(84) –Está
claro, alma candorosa, que Cortés lo calculaba todo.
-Tienes razón, resabiado clérigo. Esas escaramuzas no eran un
jueguecito, aunque quizá arriesgó demasiado. Como buen sicólogo, aprovechó el
tiempo muerto del montaje de los bergantines dándoles carnaza de guerra a sus
aburridos soldados, y, especialmente, a los
miles de tlaxcaltecas ansiosos por vengarse de los mexicanos matándolos
y apresándolos (posiblemente con el mismo destino que “el sin ventura Juan
Yuste”). Añadamos la valentía de Cortés y su prestigio y tendremos el cóctel
perfecto para que consiguiera mantener a tope la moral de victoria de todos.
-Pero se expuso mucho, secre. Su ataque al poblado de Saltocan pudo
acabar en el ridículo. Les habían hecho huir a los indios, pero, durante la
noche, “había enviado Cuauhtémoc por el lago muchos escuadrones de guerreros
para ayudarles, y por la mañana nos atacaron con mucha vara y flecha y piedra
con hondas desde las acequias, adonde no podíamos pasar a hacerles daño porque
habían inundado los pasos con agua; e hirieron a diez de nuestros soldados y a
muchos tlaxcaltecas. Y nuestros soldados renegaban de esta venida sin provecho,
y aun estaban medio corridos de cómo los indios les gritaban y les llamaban
mujeres. Pero en ese instante dos indios de los nuestros le dijeron a un
soldado que los de Saltocan habían dejado seca una acequia que iba derecha al
pueblo. Los nuestros pasaron por ella (Bernal
no estaba allí), y los contrarios daban en ellos e hirieron a muchos, pero
entraron en el pueblo, e tal mano les dieron que les mataron muchos, y pagaron
muy bien la burla que hacían. Y se tuvieron muy buenas indias, y los
tlaxcaltecas salieron ricos con mantas y sal y oro y otros despojos (mejor que no lo detalle)”. Siguieron
correteando por varios pueblos ribereños de la laguna hasta llegar a Tacuba,
“que es donde nos repusimos la noche triste (expresión
que se ha hecho histórica) cuando salimos de México desbaratados”. Y faltó
poco para que el lugar fuera esta vez trágico de verdad: “Los mexicanos
empezaron a dar en los nuestros, y nuestro capitán tuvo harto trabajo en romper
con ellos, con los caballos y los soldados a buenas cuchilladas; los indios
hicieron como que huían, y Cortés, creyendo que llevaba victoria, mandó seguirlos
hasta un puente”.
-Es llamativo, santo abad, que sea la segunda vez que el astuto Hernán
pique en el mismo anzuelo. Dinos cómo acabó el despiste.
-Cayeron en la encerrona, “y desde que los mexicanos sintieron que le tenían ya metido a Cortés en el garlito,
pasado el puente, vuelven sobre él tanta multitud de indios que, en canoas, por
tierra y desde las azoteas, le dan tal mano que le ponen en gran aprieto, que
ya se creyó desbaratado; e un alférez llamado Juan Volante cayó en el agua, a
punto de ahogarse, y ya lo tenían asido los mexicanos para meterlo en sus
canoas, pero fue tan esforzado que se escapó con su bandera. Y el capitán Pedro
de Ircio, que allí se encontraba, por
afrontar al alférez –que no estaba bien con él por amores con una mujer-
le dijo que había crucificado al Hijo y quería ahogar a la Madre, porque la
bandera tenía la imagen de la Virgen María”. La anécdota fue tan conocida que
llegó a oídos del rey Carlos, buen experto en guerras, y comentó
literariamente: “Capitán que en tal aprieto dice gracias, consigo las tenía
todas”. Sin embargo a Bernal le molestaba el comentario de Ircio, y lo explica:
“No tuvo razón en decir aquello, porque el alférez siempre fue muy esforzado”.
Al final del libro, hace un retrato del pobre concepto en que le tenía al
ingenioso, aunque reconociendo su valor: “Era Pedro de Ircio valiente de
corazón y de mediana estatura, y hablaba de lo mucho que había hecho en
Castilla, y lo que veíamos e conocíamos de él no era para nada. Era también muy
plático en demasía, que ansí acontecía que siempre contaba cuentos de Pedro
Girón y del conde de Ureña (fue
criado de los dos). Estuvo cierto tiempo como capitán en la calzada
de Tepeaquilla, en el real de Sandoval. Sin obrar y sin hacer cosas que de
contar sean, murió de su muerte (o sea,
en la cama) en México”.
(Foto: Hacía más de un año que Cortés, herido por la mayor derrota de su
vida, vivió su ‘noche triste’ desfallecido al pie de un árbol en Tacuba, junto
a Tenochtitlán. La escena está bien representada –con una doña Marina demasiado
sugestiva-. Pues ahora le hemos visto en el mismo sitio, y casi tan apurado por un ingenuo error en
una batallita de cuarto orden)
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