miércoles, 11 de diciembre de 2019

(Día 978) Francisco de Mendoza expulsó a Felipe Gutiérrez y obligó a Nicolás de Heredia a ponerse bajo sus órdenes. Carlos V nombró virrey de Perú a BLASCO NÚÑEZ VELA.


     (568) El arrogante e impaciente Francisco de Mendoza, en cuanto asumió el poder total, tomó dos decisiones absolutamente ilegales: “Mandó a un tal Juan García que fuese con treinta y seis españoles adonde estaba Francisco Gutiérrez, para que, con seis de a caballo, saliese del Perú, y, asimismo, que prendiesen a Nicolás de Heredia, Maese de Campo, e les quitasen las armas a él y a los que con él estaban, temiendo que, habiendo marchado Felipe Gutiérrez, quisiese buscar la manera de hacerse con el mando”.
     Juan García y sus hombres apresaron a Felipe Gutiérrez. Fueron con él adonde estaba Nicolás de Heredia, y allí, en una montaña, abandonaron a Gutiérrez y a seis de sus soldados: “Quedaron con muy gran riesgo, ellos y sus caballos (por los indios), pero, con mucho trabajo, llegaron a la ciudad del Cuzco cuando Vaca de Castro ya había salido de ella. Juan García volvió adonde estaba Francisco de Mendoza, llevando consigo a Nicolás de Heredia”.
     Francisco de Mendoza le envió previamente un mensaje a Nicolás de Heredia advirtiéndole de que sus hombres le habían aceptado como Capitán, y , de no hacerlo él, sería expulsado también, como le ocurrió a Felipe Gutiérrez: “Llegado Nicolás de Heredia, juró como su Capitán a Francisco de Mendoza, igual que habían hecho los demás, y, para mayor seguridad, partieron la hostia entre ellos”.
     Amarradas estas cuestiones (aunque solo temporalmente, porque Heredia llevaba dentro su afán de venganza), Francisco de Mendoza empezó a desplegar su ambiciosa y enérgica actividad, que, como comenté, le llevará, increíblemente, hasta un punto de la costa atlántica cercano a Buenos Aires. Envió un grupo de gente para que se adelantara en los descubrimientos. Él los siguó con el resto de la tropa, y tuvieron un grave incidente que pudo haber sido aún peor, porque, mientras dormían, un grupo de indios a los que no habían visto, quemaron la zona en la que se encontraban. El fuego no les afectó a los españoles, pero quemó todas sus provisiones, a muchos  indios de su servicio, y algunos caballos y mulos. Siguieron avanzando los españoles, y lo hacían con ilusión porque sospechaban que iban a descubrir tierras excepcionales. Probablemente soñaban con encontrar la mítica Ciudad de los Césares (de la que ya hablé).
     Cieza, después de añadir que  “Francisco de Mendoza, llevando a todos sus hombres, continuó caminando hacia el nacimiento del sol”, lo abandona de momento para seguir su propio camino en el orden de la crónica, y pasa a hablar de otra cuestión muy importante: “El Emperador Don Carlos, rey felicísimo de las Españas, e los de su muy alto Consejo habían tratado muchas veces sobre quién había de venir como Virrey del Perú. Aunque se había platicado de enviar como virrey a algunos caballeros de España, Su Majestad puso los ojos en Blasco Núñez Vela, natural de la ciudad de Ávila, de magnífica sangre e muy celoso de su servicio al Rey, y había tenido en España cargos preeminentes, de los cuales siempre dio cuenta de haberlos ejercido con fidelidad”.

     (Imagen) A pesar de ser relativamente joven (unos 48 años),  BLASCO NÚÑEZ VELA llegó en 1543 con el alto honor de primer virrey de Perú, y tenía un impresionante historial. Era natural de Ávila, y de una familia de la alta nobleza. Fue Caballero de Santiago y ejerció como Corregidor de Málaga y Cuenca, Capitán en Orán, Veedor del Ejército e Inspector General del límite con Navarra. Por ser, además, Capitán General de la Armada, ya había realizado varios  viajes a  Ias Indias. Lo asesinaron tres años después de su llegada a Perú, padeciendo una trágica similitud, en sus dificultades y en su final, con Diego de Almagro el Viejo. Cieza no se equivocó al decir que tenía un carácter muy riguroso, hasta el punto de que varios soldados y marineros resultaron lisiados por sus castigos. Pero también se comportaba con un estricto sentido del deber. Y así se explica que, sin tener ninguna gana de  asumir el cargo de Virrey de Perú en circunstancias tan peligrosas, lo aceptó por lealtad al Rey. No tenía obligación de hacerlo, y otros lo rechazaron, pero se tomaba como órdenes los deseos de Carlos V. Sin embargo, el Rey se equivocó de persona. No bastaban lealtad y energía en el mando, sino que hacían falta también dotes diplomáticas. Ese mirlo blanco lo encontró más tarde en Pedro de la Gasca. Le faltó a Núñez Vela el tacto con el que el virrey Antonio de Mendoza, aplazando el cumplimento de las Leyes Nuevas, supo evitar una rebelión popular  en México. Él, por el contrario, nada más llegar a las Indias empezó a aplicarlas   literalmente, sin admitir consejos ni matices. Liberó a muchos nativos que estaban semiesclavizados, utilizó mulas para su propio transporte y, donde eran necesarios porteadores indios, les pagaba un salario. No admitía argumentos en contra. Su réplica era que el Rey le había ordenado “que se mostrase como severo castigador de pecados, para que nadie creyese que los disimulaba y sufría”, y que eso era lo que iba a hacer.



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