martes, 31 de agosto de 2021

(1508) El ambiente era explosivo entre los rebeldes y quienes exigían la libertad de Cabeza de Vaca. Incluso los clérigos estuvieron divididos. El regidor de la ciudad, Pedro de Molina, arriesgó mucho enfrentándose a los cabecillas.

 

     (1098) Ya hemos visto anteriormente que había una mala relación entre Cabeza de Vaca y los frailes, a los cuales les había impedido que se quedaran a evangelizar en la brasileña isla Santa Catalina. Cosa extraña, porque el gobernador era un hombre religioso, aunque quizá demasiado estricto. Esa rebeldía de los frailes seguía viva, y se saldrán con la suya: "En este tiempo, estando las cosas tan recias y tan revueltas, les pareció a  fray Bernardo de Armenta y a los otros frailes que era buena coyuntura para acabar de efectuar su propósito de quererse ir (como otra vez lo habían intentado), y hablaron sobre ello a los oficiales y a Domingo de Irala, para que les diese favor y ayuda para ir a la costa del Brasil. Los cuales, por tenerlos contentos, y por ser, como eran, contrarios al gobernador, ya que les había impedido quedarse en Santa Catalina, les dieron licencia y les ayudaron para que se fuesen a la costa del Brasil, y para ello llevaron consigo seis españoles y algunas indias a las que les enseñaban doctrina".

     Cabeza de Vaca intentó que se respetara en alguna medida la legalidad: "Estando el gobernador en la prisión, les dijo muchas veces que, para que cesasen los alborotos y los males que se hacían, le permitiesen que, en nombre de Su Majestad, pudiese nombrar una persona que, como teniente de gobernador, tuviese en paz y en justicia aquella tierra, y que, después de haberlo nombrado, pudiera él presentarse ante Su Majestad para dar cuenta de todo lo pasado. Los oficiales le respondieron que, al quedar preso, perdieron su fuerza las provisiones que tenía, y que bastaba la persona que ellos habían puesto (Irala). Entraban diariamente donde estaba preso, amenazándole que le habían de dar de puñaladas y cortarle la cabeza,  y él les rogaba que, cuando determinasen hacerlo, le diesen un religioso para que le confesase.  Su respuesta fue que si le habían de dar confesor, había de ser Francisco de Andrade (portugués) u otro vizcaíno (sin duda, amigo del vasco Domingo de Irala), y que, si no se quería confesar con ninguno de ellos, que no le darían a otro, porque a todos los tenían por muy amigos suyos. Además, habían tenido presos a Antón de Escalera, a Rodrigo de Herrera y a Luis de Miranda, clérigos, porque les habían dicho que había sido cosa muy mal hecha, contra el servicio de Dios y de Su Majestad, el haberle apresado.  A Luis de Miranda, lo tuvieron preso con el alcalde mayor más de ocho meses, sin ver el sol ni la luna. Ocurrió también que Antón Bravo, un hombre hidalgo y de edad de dieciocho años,  dijo un día que él vería la manera de que el gobernador fuese liberado de la prisión. Entonces los oficiales y Domingo de Irala lo prendieron y le dieron luego tormento,  y, para  poder castigar a otros a los que odiaban, le dijeron que le soltarían libremente si delataba como culpables a muchos que pensaban como él. Tras obligarle a confesar, los prendieron a todos, y a Antón Bravo le dieron cien azotes públicamente por las calles, pregonando que era un traidor, y diciendo que lo había sido contra Su Majestad porque quería soltar de la prisión al gobernador".

 

     (Imagen) El apresamiento del que fue objeto el gobernador Cabeza de Vaca tuvo que convertir la ciudad de Asunción en un hervidero de conflictos entre vecinos: "Los que le encarcelaron dieron tormentos muy crueles a otras muchas personas para saber si trataban de sacar de la prisión al gobernador, y de qué manera lo preparaban, o si se hacían minas debajo de tierra. Muchos quedaron lisiados de las piernas y brazos por los tormentos. Como en algunas paredes del pueblo se había escrito (invitando a enfrentarse a los que apresaron al gobernador) 'Por tu rey y por tu ley morirás', los oficiales y Domingo de Irala hicieron averiguaciones, y luego prendieron y dieron tormento a muchos. Estando así las cosas, Pedro de Molina, natural de Guadix (Granada) y regidor de Asunción, viendo los grandes daños, alborotos y escándalos que en la tierra había, determinó, para servir a Su Majestad, entrar dentro de la empalizada con la que se protegían los oficiales y Domingo de Irala, y, en presencia de todos, quitado el bonete, le dijo al escribano Martín de Ure que leyese su requerimiento para que cesasen los males, muertes y daños que había por la prisión del gobernador, pidiendo que lo sacasen de ella y lo soltasen, porque, con ello, cesaría todo. Y que, si no quisiesen sacarlo, le permitiesen dar poder a quien él quisiese para que, en nombre de Su Majestad, gobernase la provincia, y la tuviese en paz y en justicia. Dando el requerimiento al escribano, rehusaba tomarlo por estar delante todos aquellos, y, al fin, lo tomó, y le dijo a Pedro de Molina que, si quería que lo leyese, que le pagase sus derechos.  Pedro de Molina sacó la espada que tenía en la cinta, y se la dio, la cual no quiso coger, diciendo que él no tomaba espada por prenda. Entonces Pedro de Molina se quitó una caperuza montera, se la dio y le dijo: 'Leedlo, que no tengo otra mejor prenda'. Martín de Ure tomó la caperuza y el requerimiento, y lo tiró al suelo diciendo que no se lo quería notificar a aquellos señores. Luego se levantó Garci Venegas, teniente de tesorero, y, con muchas palabras afrentosas, le dijo a Pedro de Molina que le daban ganas de matarlo a palos, y que eso era lo que merecía por osar dirigirse a ellos con aquellas peticiones. Tras lo cual, Pedro de Molina salió quitándose su bonete (que no fue poca suerte poder salir de entre ellos sin graves consecuencias)". En la imagen vemos que Carlos V había nombrado al valiente y leal Pedro Molina, natural de Guadix, regidor de la ciudad de Asunción en 1540, dos años antes de que llegara Cabeza de Vaca.








domingo, 29 de agosto de 2021

(1507) El apresamiento de Cabeza de Vaca produjo en Asunción un ambiente de anarquía, abusos y maltrato a los indios que asustó a los amotinados. Una india, con mucha habilidad, le llevó cartas a la cárcel durante once meses.

 

     (1097) Tampoco los amotinados vivieron con tranquilidad la situación. Quizá recordaran las terribles consecuencias que tuvieron las guerras civiles entre Diego de Almagro y Francisco Pizarro. Incluso pretendieron apoyarse en el gobernador para que la gente se calmara: "Como los alborotos y escándalos eran tantos cada día, y los oficiales y sus cómplices andaban por ello tan cansados y desvelados, fueron a rogar al gobernador firmase un escrito para la gente en que les mandase que estuviesen sosegados. y que para ello, si necesario fuese, se les pusiese pena. Los mismos oficiales lo escribieron, para que,  si quisiese, lo firmase. Pero, después de firmado, no se lo quisieron notificar a la gente, porque fueron aconsejados de que no lo hiciesen, pues en él  se decía que todos habían estado de acuerdo en apresarlo".

     El cronista Pedro Hernández, fiel amigo del gobernador y testigo de los hechos, va a insistir (incluso con ironía) en la barbarie de los rebeldes y la sensatez de Cabeza de Vaca: "En el tiempo que estas cosas pasaban, el gobernador estaba malo en la cama, y, para la cura de su salud, tenía unos muy buenos grillos en los pies, y a la cabecera una vela encendida, porque la prisión estaba tan oscura que no se veía el cielo, y era tan húmeda, que nacía la yerba debajo de la cama. Para acabar con él, buscaron el hombre que más mal lo odiase, y hallaron uno que se llamaba Hernando de Sosa, al cual el gobernador había castigado porque había dado un bofetón y palos a un indio principal, y le pusieron en la misma cámara para que lo vigilase.  Los funcionarios y todos sus aliados lo guardaban de día y de noche con todas sus armas, y eran más de ciento cincuenta, a los cuales pagaban con la hacienda del gobernador. A pesar de esta guardia, muchas noches le metía la india que le llevaba de cenar una carta que le escribían los de fuera, dándole relación de todo lo que pasaba. Le pedían que les avisara qué era lo que les mandaba hacer, porque gran parte de la gente estaban determinados a morir todos para sacarle, y lo habían dejado de hacer por el temor que les ponían diciendo que si lo intentaban, le habían de dar de puñaladas al gobernador y cortarle la cabeza. No obstante, más de setenta hombres de los que estaban guardando la prisión se habían confederado para defender al gobernador hasta que ellos entrasen, pero él se lo prohibió, porque no se podría hacer sin que se matase a muchos cristianos, y comenzada la cosa, también los indios atacarían a todos los que pudiesen, de forma que se acabarían de perder aquellas tierras y la vida de todos".

