sábado, 14 de diciembre de 2019

(Día 980) Los vecinos de Lima, que antes habían desobedecido a Vaca de Castro, le pidieron que suplicara por ellos ante el virrey. Les contestó que actuaran con paciencia y sensatez. Francisco de Carvajal se ofreció para tratar el asunto con el Rey en España.


     (570) Cieza vuelve a enlazar con algo anterior, la, en el fondo, cómica situación de los prohombres del Cuzco que se habían atrevido a negarle (de malas maneras) al bachiller Juan Vélez de Guevara tomar posesión de la ciudad en representación de Vaca de Castro, y ahora resulta que, al ver que se les venía encima un problema mucho mayor, las Leyes Nuevas y la próxima llegada del Virrey Blasco Núñez, le pedían ayuda ¡al mismo Vaca de Castro! Habían enviado con el encarguito, como ya sabemos, al alcalde Alonso Palomino y a Don Antonio de Ribera. Por su parte, Vaca de Ccastro, al que tampoco le hizo ninguna gracia quedar sujeto a la autoridad del Virrey, actuó, sin embargo, con mucha sensatez: “Tras ver las Ordenanzas, Vaca de Castro, como era varón prudente, no se alteró cosa alguna, y mandó que entrasen en cabildo el capitán Garcilaso de la Vega, Don Martín de Guzmán, Hernando Bachicao, Juan Julio de Ojeda, Juan Vélez de Guevara y Diego Maldonado de Álamos”.
     Después de leerse las Ordenanzas, los señores del Cabildo afirmaban que ellos cumplirían de inmediato lo que mandaba el Rey, pero no les parecía bien obligarles precipitadamente a hacerlo a los vecinos de Lima, pues consideraban injusto quitarles sus haciendas sin ser oídas previamente sus alegaciones. Pero Vaca de Castro supo tener buen juicio y estar en su puesto: “Respondió a lo que decían, con alguna ira, que callasen y no se mostrasen tan airados, pues, si Su Majestad mandaba que se ejecutasen las Ordenanzas, se había de hacer y obedecer su mandato pecho en tierra. Dijo también que aguardasen al Virrey, pues podría ser que otorgase el aplazamiento, sin que fueran desposeídos los españoles de sus haciendas ni de sus indios antes de que el Rey finalmente lo determinase”.
     Tras conocerse la actitud de Vaca de Castro, los representantes de la ciudad de Lima, Palomino y Ribera, e incluso algunos de los que habían estado en el Cabildo, como Bachicao, le enviaron, al parecer, un mensaje a Gonzalo Pizarro para ponerle al corriente de la situación. Era como una llamada para que liderara la oposición a lo que se pretendía imponerles: “Le decían que se mostrase defensor de todos, pues era hermano del gobernador que descubrió aquellas tierras, que todos estarían con él para ayudarle a suplicarle al Rey que modificara aquellas leyes, y que, para hacerlo, ellos aventurarían sus haciendas y sus personas. Vaca de Castro pidió a todas las ciudades e villas que enviasen representantes suyos para tratar sobre enviar procuradores a España que suplicasen al Rey que otorgara la apelación de alguna de las Ordenanzas”.
    Entonces el brutal Francisco de Carvajal, que había luchado brillantemente en la guerra de Chupas en el bando del Rey, se ofreció voluntario para una misión diplomática: “Como era varón de tan claro juicio (aunque tan mal uso hizo de él), le pidió a Vaca de Castro que, pues tan leal amigo le había sido, le permitiera ir a España, y que allí le haría al Rey relación de las cosas del Perú, de cuán mal se pagaba a los conquistadores lo mucho que habían servido a Su Majestad y de lo dificultosa y grave que sería la llegada de las Ordenanzas. Lo platicaron Vaca de Castro y los señores del Cabildo, y acordaron que fuese Francisco de Carvajal a lo que decimos, y que, si se encontrase por ventura con Blasco Núñez, del que ya se había oído por todas partes que venía como Virrey, le diese cuenta de las cosas del Perú, aconsejándole que entrase en él con toda benevolencia e cordura, para que no se produjese alguna sedición”. Pero el viaje de Francisco de Carvajal quedará abortado, y para desgracia de todos, ya que fue enorme el daño que hizo después al servicio de Gonzalo Pizarro, acabando, además, decapitados los dos.

     (Imagen) No era muy digno el papel que vemos hacer al alcalde de Lima, Alonso Palomino, y a DON ANTONIO DE RIBERA pidiendo ayuda a Vaca de Castro (al que habían desobedecido anteriormente) para que evitase que el Virrey aplicara las duras Leyes Nuevas. Ya hablé anteriormente de los dos, pero ampliaré algunos datos sobre Don Antonio. El ‘don’ le venía por su importancia social y su gran riqueza. No veo confirmado que luchara en la batalla de las Salinas contra Diego de Almagro el Viejo, ni en la de Chupas contra Almagro el Mozo, pero sí aparece como protagonista en la durísima y fracasada campaña de Gonzalo Pizarro en territorio amazónico. Al volver, milagrosamente vivos, se  enteraron del asesinato de Pizarro y de su hermanastro Francisco Martín de Alcántara, y, casi de inmediato, Ribera, para entonces ya un hombre acaudalado, se casó con la viuda de este último, quien le había dejado en herencia un sustancioso patrimonio. Se trataba de una de las mujeres más excepcionales de las Indias y a la que ya conocemos, INÉS MUÑOZ DE RIBERA (incorporó el apellido de su nuevo marido), asumiendo ambos ejemplarmente la curatela de los hijos de Pizarro. A pesar de su cercanía a los Pizarro, más tarde Don Antonio colaboró con Blasco Núñez Vela, el trágico virrey al que antes quiso frenar por medio de Vaca de Castro. El resto de su vida mantuvo su fidelidad al Rey. Como gran emprendedor, fue él quien llevó de España en 1560 las primera plantas de olivo a Perú, y, curiosamente, una que le robaron sirvió para que también se cultivara en Chile. Aún vivía Don Antonio en 1564, año en el que le concedieron un escudo de armas familiar. La imagen muestra uno de los muchos pleitos que, como matrimonio rico, promovieron Antonio e Inés, la cual,  en lo que más destacó, fue en su generosidad, dedicando, ya viuda, casi todos  sus bienes para ayuda de los más necesitados.



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