martes, 30 de abril de 2019

(Día 818) Alonso de Alvarado parte en campaña hacia el territorio de los indios Chachapoyas. Alonso de Mercadillo (según Cieza, hombre de muy mal carácter) llevará otra expedición próxima a la de Alvarado, a quien envidia de mala manera.


     (408) Ya desde los tiempos en que el desafortunado Diego de Almagro inició las expediciones a Chile, se fueron sucediendo los fracasos en aquellos territorios. Ahora el ‘estrellado’, y de qué manera, es Peransúrez. Quien logró después un triunfo espectacular fue Pedro de Valdivia. Murió en la empresa, pero no sin dejar antes consolidado para la  corona española todo lo que hoy ocupa ese gran país que es Chile. Cieza abandona temporalmente la odisea de Perasúrez, y nos recuerda de forma muy breve que Alonso de Alvarado consiguió otra licencia de Pizarro, en este caso para ir a la zona de los indios chachapoyas (zona amazónica de Perú), donde, como casi siempre, el gran militar tendría fortuna. Cieza se va a extender algo más en los apuros de otro capitán que también andaba en campaña (y del que hablamos anteriormente), Alonso de Mercadillo: “Ya contamos cómo, estando el Gobernador D. Francisco Pizarro en Jauja, vino allí el capitán Alonso de Alvarado, trayendo con él a D. Diego de Almagro el Mozo, hijo del Adelantado. Dicen que el Gobernador le dijo a D. Diego que se fuese a la Ciudad de los Reyes, que él mandaría que le proveyesen de lo necesario, y que no tuviese ninguna congoja, porque no consentiría que matasen a su padre. También escribió para que en su casa (la de Pizarro) se le tuviese todo respeto y le tratasen como a Don Gonzalo, su hijo. Tras obtener Alonso de Alvarado licencia para fundar una ciudad en el territorio que había descubierto donde los chachapoyas, partió hacia allá con la gente que había traído del Cuzco, y mandó a Lima a Juan de Mora para que le trajese más hombres, consiguiendo juntar sesenta”.
     En cuanto a  Alonso de Mercadillo, nos recuerda Cieza que fue enviado por Hernando Pizarro (deseoso de evitar la ociosidad de sus hombres)  a conquistar la tierra de los chuchupachos (o chupacos), cercanos a los chachapoyas. Se encontró con dificultades porque Villahoma, el hermano de Manco Inca, que era sacerdote y general al mismo tiempo,  mantenía vivo el fuego de la rebelión indígena contra los españoles. En las primeras escaramuzas, consiguió someter a bastantes indios con los ciento ochenta y cinco hombres que llevaba. Cieza comenta que no hizo caso a los guías que conocían la zona, quizá interesado en hacerle la competencia a Alonso de Alvarado,  y deja claro que tenía mal carácter: “Le decían los guías  que, para llegar a las zonas pobladas que le correspondía descubrir, debía ir caminando siempre teniendo el río a la derecha, porque, de  lo contrario iría a salir  a las Chachapoyas, donde estaba el capitán Alonso de Alvarado. Mas Alonso de Mercadillo, no queriendo tomar el consejo de los nativos, ni aun el de los españoles, mandó ir por la parte oriental, por caminos tan ásperos y sierras tan altas, que casi todos los caballos se les despeñaran. Este capitán Mercadillo era hombre muy contagioso (¿negativo?) y de condición tan mala que los mismos españoles le cobraron odio; no era nada amoroso con ellos, ni los sabía tatar como convenía. Tenía además el malísimo vicio de jurar y perjurar. Llegaron a una zona llamada Maina. Desde allí fueron  a la parte oriental, donde, según los indios, hallarían gran riqueza y tierras bien pobladas. Mercadillo deseaba seguir ese camino, pero, como los hombres que no actúan con rectitud siempre son maltratados por sus mismos pensamientos, y no se fían de ninguno por más amigo que sea, acaeció que, al saber que por aquella parte estaba el capitán Alonso de Alvarado, que era muy querido, temió que, si estuviesen cerca unos de otros, sus hombres se pasarían a Alvarado. Para evitar este daño, mandó dejar el camino que llevaban y volver por otro tan áspero e lleno de montañas que los caballos no podían andar por él”.

     (Imagen) Hasta los de mala entraña eran unos héroes. De Mercadillo, vimos anteriormente que fundó varias ciudades en Ecuador, entre ellas, la importante Loja, a la que puso el nombre de su granadino lugar de origen. Pero ahora, por tratar de seguir un camino infernal para evitar la competencia del prestigioso Alonso de Alvarado, se va a enfrentar a un motín tan justificado, que ninguna autoridad castigará después a sus promotores. Según el historiador Fernández Duro, “era hombre oscuro, de más puños que cabeza, en el que se juntaban la aspereza y el desabrimiento, la grosería y el mal lenguaje, además de ser caprichoso y jurador”. Gonzalo Pizarro tuvo, durante su rebeldía, a Alonso de Mercadillo como unos de sus capitanes de mayor confianza. Cuando Doña Brianda de Acuña demandó a quienes tuvieron responsabilidades por la muerte de su marido, el virrey Blasco Núñez Vela, puso también en la lista a Mercadillo. Pero más tarde, temiendo que Pedro de la Gasca le quitara sus derechos en la ciudad de Loja, se pasó a su bando, y luchó contra Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijaguana. Lo que nos enlaza con Alonso de Alvarado porque, como sabemos, fue una sentencia de muerte, que había dictado anteriormente contra Gonzalo Pizarro, la que dio vía libre para que fuera inmediatamente ejecutado tras su derrota. Como solía ocurrir, los herederos de los grandes héroes batallaban también, pero con pleitos. La imagen muestra una apelación de sentencia que  fue presentada por Ana de Velasco, viuda de Alvarado, quien había muerto en 1556 medio trastornado por la derrota sufrida contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón, aunque tuvo el consuelo de conocer su decapitación.



lunes, 29 de abril de 2019

(Día 817) Iban despacio para que los más deteriorados pudieran seguirles. Murieron 143 españoles y muchísimos indios, la mayoría de hambre. Se comieron 220 caballos. Fue en su ayuda Gaspar Rodríguez de Camporredondo, hermano de Peransúrez.


     (407) Todos sufrían, pero algunos estaban en las últimas: “Había más de cincuenta españoles enfermos que no podían andar. Mirando Peransúrez que, si los llevaban en los caballos, morirían todos porque los necesitaban para llevar las provisiones, los juntó y les dijo que tenía gran compasión de verlos enfermos y tan afligidos, y que, estando ya cerca la tierra de Perú, donde serían remediados, que se esforzasen hasta salir de los montes. Los enfermos respondieron que veían bien lo que les decía, y que diesen jornadas cortas para que pudiesen andar con ellos. De allí partieron sin caminar mucho cada día, por amor de aquellos españoles que venían enfermos; por el camino, algunos de ellos se quedaban muertos, y al cabo de algunos días llegaron al río Tacana”. Nueva dificultad: la corriente bajaba muy crecida y tuvieron que pagar un alto precio: “No se atrevieron a pasar a la otra orilla porque hacía más de seis meses que los caballos no comían maíz. Tras esperar  ocho días para ver si menguaba, procuraron pasar a la otra parte, y se hizo con grandísimo trabajo, ahogándose en el río siete españoles, a los que no pudieron salvar. Ya no tenían ninguna comida”. El desánimo era total y el hambre hacía estragos: “Algunos cristianos, suplicando comida, se quedaban muertos arrimados a los árboles. Otros lamentaban que no fueran dignos, antes de morir, de verse hartos del pan que en España se solía dar a los perros, y diciéndolo, se morían también. Era gran lástima también oír los clamores que hacían indios e indias; el camino quedaba cubierto de muertos, y los vivos comían a los muertos, como hemos dicho. Algunos españoles sangraban a los caballos e bebíanse su sangre. Llegaron a un pueblo que se llamaba Quiquijana. Fueron catorce españoles a ver si podían hallar algún bastimento, mas no hallaron ninguno. Entonces ya faltaban sesenta españoles que se habían muerto”. Patética tropa de soldados desarrapados, torturados por un largo ayuno forzoso, y hasta escasos de armas.
     Fue una campaña totalmente fracasada, tras seis meses de andadura. Curiosamente, también había mercadeo de alimentos bajo promesa de pago: “Cuando se mataba algún caballo, se vendía cada cuarto a trescientos pesos, y las tripas e inmundicias del vientre valían doscientos, y quien lo compraba hacía escrituras públicas tan firmes, que después bien por entero se cobraba. Muy grande fue la propiedad que se quedó en esta campaña, y muchas vajillas de plata y ricas piezas de oro. No se halló ningún género de comida en este pueblo. Viendo los cristianos que no había ningún remedio para seguir adelante, mataron catorce caballos, comiéndolos sin quedar ninguna cosa, hasta los miembros de ellos, que hartas ollas eran menester para cocerlos, según son de duros. Así pudieron pasar adelante. Habían muerto hasta aquel día ciento cuarenta y tres españoles, y más de cuatro mi indios e indias, y se habían comido doscientos veinte caballos,  que habían costado la mayoría seiscientos pesos (más de dos kilos de oro). En tres jornadas llegaron al primer pueblo por el que habían entrado, llamado Ayavire, donde hallaron a Gaspar Rodríguez de Camporredondo, hermano de Peransúrez, que venía en su socorro con setenta españoles y mucha comida, con la cual se restauraron, pues estaban tan fatigados, desfigurados y descoloridos que casi no se les podía conocer. Y dejaremos de hablar de ellos por ahora”.