     A pesar de los abusos que, sin duda, se cometieron con las indias del Nuevo Mundo, siempre hubo nativas que apreciaron mucho a los españoles, como la que se arriesgaba por ayudar al gobernador: "La india le traía una carta cada tercer noche, y llevaba otra pasando por todas los guardias, que la desnudaban hasta dejarla en cueros, le revisaban la boca y los oídos,  trasquilándola para que no la llevase entre los cabellos, y catándola todo lo posible, que, por ser cosa vergonzosa, no lo señalo. Ella pasaba delante de todos en cueros, y llegada donde estaba el gobernador, se sentaba junto a su cama, y comenzaba a rascarse el pie, y así, se sacaba la carta y se la daba por detrás del otro. Ella traía esta carta, que era medio pliego de papel delgado, sutilmente enrollada y cubierta con un poco de cera negra, metida en lo hueco de los dedos del pie, y venía atada con dos hilos de algodón negro".

    

     (Imagen) Al hablar de la india que hacía de correo para el gobernador, el cronista, a mi entender, pone al descubierto las relaciones sexuales que debía de haber entre los españoles y las nativas: "Los oficiales y sus cómplices (en el derrocamiento y apresamiento de Cabeza de Vaca) sospecharon que el gobernador sabía lo que fuera pasaba y ellos hacían.  Para confirmarlo, buscaron cuatro mancebos que se envolviesen con la india (que le pasaba las cartas al gobernador), lo cual les resultó fácil, porque no suelen ser reacias, y tienen por gran desprecio negárselo a quien se lo pida, y dicen que para qué se lo dieron sino para aquello. Pero, envueltos con ella y dándole muchas cosas, no pudieron saber el secreto suyo, a pesar de que duraron el trato y la conversación once meses". Lo que dice después el cronista coincide con la dura acusación que, como vimos en la imagen anterior, hizo Juan Muñoz de Carvajal con respecto al maltrato generalizado que sufrieron los indios y muchos españoles tras haber sido destituido y apresado el gobernador: "Después de prender al gobernador, los funcionarios del Rey y Domingo de Irala dieron licencia abiertamente a todos sus cómplices para que fuesen a los pueblos de los indios y les tomasen por la fuerza las mujeres, las hijas, y también, sin pagárselas, las cosas que poseían. Iban por toda la tierra dándoles muchos palos, y trayéndoles a sus casas para que labrasen sus heredades sin pagarles nada por ello. Los indios se venían a quejar a Domingo de Irala y a los funcionarios, y ellos respondían que no era asunto suyo. De manera que, con estas respuestas y malos tratamientos, la tierra se comenzó a despoblar, porque se iban los naturales a vivir a las montañas. Muchos de los indios eran cristianos, y, apartándose, perdían la doctrina de los religiosos, en la cual el gobernador tuvo muy gran cuidado de que fuesen enseñados. Y muchos vecinos recibían tan grandes agravios, que más de cincuenta españoles se fueron a la costa del Brasil, buscando la manera de venir a avisar a Su Majestad de los grandes males que estaban ocurriendo. Otros muchos estaban decididos a irse tierra adentro, pero los prendieron y los tuvieron presos mucho tiempo, quitándoles las armas y sus posesiones, y luego se lo daban a sus amigos y cómplices para tenerlos contentos".




sábado, 28 de agosto de 2021

(1506) La mayoría de los habitantes de Asunción rechazaban a los que destituyeron a Cabeza de Vaca, los cuales amenazaban con matarlo. Hubo muertos en los enfrentamientos. La impresionante carta enviada al Rey por Juan Muñoz de Carvajal fue muy valiosa para el gobernador.

 

     (1096) Convertidos ya en amos y señores tras haber apresado al gobernador Cabeza de Vaca (con un procedimiento expeditivo y de muy dudosa legalidad, que a ellos mismos les preocupaba seriamente por la gravedad del asunto), Domingo de Irala y los funcionarios reales quisieron llevar a cabo nuevas campañas de conquista: "Comenzaron a publicar que querían tornar a hacer una entrada por las mismas tierras que el gobernador había descubierto, con intento de buscar plata y oro, para que, hallándolo, lo enviasen a Su Majestad con la esperanza de que les perdonase el delito que habían cometido. Y, si no lo hallasen, se quedarían tierra adentro poblando, por no volver donde fuesen castigados,  y, con estas ilusiones, trataban de convencer a la gente. Pero,  como ya habían comprendido todos las maldades que habían utilizado, no quiso ninguno dar su consentimiento. Por ello, la mayor parte de la gente comenzó a protestar y a decir que soltasen al gobernador, pero los oficiales y los justicias que estaban nombrados comenzaron a molestar a los que se mostraban contrarios a su prisión, metiéndolos en la cárcel, quitándoles sus haciendas y maltratándolos.  A los que se refugiaban en las iglesias para  que no los prendiesen, los vigilaban para que no les diesen de comer, y decían públicamente que los habían de destruir".

     Pero la gente no se conformaba: "Pronto comenzaron los alborotos y escándalos, porque los que respetaban la obediencia a Su Majestad les decían a los oficiales y a sus valedores que todos ellos eran traidores, y los rebeldes, llenos de temor, estaban siempre con las armas en las manos, protegiéndose con empalizadas en un cerco de seis casas. Al gobernador lo tenían en una cámara muy pequeña de Garci Venegas, para que estuviera en medio de todos ellos, y, cada día, el alcalde y los alguaciles miraban en las casas que estaban alrededor si había alguna tierra movida con intención de liberarlo. Los oficiales le decían al gobernador: 'Juramos a Dios que, si la gente intenta sacaros de nuestro poder, os hemos de dar de puñaladas y cortaros la cabeza'. Para lo cual nombraron cuatro hombres, a los que les hicieron jurar que, si viesen que intentaban liberarlo, entrasen y le cortasen la cabeza. Para estar preparados, afilaban sus puñales, y actuaban de manera que oyese el gobernador lo que hacían y lo que hablaban, siendo los encargados de esto Garci Venegas, Andrés Hernández el Romo, y otros".

     Sin embargo, parte de la población aprobaba la destitución del gobernador: "Acerca de la prisión del gobernador, había también muchas pasiones y pendencias entre bandos, unos diciendo que los oficiales y sus amigos habían sido traidores y que estaban dando ocasión de que se perdiese toda la tierra, como luego se vio y se sigue viendo, y otros defendiendo lo contrario.  Por esta causa, se mataron e hirieron muchos españoles unos a otros, y los oficiales y sus amigos impedían que los que consideraban sospechosos hablasen entre ellos. Además, tenían hombres que espiaban lo que se decía por el pueblo, y de noche andaban treinta hombres armados, y a todos los que topaban en las calles los prendían y procuraban de saber adónde iban y con qué intención".

 

     (Imagen) Sus enemigos le van a hacer sufrir un calvario a Cabeza de Vaca, pero, afortunadamente, no tuvieron la osadía de matarlo porque era el gobernador, y, de hacerlo, Carlos V jamás se lo habría perdonado. Sigamos con la magnífica carta que JUAN MUÑOZ DE CARVAJAL le escribió al Rey contra los rebeldes. Vimos que los acusaba de haber actuado por sus propios intereses. Y continúa diciendo (lo resumo): "Como luego se comprobó por los malos tratamientos que hicieron a los indios, tirando sus casas, robándoles, tomándoles sus mujeres paridas y preñadas, y quitándoles las criaturas de sus pechos,  y todas las cosas que los míseros indios tenían para pasar su vida. Y sucedió que, viendo los conquistadores que ellos gozaban así de la tierra, cayeron en la vileza de ir robando y destruyendo como los oficiales de Vuestra Majestad y el capitán Domingo de Irala hacían, con tanta crueldad, que, el día que se marchaban, había tantos llantos de los maridos por sus mujeres y de las mujeres por sus maridos, que parecían romper el cielo pidiendo a Dios misericordia y a Vuestra Majestad justicia. Y esto ha durado desde el día de la prisión del gobernador Cabeza de Vaca hasta el día de la fecha de hoy, pues traen manadas de estas mujeres para sus servicios como quien va a una feria y trae una manada de ovejas, lo cual ha sido causa de poblar los cementerios de esta ciudad". Luego se queja de que ha sido nombrado gobernador Domingo de Irala, y, de inmediato, "ha tomado para sí y para cuatro yernos que tiene, y ha dado a los cuatro oficiales de Vuestra Majestad lo más y mejor de la tierra,  y el resto lo ha repartido entre sus amigos y paniaguados, así como entre franceses,  italianos  y de otras naciones porque le han ayudado a hacer estas cosas que dicho tengo. Por lo cual suplico a Vuestra Majestad que no consienta quedar así esto, pues he hecho esta relación por parecerme que hago lo que debo a vuestro servicio y al de Dios, y, si Vuestra Majestad lo viese de otra manera, mándeme cortar la cabeza, como a hombre que a su Rey no le dice la verdad". La carta está fechada el quince  de junio del año 1556, en la ciudad de Asunción, provincia de Río de la Plata. Tiene su firma al pie, y la letra coincide perfectamente con todo el texto del documento. Seguro que tuvo una biografía apasionante, pero no he podido encontrar más datos sobre su persona.




viernes, 27 de agosto de 2021

(1505) Es evidente que el apresamiento, con despojo de sus bienes, del gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca fue un atropello. Le dieron el cargo a quien estaba en la sombra: Domingo de Irala. Magnífica carta de JUAN MUÑOZ DE CARVAJAL.

