(570) Cieza vuelve a enlazar con algo anterior, la, en el fondo, cómica
situación de los prohombres del Cuzco que se habían atrevido a negarle (de
malas maneras) al bachiller Juan Vélez de Guevara tomar posesión de la ciudad
en representación de Vaca de Castro, y ahora resulta que, al ver que se les
venía encima un problema mucho mayor, las Leyes Nuevas y la próxima llegada del
Virrey Blasco Núñez, le pedían ayuda ¡al mismo Vaca de Castro! Habían enviado
con el encarguito, como ya sabemos, al alcalde Alonso Palomino y a Don Antonio
de Ribera. Por su parte, Vaca de Ccastro, al que tampoco le hizo ninguna gracia
quedar sujeto a la autoridad del Virrey, actuó, sin embargo, con mucha
sensatez: “Tras ver las Ordenanzas, Vaca de Castro, como era varón prudente, no
se alteró cosa alguna, y mandó que entrasen en cabildo el capitán Garcilaso de
la Vega, Don Martín de Guzmán, Hernando Bachicao, Juan Julio de Ojeda, Juan
Vélez de Guevara y Diego Maldonado de Álamos”.
Después de leerse las Ordenanzas, los señores del Cabildo afirmaban que ellos
cumplirían de inmediato lo que mandaba el Rey, pero no les parecía bien
obligarles precipitadamente a hacerlo a los vecinos de Lima, pues consideraban
injusto quitarles sus haciendas sin ser oídas previamente sus alegaciones. Pero
Vaca de Castro supo tener buen juicio y estar en su puesto: “Respondió a lo que
decían, con alguna ira, que callasen y no se mostrasen tan airados, pues, si Su
Majestad mandaba que se ejecutasen las Ordenanzas, se había de hacer y obedecer
su mandato pecho en tierra. Dijo también que aguardasen al Virrey, pues podría
ser que otorgase el aplazamiento, sin que fueran desposeídos los españoles de
sus haciendas ni de sus indios antes de que el Rey finalmente lo determinase”.
Tras conocerse la actitud de Vaca de Castro, los representantes de la
ciudad de Lima, Palomino y Ribera, e incluso algunos de los que habían estado
en el Cabildo, como Bachicao, le enviaron, al parecer, un mensaje a Gonzalo
Pizarro para ponerle al corriente de la situación. Era como una llamada para
que liderara la oposición a lo que se pretendía imponerles: “Le decían que se
mostrase defensor de todos, pues era hermano del gobernador que descubrió
aquellas tierras, que todos estarían con él para ayudarle a suplicarle al Rey
que modificara aquellas leyes, y que, para hacerlo, ellos aventurarían sus
haciendas y sus personas. Vaca de Castro pidió a todas las ciudades e villas
que enviasen representantes suyos para tratar sobre enviar procuradores a
España que suplicasen al Rey que otorgara la apelación de alguna de las
Ordenanzas”.
Entonces el brutal Francisco de Carvajal, que había luchado brillantemente
en la guerra de Chupas en el bando del Rey, se ofreció voluntario para una
misión diplomática: “Como era varón de tan claro juicio (aunque tan mal uso
hizo de él), le pidió a Vaca de Castro que, pues tan leal amigo le había sido,
le permitiera ir a España, y que allí le haría al Rey relación de las cosas del
Perú, de cuán mal se pagaba a los conquistadores lo mucho que habían servido a
Su Majestad y de lo dificultosa y grave que sería la llegada de las Ordenanzas.
Lo platicaron Vaca de Castro y los señores del Cabildo, y acordaron que fuese
Francisco de Carvajal a lo que decimos, y que, si se encontrase por ventura con
Blasco Núñez, del que ya se había oído por todas partes que venía como Virrey,
le diese cuenta de las cosas del Perú, aconsejándole que entrase en él con toda
benevolencia e cordura, para que no se produjese alguna sedición”. Pero el
viaje de Francisco de Carvajal quedará abortado, y para desgracia de todos, ya
que fue enorme el daño que hizo después al servicio de Gonzalo Pizarro, acabando,
además, decapitados los dos.
(Imagen) No era muy digno el papel que vemos hacer al alcalde de Lima, Alonso
Palomino, y a DON ANTONIO DE RIBERA pidiendo ayuda a Vaca de Castro (al que
habían desobedecido anteriormente) para que evitase que el Virrey aplicara las
duras Leyes Nuevas. Ya hablé anteriormente de los dos, pero ampliaré algunos
datos sobre Don Antonio. El ‘don’ le venía por su importancia social y su gran
riqueza. No veo confirmado que luchara en la batalla de las Salinas contra
Diego de Almagro el Viejo, ni en la de Chupas contra Almagro el Mozo, pero sí
aparece como protagonista en la durísima y fracasada campaña de Gonzalo Pizarro
en territorio amazónico. Al volver, milagrosamente vivos, se enteraron del asesinato de Pizarro y de su
hermanastro Francisco Martín de Alcántara, y, casi de inmediato, Ribera, para
entonces ya un hombre acaudalado, se casó con la viuda de este último, quien le
había dejado en herencia un sustancioso patrimonio. Se trataba de una de las
mujeres más excepcionales de las Indias y a la que ya conocemos, INÉS MUÑOZ DE
RIBERA (incorporó el apellido de su nuevo marido), asumiendo ambos ejemplarmente
la curatela de los hijos de Pizarro. A pesar de su cercanía a los Pizarro, más
tarde Don Antonio colaboró con Blasco Núñez Vela, el trágico virrey al que
antes quiso frenar por medio de Vaca de Castro. El resto de su vida mantuvo su
fidelidad al Rey. Como gran emprendedor, fue él quien llevó de España en 1560 las
primera plantas de olivo a Perú, y, curiosamente, una que le robaron sirvió
para que también se cultivara en Chile. Aún vivía Don Antonio en 1564, año en
el que le concedieron un escudo de armas familiar. La imagen muestra uno de los
muchos pleitos que, como matrimonio rico, promovieron Antonio e Inés, la cual, en lo que más destacó, fue en su generosidad,
dedicando, ya viuda, casi todos sus
bienes para ayuda de los más necesitados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario