(564) Carlos V ordena también que las Audiencias les quiten las
encomiendas a aquellos que encuentren culpables de haber maltratado a los
indios. Y, consciente del deteriorado ambiente social provocado por las guerras
civiles (resulta paradójico que las Leyes Nuevas iban a provocar otras),
indica: “Y, en cuanto al Perú, además de lo dicho, mando que el Virrey y la
Audiencia se informen de los excesos habidos en las cosas sucedidas entre los
gobernadores Pizarro e Almagro, para enviarnos relación de ello, y que, a las
personas principales que hallaren notablemente culpadas en aquellas
revoluciones, les quiten pronto los indios que tuvieren, y los entreguen a
nuestra Real Corona”.
Las disposiciones van siendo de un notable rigor, por lo que el intento
de ejecutarlas iba a traer grandes dificultades. Con el tiempo, resultó más
útil la diplomacia que la fuerza. Lo que exige a continuación el Rey tuvo que
llenar de temor a los españoles, ya que eran muchos los que estaban bajo
sospecha de malos tratos: “Ordenamos que las Audiencias se informen de cómo han
sido tratados los indios por las personas que los han tenido en encomienda, y,
si les constare que por justicia deben ser privados de ellos, por los malos
tratamientos que les han hecho, mandamos que se los quiten, y sean puestos los
dichos indios en nuestra Real Corona”.
El Rey exigía también a los virreyes y a las Audiencias sumo cuidado a
la hora de permitir que una encomienda pasara de una persona a otra, incluso en
los casos de herencia. Insiste asimismo en que se les dé siempre prioridad en
las concesiones a los conquistadores más antiguos, e inmmediatamernte después a
los casados. Le preocupaba también al Rey que solía haber conflictos por reclamaciones
judiciales sobre derechos de encomiendas, y ordena que todos los expedientes
lleguen directamente a sus manos para que decida lo que él estime oportuno.
Conviene aclarar un aspecto importante. Podría pensarse que estas leyes
nacieron ya descafeinadas, como si fueran una simple apariencia de justa
intención, de cara al escenario político, para no preocuparse luego de que fueran cumplidas. Hay
una prueba irrefutable de que, cualquiera que fuera su posterior utilidad,
Carlos V estaba dispuesto a imponerlas
por las buenas o por las malas: el hecho de que exigir implacablemente que
fueran respetadas trajo como consecuencia varias guerras civiles impulsadas por
muchos españoles que se rebelaron contra la Corona. Eso supone que el Rey deseaba
con toda sinceridad y vivamente proteger a los indios.
Añade el Rey en una corta frase algo de suma importancia: “Mandamos que
ningún Virrey ni Gobernador trate sobre descubrimientos nuevos por mar o por
tierra, debido a los inconvenientes que se han seguido de ser una misma persona
descubridor e Gobernador”. Parece claro que la principal preocuación le venía
de las terribles consecuencias que tuvieron los fatales enfrentamientos entre
Pizarro y Almagro. Los dos eran gobernadores y los dos fueron juez y parte en
sus intereses territoriales, sin tener la paciencia de esperar la decisión definitiva
del Rey. Pero algo parecido va a ocurrir más tarde entre Sebastián de
Belalcázar y Jorge Robledo, causando la muerte de este último.
(Imagen) ISABEL LA CATÓLICA frecuentó un perímetro triangular que resultó
muy importante en su vida. Nació el año 1451 en Madrigal de las Altas Torres,
pasó los primeros años de su infancia en el castillo de Arévalo, siendo triste
testigo de los brotes de locura de su madre, Isabel de Portugal, y murió en
Medina del Campo, tras hacer su testamento. En él reconoció como heredera de
todos sus reinos y señoríos a su hija Juana, a pesar de que sus problemas
mentales eran evidentes. Aunque Juana, por esa razón, estuvo internada la mayor
parte de su larga vida, siempre se respetó su título de Reina, hasta el punto
de que todos los documentos firmados por el gran Carlos V seguían encabezados
por un “Yo y la Reina”. Era aquella Juana a la que el obispo Juan Rodríguez de
Fonseca retuvo forzosamente en el castillo de la Mota (Medina del Campo), por
orden de su madre, para que no huyera irresponsablemente a Flandes en busca de su
marido, Felipe el Hermoso. El comentario de la reina Isabel después de ir a
calmarla, muestra su angustia por los malos modos de su hija: “La Princesa
Juana me habló tan reciamente, de palabras de tanto desacatamiento y tan fuera
de lo que una hija debe decir a su madre, que, si yo no viera la disposición en
que ella estaba, no se las sufriera de ninguna manera”. Ocurrió en el último
año de la vida de Isabel, poco antes de redactar su testamento, cuyo final
(firmado como ‘Yo la Reina’) vemos en la imagen, y en él mostró ya su preocupación por la
situación de los indios: “Es mi voluntad que los indios moradores de las
Indias, ganadas o por ganar, no reciban agravio alguno en sus personas e
bienes, y mando que sean bien e justamente tratados. E, si algún agravio han
recibido, que se remedie de manera que no se exceda en cosa alguna de lo que
por las Letras Apostólicas (normas impuestas por el Papa) se nos ha
mandado”. Con ello, la Reina expresa un sentido de la responsabilidad luego ampliado por las Leyes de Burgos (1512)
y las Leyes Nuevas (1542). Falleció el día 26 de noviembre de 1504.
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