(909) Tras narrar Inca Garcilaso la muerte de
Túpac Amaru I, va a dar por terminado su libro dedicado a la Historia General
del Perú. Recogeré resumido el epílogo que redacta, en el que muestra los
sentimientos más íntimos que le provocaron aquellos hechos: "Aquel pobre
príncipe, rico y dichoso porque murió como cristiano, recibió a la muerte con
tan buen ánimo, que dejó entristecidos a los religiosos que le ayudaron a
soportar su tormento. Estuvieron los franciscanos, mercedarios, dominicos,
agustinos y muchos sacerdotes clérigos. Todos con lástima de ver la muerte de
un tal príncipe, lloraron amargamente y dijeron muchas misas por su ánima. Y se
consolaron viendo su paciencia y su comportamiento de buen cristiano, adorando
las imágenes de Cristo Nuestro Señor y de Su Madre la Virgen que llevaban por
delante los sacerdotes. Así acabó este Inca, legítimo heredero de aquel imperio,
por línea recta de varón, desde el primer Inca, Manco Cápac, hasta él, y, según
dice el padre Blas Valera, pasaron casi seiscientos años (se equivocaba:
serían, como mucho, unos cuatrocientos). Este fue el general sentimiento de
aquella tierra, naciendo de la compasión el relato que los naturales y los
españoles transmitieron, como yo lo hice cumpliendo la obligación que les debía
a mis parientes maternos. También he hecho larga relación de las hazañas que
los valerosos españoles hicieron al ganar aquel riquísimo imperio. También he
cumplido (aunque no por entero) la obligación que tenía de honrar a mi padre y
a sus ilustres y generosos compañeros. Voy a terminar esta obra mencionando que,
antes de que el desdichado Huáscar Inca muriera en el tiempo en que llegaron
los españoles, le precedieron trece emperadores. Y, después de él, hubo cinco
sucesores, que fueron Manco Inca, sus dos hijos, Don Diego y Don Felipe, y sus
dos nietos, los cuales no poseyeron nada
de aquel reino, sino solo el derecho de tenerlo. DE manera que fueron dieciocho
los sucesores del primer Inca, Manco Cápac. A Inca Atahualpa, no le cuentan los
indios entre sus reyes, pues dicen que fue un auca (traidor)".
Lo que dice a continuación muestra la poca
honradez del 'figurín' que vimos en la imagen anterior, Melchor Carlos Inca.
Explica que varios parientes de príncipes incas le enviaron a Melchor, a Don
Alonso de Mesa (era mestizo) y a él una relación de personas que tenían
ese linaje, para que se la presentara cualquiera de ellos al Rey, con el fin de
que les hiciera alguna merced: "Yo envié los documentos a la Corte y a Don
Melchor Carlos y Don Alonso, pero Don Melchor, que tenía sus propias
pretensiones, no quiso presentarlos, para que no se supiese que había tantos de
sangre real. Yo hice lo que pude, pues me habría gustado haber empleado la vida
en servicio de quienes lo merecen, pero no he podido más, por estar ocupado en
esta historia, y espero no haber servido menos en ella a los españoles que
ganaron aquel imperio, que a los incas que lo poseyeron".
Veamos el colofón final: "La Divina
Majestad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sea loada por todos los siglos, pues
tanta merced me ha hecho en querer que llegase a este punto. Sea para gloria y
honra de su Nombre Divino; y que la intercesión de la siempre Virgen
María, su Madre, con su infinita misericordia, mediante la sangre de Nuestro
Señor Jesucristo, sea en mi favor y amparo, ahora y en la hora de mi muerte. Amén, Jesús, cien mil veces
Jesús".
(Imagen) Terminamos, pues, la magnífica
HISTORIA GENERAL DEL PERÚ que escribió el extraordinario INCA GARCILASO DE LA
VEGA. Pero nos embarcaremos en otra de sus obras, LA FLORIDA DEL INCA, relativa
a las aventuras de los españoles por aquellas tierras. Se trata del primer
libro que escribió el cronista, y es de suponer que el trabajo le resultara
costoso, pero, a la vez, que esté empapado del entusiasmo que se suele poner en
una obra primeriza. Al poco de morir su padre en Perú (año 1559), Inca
Garcilaso partió para España, diciendo adiós para siempre a su (querida)
madrastra, Luisa Martel (enseguida casada con Jerónimo Luis de Cabrera) y a su
(querida) madre, la princesa inca Isabel Chimpu Ocllo (ya casada con Juan de
Pedroche). Al llegar a España, tuvo el disgusto de que no le concedieran unos
derechos de su difunto padre, debido a los rumores de que el gran capitán tuvo
alguna deslealtad con la Corona durante la rebelión de Gonzalo Pizarro. Pasó un
tiempo en Montilla (Córdoba), rumiando la idea de volver a Perú, pero decidió probar
fortuna como militar, y alcanzó el grado de capitán, abandonando el oficio de
las armas después de haber luchado en las rebeliones de los moriscos. Por
entonces cambió su nombre (Gómez Suárez de Figueroa) por el de Inca Garcilaso
de la Vega. Aunque su inclinación intelectual le facilitó el contacto con gente
del mundo de las letras, también pesó su espíritu religioso, y se ordenó clérigo
el año 1590. Pero dos años antes había tenido un hijo con Beatriz de la Vega
(fallecida en 1620), una criada con la que llevaba tiempo viviendo. El niño se
llamó Diego de Vargas (uno de los apellidos familiares). Inca Garcilaso ni se
casó ni legitimó a su hijo, pero sí se ocupó de los dos, dejándoles asimismo
parte de su herencia. DIEGO DE VARGAS también fue clérigo, y se encargó siempre
de cuidar la magnífica capilla de Las
Benditas Ánimas del Purgatorio que su padre compró (y allí fue enterrado) en la
catedral de Córdoba. En la imagen vemos el lugar, con una urna (bastante
macabra) que contiene sus restos. Mucho tuvo que aprender DIEGO DE VARGAS a su
lado, pues colaboraba con él como escribano de sus libros. Tras quedar
huérfano, no debía de andar holgado de dinero, puesto que varias veces pidió
ayuda a la jerarquía de la catedral.
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