 

     (1095) Los rebeldes  no querían dejar cabos sueltos e infringieron todas las normas: "Más tarde, los funcionarios oficiales fueron a las casas donde el gobernador tenía las escrituras y provisiones que Su Majestad le había dado acerca de la gobernación de aquellas tierras, descerrajaron unas arcas, y tomaron todas las que en ellas estaban, y se apoderaron de todo ello. Abrieron asimismo un arca en la que se habían depositado los procesos que se habían hecho contra los oficiales por los delitos que habían cometido, tomaron todos sus bienes, saqueándolos, y lo que quedó de la hacienda del gobernador lo pusieron en poder de quienes más estaban de su parte. Valía su hacienda, según dicen, más de cien mil castellanos,  la cual incluía los diez bergantines, de los que también se apoderaron". Álvar Núñez Cabeza de Vaca había quedado arruinado tras el desastre de la campaña de La Florida bajo el mando del 'sin ventura' (como decían entonces) Pánfilo de Narváez. Y, sin embargo, poco después de llegar sano y salvo a México, se trasladó a España, el Rey lo nombró Gobernador de Río de la Plata, y tuvo dinero suficiente (una fortuna) para financiar él mismo la costosa campaña. La única explicación que se me ocurre es que, ya antes de ir a La Florida, fuera un hombre muy rico, tras haber ahorrado los beneficios de las campañas europeas en las que participó, más los sueldos que le correspondieron como funcionario, y, quizá también, alguna herencia importante.

     Está claro que, durante los meses de ausencia del gobernador, se fue creando en Asunción un clima de motín contra él, esperaron a apresarlo cuando volviera, y tuvieron, además, la suerte de que él y sus hombres llegaron muy enfermos. Y, tras el hecho consumado, apareció de repente en escena el hombre en la sombra, el gran 'tapado': "El día siguiente por la mañana los oficiales mandaron pregonar con tambor por las calles que todos los vecinos se juntasen delante de las casas del capitán Domingo de Irala, y allí, estando armados sus amigos, leyó el pregonero un libelo infamatorio. Entre otras cosas, se decía que el gobernador había ordenado tomarles a todos sus haciendas y tenerlos por esclavos, y que por la libertad de todos lo habían apresado. Entonces la gente se indignó contra el gobernador, y muchos hablaban de matarlo. Pero, amansado su furor, los oficiales de inmediato nombraron teniente de gobernador y capitán general de la provincia a Domingo de Irala. Este ya fue gobernador contra Francisco Ruiz, que había quedado en la tierra por teniente cuando don Pedro de Mendoza renunció al puesto, y, en verdad, fue buen teniente y buen gobernador, pero, por envidia y malicia, lo desposeyeron contra todo derecho, y nombraron teniente a Domingo de Irala. Diciendo uno entonces al veedor Alonso Cabrera que lo habían hecho mal, porque, habiendo poblado Francisco Ruiz aquella tierra con tanto trabajo, se la habían quitado, respondió que lo destituyeron porque no quería hacer lo que él quería, y, sin embargo, aunque Domingo de Irala era el de menos calidad de todos, siempre haría lo que él y los demás oficiales le mandasen. Por esto habían nombrado otra vez a Domingo de Irala, e hicieron alcalde mayor a un tal Pedro Díaz del Valle, amigo de Domingo de Irala, dando las varas de alguaciles a Bartolomé de la Marilla, natural de Trujillo, amigo de Nufro de Chaves, y a Sancho de Salinas, natural de Cazalla".

 

     (Imagen)  El autor oficial de la crónica que estamos siguiendo es PEDRO HERNÁNDEZ (aunque aparece siempre como Pero Hernández, le llamaré en lo sucesivo 'Pedro'). No obstante, su texto, además de contar hechos, tiene el claro objetivo de defender a un Álvar Núñez Cabeza de Vaca en apuros por el despiadado ataque jurídico a que fue sometido cuando, como acabamos de ver, le arrebataron el cargo de gobernador, lo encarcelaron los oficiales del Rey, y se lo entregaron en bandeja a Domingo de Irala. La crónica es, oficialmente, obra del escribano Pedro Hernández (nacido en la malagueña Ronda), pero, sin duda alguna, la redactó al alimón con Cabeza de Vaca. Nunca se sabrá quiénes fueron los verdaderos malos de la película, pero un sensato balance de probabilidades, hace pensar que, aunque Cabeza de Vaca cometiera errores, la forma en que lo destituyeron tuvo toda la pinta de ser un atropello contra la ley. Descubrimos también ahora que Pedro Hernández había llegado a Río de la Plata años antes, con el gobernador Pedro de Mendoza, quien ya lo nombró su secretario, y vivió entonces una experiencia muy similar a la actual: al renunciar al puesto de gobernador Mendoza, le tocaba serlo, por disposición suya, a Francisco Ruiz, pero otros amotinados pusieron el cargo en las manos de su amigo Domingo de Irala. Pedro Hernández se mantuvo entonces en la legalidad, y lo vuelve a hacer ahora, defendiendo sin titubeos los derechos de Cabeza de Vaca, lo cual tenía gran mérito en aquel violento ambiente de la ciudad de Asunción. Sin duda, arriesgó la vida. Hubo otro hombre que inspira confianza, el cual, como ya indiqué, escribió años después una carta al Rey en defensa de Cabeza de Vaca. Se llamaba JUAN MUÑOZ DE CARVAJAL, y su texto, escrito a mano por él con magnífica letra (como se ve en la imagen) confirma la calidad del personaje. Empiezo ahora su transcripción (así lo prometí), y la terminaré en la próxima imagen: "Con el debido acatamiento que debo a mi Rey, yo, Juan Muñoz, vasallo de Vuestra Majestad, natural de la ciudad de Plasencia, conquistador en esta provincia de Río de la Plata y vecino de esta ciudad de la Asunción, haré relación verdadera de las cosas sucedidas después de la prisión del gobernador Cabeza de Vaca, con el cual yo vine de España. Me pareció mal lo de su prisión, por haberle tenido siempre como Gobernador y Justicia en esta tierra, y también por ver que lo prendieron los oficiales de Vuestra Majestad y el capitán Domingo de Irala, no por lo que correspondía al servicio de Vuestra Majestad, sino por sus pasiones e intereses".




jueves, 26 de agosto de 2021

(1504) Como el gobernador Cabeza de Vaca y muchos más sufrieron 'de calenturas', tuvieron que volver todos a Asunción. Allí, en su ausencia, se había tramado un motín contra él, y, en cuanto llegó enfermo, lo apresaron.

 

     (1094) Volvió el tercer capitán que había sido enviado de expedición por el gobernador: "El día treinta de de enero de 1543 vino el capitán Hernando de Ribera con el navío  y su gente, y, como lo halló enfermo, a él y a otros, de calenturas, no le pudo hacer relación de su viaje. En este tiempo las aguas de los ríos crecían tanto, que anegaban toda aquella tierra, por lo cual no se podía ir de expedición durante cuatro meses, y los indios iban todo el tiempo con sus canoas buscando qué comer. Tienen, además, la costumbre de matarse y comerse los unos a los otros. Cuando las aguas bajan, montan sus tiendas donde las tenían antes, y queda la tierra llena de pestilencia del mal olor del pescado que está en seco sobre ella, y, con el gran calor que hace, resulta muy trabajoso de sufrir. Tres meses estuvo el gobernador en el puerto de los Reyes con toda la gente enferma de calenturas, y él también, esperando que Dios fuese servido de darles salud y que las aguas bajasen para llevar a cabo el descubrimiento de tierras, pero cada día crecía la enfermedad, y lo mismo hacían las aguas".

     Se impuso la realidad y hubo que abandonar el plan: "De manera que nos fue forzado retirarnos del puerto de los Reyes con harto trabajo, y, además, hubo tantos mosquitos, que ni de noche ni de día nos dejaban reposar, con lo cual se pasaba un tormento intolerable, que era peor que sufrir las calenturas. Por estos inconvenientes, y porque los oficiales de Su Majestad le habían requerido al gobernador que se retirase a la ciudad de Asunción, adonde la gente convaleciese, y siendo del mismo parecer los clérigos, decidió hacerlo".

