(842) Tres días después de prepararse en
el Cuzco para un posible enfrentamiento con los rebeldes, se enteraron del
asesinato de Don Sebastián de Castilla, con lo que, de momento, volvió la
tranquilidad: "Sucedió lo mismo en Lima cuando se enteraron de la muerte
de Don Sebastián y de Egas de Guzmán, pues se hicieron grandes fiestas y
regocijos. Pasadas las celebraciones, el más afortunado fue Ordoño de Valencia,
ya que, aunque estuvo en un bando y en otro, tuvo la buena fortuna de llevar
las noticias de la muerte de Don Sebastián. Por ello, le dieron los oidores en
albricias un repartimiento de indios en la ciudad del Cuzco de seis mil pesos
de renta al año, donde yo le dejé gozando de ellos cuando me vine a
España". Curiosa costumbre, en aquella época, la de premiar al que era
portador de buenas noticias. Dicen que, a Rodrigo de Triana, el primero que
gritó al ver, desde el palo mayor de la nao, las ansiadas tierras americanas,
Colón, discutiéndole su derecho, no le
dio las albricias prometidas, por lo que, lleno de ira, se convirtió más tarde
en un renegado, y marchó a tierras musulmanas.
Pero también se consideró necesario
someter a juicio a los más culpables: "Los oidores de la Audiencia Real de
Lima encargaron la comisión de castigo al mariscal Alonso de Alvarado, por
saber que era un juez severo y riguroso, como convenía a quien hubiese de
castigar las muchas y muy graves maldades que se habían hecho en deservicio de
Dios y del emperador Carlos V. Enviaron asimismo a la provincia de las Charcas
al licenciado Juan Fernández, que era fiscal de la audiencia Real, para que
hiciese su oficio con los delincuentes que allí había. Y, además, por si la
tiranía de los rebeldes no estaba acabada, hicieron también corregidor,
justicia mayor y capitán general de todas aquellas provincias al mariscal
Alonso de Alvarado".
Tras tomar estas medidas, Alonso de
Alvarado envió de inmediato personas de su confianza para atrapar a todos los
sospechosos de haber sido rebeldes y habían huido de la quema, habiéndose
escondido en los lugares más extraños: "Uno de los encargados, que se
llamaba Juan de Henao, los persiguió hasta entrar en el lago Titicaca, y los
buscó en las isletas, entre eneas y juncales que allí se crían, donde prendió a
más de veinte de ellos, de los más culpables, y se los entregó a Pedro Enciso,
que era el corregidor de Chucuito; el cual, tras haberles tomado sus
confesiones, se los envió al mariscal,
bien apresados y con guardas. Sabiéndose en las Charcas y en Potosí lo que
estaba haciendo Alonso de Alvarado, muchos soldados que eran culpables (cuyos
delitos les parecían sin posible perdón) le dijeron a Vasco Godínez que pensase
en sí mismo, y que se rehiciese de gente para defenderse del mariscal. Incluso
le aconsejaron que corriese el rumor de que el mariscal, Lorenzo de Aldana y
Gómez de Alvarado se querían rebelar y tiranizar aquellas tierras, de manera
que, con esa excusa, los matasen, para lo cual ellos le ayudarían. Sin embargo,
porque Vasco Godínez confiaba en el servicio que había hecho a Su Majestad, y
también porque Juan Remón, enterado de lo que proponían, les afeó sus
intenciones, no se habló más de llevarlas a cabo".
(Imagen) Nos acaba de revelar Inca
Garcilaso que uno de los capitanes del retorcido Vasco Godínez era PEDRO (RUIZ)
DEL CASTILLO. Nació en Villalba de Rioja (La Rioja) el año 1521, en la torre de
su linaje familiar. Llegó a Perú el año 1536, luchando entonces con Francisco
Pizarro contra el cerco que pusieron los indios a la ciudad de Lima. Siguió la
trayectoria de otros muchos: fue fiel a los Pizarro contra los Almagro, pero,
cuando llegó el virrey Blasco Núñez Vela, se puso a su servicio, abandonando a
Gonzalo Pizarro, ya que, de no hacerlo, el grado de rebeldía habría sido máximo.
Apresado por el temible Francisco de Carvajal, logró huir, y se trasladó a
Arequipa, donde se unió al notable Diego Centeno, sirviendo después los dos al
gran Pedro de la Gasca en la batalla de Jaquijaguana, punto final de la
biografía del trágico Gonzalo Pizarro. Vemos ahora con sorpresa que, en la rebelión de Don
Sebastián, Egas de Guzmán y Vasco Godínez, se apuntó al bando de los
sublevados. Pero, también extrañamente, Godínez trató luego de congraciarse con
la Corona, y, con algunos aliados, entre otros Pedro del Castillo, asesinó a
Don Sebastián de Castilla. A Godínez no le va a servir de nada, pero, para
Pedro, fue la bula que le perdonó su rebeldía. Y así se explica su importante
trayectoria posterior, y que Inca Garcilaso lo llame 'famoso soldado', pues su
crónica la estaba escribiendo muchos años después. Luchó más tarde contra el
último rebelde, Francisco Hernández Girón, por lo que, en 1556, el virrey
Andrés Hurtado de Mendoza lo nombró capitán de caballería. Partió luego para
Chile, y el gobernador García de Mendoza, hijo del virrey, le confió a Pedro
del Castillo la durísima misión de doblegar a los fieros indios mapuches del
gran cacique Caupolicán. En un gran valle que él denominó La Rioja, fundó, el
año 1561, Mendoza, la hoy gran ciudad argentina (un millón de habitantes).
Cuando volvió a ser gobernador de Chile Francisco de Villagra (tras haber
estado preso), Pedro fue destituido junto a otros militares. Aprovechó esa circunstancia
para tener, por fin, una vida placentera, y volvió a España, a su pueblo natal,
donde se casó con Catalina Barrena. Allí tuvieron tres hijos, y el infatigable
conquistador PEDRO RUIZ DEL CASTILLO descansó para siempre el año 1587. La imagen
muestra su estatua en Mendoza. Tiene otra en Logroño.
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