lunes, 16 de diciembre de 2019

(Día 981) La desesperación de los españoles venía de que las Leyes Nuevas les iban a quitar lo único que habían recibido como premio por sus sufrimientos, las encomiendas, que, además, eran poco rentables. Vaca de Castro mandó castigar duramente a los revoltosos.


     (571) Pedro Cieza de León va a terminar su segundo libro de las Guerras Civiles describiendo dramáticamente la desesperación de los españoles (quizá antes de tiempo) por la próxima llegada de las Leyes Nuevas, y empezará luego el tercer libro repitiendo algo de lo último que ha contado. Resumiré ahora los párrafos de su provisional despedida: “En todo Perú había gran turbación y mucha tristeza al ver las Ordenanzas, diciendo los españoles que muchos perdieron las vidas en la conquista de este reino y, para venir a él, gastaron sus haciendas en España, estando otros envejecidos por conquistar las regiones, y todo ello sin recibir paga real ni otro premio más que los indios que tenían en encomienda, y que, si se los quitaban, después de ellos muertos ¿qué se podría esperar sino que sus mujeres, forzadas de necesidad, hiciesen cosas feas e contra sus honras? No solo se hablaba de lo tocante a las Ordenanzas, sino que también se difamaba y se decía que quienes habían de ser castigados con gran rigor eran los que fueron culpables de las revoluciones pasadas. El tumulto del pueblo añadía otras variaciones, y todos prontamente las oían, pues discurrían por una parte y por otra con gran celeridad, mostrando una tristeza profunda y una pasión iracunda. Algunos mostraban las heridas que habían recibido en las conquistas, derramando las mujeres de estos muchas lágrimas, y diciendo que, quitándoles las haciendas de sus maridos, adónde podrían ir para sustentar  sus vidas con honor, pues estaban tan lejos de España. En la ciudad del Cuzco fue mayor el tumulto, y de tal manera se angustiaron con la noticia, que derramaban palabras de gran ira, algunas de ellas alteradas y en deservicio del Rey”.
     Aquello tenía aires de motín, y Vaca de Castro adoptó una medida extrema: “Deseando tener el Reino en toda paz, para atajar aquellos furores acelerados de los que hablaban tan libremente, mandó llamar a Diego de Silva e a Juan Vélez de Guevara, alcaldes del Cuzco, e les dijo: ‘Id por la ciudad, e, si viereis que alguno habla sueltamente en deservicio de Su Majestad, ahorcadlo sin aguardar a hacer la información'. Diego de Silva y Juan Vélez de Guevara, viendo que la gente, en grupos, se mostraba firme en sus porfías, y que había un rumor popular sobre oponerse e no obedecer las Ordenanzas, anduvieron con mucha furia por la ciudad, mandando que todos callasen, so pena de muerte, e hablando a los vecinos principales para que  no se alterasen, y aguardasen a  ver lo que Su Majestad mandaba, e, si el Virrey otorgaba la apelación de las leyes, a lo cual, según dicen, los vecinos respondían que, si Su Majestad lo hacía por dineros, ellos y su ciudad le darían quinientos mil ducados. Por entonces Francisco de Carvajal partió de la ciudad del Cuzco, muy alegre por salir  de Perú en ese tiempo y llevando cartas del gobernador Vaca de Castro y de los del Cuzco para los del Cabildo de la Ciudad de los Reyes, con el fin de que escribiesen a Su Majestad”


     (Imagen) Cieza se compadecía del problema que les venía encima a los españoles con las Leyes Nuevas, pero siempre se  mostró firme en su convencimiento de que había que cumplir la ley, y con más razón porque no había duda de que se abusaba de los indios. Figuraba ya entonces como alcalde del Cuzco DIEGO DE SILVA Y GUZMÁN, quien enseguida tendrá la sensatez de ser para siempre fiel al Rey. Acompañando a Hernando Pizarro, llegó Diego a Perú en 1535, y consta que viajaba en el mismo barco un tal Hernando de Silva, probablemente hermano suyo, puesto que los dos procedían de Ciudad Rodrigo. Nada más pisar tierra peruana, se vio envuelto en la lucha contra la rebelión de Manco Inca, salvándose de milagro, y a solas, en un largo recorrido saturado de indios. Siempre fiel a la Corona, también tuvo que escapar de las manos del brutal Francisco de Carvajal, el implacable capitán de Gonzalo Pizarro. Le acompañaba en aquella durísima huida por montañas inhóspitas su embarazada mujer, sobrina del magnífico y trágico capitán Rodrigo Orgóñez, y llamada Teresa Orgóñez, quien dio a luz en el trayecto a uno de sus cinco hijos. Pero después les vino la recompensa, porque, unido a Pedro de la Gasca, Diego de Silva luchó en Jaquijaguana contra Gonzalo Pizarro y Carvajal, quienes fueron derrotados y ejecutados. Resulta sorprendente que, además de ser un heroico conquistador, escribió el primer poema castellano del Perú, titulado La Conquista de la Nueva Castilla, en el que narra la odisea de aquella gigantesca campaña. Es de suponer que la afición le vino heredada de su padre, Feliciano de Silva, un escritor famoso en aquellos tiempos. DIEGO DE SILVA Y GUZMÁN Recibió dos graves arcabuzazos en los campos de batalla, pero consta que  vivió muchos años, porque su primogénito, Tristán de Silva, presentó sus méritos en 1577, y menciona que murió poco antes. Llegó a ser muy rico y respetado, pero casi todo su capital lo dedicó a ayudar a los demás. No obstante, queda como recuerdo en el Cuzco la amplia casa que construyó.



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