     (Imagen) Tras salir de su encerrona andina los hombres de Peransúrez, llegó hasta ellos con abundantes provisiones su hermano, GASPAR RODRÍGUEZ DE CAMPORREDONDO. Como sabemos, a Peránsurez lo mataron los piratas 4 años después. Tras otros dos años, le llegó también su hora de forma trágica a  Gaspar. En cuanto se estableció en Lima el Virrey Blasco Ñúñez Vela, empezó la rebelión de Gonzalo Pizarro, y le nombró a Gaspar como uno de sus principales capitanes, quien no tardó en ver que era una insensatez, y le mando recado al virrey pidiendo para él y otros muchos implicados el perdón. Les fue concedido, pero, en el camino, interceptó Gonzalo los documentos oficiales y ejecutó a todos los indultados, menos, de momento, a Gaspar. El cronista Inca Garcilaso de la Vega, que conoció a algunos de ellos, explica lo que ocurrió: “Gaspar Rodríguez estaba en el mismo campo por capitán de casi 200 piqueros, y, por ser persona tan principal y rico y bien quisto (querido), no osaron ejecutarlo públicamente. Entonces Gonzalo Pizarro llamó a sus capitanes diciendo que les quería comunicar ciertos despachos que había recibido de Lima. Cuando vinieron todos, y entre ellos Gaspar Rodríguez, Gonzalo Pizarro se salió de la tienda, que estaba cercada, fingiendo que iba a otro negocio. Quedando todos los capitanes juntos, llegó (el terrible) Francisco de Carvajal, y, con disimulación, le puso la mano en la guarnición de la espada a Gaspar Rodríguez, se la sacó de la vaina, y le dijo que se confesase con un clérigo que allí estaba porque había de morir. Y, aunque Gaspar Rodríguez se ofreció a dar grandes disculpas, ninguna cosa aprovechó, y así le cortaron la cabeza”. Ocurrió a finales de 1544.



sábado, 27 de abril de 2019

(Día 816) La información del indio les salvó de momento navegando por el río, pero murieron tres españoles. Cieza es consciente de que será leído en el futuro, y sabe que está haciendo una gran obra.


     (406) Por eso se entiende la emoción de Juan Antonio Palomino: “Muy alegre por haber tomado un guía, fue luego en seguimiento del capitán Peransúrez, y, llegado donde él, supieron por el indio qué camino podrían tomar”. Había que atravesar el río, muy ancho y de peligrosas corrientes. Hicieron balsas para atravesarlo. Sabían cuál era la buena dirección, pero eso no garantizaba el éxito: “En catorce balsas se pusieron los cincuenta españoles más ligeros e sueltos, y el día de Reyes del año mil quinientos treinta y nueve se echaron al río, yendo con ellos Juan Alonso Palomino y el maestre de campo, Juan Quijada. Los indios se pusieron a la orilla y les lanzaban muchas flechas, e tantas les tiraron que hirieron a ocho y mataron a tres”. La reacción de los españoles fue rabiosa. Bajaron a tierra y los hicieron huir. Lugo tuvieron la suerte de encontrar maíz abundante: “Con aquel maíz, la yuca e otras raíces se sostuvieron (toda la tropa de Peransúrez)  allí mes y medio, sin comer sal ni carne, de lo que no poca necesidad tenían; y, gracias a lo que les dijo aquel indio que apresaron, se salvaron, pues ciertamente todos habrían perecido si no hubiesen hallado aquel poco bastimento. Luego partieron de allí, y fue gran yerro, porque si hubiesen invernado en aquel río, podrían haber enteramente encontrado lo que había por descubrir”.
     No sin motivo dice Cieza que fue una equivocación partir antes de tiempo de aquel lugar, porque las consecuencia fueron terribles. Es también consciente de que quizá los lectores quieran pasar ya al tema principal, y, con su habitual amabilidad, les pide disculpas, a los de su tiempo y a los futuros, pues se  muestra convencido (¡qué razón tenía!) de que su crónica sería imperecedera: “No me culpe el lector de que haga digresión de las guerras civiles para contar otros acontecimientos. Si miran mi intención, no me culparán, pues es necesario contar las cosas que pasaron entre una guerra y otra para que haya orden y no confusión. E a los que viven en el tiempo presente, e a los que han de nacer, ruego que reciban mi humildad de estilo y mi llaneza de estilo con amor, mirando que soy tan ignorante, que mi débil juicio no me parecía capaz de salir adelante con obra tan grande. Y concluidas estas conquistas, volveremos a nuestra narración de las guerras civiles”.
     Aliviado por su disculpa, sigue Cieza contando la aventura de Peransúrez y sus hombres, que avanzaban de desesperación en desesperación, dándose la circunstancia de que ya apenas tenían indios de servicio, dato escalofriante porque hace suponer que habrían muerto cientos de ellos: “Las montañas eran muy ásperas, y, al haber dejado la mayor parte de las herramientas (por falta de porteadores), no podían abrir camino. Estaban puestos en tanta necesidad, que no eran capaces de llevar un solo ornamento (eclesiástico), y les fue forzoso enterrar junto a un español llamado Diego Daza el cáliz y las vinajeras. Con grande dificultad, llegaron a la provincia de Tacama. Ya hacía cinco meses que andaban por aquellas montañas, y, como les faltaba todo el servicio de los indios, dejaban las ropas e aderezos que tenían, y hasta las armas. Los capitanes entraron en consulta, e acordaron que deberían seguir hasta que llegasen a la tierra de Perú (toda la aventura se desarrollaba en territorio chileno), pues no tenían otro remedio para salvar las vidas”.

     (Imagen) Peransúrez y JUAN ALONSO PALOMINO van ahora perdiendo hombres por la dureza de los Andes. Los que quedan se salvarán in extremis al descubrir el camino de salida. Años después, Palomino, como vimos en la imagen anterior, volvía a encontrarse en apuros, pero esa vez por pasadas fidelidades al rebelde Gonzalo Pizarro. Ya sabemos que, al poco tiempo, lo mató Francisco Hernández Girón, y fue en el preciso instante en que este inició la última guerra civil rebelándose contra la Corona. Echando mano de otro expediente (que también hemos visto), en el que su hijo habla de sus méritos, podemos vivir en directo la escena de su muerte leyendo el texto de la imagen. Le dice al Rey el abogado de su hijo, Luis Palomino (cambio un poco el orden del texto): “La noche que Francisco Hernández Girón se alzó en el Cuzco, estando Juan Alonso Palomino en la casa de Alonso de Loaysa, donde se encontraban el Corregidor y muchos vecinos cenando por la boda del dicho Loaysa, entró Girón  armado con una rodela y una espada desnuda, y con más de 20 arcabuceros, y dio con la espada en la mesa, y dijo: ‘Caballeros, que nadie se alborote, que  esto por todos va’. A las cuales palabras, su padre (el capitán Juan Alonso Palomino), tan cierto servidor de Vuestra Alteza, echando mano a la espada, dijo: ‘No por mí; ¡viva el Rey, mi Señor!’. Y luego los tiranos le dieron de alabardazos, y lo hirieron de muchas heridas mortales, de las cuales, dentro de cuatro horas murió, no osando ni el Corregidor de Vuestra Alteza ni los demás que allí estaban decir palabra alguna ni resistir al tirano. Y así, con justo título se puede decir haber sido su padre mártir de Vuestra Alteza, pues murió confesando vuestro real servicio”.



viernes, 26 de abril de 2019

(Día 815) Cieza alaba la heroicidad de los españoles. Peransúrez y sus hombres sufren lo indecible sin poder encontrar un buen camino de vuelta. Consiguen apresar a un indio para que les informe.


     (405) Da grima saber que lo que dice Cieza a continuación no se ha cumplido del todo: “Ciertamente yo creeré que en los futuros tiempos los españoles que descubrieron este Imperio serán tenidos en mucho, e que sus nombres serán más recordados que en los tiempos presentes, pues, por ser las cosas frescas e tan recientes, las tenemos por tan comunes que casi no queremos hablar de ellas. E lo que yo pondero de ellos no  son las conquistas ni las batallas con los indios, sino el trabajo de descubrir, en lo que en ninguna parte del mundo se les ha hecho ventaja a los que han ganado esos reinos. Esta campaña de los Chunchos ha sido la más lastimera e congojosa que se ha hecho en todas las indias, pues faltaron más de la tercera parte de los españoles, muertos todos ellos de hambre por no tener provisiones”. Aunque, sin duda, fue espantosa, las hubo peores, porque las desgracias abundaron y el que sobrevivía en aquellas aventuras era un protegido de los dioses.
     Cieza nos va a ir metiendo en las terribles penalidades de los hombres de Peransúrez. En medio de una vegetación selvática, en la que iban desgastando sus energías por el esfuerzo y el hambre, se vieron atrapados sin poder encontrar una salida que los liberara de aquel infierno: “Caían tan grandes aguaceros, que era cosa de gran compasión ver a los tristes del arte con que iban andando por allí, sin tener ningún conforte (consuelo), y era tanta el agua que de los cielos caía, que la ropa se les desmenuzaba, e, queriendo adobarla, se rompía más. Con azadones hacían los pasos para que los caballos pudiesen pasar. Dieciséis jornadas anduvieron de esta suerte. Habían muerto de hambre más de tres mil de los indios de su servicio, siendo muy grande el dolor de ver morir a tanta gente, y, entre ella, muchas hijas de los señores principales del Cuzco. Como el hambre creciese, mataban para comerlos a los caballos, y hasta su miembro genital era comido. Al ser imposible seguir, volvieron hacia el río, quedándose Alonso Palomino con diecisiete españoles para poder prender a algún indio que los guiase por donde pudieran salir. Era hombre tan entendido en la guerra, así de indios como de cristianos, que, sabiendo que se habían de  esconder en parte donde no los pudiesen hallar, determinó con sus compañeros ponerse en una emboscada tan ocultamente que no fuesen de ellos vistos. Estando Palomino puesto en la celada, al de un rato vieron que diez indios con fieras cataduras, llenos de pinturas y con las armas en las manos, venían en unas balsas, y, viendo a unas indias de los cristianos que, de cansadas, se habían quedado (sin volver con Peransúrez), quisieron ir a tomarlas y quitarles la ropa. Cuando ya estaban despojándosela, salió Palomino con los cristianos a procurar tomar alguno, e fue Dios servido de que un Antonio de Marchena, natural de Villagarcía de Campos, siguió a uno de los indios con su caballo y lo prendió, aunque pugnaba por no quedar en poder de los cristianos. Y ciertamente, si no se tomara a este indio, ninguno de los españoles habría escapado con vida”. Cieza considera, pues, que todos los españoles y los indios de servicio habrían muerto perdidos por aquellas terribles montañas.
    
