(568) El arrogante e impaciente Francisco de Mendoza, en cuanto asumió
el poder total, tomó dos decisiones absolutamente ilegales: “Mandó a un tal
Juan García que fuese con treinta y seis españoles adonde estaba Francisco
Gutiérrez, para que, con seis de a caballo, saliese del Perú, y, asimismo, que
prendiesen a Nicolás de Heredia, Maese de Campo, e les quitasen las armas a él
y a los que con él estaban, temiendo que, habiendo marchado Felipe Gutiérrez,
quisiese buscar la manera de hacerse con el mando”.
Juan García y sus hombres apresaron a Felipe Gutiérrez. Fueron con él
adonde estaba Nicolás de Heredia, y allí, en una montaña, abandonaron a
Gutiérrez y a seis de sus soldados: “Quedaron con muy gran riesgo, ellos y sus
caballos (por los indios), pero, con mucho trabajo, llegaron a la ciudad
del Cuzco cuando Vaca de Castro ya había salido de ella. Juan García volvió
adonde estaba Francisco de Mendoza, llevando consigo a Nicolás de Heredia”.
Francisco de Mendoza le envió previamente un mensaje a Nicolás de
Heredia advirtiéndole de que sus hombres le habían aceptado como Capitán, y ,
de no hacerlo él, sería expulsado también, como le ocurrió a Felipe Gutiérrez:
“Llegado Nicolás de Heredia, juró como su Capitán a Francisco de Mendoza, igual
que habían hecho los demás, y, para mayor seguridad, partieron la hostia entre
ellos”.
Amarradas estas cuestiones (aunque solo temporalmente, porque Heredia
llevaba dentro su afán de venganza), Francisco de Mendoza empezó a desplegar su
ambiciosa y enérgica actividad, que, como comenté, le llevará, increíblemente,
hasta un punto de la costa atlántica cercano a Buenos Aires. Envió un grupo de
gente para que se adelantara en los descubrimientos. Él los siguó con el resto
de la tropa, y tuvieron un grave incidente que pudo haber sido aún peor,
porque, mientras dormían, un grupo de indios a los que no habían visto,
quemaron la zona en la que se encontraban. El fuego no les afectó a los
españoles, pero quemó todas sus provisiones, a muchos indios de su servicio, y algunos caballos y
mulos. Siguieron avanzando los españoles, y lo hacían con ilusión porque
sospechaban que iban a descubrir tierras excepcionales. Probablemente soñaban
con encontrar la mítica Ciudad de los Césares (de la que ya hablé).
Cieza, después de añadir que
“Francisco de Mendoza, llevando a todos sus hombres, continuó caminando
hacia el nacimiento del sol”, lo abandona de momento para seguir su propio
camino en el orden de la crónica, y pasa a hablar de otra cuestión muy importante:
“El Emperador Don Carlos, rey felicísimo de las Españas, e los de su muy alto
Consejo habían tratado muchas veces sobre quién había de venir como Virrey del
Perú. Aunque se había platicado de enviar como virrey a algunos caballeros de
España, Su Majestad puso los ojos en Blasco Núñez Vela, natural de la ciudad de
Ávila, de magnífica sangre e muy celoso de su servicio al Rey, y había tenido
en España cargos preeminentes, de los cuales siempre dio cuenta de haberlos
ejercido con fidelidad”.
(Imagen) A pesar de ser
relativamente joven (unos 48 años), BLASCO
NÚÑEZ VELA llegó en 1543 con el alto honor de primer virrey de Perú, y tenía un
impresionante historial. Era natural de Ávila, y de una familia de la alta
nobleza. Fue Caballero de Santiago y ejerció como Corregidor de Málaga y
Cuenca, Capitán en Orán, Veedor del Ejército e Inspector General del límite con
Navarra. Por ser, además, Capitán General de la Armada, ya había realizado
varios viajes a Ias Indias. Lo asesinaron tres años después
de su llegada a Perú, padeciendo una trágica similitud, en sus dificultades y
en su final, con Diego de Almagro el Viejo. Cieza no se equivocó al decir que tenía
un carácter muy riguroso, hasta el punto de que varios soldados y marineros
resultaron lisiados por sus castigos. Pero también se comportaba con un estricto
sentido del deber. Y así se explica que, sin tener ninguna gana de asumir el cargo de Virrey de Perú en
circunstancias tan peligrosas, lo aceptó por lealtad al Rey. No tenía obligación
de hacerlo, y otros lo rechazaron, pero se tomaba como órdenes los deseos de
Carlos V. Sin embargo, el Rey se equivocó de persona. No bastaban lealtad y
energía en el mando, sino que hacían falta también dotes diplomáticas. Ese
mirlo blanco lo encontró más tarde en Pedro de la Gasca. Le faltó a Núñez Vela
el tacto con el que el virrey Antonio de Mendoza, aplazando el cumplimento de
las Leyes Nuevas, supo evitar una rebelión popular en México. Él, por el contrario, nada más
llegar a las Indias empezó a aplicarlas
literalmente, sin admitir consejos ni matices. Liberó a muchos nativos
que estaban semiesclavizados, utilizó mulas para su propio transporte y, donde
eran necesarios porteadores indios, les pagaba un salario. No admitía argumentos
en contra. Su réplica era que el Rey le había ordenado “que se mostrase como
severo castigador de pecados, para que nadie creyese que los disimulaba y
sufría”, y que eso era lo que iba a hacer.
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