(904) Inca Garcilaso añade algún detalle más sobre su relación con el licenciado Lope García de Castro (es un misterio que no tuviera el título de virrey), y, aunque, en su día, no le concedió algo que él consideraba muy merecido, lo va a tratar con mucho respeto: "El licenciado Lope García de Castro era hombre de gran prudencia y consejo para gobernar un imperio tan grande como aquel. Mostró total diligencia, y gobernó aquellos reinos con mucha mansedumbre y blandura, de manera que los dejó en toda paz y quietud cuando volvió a España. Se sentó de nuevo en su silla del Consejo de Indias, viviendo con mucha honra y prosperidad, falleciendo después como buen cristiano. Mis amigos, viéndolo en su alto cargo, me aconsejaban que volviese, acerca de los servicios de mi padre, a mis peticiones de la restitución patrimonial a mi madre. Decían que, ahora que el licenciado Castro había visto el Perú, en cuya conquista participó mi padre, y que aquellas tierras habían sido de mis abuelos maternos, me ayudaría a que me hicieran mercedes. Pero a mí, que tenía enterradas las pretensiones, y perdida la esperanza, me pareció más seguro, de mayor honra y mayor ganancia no salir de mi rincón. Donde, con el favor divino, he gastado el tiempo desde entonces en lo que he escrito, aunque no sea de honra ni provecho; sea Dios loado por todo". (Y resulta que, casi quinientos años después, aquí estamos escuchándolo).
Va a llegar un nuevo y extraordinario virrey, que será el último que Inca Garcilaso mencione: "Al licenciado Lope García de Castro (estuvo cinco años gobernando de hecho y bien, pero sin título de virrey), presidente y gobernador general del imperio llamado Perú, le sucedió el nuevo virrey, Don Francisco de Toledo, hijo segundo del Conde de Oropesa. Fue elegido por su mucha virtud y cristiandad, el cual recibía el Santísimo Sacramento cada ocho días. Gobernó aquellos reinos del Perú con suavidad y blandura, no teniendo rebeliones que aplacar ni castigar. A los dos años de llegar a aquellas tierras, determinó sacar de las montañas de Vilcabamba al príncipe hinca Túpac Amaru, hermano de Don Diego Sayri Túpac (tras cuya muerte, le heredó y se rebeló contra los españoles). Era su legítimo sucesor, porque Don Diego no dejó hijo varón, sino una hija, de la cual hablaremos más adelante. Deseó el virrey sacarle de las montañas con amabilidad. Y, como había hecho el Marqués de Cañete, virrey anterior, le envió mensajeros pidiéndole que saliese a vivir entre los españoles, pues ya todos eran unos, y Su Majestad le daría mercedes. No le sirvieron al virrey de provecho alguno sus promesas, por faltarle negociadores como los que tuvo el virrey anterior, y también porque los parientes y vasallos que el príncipe tenía, escarmentados de la poca merced que le hicieron los españoles a su hermano, y hasta dando por hecho, sin motivos, que lo habían matado, aconsejaron al príncipe Inca que de ninguna manera saliese de su destierro, pues le sería mejor vivir en él que morir entre sus enemigos. Enterado el virrey de que había tomado la decisión de no salir de su refugio, pidió consejo a sus asesores, y le dijeron que debía sacarlo a la fuerza, haciéndole la guerra hasta prenderle, y aun matarle, pues con ello haría gran servicio a su Majestad".
(Imagen) Hablando del virrey DON FRANCISCO
DE TOLEDO Y FIGUEROA, me fijaré, de momento, solo en sus andanzas anteriores a
su partida hacia Perú. Nació (muriendo su madre pronto) en el castillo de
Oropesa (Toledo) el año 1515, y pertenecía a la ilustre familia de los Álvarez
de Toledo. Ni tuvo hijos, ni se casó. Su vida fue un constante aprendizaje al
más alto nivel. Teniendo nueve años, ya era paje de la infanta Leonor de
Austria, hermana de Carlos V, la cual llegó a ser reina de Portugal, y luego,
de Francia. Más tarde, lo fue de la
emperatriz Isabel, quedando en 1535 bajo el mando militar de su marido, Carlos
V. Ese año lucharon en la toma de Túnez. Después lo hicieron en Italia, donde su
tío, Pedro de Toledo, era el virrey de Nápoles. Volvió a España, y, tras formar
parte de la comitiva que, en 1539, llevó el cadáver de la emperatriz Isabel
hasta Granada, fue con Carlos V a los Países Bajos en 1540, para someter y
castigar a los rebeldes. En 1541, sufrió a su lado la derrota de Argel, debida
a otro desastre climatológico como el de la Armada Invencible, de lo que fue
testigo también, por raro que parezca, Hernán Cortés. Un año después participó
en la defensa de Perpiñán, derrotando a Francisco Primero, el tramposo rey francés.
Pasó, también, varios años luchando en Alemania. Además de batallar, adquiría
experiencia administrativa estando presente en consejos de gobierno. A partir
de 1547 dedicó veinte años de su vida a la Orden de Alcántara, implicándose a
fondo, aunque no logró la alta jerarquía a la que aspiraba. Habiendo gran
preocupación en España por los problemas de Perú, Felipe II se asesoró, a
conciencia y sin precipitaciones, con sus consejeros más próximos, para escoger
la persona capaz de poner en orden aquellas turbulentas tierras. Y así fue
como, siguiendo opiniones unánimes, escogió como virrey a DON FRANCISCO DE
TOLEDO Y FIGUEROA, el cual partió hacia tan azaroso destino en marzo de 1569.
El resultado fue, en conjunto, un gran acierto, aunque no se ha librado de
críticas. Pero no hay que olvidar que lo comparaban con Solón, el gran
reformador y legislador ateniense. Sufrió el cansancio de su inmensa labor, y
le solicitó varias veces al Rey que le permitiera volver a España, pero era
demasiado valioso, y Felipe II no se lo consintió hasta el año 1581. Llegado a
su tierra toledana, murió un año después. Había permanecido en Perú doce intensísimos
años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario