(94) –Recordemos,
tierno cronista, al olvidado Cristóbal de Olea.
-Aunque Cortés, querido doctor, le contó al rey con emoción y
agradecimiento la proeza del joven
soldado (26 añitos), se echa en falta un homenaje más extenso. Como siempre, es
Bernal el que habla con el corazón y trata de hacer justicia a los méritos de
cada uno. Cuando lleguemos casi al final de su libro, veremos unas larguísimas
listas de sus compañeros y de las batallas que presenció; nos dará dolor de
corazón tener que resumirlas.
-Como lo hagas, débil pecador, te pondré una severa penitencia. En la
lista de nombres aparecen primeramente los capitanes. Y Bernal tiene el detalle
de meter entre ellos a Cristóbal de Olea, dándose el gustazo de ascenderle de
rango; tuvieron que ser muy amigos porque eran de edad parecida y los dos de Medina
del Campo. Como nos advierte Bernal, no hay que confundir a este Cristóbal de
Olea con Cristóbal de Olid, uno de los principales capitanes de Cortés. Y
ahora, todos en pie e humildemente destocados para escuchar a Bernal hablando
de un gran héroe: “Estuvo también entre
nosotros un esforzado soldado que se decía Cristóbal de Olea, natural de Medina
del Campo, y bien se puede decir que, después de Dios, por Cristóbal de Olea
salvó la vida don Hernando Cortés (le
trata de ‘don’ porque, cuando escribe, ya le habían nombrado marqués): la
primera vez en lo de Xochimilco, cuando le derribaron a Cortés de su caballo, y
este Olea llegó de los primeros a socorrerle e logró que don Hernando pudiera
cabalgar, quedando el Olea muy mal herido; y la postrera vez cuando nos
desbarataron en México y tenían ya los mexicanos asido a Cortés para llevarle a
sacrificar, y el buen Olea peleó tan valientemente que lo liberó; y allí perdió
la vida este animoso varón, que agora que lo estoy escribiendo (unos 47 años
después) se me enternece el corazón, porque me parece que agora lo veo, y
se me representa su persona y gran ánimo”. Murió, pues, el dignísimo Cristóbal
de Olea, pero otro español más sacrificó su vida por la de Cortés; su
mayordomo, Cristóbal de Guzmán: le facilitó otro caballo a su jefe con el que
pudo escapar, pero él fue apresado y llevado vivo por los mexicanos. Luego
Bernal cuenta lo que pasaba en su propio destacamento: “Dejemos de hablar de
Cortés y de su desbarate (ya sabemos que
se equivocó de táctica) y volvamos a los que íbamos con Pedro de Alvarado”.
¿Recuerdan sus mersedes a J. Conrad? Pues bien, en su novela “El corazón de las
tinieblas”, con su grito (“¡el horror, el horror!”), nos enfrentó a la crueldad
humana. Bernal nos muestra ese mismo horror sin tapujos, tal y como lo vivió:
“Íbamos muy victoriosos con Pedro de Alvarado por la calzada de Tacuba, y
entonces vimos venir contra nosotros muchos escuadrones de mexicanos, y nos echaron delante cinco cabezas que habían
cortado a los que habían tomado a Cortés. Pero nosotros no perdíamos el orden
retrayéndonos, mientras oíamos con el más triste sonido, como instrumento de
demonios, el tambor del cu mayor, donde estaban sus ídolos, Huichilobos y
Tezcatepuca; retumbaba tanto que se oiría
a dos leguas. Según supimos después, estaban ofreciendo diez corazones y mucha
sangre a los ídolos que dicho tengo. Luego tocaron la trompeta de ataque, y
agora pienso en ello y lo veo como si estuviese luchando, pero no sé escribir
la rabia y esfuerzo con que se metían entre nosotros para echarnos mano, que
era cosa de espanto. Mas torno a afirmar que, si Nuestro Señor no nos diera
esfuerzo, no nos habríamos salvado; y le doy muchas gracias y loores por ello,
que me escapó aquella vez y otras muchas del poder de los mexicanos”.
(Foto: La escena es de la película Apocalypto, y muestra a los mayas
llevando al ‘matadero’ de sus templos una fila de indios cautivos. Pero tanto
da: los aztecas tenían los mismos ritos bestiales, en templos casi gemelos, y
muchos españoles acabaron igualmente sacrificados. Es curioso que Bernal
menciona numerosas veces algo que se le quedó grabado en lo más hondo como
símbolo de aquel horror: el fúnebre y demoníaco sonido de los tambores cuando
les arrancaban el corazón a sus compañeros).
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