(898) Se conoce que Sayri Túpac, como era
natural, tenía ganas de ir al Cuzco, capital del imperio Inca: "Le pidió
licencia al virrey, que se la dio encantado. De camino, fue a visitarle un
vecino de Huamanga, que se llamaba
Miguel de Astete, y le llevó una de las
borlas coloradas que los reyes incas se ponían como símbolo de su soberanía,
diciéndole que se la había quitado a Atahualpa en Cajamarca cuando le apresaron
los españoles, y que él se la restituía como heredero de aquel imperio. El
príncipe la recibió con muestras, aunque fingidas, de mucho contento y
agradecimiento, y se dice que le correspondió con joyas de oro y plata. Pero no
es de creer, ya que la borla le resultaba odiosa a él y a los suyos, por ser de
Atahualpa. Le dijeron sus parientes que debía quemar la borla porque Atahualpa
traicionó a Huáscar y le quitó el reino
(más tarde, ordenó matarlo), haciéndoles tanto mal y daño a todos ellos.
Esto y mucho más le contaron sus parientes a mi madre cuando vinieron al Cuzco
(lo que quiere decir que el parentesco más próximo de Inca Garcilaso
derivaba de Huáscar)".
Sayri Túpac continuó viaje hacia el Cuzco
(en el relato, Inca Garcilaso nos dejará clara la alta aristocracia de su
madre): "Cuando entró en su ciudad imperial, aposentó en las casas de su
tía, la infanta Doña Beatriz, que estaban a espaldas de las de mi padre. Todos
los de su sangre real acudieron a besarle las manos. Yo fui en nombre de mi
madre a besarle las manos. Cuando lo hice, me mandó sentarme, y me preguntó por
qué no habido ido yo a Vilcabamba. Le respondí que no hicieron caso de mí
porque era un muchacho. Y me dijo que habría preferido que fuera yo en lugar de
los frailes que le visitaron. Y añadió: 'Dile a
mi tía que le beso las manos, y que no venga acá, pues iré yo a besárselas,
y a darle la enhorabuena por vernos'. Después me detuvo algún tiempo
preguntándome por mi vida y ejercicios.
Tras lo cual me dio licencia para que me fuese, mandándome que le
visitase muchas veces. A la despedida, le hice la adoración al estilo de sus
parientes indios, lo cual le gustó mucho, y me dio un abrazo mostrando mucho
regocijo en el rostro".
Habla también de que habían ido caciques
de todas partes para verlo, y lo hicieron con gran entusiasmo, pero mezclado de
una profunda tristeza al darse cuenta de que se se encontraba forzado a vivir
modestamente. El gran inca dio después
otro paso impactante: "Pidió el sacramento del bautismo. Iba a ser su
padrino Garcilaso, mi señor, pues así estaba concertado, pero no lo pudo
cumplir por estar enfermo, y lo fue (como ya lo comenté) un caballero de
los más principales y antiguos vecinos de la ciudad, que se llamaba Alonso de
Hinojosa, natural de Trujillo. Se bautizó junto al inca Sayri Túpac su mujer, llamada Cusy Huarcay". El
cronista Palentino la consideró hija del emperador Huáscar, pero Inca Garcilaso
le corrige con pruebas irrefutables de que era su nieta, ya que entonces la princesa no llegaba a los
diecisiete años de edad, y hacía más de treinta que había muerto Huáscar. Añade
después: "Era hermosísima mujer, y lo sería mucho más si el color trigueño
no le quitara parte de su hermosura, como les ocurre a las mujeres de aquella
tierra, pues la mayor parte son de buenos rostros". (Se ve que al mestizo
Inca Garcilaso le gustaba la piel más oscura, como sería la de su madre).
(Imagen) Queda bastante claro que los
indios rebeldes que vivían en una mini corte imperial, refugiados en las
montañas de los Andes, deseaban, por puro cansancio, volver a una vida normal.
Sayri Túpac, a quien tenían por emperador, se mostró receptivo a los mensajes
que le envió el virrey de Perú para establecer una paz definitiva, pero no se
fiaba del todo. Y exigió como intermediario a su primo mestizo JUAN SIERRA DE
LEGUIZAMÓN (quien, sin duda, hablaba quechua), hijo del gran conquistador (y
ejemplar persona) Mancio Sierra de Leguizamón y de la princesa Beatriz Yupanqui, tía de
Sayri. Poco después de morir este, Juan Sierra pidió en 1559 una ayuda
económica al Rey, presentando como mérito extraordinario (y lo era) haber sido decisivo
para conseguir algo sumamente importante: que Sayri aceptase la paz. En su
solicitud (la de la imagen), Juan presume con orgullo de ser nieto del gran
emperador Huayna Cápac, padre de Atahualpa, de su rival Huáscar y de Beatriz
Yupanqui, su propia madre. Insiste Juan en el esfuerzo que necesitó para
convencer a su primo Sayri, pues tuvo que viajar tres veces con propuestas del
virrey. Luego el príncipe permitió que entraran como emisarios fray Melchor de
los Reyes y Juan de Betanzos (que hablaba quechua y estaba casado con la
primera amante de Francisco Pizarro, también princesa inca). Añade Juan que, en
definitiva, fue él quien logró que abandonaran el lugar pacíficamente Sayri
Túpac y sus indios. Habla también de los méritos de su padre, Mancio Sierra,
pues fue de los pocos que siempre (y era verdad) luchó al servicio del Rey, y
de quien él dependía económicamente, porque se encontraba en mucha necesidad.
Pide que le concedan la encomienda de indios que tuvo el recién fallecido
licenciado Antonio de la Gama. Pero ocurrió que el mismo JUAN SIERRA DE
LEGUIZAMÓN falleció poco después, y su viuda, María Ramírez, también tuvo que
pedir, en 1567, una ayuda para ella y para sus dos hijos, Pablo Sierra y 'Doña'
Bernardina Ramírez (quizá fuera tratada como princesa inca), de los que María
era también tutora por ser pequeños ('tutriz' se decía entonces). JUAN SIERRA
era el hijo mayor de los doce que tuvo en cuatro matrimonios Mancio Sierra,
quien murió, muy anciano y respetado, en 1589. Él mismo se consideraba 'el
último de los antiguos conquistadores'.
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