(820) Inca Garcilaso copia con frecuencia
la crónica del Palentino, y luego amplía datos por su cuenta, lo que hace que,
a veces, sea un poco repetitivo. Ahora nos sitúa ya en el momento en que Pedro
de la Gasca partió de Lima, más que harto de tantas quejas y reclamaciones de
los soldados decepcionados por los repartos, las cuales, como nos ha dicho, se
las hacían con poco respeto, por aquello de que donde hay confianza, da asco.
Varias veces ha comentado en sus informes que trató con sencillez a todos
porque era necesario hacerlo así, pero le costó una merma de su liderazgo, e
insistía en que tenía que sustituirle alguien que guardara las distancias con
la gente, para imponer sin problemas su autoridad.
El Palentino contaba: "El presidente
La Gasca, con el ansia que tenía de salir de Perú, pues las horas se le hacían
años, dejó hechos todos los preparativos para poder marchar con brevedad. Le
ordenó al arzobispo de Lima que entregase todas las cédulas que dejaba hechas y
firmadas, relativas a los repartimientos que por segunda vez había llevado a
cabo. Luego se embarcó con toda prisa y salió del puerto del Callao (Lima), echando la bendición al Perú, que
tan sobresaltado lo había tenido. Pasados ocho días, para que se publicasen los
repartimientos, como había indicado La Gasca, y venido el día tan deseado por
los solicitantes, porque pensaban que se remediaría su situación, se abrió en
la Audiencia el documento. Muchos de los que más confiados estaban, salieron
sin suerte, y otros que no tenían tan entera confianza, salieron con buenos
repartimientos. Fue cosa de ver lo que decían unos y otros, y la desesperación
que algunos tenían, y cómo blasfemaban del presidente La Gasca, porque ya no
les quedaba esperanza de cosa alguna".
Toma el relevo Inca Garcilaso, y dice:
"El presidente La Gasca se dio toda la prisa que pudo para llegar a
Panamá, sin parar en ningún puerto, pues tanto aborrecía a la gente que
dejaba". Y luego nos aclara algo sorprendente, teniendo en cuenta que el
licenciado Cepeda había sido uno de los que, aunque en el último momento, se
había pasado al bando de La Gasca en la batalla de Jaquijaguana: "Traía
consigo preso al licenciado Cepeda. No quiso hacerse cargo de someterlo a juicio,
aunque podía, pero lo evitó por no intervenir en delitos a los que había dado
un perdón general". Después de decir esto, Inca Garcilaso nos cuenta lo
que le esperaba en el futuro al licenciado: "La Gasca lo remitió al Real
Consejo de las Indias. Luego se siguió su causa en Valladolid, donde entonces
estaba la Corte, y el fiscal le acusó gravemente. Aunque el licenciado Cepeda
presentó sus descargos diciendo que todo lo que habían hecho él y los demás
oidores fue con intención de servir a Su Majestad, pues convenía que la gente
no se alborotara por el excesivo rigor con que el virrey trataba de imponer las
Leyes Nuevas. Pero con ello no pudo evitar que lo condenaran a muerte por
traidor. Sus parientes y amigos, sabiendo que iba a morir, decidieron evitarle
el nombre de traidor, y buscaron a alguien que, en la prisión, le diese algún
jarabe con el que caminase más aprisa hacia la otra vida. Y así se hizo, y la
sentencia de muerte se notificó, pero no fue publicada".
(Imagen) DIEGO PALOMINO, a quien hemos
visto recibir de Pedro de la Gasca el encargo de ir a establecer una población
en la zona de Bracamoros, era un veterano de la conquista de Perú. Aparece
incorporado en el tercero y último avance de Francisco Pizarro hacia el
enfrentamiento con Atahualpa. Pero no pudo participar en su apresamiento,
porque se quedó en la ciudad de San Miguel, la primera que (en 1532) fundaron
los españoles en Perú, quizá porque estuviera enfermo o herido, o, simplemente,
porque siempre se designaba un retén para defender lo poblado. De hecho,
arraigó allí, y llegó a ejercer cargos muy notables, incluso el de teniente del
gobernador. El hecho de que, en 1543, Vaca de Castro lo premiara con más indios
en la zona de Huancabamba, confirma dos cosas: Diego Palomino luchó contra el
rebelde Diego de Almagro el Mozo en 1542, y seguía viviendo en San Miguel,
puesto que esa encomienda de indios estaba en la misma zona. Sin embargo,
después, como fiel pizarrista, luchó contra el virrey Blasco Núñez Vela. Pero
recordemos que, en 1547, Pedro Hernández de Paniagua, en la casi suicida misión
que le confió La Gasca (para negociar con Gonzalo Pizarro), le decía en una
carta que "Diego Palomino, hombre importante en San Miguel, y otros más,
planean pasarse al servicio del Rey". No tardó en hacerlo Palomino, y se
ganó tanto la confianza de La Gasca, que (como acabamos de ver) le encargó en
octubre de 1548 (derrotado y muerto Pizarro) ir a fundar una población en la
zona de Bracamoros. Fue un éxito: un año después, le comunicó que estaba
fundada la población, le había dado el nombre de Jaén (su ciudad natal), y era
de tierras fértiles, con yacimientos de oro y plata, cuya riqueza no había
podido aún analizar. Vuelto a San Miguel, sofocó un motín de los partidarios
del rebelde Hernández Girón. Diego Palomino aún vivía en esa ciudad en 1561, y
cuánto habría disfrutado, de haber adivinado el futuro...: El día 8 de octubre
de 2019, se reunieron en Jaén (España) miembros de la corporación municipal de
Jaén de Bracamoros con sus homólogos de la Jaén andaluza, y firmaron un acuerdo
de hermandad (bonita palabra) entre las dos ciudades, como se ve en la imagen.
Hay recuerdos y sentimientos que nunca mueren.
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