     (Imagen) Vamos contemplando la desesperada marcha de Peransúrez con sus hombres, perdidos por las montañas andinas, muriendo muchos de ellos, y un número elevadísimo de los porteadores indios. El grupo que iba con JUAN ALONSO PALOMINO pudo apresar a un nativo que conocía los caminos. Cieza asegura que, de no haber tenido suerte, habrían muerto todos. Dejémoslos disfrutándolo, y aclaremos algo sobre Palomino. En la imagen anterior di por seguro que, el haberse pasado al bando del Rey, le habría purificado de cualquier culpa. Algo de eso ocurrió, porque, denunciadas sus fidelidades al rebelde Gonzalo Pizarro, Carlos V, respondiendo a Palomino el año 1547 en una petición de amparo, “le mandó que siguiera sirviendo fielmente a Pedro de la Gasca, presidente de la Audiencia de Lima”. Pero hubo dos asuntos que lo tuvieron contra las cuerdas, y que solo terminaron en nada porque Francisco Hernández Girón lo asesinó. En el primero (como se ve en la imagen) un tal Alonso de Barrionuevo reclamaba las rentas que había perdido por haberle arrebatado Gonzalo Pizarro sus encomiendas de indios. Y le exigía el pago a Palomino y a otros dos porque habían salido fiadores del ya difunto Gonzalo (una prueba clara de su amistad). El segundo era más peliagudo. Todo indica que la dramática acusación (la de la imagen anterior) que hizo el Oidor Francisco Pérez de Robles contra Hinojosa, Meneses y Palomino se tomó muy en serio en la Corte. El Príncipe Felipe “ordenó que se hiciera justicia contra los tiranos que dieron garrote a Dña. María Calderón, hermana del doctor Robles, mujer del capitán Jerónimo de Villegas, y a Cosme de Robles, hijo de otra hermana suya”.



jueves, 25 de abril de 2019

(Día 814) Aldana va a Cali. En otra zona, Peransúrez encuentra tantas dificultades en su expedición que, por no perecer, ordena dar la vuelta.


     (404) Está claro que Aldana sabía jugar los tiempos, guardando pacientemente silencio por mucho que dejara intrigados a los españoles que iba encontrando a su paso: “Los vecinos de Popayán, viendo que solo mostraba poder de juez de comisión, se asombraban de que un hombre de tanta valía e tan serio, viniese con poderes tan cortos desde tan lejos. Y lo que les hacía creer que traía más poderes era ver que en todo  mostraba querer intervenir y hablar a los indios, pues esto nunca lo quiso disimular. Después de pasar en Popayán unos catorce días, se partió para la ciudad de Cali”. Todas eran ciudades minúsculas y recién fundadas, pero firmemente asentadas, con todos los servicios esenciales y las autoridades correspondientes, de manera que los soldados salían a sus conquistas, pero siempre quedaba una población estable y bien defendida.
     Como tiene por costumbre, Cieza, obsesionado con la sincronía para una mayor claridad, interrumpe ahora su relato para enlazar con lo que iba contando anteriormente sobre la expedición de Peransúrez. Ya vimos que el valiente capitán se había adelantado para ver si más allá de las terribles montañas había alguna tierra acogedora que les compensara de tantas calamidades. Llegaron a una zona llana y agradable donde esperaban encontrar algún poblado acogedor y avisar a los españoles que habían quedado atrás. Pero estaban gafados: “Mas no hallaron lo que pensaban, encontrando solamente algunos yucales cortados, porque los indios, como tenían noticia de la venida de los españoles, escondieron la yuca y se ausentaron. Mas, como el hambre sea cosa tan fuerte de sufrir, se confortaron con las raíces de la yuca como si su fueran manjares muy preciosos”. Peransúrez y su destacamento de treinta hombres iban de decepción en decepción. Mandó al capitán Juan Alonso Palomino que se adelantara con doce de a caballo para ver si tenía más suerte su búsqueda. Volvieron al cabo de un tiempo sin haber encontrado la salvación, pero con informes esperanzadores de algunos indios que les aseguraron que, siguiendo adelante, llegarían a un auténtico paraíso. Conscientes de que no podían apostar su vida dando por buena la información, siempre dudosa, de unos indios, Peransúrez y los suyos se volvieron al campamento en el que habían dejado el grueso de la tropa. Y llegado allá tuvieron que tomar una decisión frustrante: “Se pusieron en consulta, y ya el temor que tenían era mucho por verse metidos en parte tan peligrosa, y que el invierno se acercaba y los ríos crecían. Mirando que el único remedio que tenían para evitar la muerte de tanta gente de servicio como venía con ellos, e de los mismos españoles, acordaron volver a Chuquiavo”.
     Ya no luchaban con ilusión para enriquecerse, sino con desesperación para salvar sus vidas y las de los indios de servicio: “Los fatigados españoles nunca dejaron de utilizar hachas y machetes para abrirse camino con sus debilitados brazos. Mas, como la gran constancia que tienen en sus hechos sea tan grande como otras veces he referido, sufrían aquellos trabajos con gran paciencia”.

     (Imagen) JUAN ALONSO PALOMINO aparece ahora en 1538, entre angustias y desesperación, durante la campaña de Peransúrez. También sabemos que fue el primero de la flota de Hinojosa que se pasó, diez años después, al bando de la Gasca. Pero antes de que abandonara la demencial rebeldía de Gonzalo Pizarro, se vio envuelto en un feo asunto. En 1551, el Doctor Francisco Pérez de Robles, Oidor de la Audiencia de Panamá, les reclamó a Hinojosa, a Pablo de Meneses y a Palomino daños y perjuicios. En el texto de la imagen se ven algunos de sus argumentos (que parecen verosímiles). Cuenta que él organizó la defensa de Panamá. Al saberlo Gonzalo Pizarro, envió su armada con los tres capitanes, que llegaban dispuestos a cortarle la cabeza. Robles animó a la gente a que les impidiesen la entrada (por estar en rebeldía contra el Rey), pero, como todos tenían miedo a sus represalias, no le hicieron caso, y él tuvo que huir a Cartagena de Indias, adonde llegó un año después Pedro de la Gasca. Se puso a su servicio y le hizo saber todo lo ocurrido. A él le habían requisado todos sus bienes, pero lo peor ocurrió después. Dice Robles que Hinojosa, Pablo de Meneses y Palomino “le cobraron tanta enemistad, que en el Perú le dieron garrote y mataron a Doña María de Calderón, su hermana, mujer del capitán Jerónimo de Villegas, y a Cosme de Robles, hijo de otra hermana”. Seguro que, pasándose después al bando de la Gasca (el representante del Rey), los tres acusados habían quedado ya purificados. Pero dos años más tarde (como vimos recientemente) el último rebelde, Francisco Hernández de Girón, mató a cuchilladas a Palomino, precisamente por ser fiel a la Corona. Todo muy propio de una tragicomedia.



miércoles, 24 de abril de 2019

(Día 813) En Popayán, Lorenzo de Aldana se encontró con una situación social espantosa, en la que lo españoles pasaban hambre y los indios practicaban el canibalismo. Su llegada fue beneficiosa.


