(918) Con los nervios de unos y otros, las
dos naves estuvieron a punto de chocar. En medio de la noche, todo eran gritos:
"No hallaron otro remedio mejor que el de sacar muchas picas, con las
cuales retenían las naves, y rompieron
más de trescientas, que pareció una hermosísimo torneo de a pie, pero hicieron
buen efecto, aunque no pudieron evitar que se trabasen las jarcias, velas y
entenas, de manera que se vieron en el último punto de hundirse las dos. Pero Dios
Nuestro Señor les socorrió, porque los de la del gobernador Hernando de Soto, con las
navajas que en las entenas llevaban, cortaron a la del factor Gonzalo de
Salazar todos los cordeles, jarcias y velas con que las dos se habían asido, y
así pudo la del general, con el buen viento que hacía, apartarse de la otra,
quedando ambas libres".
La reacción de Hernando de Soto fue muy
violenta: "Quedó tan airado por haberse visto en el peligro pasado, así
como por pensar que el hecho se había producido por desacato malicioso, que
estuvo por hacer un gran exceso mandando cortar la cabeza al factor Gonzalo de
Salazar. Mas él se disculpaba con gran humildad diciendo que no había tenido
culpa en cosa alguna de lo sucedido, y así le testificaron todos los de su nao.
Con lo cual, y con buenos terceros que no faltaron en la del gobernador y
excusaron al factor, se aplacó la ira del general, le perdonó, y olvidó todo lo
pasado. Pero el factor Gonzalo de Salazar, después de llegado a México, siempre
que se ofrecía plática sobre el suceso de aquella noche, solía decir que le
gustaría toparse con Hernando de Soto para desafiarlo por las palabras excesivas
que con sobra de enojo le había dicho en lo que él no había tenido culpa. Y era
verdad que no la había tenido; pero tampoco el general le había dicho cosa de
que él pudiese ofenderse. Pero la sospecha y la ira tienen grandísima fuerza y
dominio sobre los hombres, principalmente si son poderosos, como lo eran estos
dos capitanes.
Por primera vez, Inca Garcilaso cita,
entrecomillado, un párrafo de la pequeña crónica de Alonso de Carmona, dejando
claro previamente, y honradamente, quién era el autor: "Salimos de
Sanlúcar el año 1538, por Cuaresma, y llegamos navegando a las islas de la Gomera (21 de abril),
que es adonde todas las flotas van a tomar agua y refresco de matalotaje (provisiones).
Y diré dos cosas que acaecieron aquel día en mi nao. La una fue que, peleando
dos soldados, se asieron a brazo partido y dieron consigo en la mar, y así se
sumieron, que no apareció pelo ni hueso de ellos. La otra fue que iba allí un
hidalgo que se llamaba Tapia, natural de Arévalo, y llevaba un lebrel de mucho
valor, y, estando como a doce leguas del puerto, cayó a la mar. Y como
llevábamos viento próspero, se quedó, que no lo pudimos tomar, y fuimos
prosiguiendo nuestro viaje, y llegamos al puerto, y otro día de mañana, vio su
amo el lebrel en tierra, y, admirándose de ello, fue con gran contento a tomarlo,
y se negó el que lo llevaba, y se supo que, viniendo un barco de una isla a
otra, lo hallaron en la mar, que andaba nadando, y lo metieron en el barco, y
averiguose que había nadado el lebrel cinco horas. Y tomamos refresco, y lo
demás, y proseguimos nuestro viaje, y a vista de la Gomera se llegó el amo del
lebrel a bordo, y le dio la vela un envión que le echó a la mar, y así se sumió
como si fuera plomo y nunca más apareció, de que nos dio mucha pesadumbre a
todos los de la armada".
(Imagen) HERNANDO DE SOTO era un tipo
extraordinario. Un líder nato, pequeño de cuerpo, pero de alma gigante. De ahí
que se lanzara a la prometedora campaña de La Florida, a pesar de que todos los
intentos anteriores habían fracasado. Tenía clavada una espina especialmente
molesta. Francisco Pizarro, a pesar de haberle prometido el mando superior de
su tropa, faltó a su palabra, dándole el cargo a su ambicioso hermano Hernando
Pizarro. Fue motivo suficiente para que el año 1535 Soto se marchara a España,
confiando en que el Rey le permitiera capitanear algo digno de su valía, sin
que nadie le hiciera sombra ni le diera órdenes. Las grandes conquistas estaban
ya hechas, o seguían haciéndolas otros. Quedaba virgen el territorio de La
Florida, y ese fue su objetivo, aunque a punto estuvo de adelantársele el gran
Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien, por llegar tarde, se resignó a pedir otra
gobernación, la del Río de la Plata. Soto consiguió el visto bueno de Carlos V,
y así empezó su tremenda aventura. Nació hacia el año 1500, y muy
probablemente, en Barcarrota (Badajoz). Llegó a las Indias en 1514, en la gran
armada del duro Pedrarias Dávila, a cuyo lado (además de conocer a Francisco
Pizarro) ganó gran prestigio en la zona de Nicaragua. Luego pasó a Perú, e
intervino en el acoso a Atahualpa. Fue el primero que, por orden de Francisco
Pizarro y derrochando coraje, se presentó cara a cara frente al gran emperador.
Por petición suya, hizo una exhibición de buen jinete, que asustó a los de su
guardia personal, siendo castigados con la muerte por el gran Inca, pero ambos se
tuvieron una mutua simpatía, lo que explica que luego Soto criticara duramente que Atahualpa fuera ejecutado por Pizarro, de
quien se fue distanciando. Estando en el Cuzco, se vio mezclado en las disputas
entre los partidarios de Francisco Pizarro y los de Diego de Almagro, al que se
ofreció para acompañarle en su viaje de conquista a Chile, pero desechó la idea
al ver que no le asignaba un cargo digno. Entonces Hernando de Soto, harto de
tantos desaires, decidió ir a España (lo cual le libró de los horrores de las
inminentes guerras civiles). Inca Garcilaso nos contará todo lo que ocurrió
después. Solo queda comentar que, cuando
murió HERNANDO DE SOTO, dejó a su viuda, Isabel de Bobadilla (hija de
Pedrarias Dávila), casi en la ruina, pero aún tuvo que hacer ella frente, en
largos pleitos, a las demandas de Hernán Ponce de León, antiguo socio de su
marido.
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