(567) Cieza va a cambiar de rumbo nuevamente. Volverá más tarde para
contarnos cuál fue la reacción de Vaca de Castro cuando conoció el texto de las
Leyes Nuevas. De pasada, nos ha hecho saber que zanjó por sentencia suya la eterna
discusión sobre el emplazamiento de la ciudad del Cuzco, y que dejó también
claro que Arequipa estaba, con otras zonas de potencial riqueza, en lo que fue
la gobernación de Almagro. Pero ya no tenía demasiada importancia, y muy poco
consuelo para los almagristas, pues el virreinato de Perú iba a absorber las
dos gobernaciones, Nueva Castilla, feudo de los pizarristas, y Nueva Toledo,
que lo era de los almagristas. Tanta sangre, para nada. Por desgracia se iban a
producir nuevas guerras civiles, pero
esta vez con otro enfoque, como protesta contra las Leyes Nuevas, enfrentándose
los rebeldes contra las fuerzas del Rey.
Hace también Cieza una pequeña alusión a cómo tanteó inicialmente Carlos
V el nombramiento de un virrey para Perú, sin despejar por entonces la
incógnita: “Se habló de que iría como Virrey de Perú Antonio de Leiva, y otras
veces se decía del Mariscal de Navarra (Pedro de Navarra), a quien, al
parecer, Su Majestad se lo mandó y le respondió que él no iría a quitar a los
que estaban en las Indias sus haciendas, pues tan justamente las merecían.
También se decía acá que en España muchos pensaban que los hombres de Indias
eran de baja condición e gente soez, a la que fácilmente se les obligaría a
acatar las Leyes Nuevas. Estas cosas eran oídas por los de acá con gran
malestar, pues consideraban que ellos eran hombres de casta, y que sus abuelos
se señalaron en las guerras que los reyes de España tuvieron con los moros. En
conclusión: había un alboroto desatinado, e las
noticias iban con furia de una parte a otra, lo que anunciaba que llegarían
grandes males”.
Como Cieza va y vuelve, deja de
lado, de momento, a quién y cómo le confió el Rey el más que comprometido cargo
de Virrey de Perú, y nos explicará ahora con detalle lo que ya resumí anteriormente
sobre las peripecias de los españoles por la zona de Tucumán después de la
muerte de Diego de Rojas. Recordemos que Rojas, antes de morir, dejó mandado
que el joven y osado Francisco de Mendoza, al que tanto quería, asumiera el
poder. Era una injusticia que Felipe Gutiérrez no pudo soportar, y consiguió
desplazarlo. Pero las dificultades de la campaña crearon malestar entre sus
hombres. Pensaban que había escogido una mala zona de conquista y que no era un
buen capitán, lo cual le vino al pelo a Francisco de Mendoza para ir ganándose
a mucha gente de la tropa. Entonces él y sus aliados pasaron a la acción: “El
insensato mozo Francisco de Mendoza, acompañado de sus cómplices, fue a la
tienda del valiente, pero descuidado, general Felipe Gutiérrez, y arremetieron
todos contra él, le echaron una cadena y le robaron todo lo que tenía, que no
era poco, y, no contentos con su prisión, daban voces diciendo que se le
matase. Mendoza respondió que no había por qué matarle, pues bastaba echarle de
aquella tierra. Felipe Gutiérrez, temiendo que lo matasen, rogaba a Francisco
de Mendoza que le diese la vida, y él se lo prometió. Luego Mendoza mandó dar
un pregón en el real de que ninguno saliese de su aposento, so pena de muerte,
e, con sus mañas, supo hacer las cosas de tal manera que se le entregó toda la
gente. Por la mañana se dijo misa, y, después de acabada, le juraron todos como
Teniente del Gobernador (Vaca de Castro), como lo mandó hacer para él
Felipe Gutiérrez al tiempo de la muerte de
Diego e Rojas".
(Imagen) Ser Virrey de Perú era una gran cosa, pero no resultaría fácil encontrar un candidato
dispuesto a ir a aquellas atormentadas tierras para poner fin a las guerras
civiles y obligar, además, a aquellos rudos y sufridos españoles a aceptar las
limitaciones que les imponían las llamadas Leyes Nuevas. Se comprende, pues,
que rechazara el ‘puestazo’ PEDRO DE NAVARRA Y DE LA CUEVA (nacido el año 1499),
quien, además, consideraba injusto reducir los derechos de los conquistadores. Era Mariscal de Navarra, como lo había sido
su padre, también llamado Pedro de Navarra. Los dos tuvieron una misma
peculiaridad: habían luchado defendiendo, contra Castilla y Aragón (en cuyas
tropas estaba, curiosamente, un jovencísimo Hernando Pizarro), la independencia
de Navarra. Pero hubo una gran diferencia. El padre, en 1521, derrotado y
apresado, se negó a acatar el dominio castellano-aragonés, y hasta se dice
que, por esa razón, en 1523 se suicidó (o le ‘suicidaron’) estando encarcelado
en el castillo de Simancas. El hijo heredó su título de Marisal de Navarra,
pero, ante lo inevitable, no se aferró a una terca resistencia que ya no tenía
razón de ser, y aceptó el indulto que le ofreció Carlos V, quien luego lo colmó
de dignidades. Aunque, sensatamente, no aceptó la de Virrey de Perú, tuvo
varios cargos de relumbrón: Corregidor de Córdoba y de Toledo, Asistente de
Sevilla, Gobernador de Galicia, Presidente de las órdenes de Santiago,
Alcántara y Calatrava, y, asimismo, Consejero de Estado, concediéndosele
también el navarro marquesado de Cortes. Toda su vida mantuvo una competitiva
actividad, y quizá donde dejó mayor impronta fuera en la administración y
reforma de las tres órdenes militares, contando entonces con la total confianza
de Felipe II. Se había casado con una dama de la alta nobleza y de extraño
nombre: Ladrona Enríquez de Lacarra y Navarra. PEDRO DE NAVARRA Y DE LA CUEVA murió
en Toledo el año 1556.
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