     (403) Allí se iba a encontrar con una situación dantesca: “En Popayán los españoles y los indios padecían mucha necesidad. Los bárbaros no querían cultivar la tierra, pensando que, si faltasen las provisiones, los españoles se marcharían, y así ellos podrían vivir en libertad. Los cristianos pasaban muchos días comiendo solamente hierbas bravas, lagartos, culebras y langostas, y todos estaban malos, hinchados y llenos de muchas enfermedades. Había tan grande y mortal hambre entre los indios, que se comían los unos a los otros, pero no querían sembrar. Los caciques mataban a los indios, y los comían cociéndolos en grandes ollas. Por los caminos andaban grandes cuadrillas de indios matándose unos a otros, sin ninguna piedad entre ellos. Los españoles, viendo tan gran crueldad, les decían que por qué eran tan malos si, con sembrar sus tierras, tendrían provisiones. Les daba igual. Respondían que los dejasen, pues ellos tenían por bueno consumirse unos a otros y sepultarse en sus vientres”.
     No bastó con esta miseria, y Cieza, tan comprensivo con los indios, pero tan religioso, solo podía entender lo que ocurría viéndolo como un castigo divino: “Tras el hambre, vino una gran pestilencia, cayendo muertos muchos de los indios. Los vivos sepultaban en sus vientres a los muertos, y el maligno demonio se alegraba de ver tantas muertes e que todas sus ánimas iban a su poder. Hernán Sánchez, que en este tiempo se halló allí presente, me dijo que, yendo un día por un camino había encontrado a un indio con nueve manos, dos que formó Dios en él, e siete que llevaba asidas de una cuerda. Le preguntó para qué llevaba tantas manos, y le respondió que para comerlas. Veinte indios dieron sobre unos doce muchachos, los despedazaron y se los comieron”.
El esfuerzo de Francisco García de Tobar, teniente del Gobernador (Belalcázar), no bastaba para evitar tantos males, porque era castigo que Dios quería mandar a aquellos obstinados indios, para que, por sus pecados, viniesen a tanta disminución como vinieron”. García de Tobar murió tres años después luchando contra los indios.
     El prestigioso Aldana tendría entonces solamente unos treinta años, intensamente vividos. A punto de llegar a Popayán, envió a la ciudad a dos hombres para anunciar su visita. Uno de ellos era alguien que luego tuvo mucho protagonismo. Cieza lo llama Francisco Hernández, sin  más. Pero se trataba de Francisco Hernández Girón, natural, como Aldana, de Cáceres, y dos años más joven. Siempre fue leal a la Corona, pero quince años después de lo que ahora vemos, en 1553, lideró la última rebeldía de las guerras civiles, y, esta vez, contra Carlos V, lo que suponía una osadía demencial que nunca llegaba a buen fin: fue derrotado y ejecutado.  Cuando supieron en Popayán que se acercaba Aldana, fue grande la alegría de los españoles: “Al llegar, les abrazó e consoló. Como cristiano y católico, sintió mucho la gran crueldad de los indios entre sí, y para poner algún orden en todo ello, pensó usar su cargo de teniente general, pero, mirando que no convenía que se supiera por entonces, hasta saberse si había noticias nuevas del capitán Belalcázar, no lo hizo”.

     (Imagen) Hablemos del cacereño FRANCISCO HERNÁNDEZ GIRÓN. Anticipé algunos datos suyos: fue el líder de la última guerra civil, mató a puñaladas a Juan Alonso Palomino, y terminó ejecutado en 1554, después de haber sido apresado por Juan Tello Sotomayor. Ahora (año 1538) le vemos por la zona de Quito. Era un tipo infatigable y un militar muy duro, capaz de todo para conseguir sus propios intereses y ajeno a cualquier lealtad. Acompañaba a Lorenzo de Aldana con la misión de cortarle las alas al peligroso Sebastián de Belalcázar, de quien, como sabemos, Pizarro no se fiaba. Pero también Girón estaba resentido con Pizarro, porque no consideró suficiente el premio que le dio por haber sofocado con suma eficacia y rapidez una rebelión de indios en las proximidades de Lima. No le fue difícil a Belalcázar ganárselo para su causa con tentadores promesas,  lo que le convirtió en protagonista de un acto cruel, porque fue él quien, como vimos y cumpliendo órdenes, le cortó la cabeza al ejemplar Jorge Robledo. Más tarde luchó junto a Gonzalo Pizarro, pero se pasó al bando del virrey, siendo derrotados. Al virrey lo mataron, y a Girón, a pesar de su alto grado militar, le perdonaron la vida, pero, olfateando lo que le convenía, siguió fiel a la Corona en la batalla de Jaquijahuana, que supuso la muerte de Gonzalo y el final de las primeras guerras civiles. Sin embargo, fue él quien lideró la última rebelión contra el Rey, y murió en el empeño. En el texto de la imagen, los funcionarios de la Casa de la Contratación le decían dos años después al Rey que ya estaba en calma todo el Perú y que se había castigado a los culpables.



martes, 23 de abril de 2019

(Día 812) Diego de Sandoval sigue maniobrando para ayudar a Belalcázar, a tal punto que Lorenzo de Aldana casi decide ahorcarlo. Finalmente, tras apresarlo, se lo envía a Pizarro. Aldana, allá por donde pasaba, dejaba a la gente pacificada, indios incluidos.


     (402) Estas medidas alteraron a Diego de Sandoval, y estuvo  a punto de costarle la vida: “Viendo Sandoval que no tuvo efecto el deseo que tenía, como era hombre de poco juicio y hablaba sueltamente, animaba a los soldados para que se fuesen desde Quito a servir a Belalcázar, e a los caciques les decía que diesen ruines provisiones a la gente que enviaba Aldana”. Trataba de convencerlos diciendo que, según los poderes que había mostrado, tenía menos autoridad que Belalcázar, que era general. Era tan indiscreto, que le pudo salir caro: “Al saberlo Aldana, determinó aguardar a que Sandoval cesara en aquellas cosas, y, viendo que, a pesar de su disimulación, no dejaba su propósito, estuvo a punto de mandarlo ahorcar, lo cual no hizo para que en las ciudades no dijesen que entraba con rigurosidad, matando a los hombres. E por entonces, ningún castigo hizo en él, salvo el de quitarle el mando que tenía sobre los caciques y los indios. Llegados a Quito, Sandoval seguía sin querer sosegar su ánimo ni dejar de promover que la gente se fuese a Popayán (para unirse a Belalcázar), como si tuviese autoridad para ello. Sabiendo Lorenzo de Aldana estas cosas, habló con el capitán  Gonzalo Díaz de Pineda, y  le dijo que, puesto que era en todo tan partidario del Gobernador Pizarro, les prendiese a Sandoval y a Cristóbal Daza, ya que él (Aldana), de momento, no quería entender directamente en aquellos negocios por entonces”. La solución del caso fue de lo más sensato: “Gonzalo Díaz ordenó al alguacil mayor que los prendiese, e, sin más aguardar, los metieron en dos hamacas, e Aldana los envió a la Ciudad de los Reyes, adonde el Gobernador D. Francisco Pizarro”. Una vez más, Aldana solamente presentó su poder de juez de comisión, y la gente creía que ocultaba otros más importantes: “Pero también pensaban muchos que no los traía, porque, de tenerlos, favorecería a sus amigos y no rehusaría el oficio de mandar, pues por todos los mortales era tan deseado. Y, después de estar veinte días en Quito, el capitán Lorenzo  de Aldana partió para la ciudad de Popayán (actualmente en territorio colombiano), que está de allí a ochenta leguas”.
     El capitán Aldana había permanecido veinte días en Quito, haciendo hábiles equilibrios para lograr sus propósitos: “Algunos decían que quien tenía todo el poder en aquellas tierras era Belalcázar, y que Aldana no traía ninguno de Pizarro, porque, de tenerlos, los habría mostrado. Para que estas pláticas cesasen, Lorenzo de Aldana fingió querer ahorcar a los dos hombres que más se metían en aquellos dichos. Y así, cuando algunos caballeros honrados rogaron por ellos, los soltó. Ocasiones tuvo para hacer grandes castigos, e siempre fue clemente y moderado, en tanta manera que le tuvieron por blando en algunos casos”. Salió, pues, de Quito: “Al llegar  a Pasto, se encontró con que  los caciques más principales estaban en guerra (contra los españoles), y dejándolo todo en paz, se partió para Popayán”.

     (Imagen) Saquemos del anonimato a otro capitán lleno de méritos: el asturiano GONZALO DÍAZ DE PINEDA. Hemos visto que Lorenzo de Aldana confió en él porque, al ser muy fiel a Pizarro, podía poner obstáculos a las ambiciones de Sebastián de Belalcázar. Díaz de Pineda fue el primer hombre que se atrevió a dirigir una durísima expedición hacia el Amazonas, tratando de descubrir los míticos territorios de la Canela y del Dorado. Resultó un fiasco, pero abrió caminos nuevos, que luego quiso recorrer también Gonzalo Pizarro, fracasando asimismo, pero dando pie a que Francisco de Orellana navegara el Amazonas entero. Luchó más tarde bajo las órdenes de Gonzalo Pizarro contra el virrey Núñez Vela, tuvo que salir huyendo en un ataque imprevisto, y unos días después falleció al ingerir unas plantas venenosas. Le hemos visto ahora como sustituto provisional de PEDRO DE PUELLES, que era su suegro y Teniente Gobernador de Quito. Demos un salto hacia delante de 9 años. El documento de la imagen es de 1547, se lo envió al Príncipe Felipe el obispo de Panamá, fray Pablo de Torres, dándole buenas noticias de la guerra civil promovida por Gonzalo Pizarro, y nos muestra el horror de lo que era aquello. Le dice que Quito y toda la costa del Pacífico estaba ya a favor del Rey, ocurriendo de esta manera: “Andando ciertas mujeres por las calles de Quito con una bandera diciendo ¡viva Pizarro!, otra mujer respondió ¡viva el Rey!; PEDRO DE PUELLES, que se hallaba en aquella ciudad como aliado de  Gonzalo Pizarro con 400 hombres, la hizo ahorcar y estar colgada de la horca dos días; a la mañana siguiente, el capitán Pedro Salazar mató a puñaladas a Puelles, y el pueblo se alzó proclamando a Su Majestad”. El informe del obispo era fiable, pero todavía faltaban unos meses para la derrota definitiva y la muerte de Gonzalo Pizarro.



lunes, 22 de abril de 2019

(Día 811) Diego de Sandoval recluta gente para que Pizarro no le quite a Belalcázar las tierras que estaba conquistando. Lorenzo de Aldana reacciona rápidamente para tratar de abortar el plan de Sandoval.