     No sabe uno a qué atenerse. La crónica de Pedro Hernández está claramente al servicio de la reputación de Cabeza de Vaca, que se veía en apuros por las acusaciones que Domingo de Irala y sus aliados presentaron ante el Rey para justificar su destitución como gobernador. Por otra parte, Cabeza de Vaca debió de ser un hombre de talante religioso y puritano (aunque tuvo como amante a una india que, al parecer, lo era del capitán Hernando de Mendoza), y es de suponer que esa rigidez moral le crearía problemas entre la gente que tenía bajo su mando. Veamos lo que lo que se dice a continuación en la crónica: "El gobernador no consintió que los cristianos volviesen a Asunción con unas cien muchachas indias del puerto de los Reyes, cuyos padres se las habían ofrecido a capitanes y personas señaladas para quedar bien con ellos, y para que hiciesen de ellas lo que solían de las otras que tenían. Por evitar la ofensa que en esto a Dios se hacía, el gobernador mandó a sus padres que las tuviesen consigo en sus casas hasta que ellos regresasen. Y, para dar más firmeza a lo que mandaba, publicó una instrucción de Su Majestad en la que exigía 'que ninguno sea osado de sacar a ningún indio de su tierra, so graves penas'. De esto, quedaron los indios muy contentos, y los españoles muy quejosos y desesperados, y por esta causa le querían algunos mal, y desde entonces fue aborrecido por la mayoría de ellos, por lo que diré más adelante. Embarcada la gente, ansí cristianos como indios, se vino al puerto y ciudad de la Asunción en doce días,  habiendo tardado dos meses cuando subió".

 

     (Imagen) El gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca tuvo que regresar a Asunción porque todo se le había puesto en contra en la salida de expedición que había hecho. Lo que no sabía era que  le esperaba el desastre. Llegó el ocho de abril de 1543, habiendo enfermado él y casi todos sus hombres, y vio que la ciudad era acosada por los indios. Quince días después le ocurrió lo peor: "Como los oficiales de Su Majestad le tenían odio porque no les consentía que actuaran contra el servicio de Dios y de Su Majestad, viendo al gobernador y a sus hombres tan enfermos, acordaron apresarlo. Para hacerlo más fácilmente, les dijeron a cien hombres que el gobernador les iba a quitar sus haciendas, y que ellos querían requerirle que no se las quitase, pero que, por temor a que el gobernador los apresara, les pedían que los acompañasen armados para impedirlo. Y así, el veedor Alonso Cabrera, el contador Felipe de Cáceres, el teniente de tesorero Garci Venegas, Don Francisco de Mendoza, Jaime Rasquín (quien luego le puso al gobernador a los pechos un arpón con yerba venenosa), el intérprete y portugués Diego de Acosta y el canario Solórzano, después de que les ayudara abriéndoles la puerta un criado del gobernador, llamado Pedro de Oñate, entraron a prenderlo. Acto seguido, llegaron unos doce de ellos a la cámara en la que estaba muy malo el gobernador, diciendo a voces: '¡Libertad, libertad; viva el Rey!'. Luego sacaron al gobernador en camisa, y, al salir a la calle, toparon con la otra gente que ellos habían traído engañada para ayudarles. Los cuales, al ver que habían apresado al gobernador, les dijeron: 'Traidores. ¿Nos traéis para requerir al gobernador que no nos quite nuestras haciendas, y no le requerís, sino que le apresáis?'. Y echaron mano a las espadas, y hubo una gran revuelta entre ellos, pero los amotinados se metieron con el gobernador en la casa de Garci Venegas, y le pusieron grillos. Después les quitaron las varas al alcalde mayor, Juan Pavón, y al alguacil, Francisco de Peralta, los llevaron a empujones a la cárcel, y los echaron de cabeza en el cepo. Tras lo cual, tomaron un tambor e iban por las calles alborotando y desasosegando al pueblo, dando gritos de libertad, libertad, y de vivas al Rey". Qué diferente la aventura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca en La Florida a la que está viviendo ahora en Paraguay… El título del libro de la imagen es engañoso, pero nos servirá para aclarar las motivaciones de Cabeza de Vaca y las de sus enemigos.




miércoles, 25 de agosto de 2021

(1503) Hubo una epidemia. Luego los nativos mataron a sesenta y cuatro españoles y a varios indios amigos. A pesar de todo, el gobernador Cabeza de Vaca se esforzaba en conseguir pacificarlos.

 

     (1093) Después de que los tarapecocies aseguraron que el ataque de los de su tribu a los españoles había sido por creer que eran amigos de sus odiados guaraníes, el gobernador hizo lo que solía ser una ingenuidad en las Indias. Quiso saber si en aquel territorio se podía encontrar plata y oro abundantes, y, como casi siempre ocurría, le aseguraron que sí: "Le dijeron que los payzunoes se lo dan a los tarapecocies  a cambio de arcos y flechas y esclavos, y que los payzunoes lo reciben de los chaneses, chimenoes, carcaraes y candirees, que lo tienen en mucha cantidad, y que los indios lo contratan, como dicho es. Les mostraron un candelero de cobre para que declarasen si el oro que tenían en su tierra así, y dijeron que lo del candelero era duro y bellaco, y lo de su tierra era blando y más amarillo, y luego le fue mostrada una sortija de oro, y dijeron si era de aquello mismo lo de su tierra, y dijeron que sí. Asimismo le mostraron un plato de estaño y le preguntaron si la plata de su tierra era igual, y dijeron que la de su tierra era más blanca y dura. Siéndole mostrada una copa de plata, con ella se alegraron mucho y dijeron haber de aquello en su tierra gran cantidad en vasijas, brazaletes, coronas, hachuelas y otras piezas". Recordemos que, los españoles que habían estado en La Florida después del gobernador, se llevaron una gran decepción cuando los indios aseguraban que había mucho oro y plata en aquellas tierras, y resultó que lo confundían con el cobre y el estaño. En realidad, sí lo había, pero aún sin descubrir, y lo único que consiguieron de valor fueron las perlas.

     Ser conquistador en las Indias siempre fue un oficio lleno de riesgos mortales. Mataban los enemigos (también los viejos amigos en las guerras civiles), las condenas a muerte, los accidentes, los naufragios, el hambre y la sed, y, con mucha frecuencia, las enfermedades: "El gobernador envió a llamar a Gonzalo de Mendoza, para que  volviese de la tierra de los arrianicosies con la gente que con él estaba y se encargase de las cosas necesarias para seguir el descubrimiento de tierras. Cuando llegó Francisco de Ribera con los seis españoles que le acompañaban, comenzó a enfermar de calenturas toda la gente que estaba en el puerto de los Reyes, tanto españoles como indios guaraníes. También el capitán Gonzalo de Mendoza avisó por carta  que ellos enfermaban de calenturas, que enviaba a los  hombres  en los bergantines enfermos y flacos, y que la causa de aquella enfermedad era que se habían dañado las aguas de aquella tierra.  Ocurrió también que los indios de la isla que está a una legua del puerto de los Reyes, que se llaman socorinos y xaqueses, al ver a los cristianos enfermos, comenzaron a hacerles guerra, y dejaron de venir, como hasta allí lo habían hecho, a contratar y mercadear con los cristianos, y a darles aviso de los indios que hablaban mal de ellos, especialmente de los indios guaxarapos, con los cuales se juntaron en su tierra para desde allí hacerles guerra. Como los indios guaraníes que los españoles habían traído en su armada salían en sus canoas en compañía de algunos cristianos, a pescar en la laguna, a un tiro de piedra del campamento, una mañana, al amanecer, se produjo un incidente".

 

     (Imagen) Aparte de los guaraníes, la fidelidad de los demás indios a los españoles era muy inestable: "Habían salido a pescar cinco cristianos con los indios guaraníes. Yendo en sus canoas, salieron contra ellos los indios xaqueses y los socorinos y otros muchos de la isla, y cautivaron a los cinco cristianos, mataron a algunos indios guaraníes, y a otros los llevaron con ellos a su isla, donde mataron y despedazaron a los cinco cristianos y a los indios, los compartieron a pedazos con los indios guaxarapos y guatos, y se los los comieron. No contentos con esto, como la gente estaba enferma y flaca vinieron a acometerlos, y se llevaron ciertos cristianos, y entre ellos uno que se llamaba Pedro Mepen, y se los comieron como a los otros cinco. Cuando amaneció, fueron huyendo por la laguna adelante, dando grandes alaridos y se metieron por la isla que está en la laguna del puerto de los Reyes (la actual Bahía Negra, que originó una guerra entre Bolivia y Paraguay, quedando en poder de este país).  Allí nos mataron a cincuenta y ocho cristianos esta vez. Visto esto, el gobernador habló con los indios del puerto de los Reyes y les dijo que pidiesen a los indios de la isla los cristianos e indios que se habían llevado,  y, habiéndoselos ido a pedir, respondieron que los indios guaxarapos se los habían llevado. En adelante, venían de noche a recorrer la laguna, por ver si podían apresar a algunos de los cristianos e indios que pescasen en ella, o a  impedir que lo hicieran, diciendo que el territorio era suyo, que no habían de pescar en él los cristianos ni otros indios y que nos fuésemos de su tierra, porque, si no, nos habían de matar. El gobernador envió a decir que se sosegasen y guardasen la paz que con él habían asentado, y viniesen a traer a los cristianos e indios que habían llevado, y que los tendría por amigos, pero que, si no lo quisiesen hacer, procedería contra ellos como contra enemigos. Aunque se lo repitió muchas veces no lo quisieron cumplir, y no dejaban de hacer la guerra y los daños que podían. Viendo que no servía de nada, el gobernador pidió consejo sobre qué hacer contra los dichos indios, y, tras conocer la opinión de los oficiales de Su Majestad y de los clérigos, fueron declarados enemigos, para así poderles hacer la guerra. La cual se llevó a cabo, y fue la manera de terminar con los daños que cada día hacían". El cronista siempre muestra al gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca como hombre moderado y estrictamente ajustado a los procedimientos administrativos, pero los fracasos lo iban acorralando.




lunes, 23 de agosto de 2021

(1502) Gonzalo de Mendoza y Francisco de Ribera, los dos capitanes que Cabeza de Vaca envió, por distintas rutas, desde Puerto de los Reyes a explorar tierras, tuvieron muchos enfrentamientos con los nativos.

