martes, 17 de diciembre de 2019

(Día 982) Llegó el virrey a las Indias con una flota impresionante y muy acompañado. En cuanto desembarcó, empezó a aplicar las Leyes Nuevas con el máximo rigor y de manera imprudente.


     (572) Termina, pues, Cieza su segundo tomo de las guerras civiles. Tiene el título de La Guerra de Chupas, pero no ha acabado de contarla, porque el resto de la narración lo incorpora al tomo tercero, titulado La Guerra de Quito. Así que, vamos con él. Comienza hablando de la salida de España del Virrey Blasco Núñez Vela: "Salió del puerto de Sanlúcar de la Barrameda el día tres de noviembre, año 1543 de Nuestra Reparación (redención por el nacimiento de Cristo). Llegó a Nombre de Dios (costa atlántica de Panamá) dos días después de la Pascua de Reyes de 1544, de donde partió hacia la ciudad de Panamá”.
     La flota era impresionante, con un total de 915 pasajeros, entre ellos, 36 matrimonios y 87 muchachas solteras en compañía de sus padres. Como era lógico, iban con el virrey personas que también hicieron historia: el Contador y cronista Agustín de Zárate (a quien ya conocemos), con su familia y su hermano Diego de León, el Gobernador Rodrigo de Contreras y su hijo Hernando de Contreras (de quien ya vimos que fue un rebelde que acabó desastrosamente), varios licenciados que fueron oidores en diversas Audiencias, Don Gonzalo, un importante cacique de la zona colombiana, y el capitán Diego de Fuenmayor. De la familia del Virrey, consta la presencia de su hermano, Francisco Velázquez Vela Núñez, y, como ya comenté, se sabe que también iba un pariente suyo llamado Juan y con los mismos apellidos. No hay ninguna referencia a la esposa del Virrey, Doña Brianda de Acuña, por lo que todo indica, como ya dije, que se quedó en Ávila al cuidado de sus numerosos hijos.
     El ecuánime Cieza se apiada del  destino final de Blasco Núñez Vela: “En gran manera me acongojo al ver que un varón tan completo como fue el virrey, fuese a meterse en las manos de varones tan inicuos y perversos, porque, ya que le faltó quien le aconsejara, y en alguna manera no tuvo prudencia en las cosas de la gobernación, no merecía que se le diera muerte tan cruel, pero las cosas que han de suceder no las podemos evitar, pues todo mana de la voluntad del altísimo Dios”.
     Nada más llegar a Panamá, el Virrey cometió un gravísimo error que anunciaba las nefastas consecuencias que tendrían sus rígidos comportamientos: “Se ocupó rápidamente en la ejecución de las Ordenanzas que traía, queriendo que todos los indios que procedían de Perú fuesen enviados a aquel reino a costa de las personas que los tenían, pues la voluntad del Rey era que fuesen libres, como súbditos suyos. Y, aunque era cosa santa e justa lo que mandaba, algunos indios estaban casados, y otros querían bien a sus señores y estaban medianamente preparados en las cosas de nuestra Santa Fe Católica. Huyeron muchos de ellos a partes secretas por no ir adonde les mandaba, y otros se iban a las iglesias, de donde, por orden del Virrey, los sacaban, siendo metidos en naves de vuelta al Perú y muriendo muchos de ellos en la mar. Los que llegaron a sus patrias, volvían a sus ritos e idolatrías, de manera que ningún provecho resultó de querer cumplir esta ordenanza”.


     (Imagen) Hay que quitarse el sombrero ante MARCOS JIMÉNEZ DE LA ESPADA. Fue tal su pasión por investigar sobre las crónicas de las Indias, que abandonó su brillantísima carrera científica. Empiezo a utilizar ahora su publicación del libro tercero de Cieza sobre las guerras civiles de Perú, y me serviré de comentarios suyos que aclaran los datos que aporta el cronista, ya que su información parece digna de todo crédito. Su mérito alcanza un nivel excepcional por el hecho de que realizó sus magníficas investigaciones a finales del siglo XIX, tiempo en el que hacerlo exigía viajes a lejanos archivos, cuantiosos gastos y una constancia fuera de serie para trabajo tan minucioso. Él mismo tenía madera de 'conquistador', y habría sido un gran compañero de aventuras en la epopeya de las Indias. Nació en Cartagena en 1831, y murió en Madrid el año 1898, quizá añadiéndole amargura a su agonía el estar enterado de la pérdida de las últimas colonias de ultramar, Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Fue, principalmente, zoólogo, alcanzando una gran formación universitaria. Teniendo solamente 31 años, viajó con la Comisión Científica del Pacífico en busca de datos zoológicos, botánicos, antropológicos y geográficos para el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Volvió a los tres años. Le dieron merecidos premios internacionales por sus trabajos. Impulsó la creación de una comunidad internacional de americanistas, lo que, muy probablemente, despertaría el interés por las heroicas andanzas de los españoles en muchos historiadores extranjeros, profesionales o vocacionales, como pudo ser el caso del asombroso ‘gringo’ Carlos F. Lummis. Hizo ediciones de varios cronistas de Indias, con comentarios muy interesantes y eruditos. Era también miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y  Naturales. Murió dejando inacabado un estudio sobre la maravillosa expedición científica y marítima del gran Alejandro Malaspina. Y uno se pregunta: ¿Cuántos se acuerdan de MARCOS JIMÉNEZ DE LA ESPADA?



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