miércoles, 28 de octubre de 2020

(Día 1251) Ninguna rebelión fue más absurda y sanguinaria que la de Don Sebastián de Castilla, Vasco Godínez y Egas de Guzmán. Continuó el río de sangre.

 

     (841) Unos para acá y otros para allá, como pollos sin cabeza, iban alternando las fidelidades. Los soldados que habían abandonado a Gabriel Pernía, trataron, finalmente, de unirse a Don Sebastián, pero, al saber que lo habían matado, entregaron su bandera a Baltasar de Velázquez y al licenciado Gómez Hernández, los títeres de Vasco Godínez, diciendo que la ponían al servicio de su Majestad. Y comenta Inca Garcilaso: "Y así, aquella bandera hacía oficio de veleta, que se muda siempre con el viento, y hacía lo mismo que la gente poco leal, que es andar a 'viva quien vence'. Venidos, pues, estos adonde Baltasar Velázquez, le entregó la bandera Alonso de Arriaga. Después Velázquez envió a Riva Martín y a Martín Monje a la ciudad de la Paz, para hacerle saber al mariscal Alonso de Alvarado que la villa de la Plata estaba pacificada y reducida al servicio de su Majestad". Luego Baltasar Velázquez emprendió el camino de vuelta a dicha villa, y, una vez más, dio pruebas de ser hombre muy cruel: "Llevaba varios soldados presos y, de camino, ordenó  hacer cuartos de Francisco de Arnao. En cuanto entró en la villa de la Paz, mandó arrastrar y hacer cuartos a Alonso de Marquina, y aquella misma noche entró en el monasterio de la Merced y sacó a Pedro del Corro, que se había metido fraile por haber intervenido en la muerte del general Pedro de Hinojosa, y fue ahorcado".

     El resto de los presos que llevó Baltasar Velázquez, se los entregó, para mayor desgracia, a Vasco Godínez, quien, como sabemos, se había autoadjudicado el poderoso cargo de justicia mayor, como dueño y señor de vidas ajenas: "Su deseo era matar a todos los que conocían sus intrigas. Y así, desterró a muchos, e hizo cuartos de García Tello de la Vega, que fue capitán de Don Sebastián, con la aprobación del mismo Godínez. Mandó que le cortaran los pies a otro soldado llamado Diego Pérez, condenándolo asimismo a galeras, como si pudiera allí servir sin pies, todo lo cual parecían desatinos intencionados". Y no se olvidó de hacer propaganda de su cínica fidelidad al Rey: "Envió a Lima a Baltasar Velázquez y a otro soldado famoso, llamado Pedro Ruiz del Castillo, para que enaltecieran los servicios que habían hecho a la corona Vasco Godínez y los suyos".

     Inca Garcilaso nos traslada de nuevo al inicio de estas rebeliones de Don Sebastián y sus salvajes socios. Lo hace para comentar el eco que esta desastrosa aventura tuvo en otros lugares: "La noticia del levantamiento de Don Sebastián de Castilla se extendió por todo el imperio de Perú, con mucho escándalo de todos los vecinos, porque eran ellos los que, en todas aquellas guerras, gastaban sus haciendas y tenían sus vidas colgadas de un cabello. Cuando se enteraron en la ciudad del Cuzco, se prepararon para recibir a los enemigos. Eligieron como general a Diego de Maldonado el Rico, por ser el regidor más antiguo, y, como capitanes, a Garcilaso de la Vega, Juan de Saavedra, Juan Julio de Ojeda, Tomás Vázquez y Antonio de Quiñones. Fue tan diligente Juan Julio de Ojeda, que, cinco días después, llegó a la plaza acompañado de trescientos soldados muy bien armados, lo cual causó admiración".

 

     (Imagen) Había en FRANCISCO DE ISASAGA una faceta poco común en los conquistadores, la de intelectual de profunda fe religiosa, como descubrió el erudito peruano Pedro Guibovich Pérez: poseía unos cuarenta libros que revelan cuáles eran sus inquietudes vitales. Isasaga, después de participar en la derrota y muerte del último rebelde, Francisco Hernández Girón, se trasladó a  Lima, y en 1560 (teniendo 59 años) se casó con María de Cervantes, dato contrastado que quita verosimilitud al hecho de que, según algunos, también la madre del conquistador se llamara así. El año 1576, ya anciano, hizo testamento por estar tan gravemente enfermo, que no tuvo fuerzas para firmarlo. Ya fallecido, apareció entre sus bienes la relación de libros que poseía, de los que anoto los más conocidos: "Diccionario de Ambrosio de Calepio, publicado el año 1502, y que llegó a ser tan famoso,  que la palabra 'calepio' equivalía a diccionario.- Las obras de Cicerón.- Dos diccionarios de Antonio de Nebrija.- Las Comedias de Terencio.- La Eneida, de Virgilio.- Los epigramas morales de Catón.- El 'Desprecio del Mundo' (conocida después como 'La imitación de Cristo'), de Tomás de Kempis.- Un libro de Alejo de Venegas con consuelos espirituales para la agonía en el tránsito de la muerte.- Un libro de Juan de Pedraza, sobre casos de conciencia para mejor confesar y confesarse.- Un libro de Jerónimo Chaves sobre filosofía, astronomía, cosmografía y medicina.- Un libro de Gonzalo de Illescas sobre la historia de los pontífices romanos.- Un libro de Pedro Mejía sobre la historia de los emperadores romanos.- Las Décadas, de Tito Livio.- Las obras de Fray Luis de Granada (el gran predicador dominico).-  La Escala Espiritual, de San Juan Climaco, sobre la forma de alcanzar la perfección cristiana.- La vida de Jesucristo, la Virgen y muchos santos, libro escrito por Pedro de la Vega". Resultan evidentes sus inquietudes intelectuales y religiosas. Uno de esos textos ha marcado durante siglos la espiritualidad de los creyentes, el escrito por el alemán Tomás de Kempis (fallecido en 1471), que a algunos los empujó hacia la santidad, y a otros a la depresión, como confesó el gran poeta mexicano Amado Nervo: "Oh, Kempis, Kempis, asceta yermo / Pálido asceta, qué mal me hiciste / Ha muchos años que estoy enfermo / Y es por el libro que tú escribiste".




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