     (401) Oigamos a Cieza: “Con la provisión que  Pizarro le había otorgado, Lorenzo de Aldana comenzó a reunir gente para ir a Quito, y, estando en Tumbes, se enteró de que, en la provincia de los cáñaris, un tal Diego de Sandoval, al que Pizarro le había dado allí un repartimiento de indios, procuraba disimuladamente juntar gente para mandarla a Popayán, donde estaba Belalcázar. Sabiéndolo Aldana, le pareció que convenía ir con mucha presteza a Tomebamba, para impedir que Belalcázar, que tenía intención de quitarle el gobierno de aquella provincia al Gobernador Pizarro, se hiciese más  poderoso de lo que estaba”.
     Durante las complicadas intervenciones que Aldana va a tener, actuará con suma prudencia. Y uno de sus principales cuidados será el de no mostrar en su totalidad los importantísimos poderes que le había dado Pizarro. Lo hará gradualmente, en la justa medida que convenga a cada circunstancia: “Lorenzo de Aldana daba a entender que solo iba con poder de juez de comisión y como capitán particular. En el camino encontró a algunos que se iban a juntar con Diego de Sandoval, quien, cuando llegó adonde los cáñaris, tenía más de ciento veinte españoles, entre los cuales estaba un Cristóbal Daza, muy amigo de Belalcázar, y un Benito Méndez, los cuales deseaban que la gente le fuese llevada al capitán Belalcázar, y procuraban hacerlo porque ya se lo habían comunicado”.
     Luego explica muy bien Cieza que estaban colaborando con la ambiciosa estrategia de Belalcázar para esquivar la autoridad de Pizarro: “Su intención era llevarle hombres a Belalcázar para que pudiera poblar provincias y fundar nuevas ciudades, y, dejando en ellas sus lugartenientes, salir al mar Océano e ir a España a pedírselo todo a Su Majestad como gobernación. Pero, habiéndolo sabido Lorenzo de Aldana, deseaba tener pronto a Sandoval a su alcance para impedirle que hiciera daño a la misión que le había confiado Pizarro. Prosiguiendo su camino, llegó a Tomebamba, y disimuló con Sandoval, con Cristóbal de Daza y con los demás que allí estaban, haciendo muestra de que no sabía lo que ellos pensaban. Mandó pregonar la provisión de capitán que traía, y, como no mostró otra cosa, quitaban valor a su venida, diciendo que había sido gran simpleza la suya al haber venido con poder tan corto para un camino tan largo”. Pero había cierto ‘mosqueo’, y la presencia de Aldana les imponía respeto. También les mostró la provisión de juez de comisión, que era otra autoridad añadida, aunque les ocultó el resto de sus poderosas competencias: “A pesar de estas dudas y pensamientos que la gente tenía, todos le obedecían e cumplían sus mandamientos”. Está claro que el prestigio de Aldana tenía mucho peso.
     Aldana siguió desarrollando su plan. Escribió al cabildo de Quito para que los españoles que iba a enviar a la ciudad no saliesen de ella con intención de unirse a Belalcázar. Incluso tomó la precaución de que, para evitar lo mismo, los hombres fuesen hacia Quito en grupos tan pequeños, que dificultaran cualquier  brote de rebeldía.

     (Imagen) Otro capitán de espectacular biografía, aunque Cieza lo va a calificar de irresponsable: DIEGO DE SANDOVAL. Nació el año 1505 en Santa Olalla (Toledo). Tenía que ser de familia bien situada (y muy temerario) porque, con solo 17 años, llegó a México teniendo ya un caballo. Estuvo después batallando con el gran Pedro de Alvarado por Guatemala, y con él se trasladó a Perú, quedándose en la zona de Quito, junto a otros compañeros, cuando su jefe abandonó la campaña y apareció por aquellas tierras el duro y casi rebelde Sebastián de Belalcázar. En la imagen vemos que Diego da estos datos en su expediente de méritos y servicios. Por entonces vivió con Francisca Coya, una hermana del fallecido Atahualpa. Tuvieron dos hijas, y, tras morir ella en 1544, se casó con la española Catalina Calderón, aumentando su descendencia. Ahora le vemos entregado en cuerpo y alma a Belalcázar, y de manera harto imprudente, porque su desobediencia le habría costado la cabeza si, quien representaba al Gobernador Pizarro, no fuera el prudentísimo Lorenzo de Aldana. Tuvo una larga y ajetreada vida. Murió en 1580, y debió de volverse muy sensato, porque, en todas las guerras civiles posteriores, batalló siempre en el bando leal a la Corona. Aunque en su expediente de méritos le dramatizaba al Rey su precaria situación económica, para que premiara sus (en verdad) valiosos méritos, era, sin duda, un hombre muy rico, como lo demostraba que su casa fuera la más lujosa de Quito, y el hecho de que, de vuelta de un viaje a España, llegó a Perú con bienes tan ostentosos como, entre otros, dos cuadros de Tiziano.



sábado, 20 de abril de 2019

(Día 810) Tras reemplazar Peransúrez a Candía en la nueva expedición, nos habla Cieza de las enormes dificultades con las que se encontraron. Luego el cronista cambia de tema para que sepamos cómo le iba a Lorenzo de Aldana en la zona de Quito.


     (400) Muchos españoles comenzaban a arrepentirse de haberse enrolado en aquella expedición, lo cual le hace recordar a Cieza antiguas desventuras suyas: “Y esta experiencia en mí mismo la he conocido, pues, cuando andaba en algún descubrimiento trabajoso, juraba que antes moriría que volver a otra jornada si de aquella salía, mas luego se nos olvida e deseamos ya vernos en otra. Y estos, que se habían arrepentido de entrar con Candía, volvieron con Peransúrez, y después con Diego de Rojas, y así han andado y andarán hasta que mueran o tengan de comer”. Ese afán de continuar siempre adelante esperando  como ludópatas un golpe de fortuna, se refleja también en que fueron pocos los que, tras haberlo conseguido, hicieron balance de los terribles riesgos que corrían, y se volvieron para siempre a España.
    Siguieron su terrible marcha, “y llegaron a un río muy grande (el Amazonas) que iba a salir al mar Océano (el Atlántico)”. Su inmensa desembocadura estaba a seis mil kilómetros de distancia. Hicieron doce balsas para atravesarlo, y veían en la otra orilla indios con flechas  gritando. Cieza va a mencionar la muerte, muy posterior, de Peransúrez, un hecho que acabamos de comentar con bastante detalle aclarando que, si bien la causa fueron las heridas que recibió en un ataque de piratas franceses, sobrevivió solamente el tiempo necesario para alcanzar las tierras españolas.
     Sigamos con Cieza: “Se metieron en las balsas el capitán Peransúrez (varón tan animoso como lo mostró al tiempo en que fue muerto por los franceses), y con él treinta españoles de los más ligeros (dejaban en la orilla al resto de la tropa), y, al verlos los bárbaros, comenzaron a lanzar muchas flechas. Se defendieron con las rodelas, pero eran tantas y tan espesas que hirieron a algunos y mataron a uno que se llamaba Hernando Gallego, porque, según pareció, la punta de aquella flecha estaba untada con hierba pestífera. Peransúrez, a pesar del ataque, logró pasar a la otra parte con la ayuda de Juan Alonso Palomino y otros tan determinados como él, y los indios huyeron”. Atravesó el río el resto de los hombres, y se vieron en la situación mil veces repetida en las Indias: se agotaron sus provisiones y hubo que ir a buscar más. Fue de nuevo Peransúrez quien se encargó, también con treinta hombres, de buscar la salvación. Y hubo suerte: “Al cabo de seis días,  dieron con una tierra muy llana, en la que no había ninguna sierra”.
     Pero hagamos las maletas, porque Cieza otra vez nos cambia de escenario: “En este punto lo dejaremos (temporalmente), e volveremos a hablar del viaje de Lorenzo de Aldana, pues es convenible a nuestra crónica, ya que no puedo continuar unos hechos abandonando los que en el mismo tiempo pasaban, porque, si así lo hiciese, no se podrían entender ni llevarían el orden que requieren”. Recordemos que Lorenzo de Aldana fue una de las figuras más relevantes de la aventura de Perú, y que vimos páginas atrás que Pizarro, sabiendo que allá en la lejanísima zona de Quito podía haber problemas por las ambiciones personales del gran capitán Sebastián de Belalcázar, le encomendó a Aldana que fuera allá con amplísimos poderes para evitar cualquier peligro de rebelión.

