miércoles, 7 de octubre de 2020

(Día 1233) Los vecinos se hartaron de los rebeldes, reunieron una tropa, en la que había también negros voluntarios, y acabaron con todos los cabecillas de aquella locura.

 

     (823) El cruel y aventado Juan Bermejo reunió a toda su gente y partieron en ayuda de Hernando de Contreras, dejando en Panamá todo lo robado, como si esperaran encontrarlo intacto a su vuelta. En cuanto amaneció, los vecinos, incluidos los que estaban como depositarios de todo lo robado por los rebeldes, reaccionaron rápidamente para poner freno a aquellos abusos. Arias de Acevedo envió a un criado suyo a Nombre de Dios para que Pedro de la Gasca supiese lo que había pasado. Dice, de paso, el cronista que "la Historia ha hecho mención de Arias de Acevedo". No lo explica, pero se refiere a que era un veterano de muchas guerras, incluso luchando contra Portugal, y a que tuvo un gran protagonismo en la conquista de Panamá, aunque dejó fama de ser un hombre de carácter muy violento. Toda la ciudad de Panamá se puso manos a la obra, "para que, si los enemigos volviesen, no pudieran entrar en ella con facilidad". Y añade: "Acudieron muchos españoles con las armas que tenían, y muchos negros a socorro de sus amos, y en breve tiempo se juntaron más de quinientos soldados".

     Dos soldados de los rebeldes se habían quedado rezagados en la ciudad, y fueron rápidamente a avisarle a Juan Bermejo de lo ocurrido: "Cuando se enteró, le mandó recado a Hernando de Contreras, diciéndole que se volvía a Panamá para hacer cuartos a aquellos traidores, por no haber guardado fidelidad a su juramento. Pero los de la ciudad salieron de ella para enfrentársele en el camino. Al encontrarle, pelearon con tantos deseos de venganza, que, aunque los contrarios opusieron gran resistencia, los vencieron, resultando muertos la mayor parte de ellos por la multitud de blancos y negros que sobre ellos cargaron, perdiendo la vida Juan Bermejo, Salguero y unos ochenta más. Prendieron casi otros tantos, los llevaron a la ciudad, y teniéndolos atados en un patio, entró el alguacil mayor con dos negros, y los mataron a puñaladas. Aquellos tristes daban gritos pidiendo confesión, y, por haber muerto sin ella, los enterraron a la orilla del mar". No puede ser más patética la escena, ni más demencial aquella rebelión.

     A Hernando de Contreras le llegó la noticia cuando volvía a Panamá por el aviso de Bermejo, y fue como un mazazo demoledor: "Viéndose desamparado por todas partes, despidió a sus hombres, diciéndoles que procurasen salir a la costa del mar, para que su hermano, Pedro de Contreras, los acogiera en los navíos, y que él pensaba hacer lo mismo. Pocos días después, andando los del Rey en su búsqueda, hallaron ahogado en una ciénaga a Hernando de Contreras, tras lo cual, le cortaron la cabeza y la llevaron a Panamá. Pedro de Contreras, su hermano, sabiendo lo ocurrido con él, con Juan Bermejo y con todos los suyos, procuró escapar por el mar en sus bateles, desamparando sus navíos. Fue en ellos sin saber adónde, porque todo el mundo le era enemigo. Los de la ciudad salieron en pos de él y de los que le acompañaban, y hallaron por las montañas algunos de los huidos. No se supo qué fue de Pedro de Contreras, y se sospechó que indios belicosos, o las fieras que abundan en aquellas tierras, acabaron con su vida, porque nunca más se tuvo noticias de él".


     (Imagen) Fue enorme el triunfo que obtuvo Pedro de la Gasca sobre Gonzalo Pizarro, pero le resultó un calvario la segunda parte de la historia, porque no supo o no pudo hacer un reparto equitativo de los premios a sus soldados. Surgió la rebelión de los hermanos Hernando y Pedro de Contreras. Fue terrible, pero breve: acabaron en el fracaso. Y, más tarde, ocurrirá lo mismo con el último rebelde: Francisco Hernández Girón. Voy a dedicar dos imágenes a la impresionante carta que le envió a La Gasca ALONSO DE LOS RÍOS en junio de 1550: "La (trágica) señora doña María quiso que yo fuera alcalde de León (Nicaragua), pues su hijo Hernando Contreras estaba conforme, pensando que me enemistarían con el obispo Antonio de Valdivieso, pero vieron que yo no quería, y nombraron a otro. Fue después cuando mataron al obispo. Luego quiso el presidente de la Audiencia que yo tomara la vara de alcalde, y así lo hice. Venido de Guatemala a León, hallé que los vecinos estaban muy medrosos, pero, no obstante, se animaron unos con otros para coger las armas contra los rebeldes, algunos de los cuales no habían huido, por lo que quise apresarlos y castigarlos, pero pensé que sería más el daño que el provecho. Así se lo dije a doña Catalina Álvarez de Calvente, madre del señor obispo. Certifico a vuestra señoría que yo tenía lástima de lo que de él decían, pues ni los pobres capellanes de Córdoba son tan poco estimados como lo era de los vecinos el obispo de esta ciudad". Luego afirma que fue odiado, simplemente, por cumplir con su deber: "Puesto que le dirán a vuestra señoría lo que cuentan, para justificarse, los que mataron al bienaventurado obispo, quiero que sepa que lo que afirman no es cierto, ya que el obispo solamente hizo lo que los miembros del Consejo de la Inquisición le ordenaron sobre ciertas cosas de Rodrigo de Contreras, padre de Hernando y Pedro de Contreras. Él obedeció y envió a Rodrigo a España, pero sepa vuestra señoría que yo considero, y se lo he oído decir a otros, que la muerte del obispo no fue por quejas que tuvieran de él, sino para apoderarse de estas tierras y robar al obispo y al Rey, pues, entrando Hernando de Contreras a matarlo, dijo a los que iban con él que buscaran su cofre".




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