(826) Los mencionados negociadores,
acompañados por muchos vecinos, hablaron con el corregidor de la ciudad, Juan
de Saavedra, y luego con Francisco Hernández Girón, insistiendo, con
argumentos, en que se evitara un enfrentamiento que resultaría catastrófico
para la ciudad del Cuzco. Se consiguió que el corregidor y Girón acordaran
reunirse en la iglesia mayor para tratarlo, pero, por exigencia de los soldados
de Girón, los vecinos tuvieron que dejar cuatro rehenes, hasta que volviera
sano y salvo: "Los cuales fueron Garcilaso, mi señor (padre), Diego Maldonado, Antonio de Quiñones y Diego de Silva. Los
dos intervinientes se vieron en la iglesia, y Francisco Hernández se mostró al
principio tan ofensivo, que el corregidor lo habría apresado si no corrieran
peligro de muerte los rehenes. Pero luego Francisco Hernández estuvo más blando
y comedido, de manera que, finalmente, se concertó que, para que hubiera paz,
Hernández Girón despidiese a sus soldados, y que él, por el motín y escándalo
que su gente había dado, fuese a dar cuenta de ello a la Audiencia Real".
Pero, a pesar de que todo ello se firmó en
un documento de compromiso, las cosas se complicaron mucho, y no precisamente
por culpa de Hernández Girón, sino de sus soldados: "Cuando volvió a su casa
y dijo a su gente el acuerdo adoptado, sus soldados se alborotaron tanto, que,
si él mismo no lo impidiera con promesas que les hizo, habrían atacado al
escuadrón de los vecinos leales al Rey, con gran daño para estos, porque eran
menos y peor armados. El día siguiente, viendo el corregidor que Francisco
Hernández no había despedido a sus soldados, le envió una orden de que
compareciera ante él. Temiendo Girón que sus soldados, si supiesen que iba
adonde el corregidor, no le dejarían salir de casa, fingió salir para hablar
con alguno de los vecinos, y así fue hasta la casa del corregidor, el cual lo
prendió, y mandó que lo encerrasen. Sus soldados, cuando lo supieron, huyeron
por diversas partes, y los más culpables, que eran ocho, se metieron en el convento
de Santo Domingo, y se hicieron fuertes en la torre del campanario. Aunque los
cercaron, resistieron muchos días, pero terminaron por rendirse, siendo
castigados, no con el rigor que sus desvergüenzas merecían". Inca
Garcilaso dice que luego fue derribada la torre para que no volvieran a ocurrir
complicaciones semejantes, y él lo lamenta "por ser angosta y fuerte,
hecha en el tiempo de los incas".
Estando ya preso Girón, se escaparon de la
ciudad Juan Alonso Palomino y su cuñado, Jerónimo de Costilla. El cronista dice
que no se supo la causa, pero, al parecer, creían que había en el Cuzco aún
soldados de Girón dispuestos a sacar adelante el motín, y que, incluso, querían
matar a los dos. Inca Garcilaso, que se encontraba allí, manifiesta que el cronista
Palentino cometió el error de situar esta escapada dos años después de
ocurrida: "Estos dos caballeros se fueron de noche sin causa alguna, pues,
si fuera dos o tres días antes, tendrían mucha razón, pues estaba toda la
ciudad en grandísimo peligro de perderse. Dieron por esto a todos mucho de que
mofarse y murmurar, por huir tan sin motivo, y mucho más cuando se supo que
habían quemado los puentes de los ríos Apurimac y Abancay, que se hacen a costa
y trabajo de los pobres indios".
(Imagen) Tras la victoria de Gonzalo
Pizarro en Iñaquito, y el asesinato de virrey Blasco Núñez Vela, la represalia
entre los vencidos fue sanguinaria. Se ensañaron especialmente con los
capitanes de la tropa vencida, y, dada la relevancia de FRANCISCO HERNÁNDEZ
GIRÓN, no podía esperar nada bueno; de hecho, Gonzalo Pizarro dio la orden de
que lo ejecutaran. Pero luego cambió de idea, pensando que Girón le vendría
bien para que el temible gobernador Sebastián de Belalcázar, muy poderoso en la
zona lindante con Ecuador, no le crease problemas. Girón sería el intermediario
ideal, porque había estado luchando en la conquista de Popayán bajo el mando de
Belalcázar, quien entonces tenía un serio conflicto con el ejemplar capitán
Jorge Robledo. Libre ya Girón, demostró nuevamente su carácter brutal, pues
convenció a Belalcázar para que matara a Robledo, y luego él, encargado de
ejecutarlo, lo hizo con ensañamiento y de manera ignominiosa. Tiempo después,
Gonzalo Pizarro lamentaría el perdón concedido, puesto que toda la tropa de
Belalcázar, con Girón incluido, se puso bajo las órdenes de Pedro de la Gasca,
reforzando el ejército que, el día 9 de abril de 1548, lo iba a derrotar en
Jaquijaguana, terminando definitivamente su rebelión y su vida. Belalcázar y
Girón tuvieron que recorrer con las tropas de Pedro de la Gasca la inmensa
distancia (unos 3.000 km) que hay desde Quito hasta los aledaños de la ciudad
del Cuzco, donde se desarrolló la batalla. Ya entonces demostró Francisco
Hernández Girón que no solo tenía ambiciones de mando, sino también de
riquezas, la mezcla ideal para convertirse en líder de una rebelión. Llegada la
paz, fueron muchos los que protestaron por los escasos o nulos premios que
obtuvieron, en parte porque esperaban demasiado, y también porque no se
distribuyó con justicia. Surgieron amagos de motines inquietantes, y fue
adquiriendo peso como líder FRANCISCO HERNÁNDEZ GIRÓN, quien, sin embargo,
había sido generosamente premiado. La imagen muestra documentación del año 1553
(poco antes de morir Girón) por la que la Audiencia de Lima perdonaba a los
cómplices del primer levantamiento producido en el Cuzco, el que ahora estamos
viendo encabezado por él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario