(903) El virrey Don Andrés Hurtado de
Mendoza tuvo aviso de que el nuevo virrey le enviaba el mensajero, pero no sabía cuál era el contenido de la carta.
En principio, se preparó para tratarlo muy bien: "Mandó que se le
proveyese al mensajero por los caminos de todo lo necesario, con mucha
abundancia. Le tuvo preparada en la ciudad de Lima una posada, y una buena
dádiva de joyas de oro y plata. Todo lo cual lo perdió el mensajero porque
tenía orden de no llamarle Excelencia, sino Señoría, y en la carta el nuevo virrey
le trataba de la misma manera. Le molestó mucho al virrey Don Andrés Hurtado de
Mendoza que su sucesor quisiera ponerse por encima de él tan descaradamente,
sin razón ni justicia. De esa melancolía, se dañó su salud, y le fue mermando
de día en día, y, como su edad era
mucha, no pudiendo resistir el mal, feneció antes de que el nuevo virrey
llegara a Lima, Al cual no le fue mejor, porque, pasados unos meses, le alcanzó
la muerte, por un caso extraño que él mismo provocó. Ese suceso, por ser
odioso, no debe ser comentado, y, por eso, seguiremos adelante, dejándolo así
de confuso". Es llamativo que Inca Garcilaso, tan amigo de entrar en
detalles, pase de largo la explicación de esta historia que todos los cronistas
describen.
Inca Garcilaso sigue aportando datos, pero
nos anuncia que se va acercando al final de
su narración: "Don García de Mendoza, que era gobernador en Chile,
sabiendo que su padre, el virrey, había fallecido, se dio prisa en volver al
Perú, y preparar su venida a España. Lo hizo con tanta diligencia, que los
murmuradores decían que había salido de Chile con tanta prisa, principalmente,
para huir de los indios araucanos, que le habían asombrado, y que había partido
del Perú por no verse bajo la jurisdicción
de otro. Vino a España y, más tarde (treinta años después), volvió a
aquel imperio de Perú para ser virrey de él, e impuso un nuevo tributo que hoy
pagan los españoles y los indios. Mi intención es acabar esta historia con la
muerte del príncipe inca hermano de Don Diego Sayri Túpac, de cuya salida de
las montañas, bautizo y fallecimiento ya hablamos anteriormente. Con este
propósito, iré abreviando esta historia, para ver ya el fin
de ella".
Se diría que Inca Garcilaso (y
probablemente los cronistas de la época) comete un error al creer que Felipe II
envió con urgencia a un suplente que hiciera las funciones de virrey tras la
escandalosa muerte de Don Diego López de Zúñiga y Velasco. Parece demostrado
que el escogido, el licenciado Lope García de Castro, había partido antes de su
muerte, y, precisamente, con orden de destituirlo por su mal comportamiento.
Lope había sido quien, en España, no concedió algunas mercedes que pedía Inca
Garcilaso, por considerar que su difunto padre dejó malos antecedentes en Perú. Así inicia su comentario el cronista:
"Su Majestad el Rey Don Felipe Segundo, cuando supo la desgraciada muerte
del virrey Don Diego López de Zúñiga, Conde de Nieva, envió al licenciado Lope
García de Castro, que era del Consejo Real de las Indias, de quien antes hice
mención al hablar de mis peticiones por los servicios de mi padre, y de la oposición que entonces
me hizo".
(Imagen) Es buen momento para hablar de
uno de los personajes de Indias que más admiro: PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA, al que hace mucho tiempo le dediqué
espacio abundante. Viene a cuento porque, muertos los dos virreyes, el Marqués
de Cañete y el Conde de Nieva, llegó a Perú el licenciado LOPE GARCÍA DE CASTRO
con poderes de virrey, pero sin el título. Hizo bien su trabajo, y lo alaba
mucho Inca Garcilaso, a pesar de que le negó en España un premio que merecía
(lo cual le honra). Da la casualidad de que, entre otras iniciativas, Lope
García envió una expedición de descubrimientos por el inmenso Pacífico. Puso al
mando a Álvaro de Mendaña, su sobrino, y le acompañaba Pedro Sarmiento, mucho
mejor marino que él. Uno de sus logros fue descubrir las Islas Salomón. Mendaña
era el marido de la asombrosa Isabel Barreto, quien tomó el mando en una
segunda expedición por fallecer Álvaro. Pedro Sarmiento ha sido olvidado
porque su enorme valía, honradez y
coraje no dieron, ni de lejos, los frutos que merecía. El buen virrey Francisco
de Toledo sentía gran admiración por él, y, a petición suya, Pedro,
informándose con los nativos, escribió una valiosa historia de los incas,
convertida en un clásico. Le dieron permiso para instalar junto al Estrecho de
Magallanes dos poblados de colonos. Lo consiguió, pero el final fue alucinante:
casi todos murieron, y Pedro sobrevivió porque había ido a la desesperada a
Buenos Aires para conseguir provisiones. Volviendo a España, lo atraparon piratas ingleses, lo llevaron a
Londres, y allí, la despótica reina Isabel I, así como su amante el corsario
Walter Raleigh, admiraron tanto sus conocimientos (explicados en latín), que le
dejaron marchar con un mensaje para Felipe II. Al glorioso perdedor lo
atraparon en su travesía por Francia los hugonotes, lo encarcelaron en 1586, y
vivió un horror durante tres años, en los que perdió hasta los dientes. De ello
se quejaba al Rey rogándole que lo sacara de allí, pero Felipe II se lo tomaba
con calma, hasta que, por fin, se dignó pagar el rescate, que, para mayor
vergüenza, era inferior a los salarios que le debía ('¡Dios, qué buen vasallo,
si hubiera buen señor!'). Ya de vuelta, murió el año 1592. El mayor honor se lo
rindió el marino inglés Phillip Parker King al denominar oficialmente como
Monte Sarmiento (hacia 1830) al descubierto por PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA en
territorio chileno, cerca del Estrecho de Magallanes.
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