 

     (1092) El gobernador había vuelto a Puerto de los Reyes, pero recordemos que no se resignaba a abandonar los descubrimientos y tenía varios capitanes en danza llevando a cabo esa labor y la de conseguir urgentemente provisiones. Uno de ellos era Gonzalo de Mendoza, el cual le remitió pronto un informe explicando cómo le iba: "A los pocos días de partir, el capitán Mendoza envió una carta diciendo que, cuando llegó donde los indios arrianicosies, les mandó un intérprete para rogarles que le vendiesen alimentos, con la promesa de pagarles muy bien, a base de cuentas (bisutería), cuchillos, cuñas de hierro y muchos anzuelos (todo lo cual ellos valoraban mucho). Pero que el intérprete había vuelto huyendo de los indios, porque lo querían matar, diciéndole a gritos que no fuesen los cristianos a su tierra, porque no querían darles ninguna cosa, sino matarlos a todos, y que, para ello, les habían venido a ayudar los indios guaxarapos, que eran muy valientes".

     Gonzalo de Mendoza quiso hacer un nuevo intento de ganarse a los indios, y se dirigió con sus hombres al poblado: "Pero, estando ya cerca, salieron contra ellos los indios con clara intención de matarlos, por lo cual, en su defensa, habían derribado a dos de ellos con arcabuces, y los demás, al verlos muertos, se fueron huyendo por los montes. Luego les envió a un indio que había tomado preso, para pedirles que volviesen a sus casas, asegurándoles que los tendría por amigos, y que les pagaría las provisiones que les había tomado. Pero no lo quisieron hacer, sino que se acercaban a su campamento para atacarlos, tratando de hacerles todo el daño posible. El gobernador le contestó que procurase que los indios volviesen a sus casas sin darles batalla, sino que les pagase todos los alimentos que les había tomado, les dejasen en paz, y fuesen a buscar más provisiones por otras partes. El capitán Mendoza le respondió a esto diciendo que hizo lo que el gobernador le mandó, pero sin éxito, porque los indios siguieron haciendo la guerra con otros indios a los que habían llamado, los guaxarapos y los guatos, que se habían juntado con ellos por ser enemigos nuestros".

     A la vuelta de su viaje, con solo seis españoles, un guía y tres guaraníes, también Francisco de Ribera le informó al gobernador de lo que vieron  en el territorio de los indios tarapecocies.  Habían caminado siempre hacia el oeste durante 21 días: "Comieron de seguido venados y puercos que los indios mataban, porque era muy abundante la caza que había, así como infinita miel en lo hueco de los árboles, y frutas salvajes suficientes para todos, y sacaron excelentes y abundantes pescados de un río que pasaba por Tapuaguazu. Luego pasaron el río, y, andando por donde el guía los llevaba, dieron con huellas frescas de indios, pues, como aquel día había llovido, estaba la tierra mojada, y parecía que habían andado de caza. Siguiendo el rastro de las huellas, dieron en unas grandes plantas de maíz que estaba a punto a coger, y entonces, sin poder ocultarse, les salió al paso un indio solo, cuyo lenguaje no entendieron, que traía un adorno grande en el labio bajo, de plata, y unos pendientes de oro".

 

     (Imagen) El indio tarapecocie que les salió al paso a FRANCISCO DE RIBERA, a los seis españoles y a los pocos guaraníes que les acompañaban los llevó a su casa, y vieron que tenía cosas de valor, como objetos de plata. Les dijo que se sentaran y les dio vino de maíz. Pero empezó a ocurrir algo alarmante: "Llegaban muchos indios pintados y emplumados, y con arcos y flechas a punto de guerra. El dueño de la casa habló con ellos muy acelerado, y enviaba indios que iban y venían con mensajes,  por lo que supieron que hacía llamamiento de gente para matarlos. Francisco de Ribera dijo a los cristianos que saliesen de la casa antes de que se juntasen más indios, haciéndoles creer que traerían a otros muchos cristianos que estaban cerca.  Cuando ya iban a salir, los indios se les ponían delante para impedírselo, pero lograron pasar, y, estando aún a un tiro de piedra de la casa, los indios los siguieron tirándoles muchas flechas hasta que se metieron por el monte y pudieron defenderse. Los indios, creyendo que allí había más cristianos, no osaron entrar tras de ellos, y los españoles, más el guía y los tres guaraníes que no los habían abandonado (fueron ocho los que huyeron) pudieron escapar, aunque todos heridos. Regresaron por el mismo camino que habían desbrozado, y lo que habían caminado en veintiún días, desde donde el gobernador los había enviado, el Puerto de los Reyes, hasta llegar al territorio de los tarapecocies, lo anduvieron de regreso en doce días, y calcularon que la distancia era de setenta leguas". Pero es probable que el ataque de los indios se debiera a un malentendido: "En este puerto de los Reyes estaban algunos indios tarapecocies, los cuales vinieron con Alejo García. El gobernador los llamó para que también le informasen, y les alegró ver unas flechas que Francisco de Ribera había traído, de las muchas que les tiraron los tarapecocies. El gobernador les preguntó por qué los de su tribu habían querido matar a los españoles que habían ido a hablarles. Y dijeron que ellos no eran enemigos de los cristianos, sino que los tenían por amigos desde que Alejo García estuvo en sus tierras y contrató con ellos, y que la causa de que quisieran matarlos sería por llevar en su compañía indios guaraníes, que los tienen por enemigos, porque, en  tiempos pasados, fueron hasta su tierra a destruirlos". También le dijeron que, si hubiesen llevado un intérprete que hablara la lengua de los tarapecocies, todo se habría solucionado.







(1501) Casi siempre la amistad de los indios era quebradiza, y las salidas de exploración resultaban muy peligrosas. La crónica está redactada para informar, pero también para que Cabeza de Vaca pueda defenderse de sus enemigos políticos.

 

     (1091) Pero, como casi siempre, la amistad de los nativos era quebradiza: "Vuelto el gobernador al puerto de los Reyes, el capitán Juan Romero, que había permanecido en el lugar como su teniente, le dijo que, a poco de que partiera con sus hombres del puerto, los indios de allí y de la isla que está a una legua de distancia planeaban matar a todos los cristianos que no marcharon, y tomarles los bergantines. Para ello, hacían llamamientos a los indios por todas partes, y se unieron pronto  los guaxarapos, que son nuestros enemigos, y otras tribus, teniendo acordado dar contra los cristianos de noche, para lo cual venían a espiar, fingiendo que mercadeaban. Al saberlo el gobernador, llamó a los indios principales, y les pidió, de parte de Su Majestad, que no quebrantasen la paz que ellos habían aceptado, pues el gobernador y todos los cristianos los habían tratado como amigos, dándoles muchas cosas, y los defendería de sus enemigos, pero que, si otra cosa hiciesen, los tendría como enemigos y les haría guerra. Tras escucharle, los indios prometieron de nuevo tener por amigos a los cristianos, y echar de su tierra a los indios que habían venido contra ellos, que eran los guaxarapos y otras tribus". Le quedaba al gobernador otro problema por resolver, el de buscar comida para los que habían llegado con él al poblado. Solo contaba con las provisiones remanentes de los bergantines, que no durarían más de doce días, porque, entre españoles e indios amigos, dependían de él unas tres mil personas: "Ante tamaña necesidad, que ponía a la gente en riesgo de morir, les preguntó a los indios principales de la tierra dónde encontraría provisiones a cambio de regalos, y le dijeron que a nueve leguas de allí estaban, en la ribera de unas grandes lagunas, unos indios llamados arrianicosies, que se las darían en gran abundancia".

     Se presta a confusión la salida de dos capitanes que fueron encargados por el gobernador de descubrir nuevas tierras. El primero que salió fue Francisco de Ribera, y ahora nos habla el cronista del otro, que tenía el mismo apellido: "Envió al capitán Hernando de Ribera en un bergantín, con cincuenta y dos hombres, para que fuesen por el río arriba hasta los pueblos de los indios xarayes y hablase con su cacique para que le informase de lo de que había más adelante, y procurase  hacer tratos con los indios que encontrara siguiendo por el borde del río, y, acatada la orden,  se hizo a la vela el día 20 de diciembre del dicho año 1543".

