(78) - Surgió un nuevo incidente, príncipe
de las letras; y van...
-Y van tropecientos, reverendísimo. Es el
primer asomo de una cuestión que más tarde se hará muy problemática. Cuéntalo,
daddy.
-Lo voy a abreviar porque, de momento,
Cortés lo resolvió sin despeinarse. En la historia de Indias hubo conflictos
muy graves por la ambigüedad de los límites establecidos en las licencias de
exploración. La tarta de México era inmensa, y los ambiciosos se movían en la
Corte solicitando exclusivas. Uno de ellos era Francisco de Garay, que ya nos
visitó en alguna tertulia pasada. Dijimos que era de Sopuerta, y tan veterano
en América que llegó en el segundo viaje de Colón. Pero mi queridísimo hijo putativo (que el Señor le
bendiga) me cede los trastos por otra razón: Garay y yo éramos el no va más en
Jamaica: el Gobernador y el Abad respectivamente, aunque mis cansados pies nunca pisaron aquella
tierra (rubor me da decir que me enviaban los diezmos). Como el ilustre Garay
era inmensamente rico, se permitió el lujo, previo permiso real, de
preparar carísimas expediciones para
conquistar y poblar en tierras costeras de México, aunque con linderos algo
confusos. Y el tío se pasó: sus barcos tocaron en la zona que ya tenía
controlada Cortés. Más adelante veremos que toda la increíble suerte que tuvo
en su vida hasta entonces, se fue despeñadero abajo poco a poco, con cierto
parecido al episodio de Narváez.
-Te relevo, dottore. La primera calamidad
de las empresas de Garay la cuenta Bernal (se enteró por una carta que recibió
Cortés), añadiendo uno de sus sorprendentes chascarrillos: “Llegó uno de los
navíos de Garay al puerto del peñón de nombre feo, que le llamaban “el tal de
Bernal” (el ‘tal’ suponemos lo que es,
pero no sabemos si se refería al de nuestro Bernal). Iba por capitán un
fulano Camargo, y traía sobre 60 soldados, todos dolientes, muy amarillos y con
las barrigas hinchadas, y dijo que al resto de la expedición los habían muerto
los indios de Pánuco”. Como pasó con Narváez, todos los recién llegados fueron
a incorporarse a las tropas de Cortés. Y llegó luego otro barco de Garay
destinado a ayudar a la expedición anterior; carentes ya de objetivo, “se
fueron todos adonde estábamos con Cortés, y fue este el mejor socorro y al
mejor tiempo que le habíamos menester”. El gran líder lo engullía todo como
un gigantesco remolino. Mal asunto para
Garay. Se repitió la historia con un tercer barco de Garay. De manera que, con
estos, más el que anteriormente mandó el desorientado gobernador Velázquez, las
tropas de Cortés se incrementaron en unos 120 soldados; así que, fortalecidos
con tan benditos incidentes, se lanzó otro
ataque de castigo contra poblaciones donde habían matado a españoles (y
que se vaya enterando Cuauhtémoc). “Envió Cortés por capitán para hacer aquella
entrada a Gonzalo de Sandoval, que era muy esforzado y de buenos consejos, con
200 soldados y muchos tlaxcaltecas”. Eran como una apisonadora, “y vinieron los
caciques de aquellos pueblos a demandar perdón y dar la obediencia a Su
Majestad. Volvieron los soldados con buena presa de esclavos; y en adelante
tenía Cortés tanta fama en todos los pueblos de Nueva España, por la justicia
que hacía y lo esforzado que era, que a todos ponía temor, e muy mayor a
Cuauhtémoc”. La frase que sigue pone de relieve cómo se iba extendiendo y
asentando como una mancha de aceite su prestigio y su dominio, casi de cacique
máximo, sobre las poblaciones mexicanas: “Y tanta era la autoridad y ser y
mando que había cobrado Cortés, que traían ante él pleitos de indios desde
lejanas tierras, en especial sobre cosas de cacicazgos y señoríos. Como
entonces fallecían muchos caciques de viruela, venían los indios a Cortés, como
señor absoluto de toda la tierra, para que por su mano e autoridad alzase por
señor a quien le perteneciera. E así vinieron de muchos pueblos con sus
pleitos, y Cortés a cada uno daba sus tierras y vasallos según sentía por
Derecho que le pertenecían”.
(Foto.- Vaya cuarteto: La Española –es
decir, Haití y R. Dominicana-, Cuba, Puerto Rico y Jamaica. Mi querida Jamaica,
sin recursos mineros, pero tan rica en
agricultura y ganadería que en ella se abastecían los barcos que iban a
explorar el continente. Gobernaba, en lo terrenal, Francisco de Garay, y en lo
espiritual, mi alma pecadora. Pero te aseguro, suspicaz pequeñuelo, que desde
la distancia velé por el bien de las almas y los cuerpos de mis feligreses, a
los que envié santos frailes y cosas muy útiles para su desarrollo económico).
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