(901) Luego Inca Garcilaso reserva unos
párrafos para mostrar las dificultades que se iba a encontrar en Chile el nuevo
gobernador de Perú, Don García Hurtado de Mendoza, hijo del virrey, porque allí
tendría que vérselas con los durísimos y hábiles estrategas indios araucanos:
"Entró en aquellas tierras con mucha y muy lucida gente. Pocos días
después, los indios le prepararon una brava emboscada. Adelantaron un escuadrón
de cinco mil indios, con orden de no llegar a pelear, sino debiendo retirarse
lentamente para evitar el enfrentamiento. Al saberlo el gobernador, dio orden
de seguirlos sin atacar, ya que los españoles veteranos de aquellas tierras le
avisaron de las mañas y ardides de guerra que aquellos indios usaban. Pero
luego se cebó en ir tras los enemigos, con deseo de hacer una gran matanza en
ellos. Los indios, viendo al gobernador algo alejado de su campamento, donde
había dejado todo lo que llevaba, llegaron a él sin oposición, y robaron todo
lo que hallaron. Esta noticia llegó al Perú, donde todos se admiraron de que,
en tan breve tiempo, hubiese sucedido una cosa de tanta pérdida para los
españoles, pues no les quedaron armas ni ropa, salvo lo que llevaban puesto. El
virrey les mandó socorro con las mayor diligencia, pero gastando mucha suma de
oro y plata de la Hacienda Real, de lo cual se murmuró por aquella demasía de
gastos. Como los sucesos de Chile no corresponden a esta historia, solo
mencionaré la muerte de Loyola (Martín García Óñez de Loyola, sobrino nieto de San Ignacio). Quienes quieran
escribir de los sucesos de aquel reino, tiene mucho que decir desde el
alzamiento de los indios araucanos, que aún dura cuando esto escribo, que es el
año mil seiscientos once. Podrían hablar de la muerte lastimera del gobernador
Francisco de Villagra, con doscientos españoles que iban con él, y asimismo la
muerte del maestre de campo Don Juan Rodulfo, y de los doscientos hombres que
llevaba. Pero, donde ha habido tanta bravura de armas, no faltará la suavidad y
belleza de las letras de sus propios hijos para que, en tiempos venideros,
florezcan en todo aquel famoso reino". Lamenta el cronista que no le quepa
en suerte la dicha de relatar también aquellas historias, pero es extraño que
no sepa que hubo ya otros que lo hicieron. No falla: siempre y en cualquier
lugar, la epopeyas han contado con narradores, como ocurrió con Homero.
Nos cuenta también el varapalo que recibió
el virrey (como vimos en la imagen anterior): "Don Andrés Hurtado de
Mendoza, viendo que los que él había desterrado del Perú volvían con grandes
mercedes que les había hecho Su Majestad, abonadas con el tesoro de su Arca
Real, bien en contra de lo que él había imaginado, quedó admirado, y mucho más
cuando supo que Su Majestad había nombrado un nuevo virrey para sucederle. Le
pesó lo ocurrido, y cambió el rigor que hasta entonces había usado por la mayor
suavidad y mansedumbre. Y así se comportó hasta su muerte". Fue tal el
'cambiazo' de actitud del virrey, que se creó una situación de abuso en sentido
contrario. Todo el mundo se animaba a reclamar mercedes y a pedir que se les
devolviera lo que se les había quitado, y, como eran atendidos, había otros a
los que se les obligaba a devolver concesiones ya hechas, por estimarse que
habían sido injustas: "El virrey quedó en gran confusión, porque los
oidores le revocaban lo que él había concedido anteriormente, y le acongojaba
tener que satisfacer con nuevas mercedes a quienes se las estaban
quitando".
(Imagen) GARCÍA HURTADO DE MENDOZA, hijo
del virrey Marqués de Cañete, nació el año 1535 en Cuenca, y fue siempre una
persona valiente, con carácter fuerte y muy ambiciosa. Él también se convirtió
en Marqués de Cañete (el cuarto), al fallecer en 1591 su hermano Diego, que
había heredado el título. Era uno de los típicos aristócratas de la época que
soñaban con grandes proezas militares. Con solo 17 años, se marchó de casa y se
alistó en las tropas europeas de Carlos V, dando pruebas de gran valor y
eficacia. Cuando tenía 21 años le llegó la gran oportunidad de su vida. No le
costó conseguir que su padre, Don Andrés Hurtado de Mendoza, segundo Marqués de
Cañete, nombrado virrey de Perú, le permitiera acompañarle a las Indias, el
lugar ideal para sus sueños de gloria. En ese viaje iba también Jerónimo de
Alderete, recién nombrado gobernador de Chile. Ninguno de los dos pudo imaginar
que Alderete moriría en el camino y su cargo de gobernador pasaría a manos del
jovencísimo García. Su padre lo nombró, no solo para dar fin a los conflictos que
surgieron entre dos pretendientes al cargo, Francisco de Villagra y Francisco
de Aguirre, sino también porque no dudaba de la valía de su hijo, el cual
partió para Chile llevando como asesor al oidor Hernando de Santillán, algo que
no le gustó nada a Felipe II, como vimos en la imagen anterior. En cuanto llegó
a su destino, envió a Lima presos a Villagra y a Aguirre. Lo más meritorio que
hizo García en Chile, fue derrotar repetidamente a los terribles indios
mapuches que habían matado a Pedro de Valdivia. Habían aprendido a cabalgar
(cosa rara en la América hispana), y los acaudillaba el mítico cacique
Caupolicán. Por ser los indios brutales (la muerte de Valdivia fue un horror),
también los españoles lo eran con ellos, y así, al derrotar a Caupolicán, lo
mataron empalándolo, aunque el orgulloso cacique ni se inmutó. Muerto el
virrey, su padre, en 1560, GARCÍA HURTADO DE MENDOZA volvió a España. Pero
había ganado tanto prestigio, que regresó a Perú como virrey en 1589 (de lo
cual hablaremos en otra ocasión). Falleció en Madrid el año 1609, y el
documento de la imagen encabeza un expediente que iniciaron los albaceas de su
testamento, quedando como heredero su hijo Andrés Hurtado de Mendoza, quinto
Marqués de Cañete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario