(560) Luego veremos que hasta los
mismos oidores serán arrastrados por aquel confuso torbellino de ambiciones,
tomando decisiones completamente equivocadas, y ello a pesar de que se nombró
una autoridad única por encima de la de ellos. Con eso sí que no contaba Carlos
V. Sigamos escuchando a Cieza: “Para que la justicia tuviese más fuerza,
dispuso el Emperador que fuese un virrey, el cual habría de cuidar que los
indios fuesen bien tratados por los españoles”. En lo que sigue, Cieza no se
muerde la lengua: “Porque Su Majestad, siendo avisado por muchas personas de la
gran opresión en que los españoles los tenían, y de cómo, por sacarles oro, los
quemaban e aperreaban, y aun los enterraban vivos, y les tomaban sus mujeres e
hijas, y de otros desafueros grandísimos que les hacían, e, sobre todo, como
había gran descuido en su conversión, pues ninguno se dolía de las ánimas de
aquellos tristes, muchas veces deseó, como príncipe muy temeroso de Dios,
remediar tan grandes males, pues él, como pastor universal, había de dar cuenta
a Dios de todo ello”.
Nos sitúa Cieza entonces en medio de un hecho de gran trascendencia al
respeto. Nos dice primeramente que la voluntad del Rey era esa, pero siempre
aplazada porque estaba demasiado ocupado en sus imprescindibles viajes por
Europa, y luego nos revela la llegada a España de un desmesurado pero
fundamental personaje para la creación de las llamadas Leyes Nuevas (sobre la
protección de los indios), que iban a ser muy humanas, pero provocaron más
tarde, quizá por un excesivo rigor, una nueva guerra civil en Perú: “Habiendo
llegado en este tiempo a España fray Bartolomé de las Casas, que después fue
obispo de Chiapas, contaba por donde quiera que iba que los españoles hacían
con los indios lo que acabo de decir, y aun lo resaltaba en mayor grado.
Entonces Su Majestad (le impactó Bartolomé de las Casas) mandó que los
Grandes e Prelados, juntamente con los doctos varones de su esclarecido y
poderoso Consejo, determinasen lo que se debía ordenar para el buen gobierno
del nuevo reino de las Indias. Y así, en presencia del Rey, se platicó muchas
veces, terminándose por decidir que fuesen hechas las nuevas leyes, las cuales por eso se hicieron,
y no por lo que los de Perú imaginaron, según indicaré en cada una de ellas su
sentido y por qué se ordenaron. Estas
ordenanzas fueron muy comentadas, y le sirvieron de excusa a Gonzalo Pizarro
para rebelarse en Perú, dando origen a muchas batallas y guerras, por lo que
las pondré en este lugar copiadas a la letra”.
Lo que quiere decir que el meticuloso, responsable y eficiente cronista
nos va a sumergir literalmente en los textos. Ya veremos qué se nos viene
encima, pero sin duda va a ser necesario resumir a lo esencial el contenido,
evitando el tedio de una tesis doctoral, aunque reconociendo al mismo tiempo el
mérito de Cieza y el agradecimiento que merece por transcribir documentos tan
importantes. Resulta prodigioso que, en aquellos tiempos y metido hasta las
cejas en el hiperactivo entorno de los conquistadores, fuera capaz de encontrar
los documentos y copiarlos íntegramente. Era consciente de que estaba haciendo
un trabajo de inmenso valor, y de que no perdería importancia por el paso del
tiempo, sino todo lo contrario. Él mismo lo expresó así al decir que confiaba
en que las generaciones futuras leyeran su obra con benevolencia.
(Imagen) En la imagen anterior, vimos que DIEGO ÁLVAREZ DE ALMENDRAL
(nacido en Zafra, Badajoz) mató al capitán de la tropa, Francisco de Mendoza.
Cieza se limita a decir que reaccionó tan rabioso porque Mendoza no le había
permitido usar un caballo que estaba disponible. La explicación no es
suficiente para tan grave delito. En otra versión mucho más lógica se añade
que, probablemente, la mayoría de los soldados estaban hartos del intratable
Mendoza. Lo que sucedió después lo confirma. Se dejó sin
castigo al culpable Almendral por considerar a Mendoza (con razón) un
usurpador del cargo que legítimanente tenía Felipe Gutiérrez, a quien, además,
obligó a volver al Cuzco, y, asimismo, porque había ejecutado injustamente al
soldado Francisco de la Cueva. Por añadidura, los soldados reconocieron inmediatamente
como jefe a Nicolás de Heredia, que era lo que había establecido Vaca de Castro
en sus normas de sucesión en el mando. Diego Álvarez de Almendral no resultó,
pues, castigado, a pesar de su increíble osadía, y, cuando las tropas volvieron
a Perú, tuvo un gran protagonismo luchando contra el rebelde Gonzalo Pizarro.
Pero por poco tiempo, porque un arcabuzazo en la batalla de Huarina acabó con
su vida. Esto ocurrió el año 1547, y, nada menos que 24 años después, una hija
suya (sin duda muy niña al morir su padre) hizo una petición al Rey
fundamentada en los servicios que le había hecho el difunto. En el texto de la
imagen vemos (con mucha dificultad) datos particulares. Ella se llamaba Beatriz
Álvarez, residía en Medellín (Badajoz), explica dónde murió su padre, que no le
dejó bienes y que necesitaba una ayuda para ir a las Indias y casarse en
aquellas tierras. Su principal argumento se basaba en que las llamadas Leyes
Nuevas disponían que fueran preferidos para la concesión de mercedes los
primeros conquistadores de nuevos lugares (como lo era su padre). El Rey dio su
conformidad.
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