(82) –Yo creo,
buen hombre, que Cortés tenía algún talismán.
-Era puro carisma, santo clérigo. Los de Texcoco se le entregaron
incondicionalmente. La situación estaba muy tranquila, pero había que
aprovechar el tiempo al servicio de su gran objetivo, la conquista de México.
“Como teníamos en nuestra compañía sobre 7.000 tlaxcaltecas, y estaban deseosos
de ganar honra y guerrear contra los mexicanos, acordó Cortes que entráramos en
un buen pueblo que se dice Iztapalapa (muy
próximo a Tenochtitlán, en la orilla sur del lago), del que recibíamos
mucho daño porque impedía que vinieran a nuestra amistad otros pueblos que lo
deseaban. Cuando llegamos, nos estaban esperando los de Iztapalapa con unos
8.000 mexicanos, y pelearon muy valerosamente contra nosotros, pero, como los
nuestros de a caballo los atacaron y todos nuestros amigos tlaxcaltecas se
metían entre ellos como perros rabiosos, dejaron presto el campo y se
retiraron”. Y ellos les siguieron, pero era un trampa: “Estando de esa manera,
vino tanta agua por todo el pueblo que, si
no saliésemos presto de las casas a tierra firme, todos quedáramos
ahogados, porque soltaron dos acequias de agua dulce y salada y abrieron una
calzada, con que de presto se llenó todo de agua, muriendo dos tlaxcaltecas; y
nos volvimos a Texcoco medio afrentados de la
burla y ardid de echarnos el agua”. Durante un tiempo, continuó el baile
de pequeños encuentros militares, peticiones de numerosos pueblos que venían a
pedir la protección de los españoles frente a los mexicanos, y solicitudes de
que Cortés interviniera para que se hicieran con lógica sucesoria los
nombramientos de caciques. Pero lo primero es lo primero: “Como siempre
estábamos con gran deseo de tener ya los bergantines y empezar el cerco de
México, mandó Cortés a Sandoval que luego fuese por la madera con 235 soldados
y buena cantidad de indios de Tlaxcala y Chalco (que era uno de los pueblos recientemente pacificados). E antes que
partiesen hizo Cortés amistades entre ellos, porque se tenían mala voluntad y
se trataban como enemigos. Y mandó Cortés a Sandoval que de camino fuesen a un
pueblo llamado Calpulalpan y lo castigaran, porque allí habían matado a más de
cuarenta españoles y muchos
tlaxcaltecas. Fue fácil someterlo, y los indios se excusaron diciendo que los
autores habían sido los mexicanos”. Dentro del pueblo, vieron una vez más el
terrible rostro del horror.
-No gana uno para sustos, jovenzuelo: “Hallóse allí en aquel pueblo, en
las paredes, mucha sangre de los españoles que mataron, con la que habían
rociado a sus ídolos; y también había dos caras que habían desollado y adobado
los cueros como pellejos de guantes, y las tenían con sus barbas puestas y
ofrecidas en uno de los altares; y asimismo se hallaron cuatro cueros de
caballos curtidos, muy bien aderezados, que tenían sus pelos, e con sus herraduras,
y colgados para sus ídolos en el cu mayor; y se hallaron muchos vestidos de los
españoles muertos”. Y había otra cosa que a ti, alma tierna, te escalofría, y a
mí también: “Y también se halló en un mármol de una casa en la que los tuvieron
presos (¡santo Dios, qué tortura sería la
espera sin esperanza!) escrito con carbones: “Aquí estuvo preso el sin
ventura Juan Yuste, con otros muchos que traía en mi compañía”. Créeme, hijo
mío, que esta sola frase bastaría para que se
mirara con algo de piedad a todos los atormentados españoles que
anduvieron por aquellas tierras. A pesar del espantoso espectáculo, Sandoval
reaccionó al estilo de Cortés, con sentido común: “De todo lo cual el Sandoval
y todos sus soldados tuvieron mancilla (pena)
y les pesó, mas, ¿qué remedio había ya sino usar de la piedad con los de aquel
pueblo, que se fueron abandonando a sus mujeres e hijos? Y Sandoval los dejó
libres, enviándolos a llamar a los huidos, los cuales vinieron, le pidieron
perdón y dieron la obediencia a Su Majestad”.
(Foto: En el mapa se ve Calpulalpan, el lugar donde se les heló la
sangre a los españoles al ver la espantosa prueba de la muerte de más de
cuarenta españoles, quedando solo memoria del “sin ventura Juan Yuste”.
Sandoval se dirigía a Tlaxcala, pero hizo un pequeño rodeo para, como mensaje a
Cuauhtémoc, castigar y someter a un triste poblado, al que le pusieron el
nombre de Pueblo Morisco –Bernal, cosa rara en él, no explica por qué-).
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