(822) Inca Garcilaso copia un párrafo
corto y bastante expresivo del cronista Gómara: "Los hermanos Contreras
recogieron pizarristas que iban huyendo de Pedro de la Gasca, y acordaron hacer
aquel robo, diciendo que ese tesoro y todo el Perú eran suyos, pues les
pertenecía como nietos de Pedrarias Dávila, que fue socio (durante un corto
tiempo) de Francisco Pizarro, Almagro y Luque, y que por eso se rebelaron". Luego toma
Inca el testigo y sigue diciendo: "En la ciudad de Panamá, entraron los
Contreras de noche en la casa del doctor Robles y en cuatro navíos que estaban
en el puerto, tomaron ochocientos mil castellanos de los del Rey y de
particulares (unos 2.400 kilos de oro),
y en casa del tesorero hallaron otros seiscientos mil pesos". Tenían
información de más sitios donde piratear, tanto metales preciosos del Rey como
abundantes bienes almacenados por los mercaderes. "De manera que, sin
contar las mercaderías, perlas, joyas y ornamentos que saquearon en Panamá,
juntaron casi dos millones de pesos de oro y plata que el presidente La Gasca y
los demás pasajeros llevaban, porque iban sin sospechas de corsarios, ni de
ladrones, de manera que lo transportaban despacio, y habían dejado en Panamá
gran parte de la riqueza para que se llevase después poco a poco a Nombre de
Dios (puerto de partida hacia España)".
Los rebeldes estaban como locos de
contentos, porque su plan había salido mucho mejor que lo que esperaban. Sin
ningún tropiezo y rápidamente, se habían hecho con un tesoro fabuloso:
"Pero su buena suerte se trocó en ceguera de entendimiento, de manera que,
aunque muchos de ellos habían conocido en Perú a Francisco de Carvajal unidos a
su soldadesca, en esta ocasión se mostraron tan bisoños y torpes, que ellos
mismos causaron su destrucción y su muerte. La mayor torpeza que hicieron fue
que, habiéndose apoderado de Panamá, prendieron a muchos hombres principales,
y, entre ellos al obispo (Antonio de
Valdivieso), al tesorero de su Majestad, a Martín Ruiz de Marchena y a
otros regidores, y los llevaron a la Picota para ahorcarlos, lo cual habrían
hecho si no lo estorbara Hernando de Contreras. Se enojó por ello muy mucho
Juan Bermejo diciéndole que, puesto que defendía a los enemigos, no se
extrañara de que algún día ellos los ahorcasen a él y a los suyos".
"Estas palabras fueron un pronóstico que
se cumplió en breve tiempo", dice el cronista. Veamos un resumen de lo que
cuenta después: Hernando de Contreras tuvo la ingenuidad de quedarse tranquilo
tras tomar a los vecinos expoliados juramento de que acatarían la situación sin
intentar revolverse. Separó a sus hombres, que solamente eran unos doscientos
cincuenta, en cuatro grupos para distintas misiones, y él partió hacia Nombre
de Dios con solo cuarenta, para prender a Pedro de la Gasca y saquear la
ciudad, confiado en que hallaría a todos descuidados. Juan Bermejo se quedó en
Panamá con ciento cincuenta soldados, y se le ocurrió otra estupidez. Confió a
los propios afectados (que estaban presos) la custodia de todo lo que habían
robado a los mercaderes y a otros particulares, obligándoles a firmar un
compromiso de devolvérselo cuando se lo reclamase. Inca Garcilaso lo atribuye a
un exceso de confianza: "Hicieron estos disparates imaginándose que, sin
tener contratiempo alguno, eran ya señores del todo el Nuevo Mundo".
(Imagen) FRAY ANTONIO DE VALDIVIESO,
obispo de Nicaragua, nació el año 1495 en Vilhermosa de Valdivielso (Burgos).
Era dominico, como Bartolomé de las Casas, coincidiendo ambos en su afán por
proteger a los nativos. Quizá, al igual que Bartolomé, llevara demasiado lejos
el enfrentamiento contra los encomenderos, y eso, en parte, fue lo que le costó
la vida en tiempos muy revueltos. Como era de esperar (se supone que con el
apoyo de los indigenistas), se ha promovido el inicio de su proceso de
canonización, dándole el título de protomártir de la defensa de los indios.
Había andado ya por las Indias, sin que se conozcan bien sus pasos, pero el año
1543, estando de vuelta en España, partió hacia Nicaragua (acompañándole su
madre, Catalina Álvarez, su hermana María y su cuñado) con el recién estrenado
título de obispo de aquella diócesis, siendo en ella confirmado solemnemente en
1545. Ocurrió que, en aquellas tierras, además de haber una corrupción general,
el gobernador Rodrigo de Contreras y muchos de los conquistadores eran tan
crueles con los nativos, que el nuevo obispo se sintió obligado a hacer lo
posible por protegerlos enfrentándose a los más poderosos de la sociedad. No
solo tenía el coraje suficiente, sino también el apoyo de las llamadas Leyes
Nuevas, recién llegadas a las Indias con normas que amparaban los derechos de
los indios y eliminaban muchos privilegios de los encomenderos. Entre otras
cosas, se les prohibía a las autoridades y a los funcionarios públicos la
posesión de encomiendas de indios, y el OBISPO ANTONIO DE VALDIVIESO consiguió
judicialmente que el gobernador Rodrigo de Contreras las perdiera casi todas.
El mismo obispo era consciente de que se estaba jugando la vida, pero el riesgo
llegó al máximo con la rebelión de Hernando y Pedro Contreras, hijos del
gobernador, los cuales lo asesinaron en León, la antigua capital de Nicaragua,
el día 26 de febrero de 1550. Su casa fue saqueada, y solamente quedó junto al
cuerpo del obispo su anciana madre, Catalina Álvarez, la cual se encargó de
enterrarlo en la catedral de León. Hasta el año 2000, no se pudo identificar
sus restos, y a raíz de entonces fue cuando se solicitó la iniciación del
proceso de beatificación.
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