     Y justo un mes más tarde regresó el otro del mismo apellido: "A 20 días del mes de enero del año 1544 años, vino el capitán Francisco de Ribera con los seis españoles que con él envió el gobernador (también a descubrir tierras),  con el guía y con tres indios que le quedaron de los once guaraníes que le acompañaron (enseguida explica que los otros ocho habían huido).  Llegado con los seis cristianos, los cuales venían heridos, toda la gente se alegró con ellos, y dieron gracias a Dios de verlos escapados de tan peligroso camino, porque, en verdad el gobernador los daba por perdidos, ya que, de los once indios que con ellos habían ido, se habían vuelto ocho, por lo cual el gobernador tuvo mucho enojo con ellos y los quiso castigar, e incluso los indios principales le habían rogado que los ahorcase por desamparar a los cristianos. El gobernador se limitó a lo reprenderlos, con aviso de que, si otra vez lo hiciesen, los castigaría".

    

     (Imagen) La crónica la escribe Pedro Hernández, el secretario de gobernador, y vemos cómo, una y otra vez, está mostrando que Cabeza de Vaca era muy cuidadoso haciendo, antes de tomar una decisión, consultas previas a los clérigos, los funcionarios del Rey y los capitanes del ejército, que, incluso, quedaban formalizadas por escrito y firmadas. Uno saca la impresión de que el gobernador quiso que el texto le sirviera de defensa contra la destitución a la que fue forzado (como pronto veremos) por varios capitanes rebeldes, y contra las acusaciones en que ellos se basaban. Lógicamente, le parecería más creíble que contara la historia su secretario y no él directamente; pero, además, tanta insistencia exagerada en su cumplimiento escrupuloso de la opinión de los asesores oficiales, tiene todo el aspecto de  hacerse para que sirva de escudo protector frente a los jueces. Habitualmente, en las Indias, los conquistadores, en caso de necesidad, cogían provisiones de los indios por la fuerza si se resistían, y, si respondían agresivamente, utilizaban las armas, todo ello de manera automática. Según Cabeza de Vaca, él siempre lo sometía previamente a consulta. En este caso, además de haber obtenido la conformidad, redactó un documento para que el capitán Gonzalo de Mendoza actuara en consecuencia: "Lo que vos habéis de hacer al buscar provisiones para que nuestra gente no se muera de hambre, es pagárselas debidamente a los indios que están por la comarca, diciéndoles que deseo verlos y tenerlos por amigos, y darles de mis cosas. Habéis de tener gran cuidado de que, por los lugares donde haya indios amigos nuestros, no consintáis que nadie de los que con vos lleváis les haga fuerza ni ningún mal tratamiento, sino que todo lo que ellos os dieren, lo pagaréis como deseen, para que no tengan causa de quejarse. Llegado a los pueblos, pediréis a los indios que os den provisiones, ofreciéndoles la paga y rogándoselo con amorosas palabras. Pero, si no os las quisiesen dar, habréis de tomárselas por la fuerza, y, si se opusieran con mano armada, tendréis que hacerles la guerra, porque el hambre que sufrimos  no permite otra cosa. En todo lo que sucediere cuando partáis, comportaos tan templadamente como conviene al servicio de Dios y de Su Majestad, lo cual espero de vos, como servidor suyo que sois". Sus enemigos le arrebatarán el cargo al gobernador, pero en la imagen vemos a alguien que lo defendió valientemente: Juan Muñoz de Carvajal. Es tan interesante su carta, que la transcribiré ponto íntegramente.




sábado, 21 de agosto de 2021

(1500) Cabeza de Vaca no consiguió que los indios xarayes hicieran las paces con los guaraníes. Además, él tuvo que suspender la expedición porque sus hombres eran reacios a continuar.

 

     (1090) El gobernador tenía mucho interés en saber las características de los indios xarayes, que estaban emplazados no muy lejos de Puerto de los Reyes. Habían partido para recoger información Antón Correa y Héctor de Acuña con algunos indios que les servían de guías. El viaje  fue provechoso, e incluso los xarayes se mostraron amables y dispuestos a tener amistad con los españoles, pero había algo que podía estropearla, ya que eran enemigos declarados de los guaraníes: "Salieron más de quinientos indios de los xarayes a recibirlos con mucho placer, y los llevaron adonde estaba su cacique, el cual los invitó a sentarse, y luego mandó que viniera un indio guaraní que hacía mucho tiempo que estaba entre ellos,  se había casado con una india xaraye y era muy querido, como si fuera de los suyos. El cacique añadió que se alegraba mucho de ver a los españoles, que, desde el tiempo que Alejo García andaba por aquellas tierras tenía noticia de ellos, y que los tenía por sus parientes y amigos".

     Sin embargo no les pudo informar acerca de las características de los territorios próximos ni de sus habitantes porque nunca iban a aquellos lugares, debido a que eran zonas que se llenaban de agua y, cuando desaparecía, quedaba la tierra de manera que no se podía andar por ella. No obstante, había una solución: "Les dijo que el mismo indio guaraní que estaba haciendo de intérprete conocía las poblaciones de tierra adentro y sabía el camino por donde habían de ir, y él se prestó a ayudarles con muy buena voluntad. Los españoles le rogaron al cacique que también el indio los llevara a tierra de guaraníes, porque querían hablar con ellos. Pero él se escandalizó mucho, y, aunque que con buen semblante, respondió que los indios guaraníes eran sus enemigos y se mataban unos a otros, por lo que les rogó que no fuesen a buscar a sus enemigos para tenerlos por amigos. Sin embargo le dijo que al día siguiente los llevarían sus indios para que hablasen con los guaraníes. Luego mandó que les diesen de comer, y les dijo que, si quisiesen cada uno su moza, se las darían, pero no las quisieron, diciendo que venían cansados".

     Pero el cacique era un maniobrero, y les preparó a los españoles un montaje que frustró sus deseos: "Al otro día, una hora antes del alba, comenzó un ruido de tambores y bocinas tan grande, que parecía que se hundía el pueblo, y en aquella plaza que estaba delante de la casa principal se juntaron todos los indios, muy emplumados y preparados para la guerra, con sus arcos y muchas flechas.  Luego el cacique abrió la puerta de su casa para verlos, y habría unos seiscientos indios de guerra. Entonces les dijo a los españoles: 'Cristianos, mirad a mi gente. Id con ellos adonde los guaraníes, porque si fueseis solos, os matarían sabiendo que habéis estado en mi tierra y que sois mis amigos'. Y los españoles, visto que de aquella manera no podrían hablar al principal de los guaraníes, y que sería ocasión de perder la amistad de los dichos xarayes, les dijeron que tenían determinado volverse a dar cuenta de todo al gobernador, y de esta manera se sosegaron los indios. Estuvieron todo aquel día en el pueblo de los xarayes, el cual sería de hasta mil vecinos, y en las cercanías había otros cuatro pueblos de la misma tribu, y todos obedecían al dicho cacique, el cual se llamaba Camire".

 

     (Imagen) El indio guaraní que estaba utilizando como guía el gobernador Cabeza de Vaca había sobrevivido a muchos ataques de otros indígenas, y, como vimos, fue acogido por los xarayes. Tenía buena voluntad para tatar de orientar al gobernador en la ruta que quería seguir, pero todo se ponía en contra. Incluso le resultaba imposible acertar con el camino correcto porque, con el paso del tiempo, la vegetación había cubierto y uniformado todos los lugares. La tropa empezó a temer que las provisiones se acabasen, y el gobernador hizo una consulta: "Tras juntar el gobernador a los oficiales de Su Majestad, los clérigos y capitanes, le dijeron que ellos habían visto que a la mayor parte de los españoles les faltaban alimentos desde hacía tres días, por lo que les parecía muy peligroso seguir adelante sin provisiones, y que pensaban que era necesario volver al puerto de los Reyes, donde habían dejado los navíos. Y visto su parecer, la necesidad de la gente y la voluntad que todos tenían de dar la vuelta, el gobernador les habló del gran daño que de ello resultaría, y les dijo que en el puerto de los Reyes era imposible hallar provisiones suficientes para sustentar a tanta gente, porque el maíz no estaba aún para recoger, ni los indios tenían qué darles, y, además, vendría pronto la creciente de las aguas, las cuales crearían muchas dificultades. Pero nada bastó para que cambiaran de opinión. Ante su terca voluntad, lo tuvo que hacer para no dar lugar a que hubiese algún desacato y se viera obligado a castigar a algunos. Los tuvo que complacer, y mandó a la gente que se preparara para volver al día siguiente al puerto de los Reyes. No obstante, quiso que alguien continuara descubriendo tierras, y envió desde allí al capitán Francisco de Ribera, que se le ofreció  voluntario, yendo con él seis cristianos y el guía que sabía el camino, más once indios principales.  Los enviados se encaminaron hacia Tapua, y el gobernador se dirigió a Puerto de los Reyes con toda la gente.  En ocho días se presentó en el puerto, pero bien descontento por no haber podido seguir explorando tierras nuevas". A pesar de que pronto tendrá Cabeza de Vaca graves problemas con sus enemigos políticos, el Rey le echó una mano antes de que Álvar muriera el año 1557. Le concedió en 1554 una pensión de mil pesos de oro anuales, y vemos en la imagen que, en 1556, ordenó que le entregaran "12.000 maravedíes para ayudarle a curarse de la enfermedad con que está (que sería, probablemente, la que lo llevó a la tumba)".




viernes, 20 de agosto de 2021

(1499) Cabeza de Vaca tuvo noticias de muchas tribus diferentes, todas en guerra unas con otras. Los chaneses lo trataron bien porque habían llegado del norte con el portugués Alejo García y tenían muy buen recuerdo de él. Los guaxarapos se rebelaron.

