(75) –Libres ya
del acoso, santo varón, quedaba una
incógnita.
-Y muy inquietante, reverendo padre, porque los amores son volubles, y los
españoles habían perdido el encanto de ser los dueños de México: “Aunque
todavía nos seguían escuadrones de mexicanos, ya no osaban acercarse. Desde el
poblado en el que dormimos se veían las colinas de Tlaxcala, y nos alegramos,
como si fuera nuestra casa. Pero, ¿estábamos seguros de que nos iban a ser
leales? Y Cortés nos dijo que tenía esperanza en Dios que los hallaríamos
buenos y muy leales, y que si otra cosa fuere, que habíamos de estar con
corazones fuertes y brazos vigorosos, y que para eso estuviésemos muy bien
preparados. Pues cuando supieron en Tlaxcala que llegábamos, luego vinieron a
recibirnos Maseescazi, Xicoténcatl el Viejo, Chichimeca, Guaxasol, Tepenaca e
otros muchos caciques, y después de abrazarnos, le dijeron a Cortés: ‘¡Oh,
Malinche!, y cómo nos pesa vuestro mal y el de los muchos de los nuestros que
con vosotros han muerto, que ya os dijimos muchas veces que no os fiaseis de la
gente mexicana. Pero si antes os teníamos por muy esforzados, agora os tenemos
en mucho más’. ¡Y qué fiesta mostraron desde que vieron salvadas a doña Luisa y
doña Marina, y qué llorar por los indios que quedaron muertos!, en especial Maseescazi
por su hija doña Elvira y por la muerte de Juan Velázquez de León, a quien se
la había dado. Luego fuimos a aposentarnos, y aún se murieron cuatro soldados
de las heridas recibidas”. Pero Cortés no pensaba en jubilarse precisamente.
-Todo lo contrario, socio. Le bullían las ideas de revancha en la
cabeza, con un objetivo claro: volver a México, triunfar de nuevo y retenerlo
ya para siempre. Hay que ser muy grande para retar otra vez al monstruoso
gigante que casi te come crudo, y más todavía para domesticarlo. Cortés tenía
clara la única táctica viable, y la iba preparando metódicamente, pero sin
descanso. Escribió a los de la Villa Rica diciéndoles “que si tuviesen algunos
soldados sanos, que se los enviasen, que
guardasen muy bien preso al Narváez y que no dejaran que ningún navío se fuese
a Cuba (para evitar fugas y que el
gobernador volviera a incordiar)”. Pero tuvo que aplazar sus planes para
resolver de inmediato uno más de los innumerables problemas de su ajetreada
biografía. En Tlaxcala el buen recibimiento había sido general y apoteósico.
Pero hubo alguien que contemplaba el panorama con ojos torvos. (Veámoslo). El
cacique Xicoténcatl el Mozo, que tanta guerra dio a los españoles cuando
pasaron por Tlaxcala camino de Cholula y Tenochtitlán, quedó entonces doblegado
y en paz, “pero como supo que salimos huyendo de México, andaba convocando a
sus parientes y amigos para matarnos y hacer luego amistades con el señor de
los aztecas, lo cual alcanzó a saber el viejo Xicoténcatl, su padre, se lo riñó y le dijo que si se enteraban los
otros principales, le matarían”. No sirvió de nada. Siguió conspirando hasta
que los caciques lo apresaron, “y si no fuera por su padre, le habrían matado;
y como estábamos allí refugiados, no era tiempo de castigarle, y Cortés no osó
hablar más dello. He recordado esto para que se vea cuán leales y buenos fueron
los de Tlaxcala, y cuánto les debemos”. Zanjado el asunto, Cortés dio el
segundo paso estratégico: mostrar su fuerza y su clara intención de pacificar y
someter definitivamente México entero, y lo haría castigando principalmente a
aquellos pueblos en los que los indios habían matado a algunos españoles; de
paso, mantendría a sus hombres en acción. Pero si esto era sacar fuerzas de
flaqueza, todavía fue más difícil por la actitud de los soldados que estuvieron
bajo el mando de Narváez, “porque, no estando tan acostumbrados a las guerras
como nosotros y habiendo pasado por la derrota de México y la batalla de
Otumba, no veían la hora de volver a Cuba, donde tenían sus indios y sus minas
de oro, y renegaban de Cortés y de sus conquistas”.
(Foto: Mientras los españoles pasaban las de Caín en México, varios compañeros que salieron en su
ayuda desde la costa de la Villa Rica fueron masacrados por los indios al pasar
por Quecholac y Tecamachalco; Cortés alimentó el espíritu de venganza para
hacer ver a todo México, y a sus propios hombres, que la guerra iba a seguir
sin desmayos ni contemplaciones).
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