(575) Cieza nos cuenta cómo se abortó el viaje a España de Carvajal: “Ya
hemos dicho que Francisco de Carvajal, con la ayuda que le dieron Vaca de
Castro y los del Cabildo del Cuzco, estaba deseando verse en España para tener
alguna quietud. Nada perdieran con su ida Antonio de Altamirano, Lope de
Mendoza y otros muchos, pero estaba ya por Dios determinado, por nuestros muy
grandes pecados, que Carvajal fuese azote tan cruel como pronto sabremos”. Con
ello Cieza nos está anunciando que más tarde Carvajal matará a mucha gente,
incluyendo a Altamiano y Mendoza.
Viendo seguro su viaje, puesto que estaba avalado por Vaca de Castro,
partió de inmediato: “Llegó desde el Cuzco a la Ciudad de los Reyes, y, al cabo
de unos días, dio cuenta a los del Cabildo de unas cartas de Vaca de Castro en
las que indicaba que le había encargado a Carvajal que fuera a informar a su
Majestad del agravio que se les hacía a los conquistadores con las Leyes Nuevas,
y les pedía que le diesen poder para que negociase en España lo que convenía al
reino”.
Por alguna razón que Cieza no explica, a los del Cabildo de Lima no les
agradó la idea de que Carvajal los representara ante el Rey, y utilizaron como
excusa para evitarlo que Vaca de Castro les anunciaba en una de sus cartas que
los iba a visitar en breve: “Le respondieron a Francisco de Carvajal que
estuviese en la ciudad hasta que Vaca de Castro viniese, y, venido, se haría lo
que él mandase, como gobernador que era del Rey. Carvajal, pareciéndole que,
por tenerle en poco los del Cabildo de Lima, le habían dado respuesta tan frívola,
salió de él muy sentido, y los que le dieron la respueta quedaron riéndose,
teniendo por cierto que, cuando viniese Vaca de Castro del Cuzco, ya estaría en
Lima el Virrey, quien no les iba a molestar por no haber querido enviar a Francisco de Carvajal a España”.
El cálculo estaba bien hecho: “El Virrey Blasco Núñez Vela deseaba en
gran manera salir de Panamá y navegar con presteza hasta llegar al reino de
Perú para asentar la Audiencia en la Ciudad de los Reyes, teniendo por fácil
cosa ejecutar las Ordenanzas. Se embarcó y llegó en nueve días a Tumbes, desde
donde escribió cartas a Quito, Puerto Viejo y Guayaquil anunciando el encargo que traía del Emperador, e incluso
dictó algunos mandamientos sobre el tratamiento de los indios. Pero se tuvieron
por enojosos y pesados, porque, hasta aquel tiempo, la justicia había sido,
como dice el pueblo, de entre compadres, y la gente murmuraba del Virrey, de
manera que, donde llegaba la noticia de su venida, pesaba no poco. De todos los
más era aborrecido su nombre, y, por temor a las restricciones, solo se
ocupaban en sacar la mayor cantidad de oro posible a los indios y caciques”.
Aún seguía Vaca de Castro en la
ciudad del Cuzco, y los angustiados encomenderos lo tantearon para que
defendiera sus derechos habituales: “No cesaba el tumulto que causaron las
noticias de las Ordenanzas, y hasta cuentan que Hernando de Bachicao, Juan
Vélez de Guevara, Gaspar Rodríguez de Camporredondo y Cermeño, con algunos
otros, hablaron con Vaca de Castro diciéndole que, pues era gobernador del Rey,
mantuviese su mando y cargo, y que todos le habían de servir en lo que
mandase”.
(Imagen) No es difícil imaginar que Vaca de Castro se dirigía muy
preocupado desde el Cuzco al encuentro de Blasco Núñez Vela, el recién
estrenado Virrey de Perú. Iba a verse sometido a su autoridad, y, probablemente,
investigado, aunque su principal misión, derrotar a Diego de Almagro el Mozo,
la bordó. Llevaba entre su gente a ANTONIO DE QUIÑONES, leonés como él, y a
quien trataría con mimo porque era pariente de su mujer, María Magdalena de
Quiñones y Osorio. Antonio y otros dos Quiñones, su hermano Suero y su primo
Pedro, fueron siempre fieles partidarios
de los Pizarro. Estuvieron en la batalla de Chupas, en la que resultó derrotado
y muerto Almagro el Mozo. Hay también constancia de que Antonio de Quiñones participó en la rebeldía de Gonzalo Pizarro,
pero, tras ser derrotados, a él no lo
ejecutaron, y eso a pesar de que figuraba en la lista de los acusados por
Brianda de Acuña como responsables del asesinato de su marido, el Virrey Núñez
Vela. Aunque hubo otro conquistador importante en México con su mismo nombre,
es muy probable que sea ‘el nuestro’ (mucho más joven) quien figura en una
patente de invención (ver el documento de la imagen) para proteger a los navíos
del arrasador molusco llamado ‘la broma’ (de ahí procede el sentido irónico
actual de la palabra). Les concedía el Rey “al capitán Antonio de Quiñones y a
Bernardino Veneciano la exclusiva de utilizar durante 20 años un invento suyo
que impide que la broma destroce los navíos”. Estos tres Quiñones descendían
directamente de un personaje pintoresco, casi mitificado: el leonés SUERO DE
QUIÑONES (fallecido en 1456). Se hizo famoso desafiando a quien pretendiera
atravesar el puente del río Órbigo (León). Se batió muchas veces, hasta que el
Rey le prohibió que continuara, y ha quedado inmortalizado en el llamado Libro
del Paso Honroso. De ANTONIO DE QUIÑONES se conoce también que, aunque viejo y
gotoso, seguía vivo el año 1576, pero en España.
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