     (Imagen) Aparece por primera vez el nombre del Capitán JUAN ALONSO PALOMINO, otro de los héroes que se labraron una apasionante biografía. Nació en Andújar (Jaén) el año 1510 y lo veremos morir en 1553. Acaba de contarnos Cieza que estuvo, bajo el mando de Peransúrez, en la terrible expedición que llegó al territorio de los indios chunchos. Era un destierro al que le envió Hernando Pizarro porque Palomino había luchado como almagrista. Luego, y durante un tiempo, fue un fiel pizarrista, pero más tarde eligió para siempre la lealtad a la Corona. El texto de la imagen nos muestra datos muy importantes. Forma parte del expediente de sus méritos y servicios, enviado al Rey, el mismo año en que murió, por su hijo Luis Palomino. Empieza contando lo que acabo de mencionar, pero añade un hecho que nunca he visto publicado. Es conocido que la clave del triunfo del gran Pedro de la Gasca contra Gonzalo Pizarro radicó en su habilidad para conseguir que Pedro de Hinojosa se pasara a su bando con la flota de Gonzalo anclada en Panamá. Pero resulta que, según Luis Palomino, lo que animó a Hinojosa a dar el paso fue  que su padre “fue el primero que se puso al servicio de Vuestra Majestad en Panamá, y así, secretamente, se apoderó de la nao capitana de la armada de Gonzalo Pizarro”. Para su desgracia, la fidelidad al Rey le costó cara cinco años más tarde. Aunque el peligro de los Pizarro acabó, se estaba fraguando la última guerra civil. Su cabecilla, Francisco Hernández Girón, sabía que muchos leales a la Corona estaban celebrando la boda de Alonso de Loaysa (un novio poco agraciado, puesto que era aquel a quien un arcabuzazo le arrancó la mandíbula), y quiso hacer una escabechina con ellos. Muchos escaparon, pero Hernández Girón acabó con JUAN ALONSO PALOMINO acribillándolo a puñaladas.



viernes, 19 de abril de 2019

(Día 809) Hernando Pizarro le quita el mando a Pedro de Candía y le confía una expedición a Peransúrez hacia la tierra de los Chunchos. La campaña será durísima, especialmente para los indios porteadores.


     (399) La muerte era compañera habitual de aquellos hombres, que, además, estaban ya absorbidos por el creciente huracán de las guerras civiles. Pero en esta actitud de Hernando Pizarro, hemos visto cierta moderación en el castigo, aunque las culpas fueran muy graves. Como contrapartida, nos encontraremos más tarde, al servicio de Gonzalo Pizarro, a Francisco de Carvajal, un  prototipo de militar con gran valor y hábil estrategia, pero, al mismo tiempo, de sádica crueldad sazonada con humor negro. Con razón se le llamaba el Demonio de los Andes. En este caso concreto, él habría hecho, sin duda alguna, una brutal escabechina con los dos principales responsables y con gran parte de los implicados.
     Hecho lo cual, Hernando Pizarro, siguió movilizando gente hacia tierras lejanas para librarse de amenazas: “Sabiendo que Pedro de Candía no tuvo parte en la conspiración, lo dejó libre, y mandó que sus hombres (los de Candía) fueran hasta una provincia que se llama Ayavire. Viendo que, para tan larga jornada, que se consideraba de mucho provecho, convenía proveer un capitán que entendiese las cosas de guerra y fuese temido de sus soldados, prescindió de Pedro de Candía porque, aunque había gastado mucha suma de oro en su campaña, no era hombre bastante para hacer esta. Como Peransúrez, natural de Sahagún, era hombre muy querido, con maneras de caballero, agradable y muy liberal, Hernando Pizarro, poniendo los ojos en él, le mandó que hiciese la campaña como capitán,  y que entrara por los Chunchos”. A pesar de la competencia de Peransúrez, la expedición va a ser un desastre. Le costó la vida a muchos españoles, pero ahora Cieza, como otras veces, no se olvida de lamentar la suerte de los nativos que les acompañaban: “Murieron en ella más de siete mil indios, llegando a tener tanta necesidad que se comían los unos a los otros (después de muertos, cosa que nunca se menciona de los españoles); llevaban la flor de las indias hermosas, de las cuales pocas dejaron de quedar muertas en la montaña, como diremos”. Aunque lo veremos más tarde, habrá que explicar que Pedro de Candía encajó tan mal la desposesión de su cargo, que, algún tiempo después, se pasó durante las guerras civiles al bando de Diego de Almagro el Mozo (quien luego lo mataría por desconfiar de él).
     Peransúrez y sus hombres partieron hacia su aventura cargados de entusiasmo, “porque tenían noticia de que encontrarían grandes poblados, en los que hallarían mucha plata y oro, pudiendo volver a España prósperos”. Llegaron hasta Ayavire, pero no sin pagar el precio de que se despeñaran algunos caballos. Empezó la amenazante pesadilla: “Todo lo que veían eran ásperas sierras. Deseando descubrir alguna región fértil, no dejaron de caminar sin espantarles la espesura. Se abrían camino con hachas y machetes. Hacían puentes con árboles para que pasaran los caballos por ciénagas y ríos. Iban trescientos españoles, con más de ocho mil indios, indias y negros, e mucha de aquella gente de servicio se quedaban muertos por aquellas montañas”.

     (Imagen) PEDRO DE ANSÚREZ se  hace cargo de los hombres del destituido Pedro de Candía, y emprenderá una nueva expedición que se va a convertir en un infierno. Vimos ya datos sobre él. Tuvo una total confianza por parte de Pizarro, quien lo envió a España para que defendiera sus derechos ante el Rey, pero la orden que llevó de vuelta a Perú no zanjaba claramente el conflicto entre Pizarro y Almagro. Sabemos también que se desencadenó la batalla de las Salinas, Almagro murió, Peransúrez fue después a tierras chilenas y logró fundar la hoy boliviana ciudad de Sucre. En su biografía aparecen datos confusos. Aunque nació en Cisneros (Palencia), se le cita como natural de Sahagún, posiblemente porque la distancia es corta, y porque esta población era entonces la principal. Hablamos ya de que en 1543 lo mataron piratas franceses cuando venía hacia España a dar cuenta por orden de Vaca de Castro del curso de las guerras civiles. En realidad, aunque muy gravemente herido, pudo llegar hasta España, pero murió pronto en la asturiana Santa María del Puerto. Sus parientes, entre los que había algunas hijas suyas, reclamaron la herencia. Quedó al margen un hijo que tuvo en Perú, llamado Diego de Ansúrez. Vivía en México, y he dado con dos datos tardíos sobre él. El primero parece algo denigrante, porque, en 1583, “los hijos y herederos de Francisco de Oro reclamaban a Diego de Ansúrez, su tutor y curador, la mala administración de sus bienes”. En el texto de la imagen vemos que, un año antes, se indicaba que “Diego de Ansúrez, Alférez de la ciudad de Los Angeles (la mexicana e importante Puebla), pide licencia para renunciar a su oficio en favor de Francisco Torres Dávila”. Al parecer, proponía servirle al Rey en España con el mismo cargo y un salario mucho más bajo. Resulta todo mucho más burocrático que la trepidante y heroica vida de su padre.



jueves, 18 de abril de 2019

(Día 808) Hernando Pizarro llega al campamento de Pedro de Candía y apresa a los conspiradores (incluso al inocente Candía). Ejecuta a Miguel Mesa, y, por súplica de sus capitanes, perdona a Pedro de Villagrá.


     (398) Cuando llegó Hernando Pizarro, asentó su tropa y preparó una estratagema para abortar el soterrado motín. Se dirigió al campamento de Candía con solo veinte hombres, llevando todos halcones como si tuviera intención de disfrutar de una cacería y no sospechara de la trama: “Pedro Candía salió a recibirle acompañado de los más principales. Villagrá y Mesa, al ver venir tan descuidado a Hernando Pizarro, creyeron que no había  tenido aviso de los que conocían su intento, y esperaban el momento de poder matarle. Hernando Pizarro los recibió muy alegremente, teniendo encubierto en su pecho lo que de ellos sentía, e los abrazó, y luego dijo que había venido del Cuzco para permitirles que entrasen a descubrir por la parte que les pareciese. Muy alegres por oírle palabras tan amorosas, se volvieron con él al real, e comieron y tuvieron mucho placer”.
     El plan de Hernando Pizarro era tan audaz como el de quien se mete en la boca del lobo. Pero manejó con gran habilidad los tiempos y las circunstancias. Aunque no lo dice Cieza, se supone que continuaron el paripé disfrutando de una cacería. Y siguió después su estrategia: “Su deseo era  llevar a su campamento  a los que habían conspirado contra él, para prenderlos sin alboroto ninguno y castigar a los culpables. Le dijo a Pedro de Candía que fuesen con él sus capitanes a su real para tratar allí lo que convenía al descubrimiento de nuevas tierras. Pedro de Candía estuvo conforme. Llegados al real, Hernando Pizarro se retiró con sus hombres a su aposento, mientras que Pedro de Candía y sus capitanes veían que toda la gente estaba preparada para lo que les mandasen hacer. Entonces Hernando Pizarro ordenó que fuesen metidos presos en una tienda Pedro de Candía, Villagrá, Mesa y otros. Candía, al verse preso, estaba espantado, diciendo que no había hecho nada contra Hernando Pizarro, al tiempo que Villagrá y Mesa se turbaron, e vieron claramente su muerte”.
     Se hizo la oportuna investigación: “Tras saber que, aunque había muchos en la conspiración, fueron Mesa y Villagrá quienes convencieron a los demás para lo que tenían pensado, y viendo que había causa suficiente para quitarles la vida, Hernando Pizarro los condenó a muerte. Luego el capitán Mesa se confesó, le sacaron a ahorcar, y cuando le iban a echar la soga, dijo (el noble mulato) que la culpa era suya y que muchos de los que había nombrado estaban sin ella. Y echándole la soga a la garganta, fue muerto”. Aunque Mesa fue el primer promotor del motín, le andaba cerca en culpabilidad Villagrá, pero tuvo mejor suerte, quizá por contar con mayores simpatías: “Cuando iban a hacer lo mismo con Villagrá, Gonzalo Pizarro, el capitán Peransúrez, Pedro de Rojas, D. Pedro de Portocarrero y otros muchos caballeros fueron adonde Hernando Pizarro y le rogaron que quisiese darle la vida, pues, con la muerte del capitán Mesa, ya había cesado la conjuración. Y tan ahincadamente se lo rogaron, que Hernando Pizarro dio la vida a Villagrá cuando ya le iban a cortar la cabeza. E con la muerte que se dio a Mesa, desterrando a Villagrá y reprendiendo a otros, se contentó Hernando Pizarro sin querer hacer más castigo”.

