lunes, 23 de diciembre de 2019

(Día 987) Siguió avanzando hacia Lima el virrey, aumentando la preocupación por las noticias que llegaban sobre su inflexible imposición de las Ordenanzas. Vaca de Castro se sintió dolido por haberle quitado el Rey toda su autoridad.


     (577) El Virrey Núñez Vela estuvo quince días en Tumbes y fue luego a la ciudad de San Miguel: “Mostraron en público que lo recibían alegremente, pero en su interior les pesaba verlo porque traía las leyes. Mas, al fin, fue reconocido como virrey, y enseguida les mandó que cumplieran las Ordenanzas. Los del Cabildo de aquella ciudad le suplicaron con toda humildad que no lo exigiese por entonces, y que diese lugar a que el Emperador, tras ser informado de los grandes servicios que se le habían hecho en todo el reino, les hiciera la merced de no tener que cumplir por entero las Ordenanzas. Aunque con grandes lloros se lo suplicaban alzando sus manos derechas en testimonio de que siempre servirían al Rey con toda lealtad, no aprovecharon sus ruegos, sino que, por el contrario, le quitó sus indios a Diego Palomino porque había sido Teniente de Gobernador (recordemos que era una de las prohibiciones, la destinada a los funcionarios públicos), y a todos los indios puso en grandes derechos, diciéndoles que no diesen ninguna cosa a los españoles sin que antes se la pagasen”. Añade Cieza que se difundía por Perú la noticia de que se aproximaba el virrey, pero exagerando su rigor: “Además de la gente que iba por tierra, llegó al Callao, que es el puerto de la marítima Ciudad de los Reyes, una nave de Juan Vázquez de Ávila, y el maestre que en  ella venía dijo que el Virrey Blasco Núñez Vela quedó en Tumbes. Con esta noticia, hubo gran alboroto en la ciudad. Viendo la situación que había en el reino, se reunieron los del Cabildo, y decidieron que algunos varones doctos y de autoridad saliesen para encontrarse con el virrey, darle la enhorabuena de su venida e informarle de lo que pasaba, y de cómo todos, con el pecho por tierra, harían lo que su Rey mandaba".
     Marcos Jiménez Espada, editor de esta crónica, vuelve a hacer un comentario  acerca de otra manipulación de Antonio de Herrera, el que luego fue Cronista Oficial de la Corona, ya que suprime párrafos de lo que cuenta Cieza. Así lo dice: "Calla Herrera todas la durezas y muchos de los actos del virrey consignados en este capítulo, y también la actitud respetuosa y humilde con que las autoridades le recibieron y suplicaron sobre el rigor de las Ordenanzas".
     Sigamos con Cieza: "Los del Cabildo de la Ciudad de los Reyes señalaron para encontrarse con el virrey al factor Illán Suárez de Carvajal y al capitán Diego de Agüero, regidores, y a Juan de Barbarán, procurador de la ciudad, saliendo con ellos Pablo de Meneses, Lorenzo de Estopiñán, Sebastián de Coca, Hernando de Vargas, Rodrigo Núñez de Prado y otros, entre los cuales iba el dominico fray Isidro de San Vicente, que salía por mandato del reverendísimo Don Jerónimo de Loaysa, obispo de Lima".
     Según iban de camino los emisarios, les salió al paso un tal Ochoa con despachos del virrey para el Cabildo de Lima y para el gobernador Vaca de Castro. Abrieron los pliegos y vieron que contenían una copia de las órdenes que el Rey le había dado a Blasco Núñez. Y otra cosa más, que iba a dejar desarmado al hasta entonces gobernador: "Enviaba también una carta para Vaca de Castro en la que le ordenaba que dejase de usar el cargo de gobernador, y que fuese a la Ciudad de los Reyes. Además, les indicaba a los del Cabildo que asumieran los alcaldes el mando y la justicia, sin tener más tiempo a Vaca de Castro por gobernador. Se dice que  el virrey, desde que entró en el reino, tuvo por odiosas las cosas de Vaca de Castro, y que tuvo por muy amigos a los que siguieron a Don Diego de Almagro el Mozo. Son dichos vulgares, y yo no sé qué hay de cierto en ello".

     (Imagen) A pesar del gran relieve de Vaca de Castro en la historia de Perú, es sorprendente que un brillante escritor de aquella época le dedicara dos libros, uno en castellano y otro versificado en latín, La Vacaida, centrado en la importantísima misión que llevó a cabo en las Indias. El autor fue JUAN CRISTÓBAL CALVETE DE ESTRELLA. Quizá los escribiera por encargo del propio interesado, pero también pudo influir un cierto parentesco, ya que su mujer se llamaba Ana Vaca de Villarroel. Dos cosas fueron muy llamativas en Calvete de Estrella: su gran valía como escritor y humanista, y su insaciable ansia de medrar, lo que le convirtió en un adulador profesional de los principales personajes de su época. Su estrategia funcionó, y pudo así escalar muy alto en la Corte. Nació hacia el año 1510 en Sariñena (Huesca), y destacó como estudiante en Salamanca. Su facilidad para escribir en verso y prosa y su formación humanista le abrieron puertas en el ambiente cortesano. Ya en 1533, le dedicó un elogioso discurso de bienvenida a Carlos V cuando fue a Barcelona tras ser coronado emperador en Bolonia. En 1534, Carlos V lo nombró preceptor de su joven hijo, Felipe, teniendo en aquel entorno otros discípulos que llegaron a ser personajes históricos. Uno de ellos fue Alonso de Ercilla (entonces un niño), conquistador en Chile y famoso autor de La Araucana, lo que quizá explique que se trate de una de las escasas crónicas de las Indias versificadas. La vida de Calvete de Estrella tuvo una permanente trayectoria cortesana, hasta el punto de que acompañó a Felipe II a Inglaterra en su viaje para casarse con la reina María Tudor. Le costó conseguir su gran sueño, ser Cronista Oficial de la Corte, porque la competencia era muy dura, pero lo logró en su ancianidad. Murió en 1593, y, sin duda, alguien que falleció mucho antes, le estuvo eternamente agradecido: CRISTÓBAL VACA DE CASTRO.



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