(93) -Nueva bronca de Cortés, peque: esta vez a Alvarado.
-Era necesaria, reverendo, porque
no aseguró debidamente la retirada: murieron varios soldados y casi
perdemos a Bernal: “Cortés se enojó mucho, y le mandó un mensaje a Pedro de
Alvarado para que ni en bueno ni en malo
fuéramos adelante sin haber cegado antes con adobes y madera el paso de agua; y
como vimos que por culpa nuestra había
acaecido aquel desmán, tapamos en cuatro días aquella abertura, aunque fue con
harto trabajo, y con heridas que nos dieron los contrarios, muriendo seis soldados”. Y cada día era lo
mismo, lucha continua (‘¡Sus!, y a
pelear’, dice Bernal), con la particularidad de que la multitud de indios
amigos muchas veces era un estorbo: “Querían pelear con los mexicanos, pero
como eran muchos nos embarazaban, y no podíamos hacer frente en todas partes,
por lo que les echábamos fuera de la calzada, dejándoles donde estuvieran a
salvo”. Unos por tierra y otros en los bergantines, peleaban sin descanso
inclinando poco a poco la balanza a su favor: “Como vieron los pueblos de la
laguna, Iztapalapa, Vichilobusco, Coyoacán, Mezquique y otros, que todos los
días teníamos victorias, y veían que los de Chalco, Texcoco y Tlaxcala
eran nuestros amigos, acordaron venir de
paz ante Cortés, y con mucha humildad le
demandaron perdón. Y Cortés se holgó mucho de ello, y con buen semblante y
muchos halagos, los perdonó”. No solo destruían las casas para cegar los pasos
de agua con el escombro, sino también porque se dieron cuenta de que era la
única manera de evitar los ataques desde las azoteas y acortar la duración de
la guerra desmoralizando a los indios. El día de San Juan se cumplía un año
desde la terrible fecha en que salieron derrotados de México, con el negro
balance de más de 800 españoles y cerca de 2.000 tlaxcaltecas muertos en la
batalla o sacrificados a los dioses. Y Cuauhtémoc lo celebró con un ataque
masivo a las tres capitanías españolas, las de Sandoval, Alvarado y Olid; lo
pudieron resistir, pero Cortés se quedó pensativo. “Como vio que cada día cegábamos los pasos de agua y de noche los
volvían a abrir los mexicanos, y que ya se habían muerto veinte soldados, habló
con todos nosotros para decidir lo que
hacer”. Pero en realidad fue él quien propuso algo que resultó equivocado.
Proceda vuecencia.
-Esta fue la idea de Cortés: “Nos dijo que entrásemos en la ciudad muy
de golpe hasta llegar a Tlatelolco, que es la plaza mayor de México (la del mercado), muy más ancha y grande
que la de Salamanca, que sentáramos allí
los tres reales, y así poder batallar por las calles de Tenochtitlán sin tener
tantos trabajos al retirarnos”. Se dispararon los pareceres, pero la mayoría,
Bernal incluido, estaban en contra de la propuesta, “porque seríamos nosotros
los cercados, y no queríamos que nos aconteciese como cuando salimos huyendo de
México”. Cortés escuchó, pero no le convencieron, y, como le corresponde a un
líder, decidió: “Dio la orden de que al otro día saliésemos todos con la mayor pujanza hasta
ganar la plaza de Tlatelolco”. Fue una tragedia, y el mismísimo Cortés se llevó
el susto más grande de su vida. Comenzaron avanzando bien, y hasta con moral de
triunfo, pero una vez más se metieron en una encerrona. Los indios, que
parecían huir, se volvieron de repente; los tlaxcaltecas que iban con Cortés
dieron la espantada, “dejando sin cegar un paso, y los mexicanos le hirieron en
una pierna, le mataron 8 caballos y le llevaron vivos 66 soldados (qué desastre); y a Cortés ya le tenían
agarrado 7 capitanes mexicanos, pero quiso Dios que en aquel instante llegara a
él Cristóbal de Olea, peleando tan bravosamente que mató a estocadas a 4 de los
capitanes que lo retenían; y también ayudó un soldado llamado Lerma, e hicieron
tanta lucha que lo soltaron. Pero por defenderle allí perdió la vida el Olea”.
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