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–Viviremos junto a ellos, querido socio, la increíble hazaña.
-Vamos
a asistir, de la manita de Bernal, reverendo padre, a uno de los
acontecimientos más épicos de la Historia. Estaremos observando a dos ejércitos
enemigos, dignos el uno del otro, que permanecieron derrochando valentía,
fuerza, ingenio y capacidad de sufrimiento, durante NOVENTA Y TRES
DESESPERANTES DÍAS. Gloria y honor a sus dos caudillos, Cuauchtémoc y Cortés, y
a sus heroicas tropas. Así que, arriba el telón, y veamos lo ocurrido.
-Buen preámbulo, pequeñín, pero es
imposible anunciar con todo el énfasis que merece aquel acontecimiento estelar.
La elección de Texcoco como cabeza de puente fue acertada pero discutida entre
los soldados; Cortés logró convencerlos de que era el sitio ideal “por estar
cerca de muchos pueblos, y teniendo aquella ciudad tomada, haríamos entradas en
tierras próximas a México”. Según se aproximaban a Texcoco, tuvieron algunas
noticias esperanzadoras: en el poblado había algunas disensiones con los
mexicanos y sufrían una epidemia de viruela. A esto se añadió el impacto moral
de los éxitos militares que los españoles acababan de tener. “Y llegaron 7
indios principales de Texcoco con señales de paz y diciendo que su señor,
Cocoyoacín, nos estaba esperando en la ciudad, y cuando Cortés oyó aquellas
paces holgó mucho dellas, pero tomó consejo de nuestros capitanes, y a todos
pareció que aquella manera de pedir paz era fingida. Luego Cortés les dijo a
los indios que, si guardaban las paces que decían, les favorecería contra los
mexicanos, aunque bien sabía que ellos habían matado sobre 40 españoles y 200
tlaxcaltecas cuando salimos de México; y respondieron que el que los mandó
matar fue Cuitláuac, el señor de México que mandaba después de muerto
Moctezuma. Y al otro día, de mañana, llegamos a Texcoco, y no veíamos mujeres,
ni niños, sino todos los indios como gente que estaba de guerra. Fuimos a unos
grandes aposentos. Cortés mandó a Pedro de Alvarado con soldados, y a mí con
ellos, que subiésemos a un gran cu. Y vimos que la gente abandonaba la ciudad.
Cortés, al saberlo, quiso prender al cacique Cocoyoacín, pero fue el primero
que se fue huyendo a México, con muchos principales, aunque, como es gran
ciudad, se quedaron otros muchos señores que tenían debates con el que huyó sobre el gobierno de
la ciudad”.
(Prosigo, bonachón). Los caciques que
quedaron en Texcoco le contaron a Cortés que el huido Cocoyohacín, “por codicia
de reinar, había muerto malamente a su hermano mayor, con la ayuda que para
ello le dio el señor de México, Cuitláhuac, sucesor de Moctezuma, e que había
allí un mancebo con más derechos, porque era hijo legítimo del verdadero rey; y
luego sin más dilaciones le alzaron por rey con gran fiesta y regocijo de todo
Texcoco, volviéndose cristiano con mucha solemnidad, y se llamó don Hernando
Cortés porque fue su padrino nuestro capitán. Este cacique fue muy amado y
obedecido de los suyos (la mayoría de los
vecinos huidos volvieron confiados a Texcoco), y le dio a Cortés muchos
indios trabajadores para ensanchar las acequias por donde habíamos de sacar los
bergantines a la laguna cuando estuviesen acabados”. Así que el primer objetivo
se alcanzó con una suavidad insospechada: el nuevo cacique permaneció siempre
leal a los españoles. “Y en aquella sazón vinieron de paz ciertos pueblos
sujetos a Texcoco a demandar perdón y paz por la guerras pasadas y haber matado
españoles. Y Cortés les habló a todos
muy amorosamente y les perdonó”.
(Foto: Toda su vida fue Cortés un
emprendedor incansable, y en este caso
se atrevió con importantes obras de ingeniería para canalizar el paso acuático
desde el astillero. El mapa está basado en cartografía antigua, y tiene sus
imprecisiones, pero se ve claramente que Texcoco (Tezcuco) estaba algo separado
de la orilla del lago, y fue necesario canalizar un acceso. Dice Bernal: “Unos
7.000 indios trabajaron voluntariamente en la obra de la zanja, y lo abrían y
ensanchaban muy bien, pudiendo nadar por ella navíos de gran porte”).
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