jueves, 29 de octubre de 2020

(Día 1252) Hubo en Perú una alegría general cuando se supo que Don Sebastián y Egas de Guzmán habían muerto. Y entonces le confiaron a Alonso de Alvarado que apresara y castigara a rebeldes.

 

     (842) Tres días después de prepararse en el Cuzco para un posible enfrentamiento con los rebeldes, se enteraron del asesinato de Don Sebastián de Castilla, con lo que, de momento, volvió la tranquilidad: "Sucedió lo mismo en Lima cuando se enteraron de la muerte de Don Sebastián y de Egas de Guzmán, pues se hicieron grandes fiestas y regocijos. Pasadas las celebraciones, el más afortunado fue Ordoño de Valencia, ya que, aunque estuvo en un bando y en otro, tuvo la buena fortuna de llevar las noticias de la muerte de Don Sebastián. Por ello, le dieron los oidores en albricias un repartimiento de indios en la ciudad del Cuzco de seis mil pesos de renta al año, donde yo le dejé gozando de ellos cuando me vine a España". Curiosa costumbre, en aquella época, la de premiar al que era portador de buenas noticias. Dicen que, a Rodrigo de Triana, el primero que gritó al ver, desde el palo mayor de la nao, las ansiadas tierras americanas, Colón,  discutiéndole su derecho, no le dio las albricias prometidas, por lo que, lleno de ira, se convirtió más tarde en un renegado, y marchó a tierras musulmanas.

     Pero también se consideró necesario someter a juicio a los más culpables: "Los oidores de la Audiencia Real de Lima encargaron la comisión de castigo al mariscal Alonso de Alvarado, por saber que era un juez severo y riguroso, como convenía a quien hubiese de castigar las muchas y muy graves maldades que se habían hecho en deservicio de Dios y del emperador Carlos V. Enviaron asimismo a la provincia de las Charcas al licenciado Juan Fernández, que era fiscal de la audiencia Real, para que hiciese su oficio con los delincuentes que allí había. Y, además, por si la tiranía de los rebeldes no estaba acabada, hicieron también corregidor, justicia mayor y capitán general de todas aquellas provincias al mariscal Alonso de Alvarado".

     Tras tomar estas medidas, Alonso de Alvarado envió de inmediato personas de su confianza para atrapar a todos los sospechosos de haber sido rebeldes y habían huido de la quema, habiéndose escondido en los lugares más extraños: "Uno de los encargados, que se llamaba Juan de Henao, los persiguió hasta entrar en el lago Titicaca, y los buscó en las isletas, entre eneas y juncales que allí se crían, donde prendió a más de veinte de ellos, de los más culpables, y se los entregó a Pedro Enciso, que era el corregidor de Chucuito; el cual, tras haberles tomado sus confesiones, se los envió  al mariscal, bien apresados y con guardas. Sabiéndose en las Charcas y en Potosí lo que estaba haciendo Alonso de Alvarado, muchos soldados que eran culpables (cuyos delitos les parecían sin posible perdón) le dijeron a Vasco Godínez que pensase en sí mismo, y que se rehiciese de gente para defenderse del mariscal. Incluso le aconsejaron que corriese el rumor de que el mariscal, Lorenzo de Aldana y Gómez de Alvarado se querían rebelar y tiranizar aquellas tierras, de manera que, con esa excusa, los matasen, para lo cual ellos le ayudarían. Sin embargo, porque Vasco Godínez confiaba en el servicio que había hecho a Su Majestad, y también porque Juan Remón, enterado de lo que proponían, les afeó sus intenciones, no se habló más de llevarlas a cabo".

 

     (Imagen) Nos acaba de revelar Inca Garcilaso que uno de los capitanes del retorcido Vasco Godínez era PEDRO (RUIZ) DEL CASTILLO. Nació en Villalba de Rioja (La Rioja) el año 1521, en la torre de su linaje familiar. Llegó a Perú el año 1536, luchando entonces con Francisco Pizarro contra el cerco que pusieron los indios a la ciudad de Lima. Siguió la trayectoria de otros muchos: fue fiel a los Pizarro contra los Almagro, pero, cuando llegó el virrey Blasco Núñez Vela, se puso a su servicio, abandonando a Gonzalo Pizarro, ya que, de no hacerlo, el grado de rebeldía habría sido máximo. Apresado por el temible Francisco de Carvajal, logró huir, y se trasladó a Arequipa, donde se unió al notable Diego Centeno, sirviendo después los dos al gran Pedro de la Gasca en la batalla de Jaquijaguana, punto final de la biografía del trágico Gonzalo Pizarro. Vemos ahora  con sorpresa que, en la rebelión de Don Sebastián, Egas de Guzmán y Vasco Godínez, se apuntó al bando de los sublevados. Pero, también extrañamente, Godínez trató luego de congraciarse con la Corona, y, con algunos aliados, entre otros Pedro del Castillo, asesinó a Don Sebastián de Castilla. A Godínez no le va a servir de nada, pero, para Pedro, fue la bula que le perdonó su rebeldía. Y así se explica su importante trayectoria posterior, y que Inca Garcilaso lo llame 'famoso soldado', pues su crónica la estaba escribiendo muchos años después. Luchó más tarde contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón, por lo que, en 1556, el virrey Andrés Hurtado de Mendoza lo nombró capitán de caballería. Partió luego para Chile, y el gobernador García de Mendoza, hijo del virrey, le confió a Pedro del Castillo la durísima misión de doblegar a los fieros indios mapuches del gran cacique Caupolicán. En un gran valle que él denominó La Rioja, fundó, el año 1561, Mendoza, la hoy gran ciudad argentina (un millón de habitantes). Cuando volvió a ser gobernador de Chile Francisco de Villagra (tras haber estado preso), Pedro fue destituido junto a otros militares. Aprovechó esa circunstancia para tener, por fin, una vida placentera, y volvió a España, a su pueblo natal, donde se casó con Catalina Barrena. Allí tuvieron tres hijos, y el infatigable conquistador PEDRO RUIZ DEL CASTILLO descansó para siempre el año 1587. La imagen muestra su estatua en Mendoza. Tiene otra en Logroño.




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