(921) Tras llegar a Santiago de Cuba, los
de la expedición tuvieron un largo plazo, tres meses, de vida placentera y de
descanso, sintonizando con los vecinos, pues disfrutaban de su presencia. Era
como un 'recreo' al que se entregaban mientras Hernando de Soto no paraba de
organizar su gobernación: "Visitó en este tiempo los pueblos que en la
isla había, proveyó ministros de justicia que en ellos quedasen por tenientes
suyos y compró muchos caballos para la jornada, y su gente principal hizo lo
mismo, para lo cual dio a muchos de ellos socorro en más cantidad que lo había
hecho en Sanlúcar de Barrameda".
Inca Garcilaso toca después un asunto que
resulta espeluznante, por las consecuencias que les trajo a aquellos indios (al
parecer de poca fortaleza y muy indolentes) la explotación a que les sometían
los españoles. Aunque no lo precisa, habla de lo que ocurrió a lo largo del
tiempo (en lo que también tuvieron mucho que ver las epidemias): "Entonces
estaba aquella tierra próspera y muy poblada de indios, los cuales, poco
después, dieron en ahorcarse casi todos. Y la causa fue que, como toda aquella
región es muy caliente y húmeda, la gente era floja y de poco trabajo. Por la
mucha fertilidad de la tierra, no tenían necesidad de trabajar mucho para
sembrar y recoger. Como no estimaban la riqueza del oro, se les hacía muy duro
el sacarlo de los arroyos y minas, y sufrían demasiado, por poca que fuese, la
molestia que para ello les daban los españoles". Lo que sigue es la
frecuente interpretación religiosa del cronista, que, en este caso, resulta muy
dura, a pesar de su habitual defensa de los indígenas, a los que admiraba
tratándose de sus evolucionados parientes incas, pero no tanto cuando se
refería a indios más primitivos: "Como también el demonio incitaba por su
parte, y con gente tan simple, viciosa y holgazana podía lo que quisiese,
sucedió que, por no sacar oro, se ahorcaron con tanta prisa, que hubo día de
amanecer, en cincuenta casas de un mismo pueblo, indios ahorcados con sus
mujeres e hijos, sin apenas quedar hombre viviente, que era la mayor lástima
del mundo verlos colgados de los árboles, como pájaros zorzales cuando los atrapan
con lazos. Y no bastaron los remedios que los españoles procuraron e hicieron
para impedirlo. Con esta plaga tan abominable se consumieron los naturales de
aquella isla y sus comarcas, pues hoy (unos cincuenta años después) casi no hay ninguno. De este hecho vino
después la carestía de los negros que al presente hay, llevados a todas partes
de la Indias para que trabajen en las minas".
Siempre atento a todo, Hernando de Soto,
también pensaba en La Habana: "Entre otras cosas que el gobernador proveyó
en Santiago de Cuba, fue mandar que un capitán llamado Mateo Aceituno,
caballero natural de Talavera de la Reina, fuese con gente por la mar a
reedificar la ciudad de La Habana, porque tuvo aviso de que pocos días antes la
habían saqueado y quemado corsarios franceses, sin respetar el templo ni las
imágenes que en él había, por lo que el gobernador y toda su gente, como
católicos, hicieron mucho sentimiento. En suma, proveyó el gobernador todo lo
que le pareció convenir para pasar adelante en la conquista".
(Imagen) Sigamos con GIL GONZÁLEZ DE ÁVILA
(2ª parte de la imagen anterior). Hundidos los cuatro barcos, cualquiera se
habría vuelto a casa, pero Gil decidió hacer otros cuatro, evitando los errores
cometidos. En enero de 1522 ya pudo partir con ellos. Tras navegar unos 500 km,
las naves hacían agua por los daños de la 'broma' (molusco taladrador de la
madera sumergida), algo muy frecuente en aquel tiempo. Entonces se quedó junto
a la costa Andrés Niño con un grupo, para repararlas, y Gil continuó a pie con
el resto, estando de acuerdo en encontrarse más tarde en un punto adecuado. Por
el camino, los de Gil tuvieron varios logros importantes: encontraron muchos
poblados de indios, a los que pacificaron y evangelizaron, consiguiendo,
además, mucho oro. Por la humedad y el calor, se deterioró la salud de Gil, y
fueron tan torrenciales las lluvias, que lo tuvieron que refugiar en casa de un
cacique, que los recibió muy bien. Aquello era un mar de agua, y decidieron
preparar una balsas para salir de las enormes inundaciones. Así llegaron hasta
el punto de encuentro, aunque después Andrés Niño continuó por mar, y los de
Gil a pie hasta llegar a los dominios de un famoso y peligroso cacique, llamado
Nicaragua. Sus hombres no se atrevían a presentarse ante él, pero Gil dio orden
de seguir adelante, y el temible cacique, de momento, los recibió muy bien, y
hasta les regaló mucho oro. Pero se trataba de un astuto tanteo de la fuerza de los
españoles, y después de que marcharon, fue tras ellos y los atacó, sin que
pudiera derrotarlos, por lo que luego se disculpó. Gil volvió al encuentro de
Andrés Niño, que fue quien había descubierto la bahía de Fonseca, y regresaron
a Panamá con sus grandes triunfos y ricos de oro. Borracho de éxito, Gil inició
otra expedición con la que se dirigió a Guatemala y a Honduras, donde fundó el
año 1524, en la costa caribeña, la ciudad de San Gil de Buena Vista (que
desapareció con el tiempo). Tuvo la mala suerte de que el lugarteniente de
Hernán Cortés, Cristóbal de Olid (a quien más tarde lo ejecutó por rebelde), lo
apresara por considerar que estaba en territorio que no le correspondía. Tras
entregárselo Olid, Hernán Cortés envió preso a España (por delitos que no había
cometido) a GIL GONZÁLEZ DÁVILA, quien fue absuelto de toda culpa, y pudo ir
libremente a su ciudad natal, Ávila, donde, por desgracia, murió pronto, en
1526. Dejó fama de excepcional conquistador y de hombre muy humano.
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