(86) -Volvemos,
virtuoso escribano, a la barbarie del esclavismo.
-Lo justificaban, santo padre, como botín de guerra; pero era demasiado
cínico el planteamiento, y se prohibiría más tarde totalmente. Bernal mostrará
de nuevo sin paliativos el egoísmo económico de Cortés: “Como había ya muchos
esclavos de las luchas pasadas, fue acordado que se herrasen. La mayoría de los
soldados llevamos nuestras piezas para que las marcasen, creyendo que nos devolverían las mismas, pero se hizo peor que
en Tepeaca, de manera que después de repartirlas a Cortés y los capitanes, nos
desaparecían las mejores indias. Y desde entonces muchos soldados que teníamos
buenas indias, las escondíamos y no las llevábamos a herrar, diciendo que se
habían huido, o las dejábamos en
nuestros aposentos como que eran naborías (sirvientes) que habían venido de paz”. Da también un detalle de lo
importante que era qué clase de amo les tocaba: “Como las esclavas conocían a
los soldados y sabían si trataban bien o mal a las indias, y si tenían fama de
caballeros o no, si en el reparto se quedaba con ellas algún soldado que no las contentaba o las había tratado mal, de
presto desaparecían y no las veían más, y preguntar por ellas era como buscar a
Mahoma (Mohamed) en Granada, o
escribir a ‘mi hijo el bachiller en Salamanca’
(o preguntar por Pedro en Burgos)”.
-No te hagas el tonto, liante, que otra vez me dejas sufrir el bochorno
de los abusos de mi casta clerical. Pues allá vamos, y me tragaré el sapo: “En
aquella sazón vino un navío de Castilla, llegando en él por tesorero de Su
Majestad un Julián de Alderete, y también un fraile de San Francisco que se
decía fray Pedro Melgarejo de Urrea, que trajo unas bulas del señor San Pedro (del Vaticano), para que con ellas nos
compusiéramos (o sea, purificación total)
si algo éramos en cargo por las guerras en que andábamos, por manera que en
pocos meses el fraile fue rico y compuesto (qué
guasón) a Castilla”. Y Bernal, que no lo puede evitar, da de nuevo en la
‘tecla’ de mi padrino: “No me acuerdo de las nuevas que de Castilla trajeron,
mas paréceme que dijeron que Fonseca, el obispo de Burgos, ya había perdido
algo de poder, y Su Majestad no estaba a bien con él desde que supo de nuestros buenos servicios”. De ahí que el
barco fuera una bendición por sus muchas provisiones de todo tipo y, además,
porque suponía ya un reconocimiento oficial de la empresa de Cortés. (Sigo,
sigo, no paro). Era el baile interminable: parecía que se entrenaban con
aperitivos para darse luego el gran atracón de tragarse Tenochtitlán. Una vez
más llegaron los de Chalco pidiendo ayuda por la pesadilla azteca. Así que
Cortés quiso zanjar el asunto yendo a luchar contra los mexicanos con unos 360
soldados y un buen grupo de indios amigos, más un refuerzo impresionante:
“Mandó llamar a todos los caciques amigos de aquella provincia, y les hizo un
parlamento con nuestras lenguas, doña Marina y Aguilar”. Les soltó un discurso
ciceroniano con hábiles argumentos que le harían ver a un ciego lo que todos se
estaban jugando en aquellos momentos: “Y les pidió que al otro día estuvieran
aparejados sus guerreros para ir con nosotros; desde que lo entendieron, todos
a una dijeron que así lo harían. De manera que vinieron después más de 20.000 amigos, que tantos nunca vi en las entradas que estuve en Nueva
España”.
Terminemos, para no variar, con una cruda
explicación de Bernal, seguida de un ejemplo que nos eriza el cabello: “Ya he dicho otra vez
que iba tanta multitud de ellos a causa de los despojos que se tendrían, y, lo
más cierto, por hartarse de carne humana. Y son, a manera de decir, como cuando
en Italia salía un ejército de una parte a otra, y le siguen cuervos y milanos
y otras aves de rapiña que se mantienen de los cuerpos muertos que quedan en el
campo al darse una batalla muy sangrienta; así lo pensaba yo cuando nos seguían
tantos millares de indios”. La anotación es espeluznante, pero de una fuerza
narrativa insuperable.
(Foto: Un buen artista de raíces tlaxcaltecas, y con buenos conocimientos
históricos, Desiderio Hernández Xochitiotzin, ya fallecido, pintó un gran mural
en el Palacio del Gobierno de Tlaxcala, y ahí vemos parte del mismo;
probablemente el cacique central sea el viejo Xicoténcatl el Viejo, quizá
recibiendo a su rebelde hijo. Todos los pueblos de México compartían la misma
cultura refinada, pero con la crueldad que simboliza la pirámide del fondo. La
alianza entre tlaxcaltecas y españoles fue inquebrantable y definitiva).
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