas tierras que el
gobernador había descubierto, con intento de buscar plata y oro, para que,
hallándolo, lo enviasen a Su Majestad con la esperanza de que les perdonase el
delito que habían cometido. Y, si no lo hallasen, se quedarían tierra adentro
poblando, por no volver donde fuesen castigados, y, con estas ilusiones, trataban de convencer a
la gente. Pero, como ya habían comprendido
todos las maldades que habían utilizado, no quiso ninguno dar su consentimiento.
Por ello, la mayor parte de la gente comenzó a protestar y a decir que soltasen
al gobernador, pero los oficiales y los justicias que estaban nombrados
comenzaron a molestar a los que se mostraban contrarios a su prisión, metiéndolos
en la cárcel, quitándoles sus haciendas y maltratándolos. A los que se refugiaban en las iglesias para que no los prendiesen, los vigilaban para que no
les diesen de comer, y decían públicamente que los habían de destruir".
Pero la gente no se conformaba:
"Pronto comenzaron los alborotos y escándalos, porque los que respetaban
la obediencia a Su Majestad les decían a los oficiales y a sus valedores que
todos ellos eran traidores, y los rebeldes, llenos de temor, estaban siempre
con las armas en las manos, protegiéndose con empalizadas en un cerco de seis
casas. Al gobernador lo tenían en una cámara muy pequeña de Garci Venegas, para
que estuviera en medio de todos ellos, y, cada día, el alcalde y los alguaciles
miraban en las casas que estaban alrededor si había alguna tierra movida con
intención de liberarlo. Los oficiales le decían al gobernador: 'Juramos a Dios que,
si la gente intenta sacaros de nuestro poder, os hemos de dar de puñaladas y
cortaros la cabeza'. Para lo cual nombraron cuatro hombres, a los que les
hicieron jurar que, si viesen que intentaban liberarlo, entrasen y le cortasen
la cabeza. Para estar preparados, afilaban sus puñales, y actuaban de manera
que oyese el gobernador lo que hacían y lo que hablaban, siendo los encargados
de esto Garci Venegas, Andrés Hernández el Romo, y otros".
Sin embargo, parte de la población
aprobaba la destitución del gobernador: "Acerca de la prisión del
gobernador, había también muchas pasiones y pendencias entre bandos, unos
diciendo que los oficiales y sus amigos habían sido traidores y que estaban dando
ocasión de que se perdiese toda la tierra, como luego se vio y se sigue viendo,
y otros defendiendo lo contrario. Por
esta causa, se mataron e hirieron muchos españoles unos a otros, y los
oficiales y sus amigos impedían que los que consideraban sospechosos hablasen
entre ellos. Además, tenían hombres que espiaban lo que se decía por el pueblo,
y de noche andaban treinta hombres armados, y a todos los que topaban en las
calles los prendían y procuraban de saber adónde iban y con qué
intención".
(Imagen) Sus enemigos le van a hacer
sufrir un calvario a Cabeza de Vaca, pero, afortunadamente, no tuvieron la
osadía de matarlo porque era el gobernador, y, de hacerlo, Carlos V jamás se lo
habría perdonado. Sigamos con la magnífica carta que JUAN MUÑOZ DE CARVAJAL le
escribió al Rey contra los rebeldes. Vimos que los acusaba de haber actuado por
sus propios intereses. Y continúa diciendo (lo resumo): "Como luego se
comprobó por los malos tratamientos que hicieron a los indios, tirando sus
casas, robándoles, tomándoles sus mujeres paridas y preñadas, y quitándoles las
criaturas de sus pechos, y todas las
cosas que los míseros indios tenían para pasar su vida. Y sucedió que, viendo
los conquistadores que ellos gozaban así de la tierra, cayeron en la vileza de
ir robando y destruyendo como los oficiales de Vuestra Majestad y el capitán Domingo
de Irala hacían, con tanta crueldad, que, el día que se marchaban, había tantos
llantos de los maridos por sus mujeres y de las mujeres por sus maridos, que
parecían romper el cielo pidiendo a Dios misericordia y a Vuestra Majestad
justicia. Y esto ha durado desde el día de la prisión del gobernador Cabeza de
Vaca hasta el día de la fecha de hoy, pues traen manadas de estas mujeres para
sus servicios como quien va a una feria y trae una manada de ovejas, lo cual ha
sido causa de poblar los cementerios de esta ciudad". Luego se queja de
que ha sido nombrado gobernador Domingo de Irala, y, de inmediato, "ha
tomado para sí y para cuatro yernos que tiene, y ha dado a los cuatro oficiales
de Vuestra Majestad lo más y mejor de la tierra, y el resto lo ha repartido entre sus amigos y
paniaguados, así como entre franceses, italianos
y de otras naciones porque le han
ayudado a hacer estas cosas que dicho tengo. Por lo cual suplico a Vuestra
Majestad que no consienta quedar así esto, pues he hecho esta relación por
parecerme que hago lo que debo a vuestro servicio y al de Dios, y, si Vuestra
Majestad lo viese de otra manera, mándeme cortar la cabeza, como a hombre que a
su Rey no le dice la verdad". La carta está fechada el quince de junio del año 1556, en la ciudad de
Asunción, provincia de Río de la Plata. Tiene su firma al pie, y la letra
coincide perfectamente con todo el texto del documento. Seguro que tuvo una
biografía apasionante, pero no he podido encontrar más datos sobre su persona.
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