viernes, 5 de mayo de 2023

(2023) Bernal critica duramente que el cronista Gómara diera gran protagonismo a Cortés y casi ninguno a sus hombres. Cortés reinicia los ataques a los indios, sin frenar la ira de los aliados tlaxcaltecas.

 

     (76) –No tenía Bernal, querido socio, ninguna simpatía por la mayoría de los soldados de la derrotada tropa de Narváez.

     -Lo deja claro siempre que puede, reverendo abad mitrado. Estaban hartos de campañas guerreras, y solo querían volver a sus casitas de Cuba. Y Cortés, para que siguieran luchando “les habló muy mansa y amorosamente para que fuesen con nosotros al castigo de los indios, pero  de ninguna manera quisieron hacerlo. Y nosotros, los de Cortés, le dijimos que no diese licencia a ninguno de los de Narváez para volver a Cuba, sino que procurásemos todos servir a Dios y al rey,  sin dejar desamparado al capitán en las guerras; y cuando oyeron esto y otras muchas razones, obedecieron para ir con nosotros, aunque no dejaron de murmurar de Cortés  y de su conquista”. Y se sulfura otra vez contra Gómara.

     -Lo que va a  decir ahora, pequeñuelo, es un ataque frontal al cronista por darle todo el mérito a Cortés, como si los soldados fueran de escayola, y lo hace sin menoscabar la grandeza de su jefe, al que supo criticarle, pero también reconocerle su inmensa talla de líder. No se muerde la lengua: “Sepan que hemos tenido por cierto los conquistadores verdaderos que le debieron de dar oro al Gómara e otras dádivas para aniquilarnos en lo que dice este cronista (de hecho, fue el hijo de Cortés, Martín, quien le encargó escribir el libro). Ya he dicho, y lo torno a decir que a Cortés se le debe máxima honra como esforzado capitán, mas tenía esforzados soldados y capitanes, como Olid, Sandoval, Alvarado, Morla, Marín, Lugo, Domínguez y otros muy buenos, y valientes soldados sin caballos. ¿Por qué no declaró los heroicos hechos que nuestros capitanes y los valerosos soldados hicimos en aquellas batallas, como aquel Cristóbal de Olea que tantas veces le salvó la vida a Cortés, e luego la perdería en México por volverlo a hacer? Y no lo digo por dejar de ensalzar a nuestro capitán Hernán Cortés, al que se le debe dar todo honor y prez y honra por todas las batallas que tuvimos hasta que ganamos esta Nueva España, como los romanos daban triunfos a Pompeyo y a Julio César y a los Escipiones; pues más digno de honor es Cortés que los romanos”.

     -La verdad es, querido Tesorero de la Casa de la Contratación de Sevilla, que esto puede parecer exagerado, pero Cortés, y alguno más de los que tú conociste, se merecen una estatua al ladito de esas luminarias que cita emocionado Beltrán. Sigue con la copla.

     -Después de medio convencer a los ‘flojos’ de Narváez, se dispuso Cortés, sacando pecho, a preparar las batallas de escarmiento, “para ir a castigar a los pueblos que habían muerto españoles, Tepeaca, Quecholac y Tecamachalco; y los caciques de Tlaxcala, que tenían más ganas que nosotros de darles guerra, porque les habían venido a robar, nos ayudaron con hasta 4.000 indios. Partimos sin artillería porque toda quedó en los puentes de México, siendo nosotros 420 soldados”. El primer objetivo era Tepeaca. Siempre tan protocolarios, les mandaron al llegar un mensaje con algunos nativos diciéndoles que se rindieran “y que se les perdonarán los españoles que habían muerto, pues ya no los podían dar vivos”. La respuesta fue desafiante, y al día siguiente Cortés inició el ataque contra los de Tepeaca y los soldados mexicanos que tenían en su poblado. Fue en campo abierto y la derrota de los indios absoluta, por la ventaja que tenían los de caballería. Dice Bernal algo inquietante, aunque no lo cuenta todo: “¡Había que ver a nuestros amigos de Tlaxcala, tan animosos, cómo peleaban con ellos!”. Según otros cronistas, se les dejó dar vía libre a su tradicional salvajismo, apresando un gran número de enemigos que acabaron víctimas de los sacrificios y del canibalismo ritual. Los españoles, de acuerdo con el trato habitual para los rebeldes, esclavizaron a muchos. La historia se repitió en Tecamachalco y en Quecholac; “en este poblado fue donde habían matado a 15 españoles, e hicimos muchos esclavos; y allí se hizo el hierro con que se había de herrar a los esclavos, que era una G que quiere decir guerra”. 

     (Foto: El cuadro representa la, finalmente, amistosa y permanente relación de los caciques de Tlaxcala con los españoles. Xicoténcatl el Viejo, va palpando con curiosidad a Cortés porque su ceguera no le permite verlo. En medio está la excepcional doña Marina, que, entre otros dramas, vivió y sobrevivió la terrible catástrofe de la huida de México. El que está a la derecha es inconfundible, el rubio Pedro de Alvarado, a quien los indios llamaban Tonatio (el sol). Falta el díscolo Xicoténcatl el Mozo, permanente pesadilla de su padre, de los caciques ancianos y de los españoles, hasta que, como de costumbre, Cortés terminaría con el problema de manera expeditiva).




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