(580) Vaca de Castro dejó a un lado a la gente que le acompañaba, y se
dispuso a entrar en Lima con un pequeño
grupo selecto, pero esperando hacer nuevas amistades. Cieza elogia sus
virtudes, sin olvidar sus defectos: "No podemos negar que Vaca de Castro
fue un varón inteligente, y, aunque la codicia le arrastrara, gobernó el reino
prudentemente. Les consultaba a los pocos caballeros con los que llegaba cómo
tendría que entrar en la ciudad, porque, sabiendo él que los del Cabildo habían
recibido al virrey basándose en una simple copia (del nombramiento del Rey),
llevaba deseos de que cambiasen de idea y le ofrecieran a él el gobierno, para
que pudiese oponerse al virrey. Mandó al licenciado de la Gama, que había sido
su teniente, que fuese a la ciudad y tomase de nuevo la vara como teniente
suyo, y escribió a muchas personas cartas llenas de favores y esperanzas, algo
que Vaca de Castro no había dejado de hacer hasta que entró en la Ciudad de los
Reyes.
No puede Cieza evitar sus lamentos por lo que iba a ocurrir: ¡"Oh,
Dios mío, cuántas muertes, robos, desvergüenzas y destrucción de los nativos se
produce por las envidias de estos hombres y por querer conseguir mandos! Ojalá
hubiese querido su divina bondad que Vaca de Castro se sumiera en las nieves sin aparecer jamás, y al virrey
le diera tal dolor en Trujillo, donde estaba, que fuera su fin, pues lo tuvo en
Quito con harta afrenta suya (su derrota y muerte en Iñaquito), y a
Gonzalo Pizarro y a Carvajal los tragara una cueva. Al menos, faltando esas
cabezas, no habrían aumentado tanto los males en esta miserable tierra, pues ya
bastaban las dolorosas batallas de las Salinas y Chupas. Los pecados de los
hombres eran tan enormes, y la caridad entre ellos tan poca, que fue Dios
servido de que pasasen por tan grandes calamidades como el lector pronto
verá".
Tenía Vaca de Castro cierto recelo con el tesorero Alonso Riquelme, por algunas
desavenencias anteriores, y quiso ganárselo para su causa a través de Lorenzo
de Estopiñán, quien, desde Lima, había ido a pedirle que le concediese algunos
indios: "Vaca de Castro le dijo que, puesto que era amigo del tesorero,
que le lograra su alianza, y que le daría mejores indios que los que le habían
quitado. Estopiñán volvió a la ciudad, y el tesorero le respondió a lo que Vaca
de Castro pretendía que qué amistad hhabía de tener con él, puesto que le había
quitado los indios y hasta le cortaría la cabeza". Ya vimos que Riquelme
fue una de las figuras administrativas más notables de Perú, y, en una imagen,
su preciosa casa, la más antigua de Lima. De pasada, Cieza elogia sus
capacidades: "Era este tesorero muy sabio y entendido, y cauteloso para
hacer sus hechos. Metía la mano en todos los hechos arduos y de importancia, y
después sabía salirse fuera".
Al margen de la intervención de Lorenzo de Estopiñán, el licenciado La
Gama también tanteó al tesorero. "Llegado a la Ciudad de los Reyes, fue a
la posada de Alonso de Riquelme, y
trataba de persuadirlo, como a hombre más principal, para que reuniese el
Cabildo". Aunque es algo confuso lo que escribe Cieza después, queda claro
que lo que pretendía La Gama era recuperar su cargo perdido de teniente del
gobernador en Lima. Todo ello con el fin de que "Vaca de Castro entrase de
nuevo en la ciudad reconocido como gobernador". Pero, como acaba de decir
el cronista, Alonso de Riquelme era experto en "salirse fuera de los
asuntos arduos", y no mordió el anzuelo.
(Imagen) Acaba de salir el nombre de Lorenzo de Estopiñán y Figueroa. Hay
pocos datos suyos. Era un hombre sensato y humano, que trataba bien a los
indios, y supo estar, en la medida de lo posible, al margen de las rivalidades
de las guerras civiles. Lo que importa ahora es que se nos van a cruzar personajes
muy relevantes relacionados con su vida. Primeramente, la gran figura (en parte
malograda) de su padre, PEDRO DE ESTOPIÑÁN Y VIRUÉS, nacido en Jerez de la
Frontera hacia 1470. A él le debemos que Melilla sea española, porque,
capitaneando un enorme ejército naval del Duque de Medinasidonia, la conquistó
en 1497. Seis años después los Reyes Católicos, viéndolo como la persona ideal
para expandir la conquista en el Nuevo Mundo, lo nombraron Adelantado de las
Indias y Capitán General de la isla de Santo Domingo. Pero el proyecto se
truncó porque murió de repente visitando el monasterio de Guadalupe, donde
yacen sus restos (y así, el destino quiso que fuera Cortés quien conquistara
México). Mucho tiempo después, dos hijos suyos respondieron a la casi olvidada
llamada de las Indias. Siendo ya hombres maduros, Lorenzo fue a Perú en 1535, y
le siguió cinco años más tarde su hermano, Pedro de Estopiñán Cabeza de Vaca, pero
a otro lugar. Acompañaba a su primo, el extraordinario Álvar Núñez Cabeza de
Vaca, a la zona de Río de la Plata, quien iba a tomar posesión de su cargo de
gobernador. Pedro de Estopiñán se lució en aquellos parajes descubriendo nuevas
tierras de Paraguay. También le acompañó en la desgracia, pues volvió con él a
España para defenderle en un miserable pleito al que lo habían sometido. Años
después, se juntaron de nuevo las vidas de los dos hermanos, pues, ya muerto Núñez
Cabeza de Vaca, y viéndose viejo, viudo, sin hijos y empobrecido, Pedro partió
el año 1565 para reunirse con Lorenzo de Estopiñán y Figueroa en Lima (donde
era una figura muy notable), pudiendo así vivir serenamente el resto de sus
días.
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