(1098) Ya hemos visto anteriormente que
había una mala relación entre Cabeza de Vaca y los frailes, a los cuales les
había impedido que se quedaran a evangelizar en la brasileña isla Santa
Catalina. Cosa extraña, porque el gobernador era un hombre religioso, aunque
quizá demasiado estricto. Esa rebeldía de los frailes seguía viva, y se saldrán
con la suya: "En este tiempo, estando las cosas tan recias y tan revueltas,
les pareció a fray Bernardo de Armenta y
a los otros frailes que era buena coyuntura para acabar de efectuar su
propósito de quererse ir (como otra vez lo habían intentado), y hablaron sobre
ello a los oficiales y a Domingo de Irala, para que les diese favor y ayuda
para ir a la costa del Brasil. Los cuales, por tenerlos contentos, y por ser,
como eran, contrarios al gobernador, ya que les había impedido quedarse en
Santa Catalina, les dieron licencia y les ayudaron para que se fuesen a la
costa del Brasil, y para ello llevaron consigo seis españoles y algunas indias a
las que les enseñaban doctrina".
Cabeza de Vaca intentó que se respetara en
alguna medida la legalidad: "Estando el gobernador en la prisión, les dijo
muchas veces que, para que cesasen los alborotos y los males que se hacían, le permitiesen
que, en nombre de Su Majestad, pudiese nombrar una persona que, como teniente
de gobernador, tuviese en paz y en justicia aquella tierra, y que, después de
haberlo nombrado, pudiera él presentarse ante Su Majestad para dar cuenta de
todo lo pasado. Los oficiales le respondieron que, al quedar preso, perdieron su
fuerza las provisiones que tenía, y que bastaba la persona que ellos habían
puesto (Irala). Entraban diariamente donde estaba preso, amenazándole
que le habían de dar de puñaladas y cortarle la cabeza, y él les rogaba que, cuando determinasen
hacerlo, le diesen un religioso para que le confesase. Su respuesta fue que si le habían de dar
confesor, había de ser Francisco de Andrade (portugués) u otro vizcaíno
(sin duda, amigo del vasco Domingo de Irala), y que, si no se quería
confesar con ninguno de ellos, que no le darían a otro, porque a todos los
tenían por muy amigos suyos. Además, habían tenido presos a Antón de Escalera,
a Rodrigo de Herrera y a Luis de Miranda, clérigos, porque les habían dicho que
había sido cosa muy mal hecha, contra el servicio de Dios y de Su Majestad, el
haberle apresado. A Luis de Miranda, lo tuvieron
preso con el alcalde mayor más de ocho meses, sin ver el sol ni la luna.
Ocurrió también que Antón Bravo, un hombre hidalgo y de edad de dieciocho años,
dijo un día que él vería la manera de
que el gobernador fuese liberado de la prisión. Entonces los oficiales y
Domingo de Irala lo prendieron y le dieron luego tormento, y, para poder castigar a otros a los que odiaban, le dijeron
que le soltarían libremente si delataba como culpables a muchos que pensaban
como él. Tras obligarle a confesar, los prendieron a todos, y a Antón Bravo le
dieron cien azotes públicamente por las calles, pregonando que era un traidor, y
diciendo que lo había sido contra Su Majestad porque quería soltar de la
prisión al gobernador".
(Imagen) El apresamiento del que fue
objeto el gobernador Cabeza de Vaca tuvo que convertir la ciudad de Asunción en
un hervidero de conflictos entre vecinos: "Los que le encarcelaron dieron
tormentos muy crueles a otras muchas personas para saber si trataban de sacar
de la prisión al gobernador, y de qué manera lo preparaban, o si se hacían
minas debajo de tierra. Muchos quedaron lisiados de las piernas y brazos por
los tormentos. Como en algunas paredes del pueblo se había escrito (invitando
a enfrentarse a los que apresaron al gobernador) 'Por tu rey y por tu ley
morirás', los oficiales y Domingo de Irala hicieron averiguaciones, y luego
prendieron y dieron tormento a muchos. Estando así las cosas, Pedro de Molina,
natural de Guadix (Granada) y regidor de Asunción, viendo los grandes
daños, alborotos y escándalos que en la tierra había, determinó, para servir a
Su Majestad, entrar dentro de la empalizada con la que se protegían los
oficiales y Domingo de Irala, y, en presencia de todos, quitado el bonete, le dijo
al escribano Martín de Ure que leyese su requerimiento para que cesasen los
males, muertes y daños que había por la prisión del gobernador, pidiendo que lo
sacasen de ella y lo soltasen, porque, con ello, cesaría todo. Y que, si no
quisiesen sacarlo, le permitiesen dar poder a quien él quisiese para que, en
nombre de Su Majestad, gobernase la provincia, y la tuviese en paz y en
justicia. Dando el requerimiento al escribano, rehusaba tomarlo por estar
delante todos aquellos, y, al fin, lo tomó, y le dijo a Pedro de Molina que, si
quería que lo leyese, que le pagase sus derechos. Pedro de Molina sacó la espada que tenía en la
cinta, y se la dio, la cual no quiso coger, diciendo que él no tomaba espada
por prenda. Entonces Pedro de Molina se quitó una caperuza montera, se la dio y
le dijo: 'Leedlo, que no tengo otra mejor prenda'. Martín de Ure tomó la
caperuza y el requerimiento, y lo tiró al suelo diciendo que no se lo quería
notificar a aquellos señores. Luego se levantó Garci Venegas, teniente de
tesorero, y, con muchas palabras afrentosas, le dijo a Pedro de Molina que le
daban ganas de matarlo a palos, y que eso era lo que merecía por osar dirigirse
a ellos con aquellas peticiones. Tras lo cual, Pedro de Molina salió quitándose
su bonete (que no fue poca suerte poder salir de entre ellos sin graves
consecuencias)". En la imagen vemos que Carlos V había nombrado al
valiente y leal Pedro Molina, natural de Guadix, regidor de la ciudad de
Asunción en 1540, dos años antes de que llegara Cabeza de Vaca.