martes, 13 de octubre de 2020

(Día 1238) El ambiente en el Cuzco estaba lleno de envidias y rencores. Llegó a Lima el buen virrey Alonso de Mendoza, pero envejecido y enfermo.

 

      (828) Añade el cronista algo difícil de entender, ya que, en general, no se negaba la confesión a los que se iba a ahorcar: "Lo cual, sabido por Alonso de Barrionuevo, que era uno de los presos, le pidió al corregidor que no le ahorcase, sino que lo degollase, pues era hidalgo, porque, si lo ahorcara, desesperaría de su salvación, e iría al infierno. Los que suplicaban por él, le dijeron al corregidor que lo concediese, pues, de una manera o de otra, quedaría castigado con la muerte. El corregidor, aunque contra su voluntad, lo concedió, y mandó que lo degollasen. Yo vi muertos a los tres, pues, como muchacho, acudía a ver estas cosas de cerca. Desterró de Perú a unos siete, y otros huyeron, sin que se pudiera encontrarlos". No acababa de llegar una tranquilidad permanente. Quedaban muchos resabios de los conflictos pasados, y bastaba soplar un poco para que el fuego despertase. Habla Inca Garcilaso de otro enfrentamiento entre los vecinos del Cuzco, y lo atribuye a que los oidores de la Audiencia (máxima autoridad entonces), en lugar de suavizar los rigores de las Leyes Nuevas, como había hecho Pedro de la Gasca, exigían su aplicación íntegra. Pero el conflicto trajo como consecuencia que se buscara la venganza sobre quien hubiese dado a conocer las bastardías de los linajes de gente de mucho relieve: "Con lo cual, juntaron otras murmuraciones que hubo en aquellos días, y, haciéndolo todo motín, en el cual intervinieron más de doscientas personas, se castigó y degolló únicamente a Don Diego Enríquez, natural de Sevilla, mozo que no pasaba de veinticuatro años. Cuya muerte dio mucha lastima a toda la ciudad, por haber sido ejecutado él solo, y sin tener culpa alguna en el motín".

     La suprema autoridad que tenían los oidores de la Audiencia era solamente provisional, y llegó para asumir los poderes un gran personaje, pero ya envejecido y mermado de capacidades: "En ese tiempo (año 1551), entró en Perú, como virrey, gobernador y capitán general de todo aquel imperio, Don Antonio de Mendoza (hijo segundo de la Casa de Marqués de Mondéjar y Conde de Tendilla), el cual era virrey en México: varón santo, religioso, de toda bondad, y caballero. La ciudad de Lima lo recibió con toda solemnidad. Sacaron un palio para que entrase debajo de él, mas, por mucho que se lo suplicaron el arzobispo y toda la ciudad, no lo consintió, como si fuera indigno de tal honor. Llevó consigo a su hijo Don Francisco de Mendoza, que después fue general de las galeras de España, y a quien yo vi allá y acá. Era digno de tal padre, pues siempre imitó su virtud y su bondad". Se decía que Don Antonio de Mendoza fue nombrado virrey de Perú para que, dada su valía, apaciguara definitivamente aquellas tierras, pero también porque se temía que, permaneciendo en México, tratara de conseguir que su familia se convirtiera allí en una dinastía de virreyes. Le sustituyó como virrey en México Luis de Velasco.

     No se sabe con certeza cuándo nació Don Antonio de Mendoza, pero tendría por entonces unos sesenta años, y solo le quedaban dos de vida. Luego Inca Garcilaso dice que el virrey llegó al Perú con muy poca salud, faltándole a su cuerpo el calor natural, y que algunos lo atribuían (lo cual parece absurdo) "a que hacía mucha penitencia y abstinencia". Y añade: "Por su falta de salud, envió a su hijo Don Francisco a que visitase muchas de las ciudades que hay más allá de Lima, y que trajese relación de todo lo que en ellas hubiese, para informar a Su Majestad".

 

     (Imagen) Sigamos con las cartas (forzosamente hipócritas) de JUAN DE SAAVEDRA. EL 18 de abril de 1547, le dice a Gonzalo Pizarro que espera que triunfe, y que no comprende cómo puede haber personas "que no quieran ayudar a sustentar una  empresa como la que vuestra señoría tiene en sus manos, y espero que el Rey entienda (cosa absurda) que esto es lo que más conviene a su servicio". Menciona la grave enfermedad que estaba pasando (y que luego superó) el terrible Francisco de Carvajal. "Me ha pesado mucho, pues, además de la amistad que con él tengo, siempre ha servido muy bien a vuestra señoría. Dios quiera que se cure pronto". Sabe que hay malas noticias sobre la armada que tenía Gonzalo en Panamá, y le dice el primero de mayo de 1547: "Si, lo que Dios no quiera, se la han entregado a Pedro de la Gasca, tiene vuestra señoría servidores para quebrar la cabeza a quien viniere con ella, pues es justo que pierda su cabeza quien viene a quitar vidas". El 8 de mayo del mismo año, cuando ya él va a tomar la decisión de traicionar a Gonzalo Pizarro, le escribe: "No importa la huida de Diego de Mora con vecinos de Trujillo. Es justa, pues no merecían lo que tenían, y ya que han cumplido mal con su honra, que gocen ahora de lo que ellos han abandonado los que lo merecen como servidores de vuestra señoría. Lo que opino de la venida del licenciado La Gasca es que debe de ser hombre de mañas, y con ellas creerá hacernos daño, y, por donde piensa ganar, se perderá". A pesar de que está a punto de traicionar a Gonzalo, aún le da el mismo buen consejo en el que insistía (inútilmente) Francisco de Carvajal: "Yo sería del parecer de que no destruya vuestra señoría los navíos que tiene en el puerto". No tardando mucho, Pedro de la Gasca, en un informe del día 11 de agosto de 1547, dice que "JUAN DE SAAVEDRA, Gómez de Alvarado y Diego de Mora, con todos los pueblos bajo su mando, alzaron bandera para ponerse al servicio de su Majestad, y a todos ellos les he hecho el nombramiento de capitán y justicia mayor en dichos lugares". Se diría que después se lo traga la tierra a JUAN DE SAAVEDRA, y solo encuentro un documento (el de la imagen), del año 1556, que menciona a alguien de su nombre, al que le dieron permiso para llevar a las Indias una esclava y un esclavo negros.




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