     (Imagen) Vemos al capitán Villagrá a punto de que Hernando Pizarro lo ejecute por intento de traición, pero lo salva la súplica de perdón que hacen varios compañeros suyos. Como suele ocurrir, unos dicen que se llamaba Francisco, y, otros, que Pedro (hasta el apellido aparece a veces como Villagrán, Villagrá y Villagra). Hay que optar por lo más probable, y opino que el que se salvó de ser ahorcado fue PEDRO DE VILLAGRÁ porque es el nombre que le da Cieza. No es extraño que se enreden las referencias, porque los dos tuvieron vidas paralelas, aunque Francisco fue el más importante. Deslindemos los datos. Eran primos, llegaron juntos a las Indias el año 1537, y se incorporaron a las tropas de Pizarro, luchando en las Salinas cuando Almagro fue derrotado. Formaron parte de la expedición de Pedro de Candía en la que se fraguó el intento de asesinar a Hernando Pizarro, pero el implicado fue Pedro, y no Francisco. Después, los dos partieron con Pedro de Valdivia a la campaña de Chile, donde quien llegó a la cumbre del poder fue Francisco, ocupando el cargo de Gobernador tres veces: de forma interina (sustituyendo provisionalmente a Valdivia), luego con derechos dudosos cuando murió Valdivia, y, finalmente, de manera fija por orden de Rey. En Chile había grandes dificultades porque los araucanos eran los nativos más bravos de todas las Indias. Francisco tuvo a su primo Pedro como uno de sus principales capitanes, y tomó la disposición de que le sustituyera como Gobernador en caso de que él muriese, lo que ocurrió en 1563. Pedro era de Mombeltrán (Ávila), y falleció en 1577. Francisco nació en Santervás de Campos (Valladolid), donde cuentan con otro hijo muy ilustre, Juan Ponce de León, Gobernador de Puerto Rico y descubridor de Florida (pero esa es otra historia).



miércoles, 17 de abril de 2019

(Día 807) Don Alonso Enríquez de Guzmán parte para España. Hernando Pizarro, tras comunicar a Pizarro la ejecución de Almagro, va al encuentro de Candía para neutralizar el motín que allí se preparaba (gran preocupación de los cabecillas al saberlo).


     (397) Veamos un párrafo de la carta que le había enviado el Rey a Enríquez: “Don Alonso Enríquez de Guzmán: por cuanto conviene que salgáis de esa tierra en el primer navío que viniere a estos reinos de España, ponedlo pronto por obra, quedando advertido de que, si así no lo hicierais, mandaré traeros preso”. Cumplió la orden, y, en cuanto llegó a España, lo apresaron por viejas denuncias. Gracias a sus habilidades e influencias del más alto nivel, superó este episodio. Como no podía ser de otra manera, su vida siguió siendo aventurera, y contada con el mismo peculiar estilo. Nadie sabe cómo murió, pero lo más probable es que terminara luchando con alta graduación militar en las guerras de Flandes. Abandonamos en este punto su sabrosa autobiografía, pero, puesto que más adelante menciona sus diferencias con Hernando Pizarro en España, y aporta también algunos datos de las guerras civiles de Perú, volveremos a escuchar sus palabras.     
     Dejando ya atrás el trágico episodio de la ejecución del ‘sin ventura’ Diego de Almagro, lo que toca ahora es continuar por la horrible senda de las guerras civiles de Perú. Conocida la de las Salinas, entraremos enseguida en la de Chupas. Pero Cieza aplaza un poco el tema, según su costumbre de narrar acontecimientos simultáneos para que tengamos una visión global de aquel puzle. La situación no podía ser más inquietante para todos los protagonistas, y quien, sin duda, estaba soportando mayor tensión era Hernando Pizarro, como metido en un polvorín que podía volar de un momento a otro. Al ejecutar a Almagro, no solo había mostrado la fuerza que le daba la rabia, sino también la osadía propia de un gran capitán, puesto que ya contaba con las graves consecuencias. Y sabía qué era lo más apremiante. No se lo pensó dos veces: “Escribió cartas al Gobernador, su hermano, dándole cuenta de lo ocurrido, y procuró hacer amigos suyos a los capitanes Juan de Saavedra y Vasco de Guevara, así como a otros principales de los que habían estado con Almagro en Chile. Sabiendo que Pedro de Candía estaría ya cerca, salió del Cuzco  a su encuentro con más de cuatrocientos españoles de a pie y de a caballo, diciendo que llevaba tanta gente para que no se pusiesen en armas en el Cuzco los de Almagro por haber sido ejecutado. Todos creyeron que esa era la causa”. Pero, en realidad, lo hacía porque necesitaba tener fuerza suficiente para sofocar el motín que, como ya sabemos, se estaba fraguando entre los hombres de Candía. “Llegaron a un pueblo que en aquel tiempo lo tenía como encomienda de indios Gómez de León, y que estaba solamente a media legua del campamento de Pedro de Candía, el cual y todos los que estaban con él sabían ya la venida de Hernando Pizarro, porque los indios lo contaban, diciendo también que había ejecutado al Adelantado Almagro. Villagrán y Mesa se turbaron mucho al saber que Hernando Pizarro venía, y más al saber la muerte de Almagro. Y aunque tenían este temor, no osaron ausentarse, para no descubrir lo que pensaban hacer, que ellos creían muy secreto, y acordaron los dos llevarlo adelante, y, cuando viesen la oportunidad, matarlo”.

     (Imagen) ALONSO DE TORO (del que ya hablé) estaba, al parecer, marcado por un mal carácter. Le acabamos de ver, como Alguacil Mayor del Cuzco,  encargado de dirigir la ejecución de Almagro. Cuando ya iba a proceder el verdugo, mostró Almagro un siniestro sentido del humor dirigiéndose a Toro y diciéndole que poca carne tendría en él que comer porque era todo huesos, y Alonso le contestó con desprecio. Era de Llerena, como Cieza, dato que el cronista no menciona, quizá por los puntos negros de su biografía. Tampoco en Llerena quieren recordarlo. Vimos que su suegro mató a Alonso de Toro por haber maltratado a su mujer, Paula de Silva. Ella se casó después, no queriendo tropezar en la misma piedra, con un personaje de gran valía, el licenciado Pedro López de Cazalla, completamente diferente al difunto, ya que siempre estuvo al servicio de la Corona y fue el hombre de confianza de muchos ilustres de las Indias, como Pizarro, Vaca de Castro, Lorenzo de Aldana y Pedro de la Gasca (ya casi nos parecen de la familia); y, además, por si fuera poco, primo de Cieza. Alonso de Toro hizo un viaje rápido a España. En el texto de la imagen se ve que volvió a Perú en 1534 con un hermano llamado Fernando (a quien luego mataron los indios). Ahí es donde consta que eran naturales de Llerena, y que, cosa sorprendente, iban hacia Perú con cincuenta mil maravedís cada uno teniendo la autorización del Rey para ello, quien, además, le dio a Alonso, en otro escrito, una recomendación para presentársela a Pizarro, con quien ya había estado cuando apresaron a Atahualpa. Tras la muerte de Alonso de Toro, y dado que alternó sus lealtades en las guerras civiles, el Rey dio orden a Pedro de la Gasca de que “se informe si el difunto Alonso de Toro, que estaba al mando en el Cuzco, fue seguidor de Gonzalo Pizarro, motivo por el que habría que confiscarle sus bienes”.



martes, 16 de abril de 2019

(Día 806) Impresionante, expresivo y sentido relato de Don Alonso Enríquez de Guzmán sobre la ejecución de Almagro.


