(919) Y añade el cronista: "Todas estas
son palabras de Alonso de Carmona, y las puse aquí porque los tres casos que
cuenta son notables, y también para que se vea cuán conforme va su relación con
la mía, tanto en el año y en los primeros quince días de la navegación, como en
el temporal y en el puerto que tomaron, pues todo se ajusta con nuestra
historia. Por lo cual, pondré de esta manera otros muchos pasos suyos y de Juan
Coles, que es el otro testigo de vista, los cuales se hallaron en esta jornada
juntamente con mi autor". Casi resulta cómico que le esté dando categoría
de autor a Gonzalo Silvestre, su
informante, y él se ponga en el papel de 'negro', mientras parece resistirse a decir su nombre.
Luego dice: "Tres días después de Pascua, siguieron su viaje. El
gobernador había conseguido del Conde de la Gomera (Guillén Peraza de Ayala),
con muchos ruegos y súplicas, que le diese una hija natural que tenía, de edad
de diez y siete años, llamada doña Leonor de Bobadilla, para llevarla consigo y
casarla como gran señora en su nueva conquista. Se la entregó a doña Isabel de
Bobadilla, mujer del Adelantado Hernando de Soto, para que, admitiéndola por
hija, la llevase en su compañía. Salió el gobernador muy contento de la isla de
la Gomera el veinticuatro de abril, y, mediante el buen viento que siempre le
hizo, dio vista el puerto de Santiago de Cuba a los postreros de mayo. Doce
días antes, le había pedido licencia (queda claro que el mando supremo lo
tenía Soto) el factor Gonzalo de Salazar para apartarse con la armada de
México y guiar su navegación a Veracruz, pues lo había deseado en extremo por
salir de jurisdicción ajena, y el gobernador se la había dado con mucha
facilidad, por verle el deseo que de ella tenía".
De manera que se separaron las dos
armadas, y la de Hernando de Soto llegó a Santiago de Cuba, donde ocurrió otro
absurdo incidente que pudo ser grave (de tropezón en tropezón). Cuando entraban
en el puerto, llegó alguien a caballo, enviado por las autoridades para provocarles
un accidente, ya que los creían enemigos. Les gritó que, para entrar, giraran a
babor, con la intención que chocaran con rocas sumergidas. En cuanto hicieron
la maniobra, se dio cuenta de su metedura de pata y, con mayores gritos, les
dijo que volviera a estribor. Pero fu demasiado tarde: "Los marineros no
pudieron evitar que la nao diese en una peña un golpe tan grande que todos creyeron
que se había abierto y perdido. Empezaron a bombear y salía, además de agua, mucho
vino, vinagre, aceite y miel, pues, del golpe, se habían quebrado muchas
vasijas, y dieron por cierto que la nao estaba perdida". Sacaron en un
batel a Doña Isabel de Bobadilla y a sus doncellas, en el que subieron casi
atropelladas por algunos pasajeros jóvenes e inexpertos que huían del peligro
sin contemplaciones: "Hernando de Soto, como buen capitán, no quiso salir
de la nao hasta ver el daño que había recibido, y por obligar con su presencia
a que no escapasen todos. Luego vieron los marineros que el único daño
producido fue la quiebra de las botijas, y que la nao estaba sana y buena, pues
la bomba no sacaba más agua, con lo que se alegraron todos, y los que habían
huido de mala manera quedaron en ridículo".
(Imagen) Ya le dediqué varios comentarios en otra imagen a LUIS DE MOSCOSO y ALVARADO, pero completaré algunos detalles del personaje porque va a tener un gran protagonismo en la historia que estamos viendo. Nació en Zafra (Badajoz) el año 1505. Era sobrino del gran capitán Pedro de Alvarado, bajo cuyo mando estuvo luchando en México y Guatemala. Llegó a Perú con la tropa de Alvarado, quien, habiéndose metido en corral ajeno, llegó a un acuerdo económico con Pizarro y Almagro, y dejó en aquellas tierras la mayor parte de sus hombres, entre ellos, Luis de Moscoso. En las campañas peruanas hizo una gran amistad con Hernando de Soto, hasta el punto de que, al volver este a España harto de ser ninguneado por los Pizarro, Luis hizo el viaje con él, y luego se apuntó a la aventura de La Florida. Era una amistad correspondida, y eso explica que, cuando Soto se dio cuenta de que iba a sucumbir a la enfermedad, antes de morir, le dejara al mando de sus hombres, y nombrado, interinamente, gobernador de Cuba y La Florida. Muerto el gran capitán, Luis de Moscoso, por petición de sus desesperados hombres, decidió regresar a casa, y, tras una odisea de película, logró volver, a finales del año 1543, con unos 300 supervivientes. Llegado a México, se casó con su prima Leonor de Alvarado. Luego fue a Perú, probablemente con los que salieron hacia allá para servir a la Corona contra Gonzalo Pizarro, como hizo Alonso de Carmona (uno de los tres que aportaron datos a la crónica de Inca Garcilaso). Pero todo hace suponer que, llegados allá, Luis de Moscoso y su hermano Cristóbal Mosquera se dejaran convencer para cambiar de idea por otro hermano, Gómez de Alvarado el Mozo. El hecho cierto es que se pusieron al servicio de Gonzalo Pizarro (como consta en cartas de Gómez a Pizarro del año 1546), aunque los tres corrigieron el rumbo a tiempo, y acabaron luchando contra él. La imagen corresponde a la partida para la Florida, en 1538, de Luis con dos hermanos, el mencionado Cristóbal Mosquera y Juan de Alvarado, y se indica que eran hijos de Alonso Hernández de Diosdado, comendador de una orden militar. LUIS DE MOSCOSO murió en Perú el año 1551, sin que se sepa cómo, pero, dado que continuaban los conatos de guerras civiles, y que él solo tenía 46 años, es probable que fuera víctima de aquellos enfrentamientos.
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