(95) –Fíjate en
la expresión, secre: “estaba de bote en bote”.
-Es curioso, docto clérigo, que ya se utilizara en tu tiempo: “Los
mexicanos venían hasta las casas en que estábamos amparados; con dos tiros
gruesos (cañoncitos) que pusimos,
como llenaban la calzada de bote en bote matábamos muchos de ellos, y
quien nos ayudó mucho aquel día fue el
artillero y muy esforzado soldado Pedro
Moreno Medrano, que agora vive en Puebla”. Los aztecas repitieron la macabra
estrategia de lanzar cabezas de los sacrificados a cada uno de los destacamentos
de españoles, gritando que habían aniquilado a los demás. Era tan
desmoralizador que Cortés “mandó a Andrés de Tapia con tres de caballo muy en
posta para que, aventurando las vidas, viniesen a nuestro real de Tacuba y
supiesen si estábamos vivos”. Hasta los bergantines estaban en peligro, “que
ya habían encallado en tierra uno los
mexicanos, y le habían puesto sogas para meterlo en la ciudad, y como nos
vio el Sandoval a mí y otros seis
metidos en el agua tratando de echarlo a lo hondo, nos dijo: ‘¡Oh, hermanos,
poned fuerza para que no se lo lleven!’. Y tomamos tanto esfuerzo que lo
sacamos a salvo. Los marineros salieron heridos, y dos soldados muertos; me
dieron un flechazo y una cuchillada en la pierna, y a Sandoval una buena
pedrada en la cara”. Y volvió el horror…
-Tanto sufrimiento, pequeñuelo, tuvo que lavarles todos los pecados,
porque el Purgatorio no puede ser peor. Ciertamente, volvió el horror: “Estando
ya a salvo y contando cada capitán a Cortés lo que había sucedido, tornó a
sonar el tambor muy doloroso del Huichilobos. Y miramos al alto cu y vimos que
llevaban por fuerza, gradas arriba, para sacrificarlos, a nuestros compañeros que le tomaron a Cortés.
Y cuando estaban en lo alto, a muchos de ellos les ponían plumaje en la cabeza,
y con unos como aventadores les hacían bailar delante del Huichilobos. Y luego
los ponían de espalda encima de unas piedras, y con unos navajones de pedernal
les aserraban por los pechos, y les sacaban los corazones bullendo y se los
ofrecían a los ídolos. Y a los cuerpos los tiraban con los pies por las gradas,
y estaban aguardando abajo otros indios carniceros que les cortaban brazos y
pies, y las caras las desollaban. Y las
adobaban después como guantes, y con sus barbas las guardaban para hacer
fiestas con ellas cuando hacían borracheras y se comían las carnes con chimocle
(salsa de chile)”. Lo siento, hijos
míos, pero vamos a seguir con el espanto: “Y desta manera los sacrificaron y
les comieron las piernas y los brazos, y los corazones, y ofrecían sangre a sus
ídolos, como he dicho. Y los cuerpos, que eran las barrigas y tripas, echaban a
los tigres y culebras que tenían en la casa de las alimañas. Cuando vimos
aquellas crueldades, miren los curiosos lectores qué lástima tendríamos de ellos,
y decíamos entre nosotros: ‘¡Oh, gracias a Dios que no me llevaron a mí hoy a sacrificar!’. Y también tengan atención en que,
aunque no estábamos lejos de ellos, no les podíamos remediar, sino que solo
rogábamos a Dios que nos guardase de tan cruelísima muerte”. El cronista
Sahagún añade un dato aclaratorio: “Mataron primeramente a los españoles y
después a todos sus indios amigos. Habiéndolos muerto, pusieron las cabezas en
unos palos delante de los ídolos, todas espetadas por las sienes; las de los
españoles más altas, las de los indios más bajas, y las de los caballos más
bajas”.
(Foto: La muerte es algo que espanta; pero nada temían más los soldados
que ser apresados vivos. En su extenso libro, lo que más repite Bernal es el
pánico que les daba morir de forma tan
cruel, tan humillante y tan inhumana, devorados por sus propios enemigos; el
principal protagonista de esta pintura, recién capturado por los aztecas, sabía
muy bien lo que le esperaba).
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