 

     (1089) Lo que sigue es un relato centrado en los distintos tipos de indígenas que había en el entorno de Puerto de los Reyes. La situación era muy complicada porque algunos indios se portaron amistosamente con los españoles, pero había otros de poco fiar. En aquel revoltijo de tribus, había también un grupo de indios chaneses, que llegaron de lejanas tierras del norte traídos en su día por el gran portugués Alejo García. Él murió, pero los nativos quedaron, y estos, en concreto, hicieron amistad rápidamente con los españoles, porque, al parecer, guardaban un grato recuerdo del buen trato que les dio el luso. Además del riesgo que corrían los españoles por algún ataque inesperado, muchas de las tribus se llevaban a matar entre sí. Incluso los guaraníes, que tan amigos eran de los españoles en Asunción, resultaban sospechosos en Puerto de los Reyes.

     Cabeza de Vaca no perdió la oportunidad de obtener información de los chaneses acerca de los pueblos que habían conocido: "Quiso saber por ellos datos sobre las cosas de la tierra adentro y de sus habitantes y cuántos días habría de camino desde aquel puerto de los Reyes hasta llegar a la primera población. El cacique de los indios chaneses le dijo que, cuando Alejo García los trajo de su tierra, vinieron por tierras de los indios nayaes, y salieron a tierra de los guaraníes, los cuales mataron a los indios que traían, y que él y otros de su tribu, se escaparon huyendo por la ribera del río Paraguay arriba, hasta llegar al pueblo de estos sacocies (Puerto de los Reyes), donde fueron de ellos bien recibidos".

     Hartos ya de peligros, especialmente por las amenazas mortíferas de los guaraníes, los chaneses no se atrevieron a emprender el largo viaje a sus tierras de origen, y decidieron quedarse para siempre en Puerto de los Reyes, de forma que carecían de información sobre los poblados del entorno. Pero les dijeron a los españoles que los indios guaraníes, que habitaban en las montañas, les darían buena información acerca del camino que deseaban seguir, ya que ellos lo recorrían de ida y vuelta en sus guerras contra los indios del territorio interior. El cacique chanés le dio detalles al gobernador de las costumbres de su pueblo: "Dijo que en su tierra hay un solo indio principal que los manda a todos, y que hay muchos pueblos de su tribu que tienen guerra con los indios chimeneos y con otros llamados carcaraes. Se refirió también a que hay en aquel territorio otros grandes pueblos, que se llaman gorgotoquies, payzuñoes, estarapecocies y candirees, y todos tienen guerra unos con otros. Pelean con arcos y flechas, y todos generalmente son labradores y criadores, que siembran maíz, mandioca y batatas en mucha abundancia, y crían patos y gallinas como los de España, así como crían ovejas grandes. Para pelear entre ellos,  los indios mercadean arcos, flechas, mantas y otras cosas, y hasta dan a sus mujeres a cambio. Habida esta relación, los indios se fueron muy alegres y contentos, y el principal de ellos se ofreció a irse con el gobernador a la campaña  y descubrimiento de tierras, diciendo que luego se iría con su mujer e hijos a vivir a su tierra, que era lo que él más deseaba".

 

     (Imagen) Álvar Núñez Cabeza de Vaca seguía en su empeño de conquistar nuevas tierras: "Luego el gobernador mandó juntar a los oficiales y clérigos, y siendo informados del relato de los indios xarayes y de los guaraníes que están en su frontera, fue acordado que, con algunos indios naturales de este puerto de los Reyes, para más seguridad, fuesen dos españoles y dos indios guaraníes a hablar a los indios xarayes, y viesen las características de su tierra, así como su forma de vivir, y se informasen a través de ellos de los pueblos y gentes de la tierra adentro, y del camino que iba desde su tierra a la de los demás. También se consideró necesario hablar con los indios guaraníes, porque ellos informarían más abiertamente y con más conocimiento de las circunstancias reales. Este mismo día partieron los dos españoles, que eran Héctor de Acuña y Antón Correa, intérpretes de la lengua de los guaraníes, con hasta diez indios sacocies y dos indios guaraníes, a los cuales el gobernador mandó que hablasen al cacique de los xarayes, y le dijesen que el gobernador los enviaba para que, en su  nombre, le hablasen y conociesen, teniendo por amigos a él y a los españoles. Le pedirían también que viniese a verlo, porque quería hablarles, y que informasen a los españoles de las poblaciones y gentes de la tierra adentro y del camino que iba desde su tierra para llegar a ellas. Les dio a los mensajeros muchos rescates para regalos y un bonete de grana para que diesen al principal de los dichos xarayes, y otro tanto para el principal de los guaraníes, diciéndoles a estos lo mismo que al principal de los xarayes". Pero ocurrió alago inesperado: "Cuando llegó a Puerto de los Reyes Gonzalo de Mendoza con su gente, dijo que le informaron de que los indios guaxarapos, fingiendo que seguían siendo amigos, la  víspera de Todos Santos atacaron en tierra a los hombres del bergantín del capitán Agustín de Campos, y mataron a cinco, resultando también ahogado Juan de Bolaños cuando iba a refugiarse en la nave. Para mayor mal, los guaxarapos les dijeron a los indios de Puerto de los Reyes que habían matado a los cristianos, que no éramos valientes y que procurasen matarnos, pues contaban con su ayuda. A partir de entonces, comenzaron a sublevar y a ponerles malos pensamientos contra nosotros a los indios de Puerto de los Reyes". El cronista se olvida de que prometió explicar que un español tuvo la culpa de  esta rebeldía de los guaxarapos. (Recordemos, de paso, que, en 1543, Domingo de Irala fundó Puerto de los Reyes).




jueves, 19 de agosto de 2021

(1498) El cronista describe algunas costumbres de los indios. Los españoles llegaron a Puerto de los Reyes. Cabeza de Vaca ordenó tratar bien a los indios. Tuvieron que soportar animales muy molestos.

 

     (1088) El gobernador continuó su navegación por varios ríos, siendo su objetivo principal llegar al puerto de los Reyes. Hubo algunos incidentes, pero de poca importancia, por lo que el cronista dedica mucho texto a reseñar la forma de vivir de los nativos, de lo que recogeré solamente algunos datos curiosos. Fueron a visitar nuevamente al gobernador los indios guaxarapos, y le prometieron mantener la paz, pero advierte el cronista que no lo cumplieron, "y túvose por cierto que un cristiano tuvo la culpa, como diré más adelante". De momento, el gobernador se despidió de ellos, y fueron encontrando más poblados de indios, siendo habitual que, según las estaciones del año, se trasladaran de un lugar a otro: " Cuando las aguas están bajas, los indios de tierra adentro se vienen a vivir a la ribera con sus hijos y mujeres a gozar de las pesca, porque es muy abundante. En esa época, su vida es fácil, y bailan y cantan todos los días y las noches porque tienen seguro el comer. Cuando las aguas crecen, los indios tienen preparadas unas canoas, echan en ellas unas cargas de barro, y hacen un fogón. Luego se mete el indio en ella con su mujer e hijos, hacen fuego y con él guisan y se calientan, viviendo de esta manera durante cuatro meses. Al ir descendiendo el caudal de agua, hay gran cantidad de pescado que queda en seco sobre el suelo, y entonces huele aquella tierra muy mal, por estar todo emponzoñado. En ese tiempo, todos los de la tierra, y nosotros con ellos, estuvimos tan malos, que pensamos morir, pero llegado el mes de abril comienzan a estar buenos todos los que han enfermado".