     (396) Pero Enríquez recoge otros matices: “Tras confesarse Almagro, entraron en el cuarto Alonso de Toro, un pregonero y un verdugo. Les pidió que llamasen a Hernando Pizarro porque quería hablarle. El cual vino y díjole  el desventurado que, si creía que merecía la muerte, que se la diese el Rey o su hermano, el Gobernador. Hernando Pizarro le respondió que había de morir, y salió. El viejo, no pudiendo más, dijo: ‘Hernando Pizarro, os emplazo ante Dios, a vos y a todos los que han preparado esta muerte tan contra razón y justicia, para que dentro de treinta días comparezcáis a juicio conmigo en el otro mundo’. El reverendo padre que le había confesado le dijo: ‘Señor, eso está prohibido en nuestra ley, porque parece que no hay sino odio. El cual, si alguno tenéis, como católico que sois lo habéis de deshacer en el viaje en que estáis, pues es para subir a tan alto y glorioso lugar. Acordaos que Cristo dijo al Padre: ‘Perdónales, Señor, porque no saben lo que hacen’. Respondió el paciente Almagro: ‘Desisto del emplazamiento que he hecho’. El alguacil mayor (Alonso de Toro) dijo a los clérigos que se apartasen de él para poder darle garrote allí dentro. Y Almagro le dijo: ‘Torico  -porque era un mancebo-, ¿por qué te has hecho gavilán?, pues poca carne tienes en mí que comer, que soy todo huesos’. Y, ciertamente, Toro era un mozuelo, criado de Hernando Pizarro, al que acababa de hacer alguacil mayor. El cual dijo al verdugo que  hiciese lo que tenía que hacer, y le contestó que no habría de matar a un príncipe como aquel. Pero se lo hicieron cumplir a la fuerza”.
     Almagro protestó a gritos: “Al tiempo en que le echaban la soga a la garganta, el desventurado viejo comenzó a dar muy grandes voces: ‘¡Oh, tiranos que os apropiáis las tierras del Rey, y me matáis sin culpa!’. Y así paso de esta presente vida de trabajos y envidias para la eterna gloria. Después de ser ahogado le sacaron con pregón real a la plaza de la ciudad, y le tuvieron encima de un repostero dos horas, siendo después enterrado en el monasterio de Nuestra Señora de la Merced”.
     Don Alonso Enríquez de Guzmán finaliza así su, en verdad, sentido relato de la muerte de Almagro, pero sin poder renunciar, como es su costumbre, a sazonar su crónica con algunas gotas de de humor negro y de cinismo. Partió entonces para España porque el Rey reclamaba su presencia. Dice que deseaba tener noticias de Perú, pero la carta que le envió era en realidad una orden de que se presentara para hacer frente a algunas acusaciones que tenía pendientes por su vida pasada: “Después me hice amigo de Hernando Pizarro (su ‘bestia parda’), porque este estaba vivo y Almagro muerto, y es muy poco provechosa la conversación con los muertos, y guardé en secreto mi escritos (su cónica), para solo hacerlos públicos yo mismo o mis albaceas. Quiero deciros que yo quería que, por los temores, tormentos, peligros y trabajos que me hizo pasar Hernando Pizarro, este cruel tirano mezclara en ellos alguna recompensa, así de honras como de intereses, después de haberme robado y hacerme gastar más de veintidós mil castellanos. Y demostró tenerme en poco. Pero, cuando llegó a España, temiendo mi linaje y mi condición, comenzó a desvariar, y algunas veces me hablaba bien y otras mal”. Tanto Enríquez como el ejemplar Diego de Alvarado le complicaron mucho la vida judicialmente en España a Hernando Pizarro.

     (Imagen) A diferencia del cronista Pedro Pizarro, que despacha con dos líneas la ejecución de Almagro (sin duda, por no dañar la imagen de sus parientes), tanto Cieza, como Inca Garcilaso de la Vega y Don Alonso Enríquez de Guzmán, cada uno a su manera (la de Enríquez teñida de rencor), nos lo describen tan vivamente y con tanto sentimiento, que nos meten en una escena digna de Shakespeare. Sería necesario haber conocido personalmente a Diego de Almagro, en su día a día, y en todo el trascurso de su vida, para valorarlo en su justa medida. Pero, de lo que cuentan los cronistas, se puede deducir que tuvo un mérito absolutamente extraordinario, y que, sin su incondicional ayuda, Pizarro sería recordado hoy como uno más de los grandes fracasados de las Indias. Era Almagro tuerto y poco atractivo. A veces brusco, pero siempre deseoso de ser apreciado por sus hombres. Abusaron de él los hermanos Pizarro, y los errores que se cometieron por ambas partes produjeron el desastre. Casi el único recuerdo que queda de Almagro es una estatua ecuestre colocada en Santiago de Chile, con réplica en Almagro, su localidad de natal. La Historia ha sido muy injusta con él. Pocos perdedores habrá habido tan dignos de admiración como el pequeño, tuerto y analfabeto DON DIEGO DE ALMAGRO EL VIEJO, Gobernador, con legítimos méritos, de lo que se llamó LA NUEVA TOLEDO. Dicen que, en las noches de luna llena,  salen galopando en sus caballos de bronce, desde Medellín, Trujillo y Almagro, Cortés, Pizarro y Almagro, llegan al monasterio de Guadalupe, se apean, se abrazan, recuerdan sus gloriosas hazañas y lamentan los errores cometidos.



lunes, 15 de abril de 2019

(Día 805) Durísima crítica de Don Alonso Enríquez de Guzmán al juicio contra Almagro, que suplicó piedad y apeló la sentencia (inútilmente).


     (395) Don Alonso Enríquez de Guzmán va a coincidir ahora con Cieza en que el sumario del proceso fue extensísimo porque Hernando Pizarro se amparó en declaraciones de testigos muy numerosos (por supuesto, tendenciosos): “Le fue hecho a Almagro proceso por Hernando Pizarro, negándole sus derechos, abreviándolo y dándole prisa. Y, por mucha que le dio, duró tres meses, y se hizo de alto como hasta la cintura de un hombre. Las acusaciones que le ponían eran maldad y envidia del juez (era el mismísimo Hernando Pizarro; juez y parte al cien por cien) y de los testigos, unos, por intereses de ser premiados por Hernando Pizarro, y otros, porque eran vecinos de esta ciudad y tenían miedo de que les quitase los indios que tenían para dárselos a los que consigo había traído. Posponían el temor a Dios y al Rey. Alegó don Diego de Almagro que no reconocía a Hernando Pizarro como juez, por ser teniente gobernador de su hermano, pues, al ser él adelantado y gobernador, solo podía ser juzgado por el Rey. También dijo que siendo su enemigo porque él (Almagro) lo había tenido preso, no podía tener el pecho sano ni ser juez, ni tampoco juzgar en casos criminales porque era de la Orden de Santiago, pues está prohibido en Derecho. También alegó otras cosas evidentes”.
     Hernando Pizarro ni se inmutó, y llegó el juicio a su premeditado desenlace: “Habiéndose hecho gran junta de gente armada en el cuarto donde estaba preso el Gobernador Almagro -al cual podemos llamar justamente príncipe por los señoríos de gente y tierra que él había descubierto, conquistado y poblado-, se le notificó una sentencia de muerte. El desventurado, teniéndolo por cosa abominable, contra ley, contra justicia y contra razón, se espantó, y respondió que la apelaba ante el Emperador y Rey don Carlos”. Sigue el relato en términos muy parecidos a los de Cieza. Almagro suplica que no le maten, pero Hernando Pizarro le dice: “Morid tan valerosamente como habéis vivido, que eso no es de caballeros”. Almagro se confesó e hizo testamento. Ya sabemos que la mayor parte de sus bienes se la dejó al Emperador. Enríquez precisa lo que destinó a su familia: “A su hijo  natural, don Diego, al cual quiso como a sus entrañas, tenido en estas tierras con una india, le dejó trece mil castellanos, y a una hija llamada doña Isabel (también mestiza), mil castellanos para que se metiese monja. Dejó por albaceas a Diego de Alvarado, a Juan de Guzmán, Al doctor Sepúlveda, a Juan de Rada, su mayordomo,  y a mí. Y por ello, junto con mi vida, escribo parte de la suya, y de su muerte, pues, en la una y en la otra, tanta presencia tuve”.
     Llegó el momento de su ejecución, que había de llevarse a cabo bajo el mando del Alguacil Mayor Alonso de Toro. Cieza nos contó que Almagro se dirigió a él con ironía diciéndole que ya podía comer de sus carnes.


     (Imagen) El desamparado Diego de Almagro ve ya el rostro de la muerte y nombra albaceas de su testamento a algunos incondicionales. Entre ellos estaba el doctor HERNANDO DE SEPÚLVEDA. Se llevaba bien con Almagro, pero tuvo que apreciarlo mucho Pizarro porque, además  de ser en Lima su médico personal, también fue, curiosamente, albacea de su testamento. Llegó como médico a la isla de Santo Domingo en 1528. Pasó a Perú en 1534 con el ejército de Pedro de Alvarado. Tenía madera de científico, observaba las costumbres de los nativos y valoró positivamente el uso que daban a las plantas medicinales. Ejerció el cargo oficial de ‘protomédico’, cuya función principal era la de otorgar el título oficial de médico a quienes pasaban su examen. Consta que en 1539, quizá huyendo del desastre de las guerras civiles, consiguió un permiso para trasladarse a España, y también que murió poco después. Hay un documento muy curioso (el de la imagen), en el que se aclaran circunstancias confusas. Cieza decía que, cuando escaparon de la cárcel Gonzalo Pizarro, Alonso de Alvarado y otros compañeros, nadie en el Cuzco opuso resistencia. Y no la hubo militar, pero sí jurídica. En el escrito se ve que un letrado levanta acta de que el doctor HERNANDO DE SEPÚLVEDA y otros protestan oficialmente porque los escapados les han robado caballos y armas. Y da la fecha exacta: 24 de setiembre de 1537. Otra cosa extraña es que en 1550 (Sepúlveda llevaba más de diez años muerto), se ordenaba que se requisaran en Lima libros suyos “tocantes a las Indias”. O eran muy interesantes, o rozaban lo prohibido.