(837) Cuando García Hernández volvió diciendo que nadie se mostraba dispuesto a matar a Don Sebastián de Castilla, la reacción de Vasco Godínez fue inmediata: "Se fueron los dos juntos adonde estaba Don Sebastián, y ambos se abrazaron con él, y le dieron tantas puñaladas, que, aunque tenía puesta la cota, lo maltrataron. Baltasar Velázquez, que estaba cerca de Don Sebastián, cuando vio que lo maltrataban, dio un grito, retirándose de ellos, pero, al comprobar que lo estaban matando, fue a ayudarles para alcanzar parte del mérito, y le dio de puñaladas; hubo otros que también participaron. Don Sebastián salió de entre ellos con muchas heridas, y entró en un aposento oscuro, donde le halló luego Baltasar Velázquez, y le dio muchas puñaladas por la cabeza y el pescuezo. El pobre caballero pedía confesión a gritos, hasta que perdió el habla. Baltasar Velázquez lo dejó así, y salió a la plaza para que le ayudaran a sacarlo los del escuadrón (que estaba permanentemente formado). Llamó a Diego Dávalos y al licenciado Hernández, y. cuando entraron donde estaba Don Sebastián, lo vieron tendido y boqueando, y le hicieron muchas más heridas, hasta que expiró. Luego lo sacaron ante el escuadrón, y todos ellos, con Godínez al frente, gritaron '¡viva el Rey, que el tirano ha muerto!', siendo así que los matadores habían sido más tiranos que el muerto, y, después, teniendo cargos de justicia, lo fueron aún más".
Entonces comenzó una farsa atroz:
"Mataron al pobre caballero Don Sebastián de Castilla los mismos que le
persuadieron, forzándole, a matar al corregidor Pedro de Hinojosa. Lo hicieron
para ganar méritos ante Su Majestad, ya que habían sido traidores muchas veces
al Rey y a sus propios amigos, como se dirá en la sentencia que pocos meses
después se dictó contra Vasco Godínez, que fue el maestro mayor de esta maldad.
Es de saber que, desde la muerte del general Pedro de Hinojosa hasta la del
general Don Sebastián de Castilla, no pasaron más de cinco días, pues fueron el
seis y el once del mes de marzo de mil quinientos cincuenta y tres".
Este cambio hipócrita hacia la lealtad al Rey
salvará de milagro la vida de algunos
prácticamente sentenciados a muerte por los rebeldes, y que, sin duda, estaban
convencidos de que los matarían: "Vasco Godínez y sus compañeros sacaron
después de la prisión en que les tenían a Juan Ortiz de Zárate y a Pedro
Hernández Paniagua (acostumbrado ya a los sustos como antiguo mensajero de
Pedro de la Gasca), y les dieron la libertad diciéndoles que lo hacían por
querer su bien y por servir a Su Majestad. Luego Vasco Godínez les pidió que
hablaran a los del escuadrón para que les exhortaran a ponerse al servicio del
Rey. Pero Juan Ortiz de Zárate, viendo que todos los asesinos del general Pedro
de Hinojosa estaban en el escuadrón, siendo su capitán Hernando Guillada, uno
de los principales agresores, temió que lo matasen, y dijo públicamente que le
tuviesen todos a Guillada como su capitán. Estas palabras de Juan Ortiz de
Zárate se tuvieron por muy acertadas, ya que les protegieron de sus enemigos.
Después Vasco Godínez fue a curarse una herida que se había hecho en la mano
durante las cuchilladas, dándole más importancia que a la muerte del Don
Sebastián".
(Imagen) Parece ser que, cosa rara en
aquel mundo impregnado de violencia, fue una pareja muy enamorada la de DIEGO
DÁVALOS FIGUEROA y FRANCISCA DE BRIVIESCA Y ARELLANO. Tenían en común una
sensibilidad poética, y la volcaron en los escritos que publicaron. Diego nació
en Écija, en 1551. Era algo más joven que Francisca. Cuando tenía 17 años
participó en las guerras de las Alpujarras, pero luego huyó a las Indias hacia
el año 1573 por, según él, problemas amorosos que le costaron dinero, muchos
disgustos y la cárcel. Se estableció en la ciudad de la Paz (actual Bolivia),
donde permaneció quince años dedicado a la explotación de minas. En ese tiempo,
sus ánimos se debilitaron por la muerte de una hermana y un hermano, así como
por encontrar poco oro. Hacia 1585 resurgió de sus cenizas por la varita mágica
del amor. Conoció a otra alma sensible, que se había quedado viuda del
conquistador Juan Remón: la poetisa FRANCISCA DE BRIVIESCA Y ARELLANO, algo
mayor que él, pero llena de encanto y, además, muy rica, habiendo sido también
dama de honor de la reina antes de viajar a Perú. Coincidían asimismo en su
amor por la literatura, siendo los dos buenos lectores y escritores. Se casaron
el año 1589, y el primer fruto de su matrimonio (parece ser que no tuvieron
hijos) fue un libro publicado por Diego Dávalos el año 1602, con la
participación de Francisca de Briviesca, y titulado 'Miscelánea austral'. En
él, son ellos los protagonistas (bajo los seudónimos de Delio y Cilena) dialogando
poética y filosóficamente sobre los misterios del amor. Es un texto que ha
alcanzado gran reconocimiento a lo largo de los años. Pero a aquella pareja
profundamente enamorada se les oxidó, con el tiempo, el amor. Francisca pidió,
hacia el año 1608, el divorcio al obispo de la Paz, y, cosa rara en aquellos
tiempos, se lo concedió. Ese mismo año, Dávalos, que tuvo que abandonar el
hogar, seguía figurando como vecino de la Paz, y con el prestigioso cargo de
regidor del cabildo, falleciendo en esa ciudad el año 1616. Y aclaro, para que
no me lapiden, que no he encontrado la portada de ninguna de las publicaciones
de FRANCISCA DE BRIVIESCA (quizá solo se conozcan los poemas que ella aportó a
la obra de su marido). Sirva de consuelo que DIEGO DÁVALOS también escribió un
libro con el título 'Defensa de las damas', con un objetivo claramente
feminista.
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