     El día 25 de octubre se encontraron con un afluente al que los indios llamaban Río Negro, y, poco después tropezaron con el río Iguazú, al que ya conocían por haberlo cruzado cuando iban, a su llegada de España, en busca de la ciudad de Asunción, justo en el punto donde se encuentran sus famosas cataratas: "En la boca de este río mandó el gobernador poner muchas señales de árboles cortados, y colocó tres cruces altas para que los navíos que venían detrás no errasen su camino. Entramos después en una laguna donde tienen su asiento los indios sacocies, saquexes y chaneses. El gobernador les envió en una canoa a un intérprete con unos cristianos para que les rogasen que le viniesen a ver y a hablar.  La respuesta de los nativos fue que ya sabían que venían, y que deseaban mucho ver al gobernador y a los españoles. El día siguiente, el gobernador mandó que partieran los navíos hacia el puerto de los Reyes, y llegaron a una zona de poca agua por la que habían de pasar. Entonces mandó salir a toda la gente, y que saltasen al agua, la cual no les daba a la rodilla. Puestos los indios y cristianos a los lados del bergantín, lo pasaron a hombros sin descargarlo, en un tramo como de tiro y medio de arcabuz.  Fue muy grande el trabajo a fuerza de brazos, y luego pasaron más fácilmente los otros bergantines, porque no eran tan grandes como el primero. Superado aquel bajío, nos fuimos a desembarcar Puerto de los Reyes".

 

     (Imagen) Puerto de los Reyes era un población que había fundado Domingo de Irala en enero de 1543, y un año después será abandonada por el propio Cabeza de Vaca. En la imagen vemos su emplazamiento, lo que muestra que ya habían subido hacia el norte un gran tramo del río Paraguay. El gobernador  fue bien recibido, y tomó una serie de medidas: "Mandó llamar a los clérigos y les dijo que quería hacer una iglesia donde se dijese misa y otros oficios divinos. Ordenó hacer una cruz de madera grande, para hincarla junto a la ribera, en presencia de los oficiales de Su Majestad y de otra mucha gente que allí se halló presente, y, ante el escribano de la gobernación de Río de la Plata, tomó la posesión de aquella tierra en nombre de Su Majestad. Habiendo pacificado a los naturales, reunió a los españoles y a los indios guaraníes, a todos los cuales les dijo que no hiciesen ningún daño a los indios de aquel puerto, pues eran amigos y vasallos de Su Majestad". El cronista describe muy bien algunas molestias de la fauna local: "Los murciélagos que allí hay son una mala sabandija. Cortan tan suavemente con los dientes, que al que muerden, no lo siente. Lo hacen de  noche, y es necesario proteger las orejas de los caballos, pues, cuando entran donde están ellos, se desasosiegan tanto, que despiertan a toda la gente, y, hasta que los echan de la caballeriza, no se tranquilizan.  Al gobernador, estando durmiendo en un bergantín, le mordió en un  dedo del pie un murciélago, y estuvo sangrando hasta el amanecer, por lo que creyó que le habían herido. Buscaba dónde tenía la herida, y los que estaban en el bergantín se reían de ello, porque sabían que era mordedura de murciélago. Estos animales no muerden sino donde hay vena, y ocurrió que, llevando nosotros seis cochinas preñadas para criar raza con ellas, cuando parieron se quiso amamantar a los cochinos, pero, al ir a tomar las tetas, se vio que no tenían pezones, porque los habían comido los murciélagos, y por esta causa se murieron los cochinos, y nos comimos las puercas por no servir para criar lo que pariesen. También hay en esta tierra otras malas sabandijas, y son unas hormigas muy grandes, unas bermejas, y otras muy negras. Dondequiera que muerden, el mordido está veinticuatro horas dando voces y revolcándose por tierra, que es la mayor lástima del mundo verlo. Durante  esas veinticuatro horas no tienen remedio ninguno, y, pasadas, se quita el dolor".




miércoles, 18 de agosto de 2021

(1497) Viendo Cabeza de Vaca que los payaguaes le habían dejado plantado, fue en busca de otros indios, los guaxarapos. Estos lo recibieron muy bien (octubre de 1543), y le hablaron de un portugués extraordinario: Alejo García.

 

     (1087) Pero los indios payaguaes no eran de fiar, y la visita al gobernador que su cacique había prometido, por medio del mensajero, quedó en el aire: "Pasaron cuatro días, y visto que no venían, llamó el gobernador a su indio intérprete, y le preguntó qué le parecía la tardanza del cacique. Y le dijo que tenía por cierto que no vendría porque los indios payaguaes eran muy cautelosos, y que, si habían dicho que su cacique quería la paz, era para ganar tiempo y poder con ello abandonar sus pueblos, pero le aconsejó que fuera en su seguimiento. Creía también que podría alcanzarlos porque iban muy cargados, y que no pararían hasta llegar a la laguna que fue de los indios mataraes, a los cuales destruyeron los payaguaes. Entonces  el gobernador partió con los bergantines y las canoas, y fue navegando por el río arriba".

     Pero, aunque veían que por la riberas del río quedaban rastros del paso de los payaguaes, cuando llegaron a la laguna, después de ocho días de navegación, no los encontraron, por lo que el gobernador cambió de planes; "Continuó el curso ascendente del río, pareciéndole que a pocas jornadas llegaríamos (sin duda, le acompañaba su secretario, Pedro Hernández) a la tierra de unos indios que se llaman guaxarapos, que mercadean con los del puerto de los Reyes, adonde íbamos. Con el fin de que los guaxarapos no huyeran tierra adentro al ver llegar tanta gente de navíos y de indios guaraníes en canoas, dividió la gente de la armada en dos partes. Él tomó cinco bergantines y la mitad de los guaraníes, y mandó al capitán Gonzalo de Mendoza que, con el resto, le siguiese despacio. Le dijo también que gobernase a toda la gente, españoles e indios, mansa y graciosamente, y que no consintiese que se desmandase ningún español ni indio, y que, tanto por el río como por la tierra, no consintiese hacer agravio ni fuerza a ningún natural,  y que hiciese pagar los mantenimientos y otras cosas que los indios naturales contratasen con los españoles y con los indios guaraníes, por manera que se conservase toda la paz que convenía al servicio de Su Majestad y bien de la tierra. El gobernador partió con los cinco bergantines y las canoas que dicho tengo".

     El gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca llegó al poblado de los guaxarapos el día 18 de octubre de 1543. Los indios se acercaron recelosos, pero, una vez más, su pacificación resultó sencilla y motivo de alegría por ambas partes. Como siempre hacía el gobernador, les explicó que llegaba para servir a Su Majestad y para enseñarles la doctrina cristiana, prometiéndoles que serían bien tratados,  y rematando la faena con la entrega de cosas que los indios desconocían y que provocaban su entusiasmo. Luego el cronista hace mención a un personaje realmente singular (al que le dedicaremos la imagen): "Había allí otro río que desaguaba en el Paraguay, y era por donde dicen los antiguos que vino García el portugués (Alejo García) haciendo conquistas al mando de muchos indios guaraníes, y no más de cinco cristianos. Los indios guaxaparos dijeron que nunca más lo habían visto volver".

 

     (imagen) El cronista nos ha mencionado al 'portugués' García. Eso era suficiente para saber entonces que se refería a ALEJO (Aleixo) GARCÍA, nacido en la zona de Alentejo a finales del siglo XV. Hay que quitarse el sombrero ante este personaje. Tuvo la rara peculiaridad de hacer sus mayores proezas al mando de muy escasos españoles y de una tropa de indios a los que había deslumbrado con su carismática personalidad, penetrando, además, como absoluto precursor, en tierras totalmente desconocidas para los conquistadores hispanos. Participó con Juan Díaz de Solís el año 1514 en la misión destinada a encontrar un paso hacia el océano Pacífico, descubierto por Vasco Núñez de Balboa el año anterior. El estuario  del Río de la Plata parecía prometedor, y entraron por él. Además de ser un camino equivocado, Solís y varios de sus hombres bajaron a tierra, los indios charrúas los mataron y se los comieron ante la vista aterrorizada de los compañeros que permanecían a bordo. Tras contemplar el desastre, se abandonó la campaña, y los barcos tomaron rumbo  hacia España, pero, al llegar a la brasileña isla Santa Catalina, naufragó la nave de Alejo. Aunque fueron pocos los que sobrevivieron, el portugués, que había oído  hablar de grandes  minas de plata y oro en tierras del  norte, encabezó la nueva aventura de partir a su encuentro, con solo cuatro españoles y un mulato, pero yendo acompañados de  una masa de indios guaraníes. La odisea fue terrestre, y llegaron, atravesando la inmensidad del Chaco (la zona verde de la imagen, ocupando parte de Bolivia, Brasil, Paraguay y Argentina), hasta tierras bolivianas que pertenecían al imperio inca, siendo los primeros que lograron esa hazaña. Consiguieron encontrar objetos de plata y oro, e incluso hacer esclavos, aunque llegó el momento de dar la vuelta porque los nativos les crearon muchos problemas. Lo hicieron navegando río abajo, y, en lo que es ahora San Pedro de Ycuamandiyú (con 35.000 habitantes y a 330 km de Asunción, como se ve en la imagen), los indios del cacique Guazani los mataron el año 1525. Ese  fue el destino de Alejo García (aunque  nuestro cronista dé a entender que no se supo más de él), muriendo a su lado el mulato Pacheco. El recuerdo de Alejo García  lo convirtió en un personaje mítico a los ojos de los indígenas, y, para los españoles, fue durante siglos lo que los empujó a seguir buscando lo que no era más que  un espejismo, el de la Sierra de la Plata  y el Rey Blanco.