(841)
Unos para acá y otros para allá, como pollos sin cabeza, iban alternando las
fidelidades. Los soldados que habían abandonado a Gabriel Pernía, trataron,
finalmente, de unirse a Don Sebastián, pero, al saber que lo habían matado,
entregaron su bandera a Baltasar de Velázquez y al licenciado Gómez Hernández,
los títeres de Vasco Godínez, diciendo que la ponían al servicio de su
Majestad. Y comenta Inca Garcilaso: "Y así, aquella bandera hacía oficio
de veleta, que se muda siempre con el viento, y hacía lo mismo que la gente
poco leal, que es andar a 'viva quien vence'. Venidos, pues, estos adonde
Baltasar Velázquez, le entregó la bandera Alonso de Arriaga. Después Velázquez
envió a Riva Martín y a Martín Monje a la ciudad de la Paz, para hacerle saber
al mariscal Alonso de Alvarado que la villa de la Plata estaba pacificada y
reducida al servicio de su Majestad". Luego Baltasar Velázquez emprendió
el camino de vuelta a dicha villa, y, una vez más, dio pruebas de ser hombre
muy cruel: "Llevaba varios soldados presos y, de camino, ordenó hacer cuartos de Francisco de Arnao. En
cuanto entró en la villa de la Paz, mandó arrastrar y hacer cuartos a Alonso de
Marquina, y aquella misma noche entró en el monasterio de la Merced y sacó a
Pedro del Corro, que se había metido fraile por haber intervenido en la muerte
del general Pedro de Hinojosa, y fue ahorcado".
El resto de los presos que llevó Baltasar
Velázquez, se los entregó, para mayor desgracia, a Vasco Godínez, quien, como
sabemos, se había autoadjudicado el poderoso cargo de justicia mayor, como
dueño y señor de vidas ajenas: "Su deseo era matar a todos los que conocían
sus intrigas. Y así, desterró a muchos, e hizo cuartos de García Tello de la
Vega, que fue capitán de Don Sebastián, con la aprobación del mismo Godínez.
Mandó que le cortaran los pies a otro soldado llamado Diego Pérez, condenándolo
asimismo a galeras, como si pudiera allí servir sin pies, todo lo cual parecían
desatinos intencionados". Y no se olvidó de hacer propaganda de su cínica
fidelidad al Rey: "Envió a Lima a Baltasar Velázquez y a otro soldado
famoso, llamado Pedro Ruiz del Castillo, para que enaltecieran los servicios
que habían hecho a la corona Vasco Godínez y los suyos".
Inca Garcilaso nos traslada de nuevo al
inicio de estas rebeliones de Don Sebastián y sus salvajes socios. Lo hace para
comentar el eco que esta desastrosa aventura tuvo en otros lugares: "La
noticia del levantamiento de Don Sebastián de Castilla se extendió por todo el
imperio de Perú, con mucho escándalo de todos los vecinos, porque eran ellos
los que, en todas aquellas guerras, gastaban sus haciendas y tenían sus vidas
colgadas de un cabello. Cuando se enteraron en la ciudad del Cuzco, se
prepararon para recibir a los enemigos. Eligieron como general a Diego de
Maldonado el Rico, por ser el regidor más antiguo, y, como capitanes, a
Garcilaso de la Vega, Juan de Saavedra, Juan Julio de Ojeda, Tomás Vázquez y
Antonio de Quiñones. Fue tan diligente Juan Julio de Ojeda, que, cinco días
después, llegó a la plaza acompañado de trescientos soldados muy bien armados,
lo cual causó admiración".
(Imagen) Había en FRANCISCO DE ISASAGA una
faceta poco común en los conquistadores, la de intelectual de profunda fe
religiosa, como descubrió el erudito peruano Pedro Guibovich Pérez: poseía unos
cuarenta libros que revelan cuáles eran sus inquietudes vitales. Isasaga, después
de participar en la derrota y muerte del último rebelde, Francisco Hernández
Girón, se trasladó a Lima, y en 1560
(teniendo 59 años) se casó con María de Cervantes, dato contrastado que quita
verosimilitud al hecho de que, según algunos, también la madre del conquistador
se llamara así. El año 1576, ya anciano, hizo testamento por estar tan
gravemente enfermo, que no tuvo fuerzas para firmarlo. Ya fallecido, apareció
entre sus bienes la relación de libros que poseía, de los que anoto los más
conocidos: "Diccionario de Ambrosio de Calepio, publicado el año 1502, y que
llegó a ser tan famoso, que la palabra
'calepio' equivalía a diccionario.- Las obras de Cicerón.- Dos diccionarios de
Antonio de Nebrija.- Las Comedias de Terencio.- La Eneida, de Virgilio.- Los
epigramas morales de Catón.- El 'Desprecio del Mundo' (conocida después como
'La imitación de Cristo'), de Tomás de Kempis.- Un libro de Alejo de Venegas
con consuelos espirituales para la agonía en el tránsito de la muerte.- Un
libro de Juan de Pedraza, sobre casos de conciencia para mejor confesar y
confesarse.- Un libro de Jerónimo Chaves sobre filosofía, astronomía,
cosmografía y medicina.- Un libro de Gonzalo de Illescas sobre la historia de
los pontífices romanos.- Un libro de Pedro Mejía sobre la historia de los
emperadores romanos.- Las Décadas, de Tito Livio.- Las obras de Fray Luis de
Granada (el gran predicador dominico).-
La Escala Espiritual, de San Juan Climaco, sobre la forma de alcanzar la
perfección cristiana.- La vida de Jesucristo, la Virgen y muchos santos, libro
escrito por Pedro de la Vega". Resultan evidentes sus inquietudes
intelectuales y religiosas. Uno de esos textos ha marcado durante siglos la
espiritualidad de los creyentes, el escrito por el alemán Tomás de Kempis
(fallecido en 1471), que a algunos los empujó hacia la santidad, y a otros a la
depresión, como confesó el gran poeta mexicano Amado Nervo: "Oh, Kempis,
Kempis, asceta yermo / Pálido asceta, qué mal me hiciste / Ha muchos años que
estoy enfermo / Y es por el libro que tú escribiste".
No hay comentarios:
Publicar un comentario